lunes, 17 de abril de 2017

El pueblo resucitará, como el Jesús del Evangelio y habrá una Honduras nueva


Por Héctor Flores *

La paz no necesariamente es ausencia de guerra. La paz es un estado que va más allá de lo emocional, que se plantea como condición de dignidad y que se sustenta en las cosmovisiones de los pueblos  y su identidad originaria; así como en la posibilidad espiritual que desde cada dogma de fe cada cual profese. La paz es, entonces, la necesidad humana de una real convivencia entre los seres vivos que habitamos la casa común, el mismo lugar donde nos hacemos y nos compartimos. En la celebración religiosa de inicio de semana mayor ambas iglesias - católica y protestante - hondureña hicieron un llamado a la paz, a la construcción de esa paz entre todos y todas las hondureñas, a la necesidad de encontrarnos en el amor y - en la pasión esa que la fe nos inspira -  apasionarnos por la vida. Pero qué lejos están las palabras de los hechos, especialmente cuando en la iglesia esas palabras no son en la práctica lo que el pueblo recibe de ellas.

Esa iglesia olvida que en Honduras hay un Estado impune sobre el cual pesan la muerte de muchos hondureños y hondureñas que, como el Jesús que ellos profesan y que esta semana crucifican, dieron su vida por la posibilidad de vivir con un poco de dignidad. Margarita Murillo, Chungo Guerra, Berta Cáceres, Vicente Matute, Blanca J. Kawas, E. Lemus, entre otros, están muertos con la complicidad directa de un gobierno, en un Estado, con funcionarios que son los mismos desde hace 30 años y que han crucificado al pueblo para disfrutar sus ambiciones particulares. Pero esta iglesia hace alianza con ese gobierno, justifica esos funcionarios y esta semana celebrará actos religiosos para que los responsables de la muerte oficial se golpeen el pecho y compren la gloria con las cifras de sus chequeras.

La paz es la vida y la vida son todos los derechos humanos que tenemos. El derecho máximo, el camino a la dignificación. Cuando la iglesia se alinea y avala los golpes de estado, cuando se mete en la condición laical de la administración pública, cuando recibe fondos que deberían ser destinados a mejorar la vida de los pobres. Cuando toman partido, cuando inhabilitan asientos por que están destinados a otros y otras con otros estatus sociales en sus iglesias. Cuando son parte de la privatización de la educación, la salud, las carreteras, la tierra, los bosques, el agua y todos los bienes naturales que deben ser de todos y para todas. Cuando hacen complot y bendicen a los que nos destruyen la casa común, ustedes, sí ustedes traficantes de la fe, no tienen derecho a hablarnos de hacer la paz si son parte de los que nos traen la guerra.

Honduras está sumida en la miseria que está por que ustedes, sí ustedes que deberían ser la esperanza del pueblo, venden al pueblo, crucifican al pueblo y con cada acto que hacen se aseguran que este pueblo vea imposible el milagro de la resurrección. La paz que piden que construyamos ustedes la destruyen cuando se alinean con el poder.

Sin embargo sepan que el pueblo se levantará y - como ese Jesús – saldrá del sepulcro y edificará la otra Honduras que siempre nos hemos merecido, sin ustedes, sin su institucionalidad y con el amor y la justicia como bandera de humanización de la sociedad y el estado.  Jesús muere cada día en las ambiciones de poder de ustedes y ni todas las reparaciones y maquillajes que le hagan a sus templos podrán evitar que un día, cuando este pueblo – en el nombre de ese Jesús que ustedes encarcelan en templos de oro – los expulse de la casa del amor que ustedes han convertido en sus mercados de fe y fanatismo.

* Chaco de la Pitoreta. Poeta y gestor cultural.


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