sábado, 16 de noviembre de 2013
Llegó el tiempo...
Por Julio Escoto
Llegarán los tiempos” vaticinan numerosos versículos bíblicos para aventurar sucesos, cosas que van a acontecer casi irremediablemente. El estilo profético con que se construye tales oraciones alude siempre a épocas futuras que el oyente no podrá comprobar, por lo que la promesa, que eso es, asume una función de autoconvocatoria ineludible y sin puntos medios: el hecho ocurrirá o no ocurrirá en totalidad, nunca por partes.
Lo que va a acaecer el domingo veinticuatro en Honduras, día de elecciones generales, no es sin embargo producto de alucinaciones teológicas sino hecho científico pues va a ratificarse el desgaste de todo un discurso de poder, de un sistema de dominación, de una estructura centenaria que probó, sin esperanzas, ser insustancial y engañosa, construida más bien para prolongar la pobreza y derruir las fuentes de lo nacional y la identidad.
Significa el ocaso de la concepción liberal de gobierno nacida hace dos siglos y a la que, a pesar de habérsela fortalecido con nuevas aproximaciones neoliberales, los pueblos en donde se la ha aplicado la declaran obsoleta y exigen más bien que el Estado regrese a la búsqueda de la sociedad de bienestar, una donde hombre y mujer primen sobre la economía, se respete en absoluto la condición humana y se dedique los recursos de todos al beneficio de todos.
Ello no significa, en modo alguno, renunciar al capital y lo tecnológico, a regímenes inteligentes de concesiones e incluso de privatizaciones sectoriales pues habrá campos en que a la nación es más rentable contratar especialistas que nombrar burócratas.
Tampoco implica renunciar a una ética humanista y de profunda acción social, donde los consensos se forjen en la base misma de las comunidades, no en los estratos políticos superiores de élites o partidos.
El corrupto es quien teme al cambio que va a producirse y que anuncia el crepúsculo del viciado bipartidismo, cambio que sus antagonistas corren a anticipar como malo, peligroso, robaniños, amenaza gulag y cien sandeces más, que son su repetida canción de engaño. Si a ese indetenible proceso quieren llamarle nacionalismo, socialismo, catrachismo, la etiqueta es lo de menos.
Se mueven las placas tectónicas de la política hondureña, va a despejarse la incógnita de la ecuación, que no es la escogencia entre XC, JO o XO, sino un dilema moral: ¿va el ciudadano a permitir que el país prosiga siendo botín de una clase privilegiada o ingresa a la práctica real de la democracia participativa y distributiva?
¿Apuesta otra vez por los mismos o rasga los telones del escenario y coloca sobre él a su mejor prospecto, que es indudablemente Xiomara Castro, quien además de exhibir currículum limpio y valor cívico probado cuenta con concretos programas de gobierno y asesores de alta calidad? Más preciso, ¿decidirá el hondureño permanecer en el siglo XIX o ingresar al actual mediante transformaciones, audacia y modernidad?
Indicios hay de un posible intento conservador para burlar la decisión del sufragio; sería gravísimo error histórico. El hondureño no es el mismo de cuatro años atrás, cándido y confuso, anclado al lastre de la alienación.
La violencia, la represión y la práctica corrupta de sus políticos tradicionales le han desarrollado una interesante conciencia cívica, adicional a la cruel condición de pobreza y miseria crecientes, a la delincuencia y la inseguridad, causas que le generan hoy un temperamento irritable y nervioso, mucha molestia, enorme ansiedad. Incendiar a ese gas humano, prenderle chispa a esa ira contenida sería locura, con solo mencionarlo se escuchan gruesas voces de insurrección.
Y si así fuera, si los ambiciosos provocaran tal demencia, también parece irrefutable que el pueblo está dispuesto a hacer lo que tenga que hacer para derrotar a los fraudulentos, ya que es consciente de que estos son los tiempos llegados de perder o ganar para siempre el derecho patrio a la libertad.
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