miércoles, 13 de mayo de 2020
Narrativas en disputa: Comunicación política en tiempos de Covid19
Por Felipe Pineda Ruiz *
Foto: Agencia Uno
El desenfreno de nuestros días no se vive únicamente en las interminables rutinas modernas, caracterizadas por jornadas más prolongadas, y desplazamientos cada vez más largos hacia los lugares de trabajo.
La comunicación, el transporte y, quien lo creyera, los virus, también se han contagiado de ese azaroso vértigo de nuestra atareada modernidad.
El Síndrome Respiratorio Agudo Grave (Sars-Cov-2), más conocido como Corona Virus, Covid-19 (de ahora en adelante), apareció en la ciudad de Wuhan (China), a finales del año 2019, siendo la primera epidemia expandida en cuestión de días en toda la historia. Mientras sus predecesoras peste negra (siglo XVIII), cólera (siglo XIX) y gripe española (XX) llegaron a otros continentes en largos y lentos viajes por barco, la Covid-19 se expandió en horas, por todas las latitudes del planeta vía aeropuertos.
La Covid-19, es la primera pandemia vivida por los seres humanos a nivel global en la era digital, pues el Sars, el H1N1, y la gripe aviar no lograron alcanzar dicha magnitud.
Esta coyuntura de la epidemia ha servido para enfrentar a dos narrativas antagónicas, desde el terreno de la comunicación política: la del statu quo, por un lado, y la de partidos y movimientos anti hegemónicos por el otro.
Dicha disputa por el relato, le ha servido al poder global para asimilar la actual coyuntura a una mediada por la guerra, en donde las metáforas bélicas pululan y emergen como respuestas discursivas desde los Estados, no solo para prepararlos institucionalmente para la crisis, sino para blindar y acorazar psicológicamente a sus conciudadanos. Palabras como lucha, combate, batalla, y términos nuevos como aplanar la curva, paciente cero, y estado de alarma hacen parte del marco discursivo con el cual diferentes Gobiernos se enfrentan a un enemigo invisible al que resulta difícil de atacar.
Dicho marco discursivo belicista es acompañado de una narrativa estatista basada, según el argentino Cristian Secul, al estudiar el caso argentino, en 4 pilares: Estado, solidaridad, unidad y ética. Para el autor, estos 4 ejes están configurados como un "basamento trascendental (de cuidado, de resguardo, de contención), donde la función solidaria opera desde la integralidad y es la piedra fundamental de “la lucha contra el hambre en la Argentina”; la unidad es la clave para alcanzar el renombrado “Pacto Social” o “Contrato Social” que consolide el cierre de la grieta (al menos, en términos de relato de enemistad); y, por último, la ética es la pasarela que permite alcanzar la justicia y la capacidad fraterna en las acciones” [1]
A pesar del despliegue mediático e institucional, las limitaciones de los discursos militaristas y estatistas de la pandemia han quedado en evidencia ante la inadecuada gestión de la crisis, y ante la imposibilidad de responder a las preguntas ¿qué hacer si la “guerra” se prolonga? ¿Que respuestas estructurales pueden ofrecer más allá del influjo ideológico-comunicativo? ¿cómo hablarle de lucha y combate a los enfermos si las unidades de cuidados intensivos son insuficientes y mal dotadas?
Es allí donde ambos discursos para afrontar la pandemia, tanto el militarista como el estatista, han encontrado una válvula de escape: recurrir a los Estados de sitio y/o excepción para derrotar al enemigo interno, en este caso el Covid19. Acuñado en 2007, por la periodista Naomi Klein, en su libro con el mismo nombre, la "doctrina del shock” emerge como la salida calculada y drástica del poder económico y político mundial para las guerras, crisis y catástrofes emergentes.
Probado en las dictaduras del Cono Sur, en la lucha contra el terrorismo contra Al Qaeda, en el huracán Katrina, en la crisis económica norteamericana (2008) y Europea (2011-2015), y en nuestra versión local en la lucha contra las Farc, este mecanismo ha dotado de herramientas al poder global para decretar medidas económicas y sociales contra las mayorías en tiempos excepcionales, valiéndose del miedo inducido a las poblaciones desde los medios masivos de comunicación. [2]
En esta coyuntura, esa noción del shock, de la conmoción, se expresa mediante la limitación de las libertades individuales y económicas de las personas, traducida en cuarentenas prolongadas, paquetes de medidas económicas excepcionales, transferencia de multimillonarios presupuestos estatales al sector financiero global, militarización de las calles, penas de muerte inducidas en las cárceles y poderes plenipotenciarios a las fuerzas armadas de los estados para cometer todo tipo de arbitrariedades.
