lunes, 25 de noviembre de 2013
Bipartidismo: Pobreza y desigualdad
Por Efrén Delgado Falcón
Es difícil no culpar a quienes han sido amos y señores de la política nacional del desastre institucional reinante, del menosprecio y abuso de la ley, del enraizamiento de la pobreza y la ignorancia; complementado por una criminalidad pavorosa, una corrupción metastásica, un desempleo paralizante, y una soberanía muy discutible. Es como si la clase política hubiera decidido convertir al país en lo que es: después de Haití, el más pobre del continente y uno de los más desiguales en una región considerada la de mayor desigualdad en el mundo. La nuestra es una “república shasta” (no sé si está bien escrito, pero para ir olvidando lo de “banana republic”, que ya es anacrónico), donde la injerencia entre poderes es la práctica corriente; de elecciones han estado siempre acomodadas a los intereses de grupúsculos; y las constituciones, además de ser pura babosada, son violables a discreción del testaferro -¿gobernante?- de turno. Qué sabe el hondureño de la protección del Estado, qué sabe de la aplicación objetiva de la ley, o de que alguien represente sus intereses en el congreso, el ejecutivo o el poder judicial.
El bipartidismo, y muy especialmente el partido Nacional, representan pobreza y desigualdad para las mayorías, y riqueza y libertinaje para los grupos de poder y los pobres diablos que viven arrimados a ellos. El bipartidismo es la etiqueta que porta en la frente un país empobrecido, violento, ignorante y caótico. Con certeza, un experimentado político liberal -querido amigo, disidente del bipartidismo- ha afirmado que el hondureño sabe lo que sucede a su alrededor, conoce la situación, y que el cambio no tiene retroceso. Creo que es una tesis irrebatible, más, no estoy seguro si coincidimos en que ese cambio será un proceso lento, pedregoso y no exento de sufrimiento. Si las elecciones del día de mañana fueran trasparentes y limpias, seguramente el pueblo hondureño daría un paso gigantesco en la consecución de un país diferente, pero no sería aún más que parte del inicio de un proceso [cuyo punto de partida formal podría ser el 28 de junio de 2009], porque el derribamiento del sistema prevaleciente no se puede lograr en una victoria electoral, y el próximo gobierno -donde LibRe se ve como la única alternativa real- tendría que librar una guerra frontal contra el statu quo, que podría durar décadas. Nadie debe poner en duda la inteligencia emocional de nuestro pueblo, como tampoco su ignorancia [según la Real Academia Española ignorancia es la falta de ciencia, de letras y noticias]; pero es esa misma inteligencia la que nos ha llevado a acomodarnos ante un sistema eminentemente corrupto, y no solo a acomodarnos, sino a aprovechar sus debilidades; y entonces, robarle a Estado, o sea a todos, es igual que robarle a nadie; y es válido y está protegido por la impunidad, tan extendida, que es como una especie de ley, que únicamente no se aplica por excepción. Ante la evidencia clara y contundente de la trágica situación del país y de quien es su histórico causante, la derrota electoral del bipartidismo debería ser aplastante, contundente, sin precedentes. Y la representación nacionalista y liberal en el congreso y alcaldías debería ser exigua. Pero al prevalecer la ignorancia [no puede ser diferente un país empobrecido, con un 70 % bajo la línea de pobreza], los agentes del “statu quo” tendrán una fuerte presencia en el congreso y en el peor de los casos --si el fraude lo permite--, esa presencia será mayoritaria, y mantendrían la presidencia de la república.
Como realidad, es un panorama trágico. Porque aún las encuestas más alentadoras han dado a la candidata de LibRe una ventaja no mayor del 10 %, y en ciertos momentos hasta del 14 o 15 %, y aún ganando por esa ventaja -algo muy, muy, difícil- el nuevo gobierno no tendría el viento a su favor. No habrá mayoría calificada en el congreso, los medios de comunicación seguirán siendo los mismos [con todo y propaganda prosistema]; los jerarcas religiosos ultraconservadores serán los mismos; los ideales de ciertos banqueros e industriales seguirán intactos [como sus prácticas]; tendremos por un buen tiempo las mismas leyes tendenciosas y discutibles; la injerencia de la ultraderecha internacional seguramente crecerá. Y en esas circunstancias, el gobierno tendrá que librar una guerra desgastante contra esos abyectos grupos de poder que no tendrá recesos. Sin embargo, hay que gobernar, y no solo gobernar, generar un cambio cualitativo y cuantitativo en casi todas las políticas y prácticas del Estado. La tarea será de dimensiones épicas. Y fácilmente un pueblo desinformado y víctima de crisis creadas, puede desencantarse de aquellos que le prometieron cambios rápidos y certeros. Insisto, como realidad, es un panorama poco alentador.
No obstante todo lo anterior, es innegable que vivimos una coyuntura histórica, y que ciertamente se gestan cambios, pero la calidad, la agilidad y la firmeza con que esos cambios puedan convertirse en realidad, sigue estando -como siempre ha estado-, en manos del pueblo hondureño. Veremos si ese pueblo, indudablemente capaz de «llevar en hombros el féretro de una estrella», como escribió don Roberto, se decida esta vez a preparar, cargar y enterrar el féretro del bipartidismo. Quizá la suerte esté echada, pero nadie sabe el tiempo que tomará. Amén.
23 de noviembre de MMXIII
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