sábado, 30 de noviembre de 2013
El buen uso de la lengua, escudo del periodismo para defender la verdad
Por María Cappa
“Abro el periódico encontrándome con la noticia del día: las encuestas darían como ganador a Gómez. Solamente recordar que tendrían que haberlo cesado hace un mes y ahora será Presidente. Su único mérito es que tiene dos másters: uno en Economía y otro en ADE. Aunque todos sabemos que le regalaron sendos títulos. Y es muy posible que a su mujer la den un cargo menor. Ahora estamos a expensas de lo que digan esta tarde en la rueda de prensa que darán en Moncloa”.
El párrafo anterior es un ejemplo ficticio que contiene diez de los errores lingüísticos más comunes que se cometen en el periodismo actual. Lo más preocupante no es que, esporádicamente, se pueda incurrir en alguno sino que, por hacerlo de manera habitual, no se sepan reconocer, al menos, ocho de ellos. Y, aunque pueda sonar tremendista, un manejo deficiente del lenguaje puede dejarnos sin herramientas para identificar cuándo nos intentan engañar algunos políticos mediante su discurso o para comprender la realidad que nos rodea.
O incluso puede acarrear consecuencias más graves. Lev Vygotski, un psicólogo de finales del siglo XIX que fundó la teoría de la psicología histórico-cultural y fue precursor de la neuropsicología rusa, reveló que la relación entre el pensamiento y el lenguaje es recíproca. Es decir, que de la misma forma que los niños descubren el lenguaje una vez han aprendido a pensar, el crecimiento intelectual del niño depende de los medios sociales del pensamiento (o sea, de la lengua).
Vygotski también descubrió que es en la adolescencia cuando el ser humano comienza a desarrollar pensamientos abstractos. Y el entorno social en el que se mueve es el que debe proporcionarle las herramientas necesarias para que pueda desplegarlos. De lo contrario, según afirmaba el psicólogo ruso, ”su pensamiento no logrará alcanzar los estadios superiores o lo hará con mucho retraso”. O lo que es lo mismo: la palabra (fundamental en la formación de conceptos) que le llega al individuo desde el entorno social en la adolescencia determinará su capacidad para elaborar razonamientos complejos en el futuro.
Las redes sociales, los medios digitales, la televisión, la radio y, en menor medida, la prensa, forman parte de ese contexto del que se nutren tanto el adolescente como los amigos o familiares con los que se va a relacionar. Es decir que, en parte, del buen o mal manejo que se haga del lenguaje en los medios de comunicación, y su consecuente influencia en la sociedad, dependerán las habilidades intelectuales de los ciudadanos.
Según explica Pilar Fernández, doctora en Filología Hispánica y profesora de Lengua en la universidad CEU San Pablo, los alumnos cada vez leen menos periódicos, ya sea en formato impreso o digital, aunque mantienen el vínculo con los medios audiovisuales, especialmente con la televisión. “Últimamente he detectado varios errores en los faldones de los informativos. Uno de los que más me llamó la atención era sobre una noticia económica. Hablaba de que la bolsa había subido ‘entorno’ al 4%. Al día siguiente se lo conté a mis alumnos escandalizada y a ninguno le llamó la atención, no les parecía tan grave”.
Gerundios de posterioridad -”abro el periódico encontrándome con…”-, condicionales de rumor -”las encuestas darían como ganador a…”- o escribir con mayúscula nombres comunes como papa, rey o presidente son algunos de los errores que desde la Fundación de Español Urgente, Fundéu, han percibido como los más habituales. Pero, tal y como señala el subdirector de esta organización, Javier Lascurain, también es frecuente el uso recurrente de construcciones erróneas que se ponen de moda. Como, por ejemplo, la eliminación de los artículos (“la rueda de prensa que darán en Moncloa.”).
Del mismo modo, existen otros usos que contribuyen a empobrecer el español. Es el caso de los anglicismos (palabras provenientes del inglés como online) o el abuso de determinados verbos o adjetivos en lugar de utilizar también sus sinónimos. Lascurain cuenta que, últimamente, está de moda el verbo “arrancar”. “Hay palabras que son como especies invasoras y que, sin estar necesariamente mal, arrasan con otras que se encuentran en su mismo campo semántico. Hoy en día, por ejemplo, todo arranca. Arranca el curso escolar, arranca el partido, arranca la declaración de los detenidos, que parece que los están torturando… Y el abuso de este verbo elimina el uso de otras expresiones como ‘empezar’, ‘comenzar’ o ‘dar inicio’. No es exactamente incorrecto, aunque ‘arrancar’ tiene un matiz propio, pero sí que empobrece el lenguaje”.
Cuestionan a la Real Academia
La misión del Instituto Cervantes consiste en promocionar y enseñar la lengua española y las lenguas cooficiales de España para poder así difundir la cultura de los hispanohablantes. Por su parte, la Fundéu tiene como objetivo colaborar para promover el buen uso del español, especialmente en los medios de comunicación. Pero sin una institución de la que emanen las normas sobre las que se tiene que basar este buen uso del español su labor podría devenir, si no en imposible, sí en una tarea más complicada de llevar a cabo.