Sin embargo, a diferencia de otros periodos marcados por la guerra, la epidemia, y las hambrunas, las sociedades cambiaron al igual que la comunicación: del rígido verticalismo que la dominaba hasta mediados de los años 90, en donde las cadenas nacionales, los canales de noticias por cable y los periódicos oficialistas dominaban el grueso de la comunicación, y transmitían solamente los mensajes gubernamentales, pasamos a la era digital regida por internet, en donde millones de personas pasaron de ser consumidores de información a productores y consumidores de la misma (prosumidores[3]). Este fenómeno explotó principalmente al fragor del auge de las “.com” a finales de los años 90 y principios del 2000 (web 1.0). Posteriormente aparecieron las redes sociales, Facebook, twitter, hi5, myspace, para hacer que dicha interacción se volviera todavía más dinámica y veloz.
La irrupción de las redes sociales logró que el activismo y la comunicación en redes se tradujera en la organización horizontal de plantones y manifestaciones políticas multitudinarias a lo largo del planeta. Casos paradigmáticos como la primavera árabe, Occupy Wall Street (EE. UU), y los indignados en España, convirtieron la comunicación digital en movimientos políticos a lo largo y ancho del planeta. De ese proceso, de ascenso movilizatorio y de reconstrucción de sentido, aparecieron partidos como 5 Estrellas (Italia), Syriza (Grecia), Podemos (España) y los Socialistas Demócratas de América, ala adherida al Partido Demócrata liderada por Bernie Sanders.
Y han sido precisamente las redes sociales las que cambiaron la correlación de fuerzas en esta coyuntura actual, dominada por la Covid-19. En los epicentros de las democracias occidentales, y en sus periferias, cada vez es más difícil ocultar las cifras, los muertos, las negligencias y los actos de corrupción. La velocidad fluye más rápido que la censura misma, las redes se han encargado de evidenciar las grietas de los estados de bienestar, así como el hambre y la pobreza estructural, en decenas de países.
Dicha pobreza endémica, que la Covid-19 desveló, ha desentrañado el fracaso del modelo económico hegemónico global en sí, poniendo en evidencia los límites del neoliberalismo. La crisis, a su vez, ha servido para poner en el eje central del debate la desigualdad imperante y para convertir en colectivo, y multitudinario, el sufrimiento individualizado de ese “sálvese quien pueda” que fragmenta los lazos de fraternidad y cooperación. Los cacerolazos en diferentes lugares del mundo, y la solidaridad entre vecinos, restablecen el tejido social perdido por décadas en tiempo presente.
Asimismo, la dinámica de las redes, y de la multiplicidad de medios de comunicación contrahegemónicos y alternativos moderados -The Guardian, Washington Post, Publico.es, The Telegraph, La Silla Vacía, por citar algunos ejemplos- ha sido la que ha permitido poner en evidencia la verborragia discursiva y la incapacidad del populismo de derechas -Trump, Orban, Añez, Bolsonaro-, del populismo de izquierdas -López Obrador, Ortega, Maduro-, y del neoliberalismo de centro -Macron, Duque, Merkel, Piñera- para dar soluciones concretas a las prioridades de la epidemia -reducir el número de infectados, aumentar la capacidad instalada de los hospitales, dotar a las UCI de ventiladores-.
No obstante, el populismo de derechas ha intentado utilizar la coyuntura como caldo de cultivo para exacerbar múltiples nacionalismos y poner en el centro la noción del enemigo interno y externo. Tal como lo señala Slavoj Zizek en reciente artículo “La actual expansión de la epidemia de coronavirus ha detonado las epidemias de virus ideológicos que estaban latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías conspirativas paranoicas y explosiones de racismo”.[4]
Como respuesta, la ciudadanía crítica en diferentes lugares del planeta ha logrado viralizar en tiempo real el desprecio de Trump y Bolsonaro por la ciencia y por los efectos de la Covid-19. Millones de personas han podido ver, comentar y compartir en redes el video de Trump cambiando su tono con respecto a la pandemia[5], y el de Bolsonaro refiriéndose a ella despectivamente como una “simple gripa”[6]
De igual forma la comunicación digital, tan viral como el Covid19, ha permitido que la acción presencial de las veedurías, ONGs, colectivos, sectores políticos de oposición, y grupos de presión, se realice desde las redes sociales. Como resultado, los organismos de control estatales han canalizado parte de esas denuncias de corrupción para hacer seguimiento y hacer alertas tempranas[7]. En el caso colombiano no hubiera sido posible evidenciar como diferentes gobiernos locales en el país están incurriendo en sobrecostos en las ayudas a poblaciones vulnerables, ni desvelar como están realizando gastos suntuosos en campañas de comunicación, análisis de medios, publicidad institucional, y pancartas y cartillas, rubros lejanos de las prioridades que exige la pandemia. Muchos de esos contratos han podido ser revertidos gracias a la presión ciudadana.