El catedrático de la Real Academia de la Lengua, Salvador Gutiérrez, que actualmente ostenta la silla S, explica que la función de la RAE consiste en ”preocuparse por el estudio del español y establecer normas relacionadas con la gramática y con el léxico”. Dado que el lenguaje hablado va cambiando a diario por el uso que de él hacen los hablantes, esta institución “adecua las normas al idioma, para que sea uniforme, y elabora una ortografía sistemática y más acorde con la pronunciación”. Es decir que, tanto respecto al significado de las palabras como a los usos gramaticales, va por detrás del lenguaje. Es únicamente en la ortografía donde los académicos establecen las normas que consideran que son mejores para la escritura, más coherentes.
Sin embargo, en los últimos años, ha habido una polémica recurrente cuando se debate sobre si se deberían tildar o no el adverbio “solo” y los demostrativos “este”, “ese” o “aquel”. Gutiérrez explica que ya desde 1959 la Academia dejó de ponerle tilde a estas palabras, aunque “nunca ha impuesto que se elimine, sino que permite no ponerla”. De hecho, la única variación que ha habido desde entonces es que “antes era obligatorio tildarlas cuando había riesgo de ambigüedad y ahora no, ya que los casos en los que puede haber peligro de confusión entre ‘solo’ adjetivo y ‘solo’ adverbio son casi inexistentes”.
Si bien Javier Lascurain es consciente de que hay opiniones muy diversas al respecto, tiene claro que escribir correctamente supone escribir como lo marca la Academia. “Los cambios gustan poco porque, muchas veces, uno piensa que lo que aprendió es lo único bueno, lo único que sirve. Como dice un amigo mío que también trabaja en la Fundéu, todos los españoles llevamos dentro un seleccionador de fútbol y un académico de la Lengua frustrados”.
El periodista como referente
Línea de crédito en condiciones ventajosas en lugar de rescate, ajustes en lugar de recortes o ejecución hipotecaria en lugar de desahucio. Si los periodistas en particular (porque son quienes acercan la realidad a los lectores) y los ciudadanos en general no manejan el lenguaje, pueden terminar por aceptar como válidos los intentos de manipular la realidad por parte de quienes tienen el poder.
Y aunque descifrar el mensaje interesado de las fuentes ha sido, tradicionalmente, una de las misiones del periodista, el jefe del departamento de Ordenación Académica de la Dirección Académica del Instituto Cervantes, Álvaro García Santa-Cecilia, considera que “actualmente se ve un uso deliberado del lenguaje por parte de ciertas instituciones de poder, ya sean políticas, financieras o empresas multinacionales. Incluso tienen trabajando para ellos a especialistas en comunicación, cuya labor es la de transmitir a los ciudadanos un mensaje que genere adhesión y evite suscitar rechazo”.
Tanto García Santa-Cecilia como Lascurain consideran que, en este sentido, la labor de los periodistas es fundamental. Santa-Cecilia ve al informador como “un intermediario entre el lenguaje deliberadamente manipulado y el lector, para que pueda acceder a la realidad de la manera más franca posible y que sea él quien decida si ese contenido le parece positivo o no”. Por su parte, Lascurain destaca que esta labor es “uno de los problemas más graves a los que tiene que enfrentarse el periodista. Por falta de tiempo o de conocimiento lingüístico o sobre la materia, corre el riesgo de comprar esas expresiones y transmitirlas tal cual, por lo que al final hace lo contrario a su labor, que es contar la realidad para que su lector la entienda en su verdadera dimensión. Este es uno de los retos más importantes de los periodistas, y el conocimiento profundo del idioma es una de las condiciones para que eso no pase”.
Es decir que, para poder evitar una manipulación intencionada, los profesionales de la información deben manejar bien el idioma. A esto hay que añadirle su capacidad de influencia en la sociedad. Tal y como señala Salvador Gutiérrez, “existe una tendencia a tomar como referencia a quienes nos hablan a través de un periódico, de una radio o de un libro. Los periodistas tienen una mayor responsabilidad sobre el uso del lenguaje porque sus palabras tienen también una mayor repercusión social”.
Una postura con la que coincide Javier Lascurain, quien añade que “cuanto mejor maneje el lenguaje un periodista mejor se entenderá su mensaje. Los medios de comunicación han sido un referente tradicional para la evolución de la lengua. Los ciudadanos aprenden o se familiarizan con ella a través de los medios. Un mal uso del lenguaje por su parte puede calar fácilmente en la sociedad. Creo que siguen teniendo ese papel de, por decirlo de algún modo, maestros del idioma, a pesar de la creciente influencia de las redes sociales”.
Desde el punto de vista del ejercicio periodístico, Lascurain afirma que la labor del profesional de la información “no se limita a contar cosas sino que lo relevante es saber qué cosas se cuentan y para qué”. Una relación, la del pensamiento, el lenguaje y la manera en que se accede a la realidad, que ya definió Platón en el siglo IV antes de Cristo: “La forma en que estamos obligados a conducir las conversaciones influirá de manera decisiva en las ideas que podamos expresar convenientemente. Y las ideas que sea conveniente expresar se convertirán en contenido importante de la cultura”
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