De otra parte, esta coyuntura ha servido también para que la biopolítica, o relación entre la vida biológica y la intervención política, gane protagonismo. En “Biopolítica y Coronavirus”, el filósofo italiano Roberto Esposito señala como ese proceso dual de medicalización de la política y politización de la medicina vuelve a tomar lugar a raíz del Covid19 cuando afirma que "la política, desvaneciendo sus coordenadas ideológicas, ha acentuado cada vez más un carácter protector contra riesgos reales e imaginarios, persiguiendo temores que a menudo se produce a sí misma. Por otro lado, la práctica médica, a pesar de su autonomía científica, no puede dejar de tener en cuenta las condiciones contextuales dentro de las cuales opera. Por ejemplo, las consecuencias económicas y políticas que determinan las medidas sugeridas”[8]
Este proceso dual también ha afectado a la comunicación: así como los tecnócratas, políticos, intelectuales y economistas han tenido que aprender sobre la pandemia, los médicos han tenido que adaptar su forma de comunicar los tecnicismos de su área para hacerlos legibles e interpretables para las personas del común. Sin embargo, la comunicación científica también ha sido contagiada por esa inmediatez viral de las redes, al verse afectada por la publicación exprés de documentos no revisados en repositorios, ni por pares. Esta rapidez ha traído como consecuencia la proliferación de cadenas de whats app con estudios falsos sobre la pandemia o preprints difundidos sin comprobación alguna.
En suma, la pandemia de la Covid-19 ha servido para que la comunicación política alternativa consolide una plataforma de reflexión y acción que contrarreste el inmovilismo, y permita que perspectivas teóricas contrahegemónicas emerjan para disputarle el sentido común al modelo cultural y económico dominante mediante la formación política en redes sociales, pedagogía que tiene como objetivos: 1) reinstalar las nociones de solidaridad y colectividad, destruidas por 40 años de neoliberalismo; 2) señalar los peligros del libre mercado y su papel en la socavación de los Estados de Bienestar y los Estados Sociales de Derecho en las democracias occidentales, y 3) exigir modelos y organismos de cooperación que trasciendan las fronteras nacionales.
Secul Giusti, Cristian Eduardo. Un escenario en suspenso. Repositorio institucional de la Universidad Nacional de La Plata, facultad de periodismo y comunicación social, marzo 27 de 2020. Fuente:http://sedici.unlp.edu.ar/handle/10915/92258
Solis, Marie. Coronavirus Is the Perfect Disaster for “Disaster Capitalism”. Vice Magazine, marzo 13 de 2020.
[3] El término Prosumidor fue acuñado por el norteamericano Alvin Toffler en 1981, quien lo incorporó a su libro “la tercera ola”. Este concepto designa a un individuo que siendo consumidor realiza actividades de productor. En el caso actual un usuario de redes sociales se convierte en prosumidor cuando crea contenidos y luego los comparte en alguna plataforma digital.
Zizek, Slavoj. Coronavirus is ‘Kill Bill’-esque blow to capitalism and could lead to reinvention of communism. Website Russia Today, febrero 27 de 2020. Fuente: https://www.rt.com/op-ed/481831-coronavirus-kill-bill-capitalism-communism/
Guardian News. (2020, marzo 18). Coronavirus: how Donald Trump has changed his tune [Archivo de video]. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=NezEbDx4B9A
El Mundo. (2020, marzo 25). Bolsonaro compara el coronavirus con un 'costipadillo' y llama a volver a la normalidad. [Archivo de video]. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=3eilC0rjgns
Contraloría General de la Nación. Boletines de prensa del año 2020.
Fuente:
Esposito, Roberto. I partiti e il virus: la biopolítica al potere. Website La Reppublica, febrero 28 de 2020. Fuente: https://www.filco.es/biopolitica-y-coronavirus/
* Felipe Pineda Ruiz, Investigador social de la Fundación Democracia Hoy y el Centro de Estudios Sindicales y Populares (Cesipor), publicista, director del Laboratorio de Innovación Política Somos Ciudadanos.
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