miércoles, 20 de noviembre de 2013

La última oportunidad



Por Julio Escoto

Pero también la primera, depende cómo la contemples, pues ocurren momentos, como hoy, cuando la personalidad colectiva asciende a mejores estadios de entendimiento de su realidad y gesta transformaciones oportunas para su bienestar. Son relevos generacionales y, por ende, densamente espirituales.

En el caso hondureño acontece que por primera vez en la historia su población joven (-35 años) es cuantitativamente mayor que la madura. Es inicial vez además en que se iguala la presencia estadística de sexos y en que se nivelan las demografías urbana y rural. Hay apenas céntimos más de varones que de hembras y hay casi tantos en el campo como en la ciudad. Equilibrado pueblo nace. Eso produce, lógicamente, impactos de carácter existencial.

Un provocador estudio de Eugenio Sosa para ERIC revela que para los sufragios del próximo domingo 59% de hondureños considera que habrá fraude, pero que también 80.3 de la misma ciudadanía va dispuesto a votar, lo que insinúa que la gente (98%) tiene fe en la práctica democrática y en la urgencia de modificar por esa vía las imperfecciones del país, por lo cual crece (75%) el sector de quienes aceptan ser imprescindible una asamblea constituyente, única capaz de revertir desde las raíces tan grave deterioro nacional.

Nadie ha emprendido investigaciones sobre la sintomatología de la agresión (termómetro temperamental, barómetro de ira) bajo el cual reside el hondureño, si bien es deducible dada la horrenda cifra de veinte homicidios diarios. La facilidad para la violencia es palpable en calles y barrios; respondemos a la menor provocación, incluso involuntaria, con enojo. Podría concluirse que estamos enfermos, societariamente enfermos, pero tal es una aseveración que no me corresponde y para la que carezco de sustentación.

Es obvio, empero, que padecemos desilusión por el modo en que opera el país, frustración por nuestras marcas de pobreza y miseria a pesar de la soberbia potencialidad económica que nos rodea, así como terrible decepción por la escandalosa, viciada y probada ineficiencia administrativa de la ruin burocracia que nos gobernó durante cien años, cada vez más cínica, entreguista y corrupta.

El 80% de hondureños que maneja el alfabeto, y 100% de quienes vieron al golpe de Estado de 2009 como la prolongación de un tradicional sistema de explotación humana, desarrollaron conciencias frescas que se probarán ahora en los comicios y que enfrentan con valentía al reto del fraude, dispuestas no sólo a ejercer el sufragio sino a defenderlo en cualquier coyuntura posterior.

La caldera está encendida, y muy ardida; lo que cocine va a depender de la prudencia de gobernantes y gobernados.

Así que esta es no sólo la postrera oportunidad de corregir las cosas vía el bien sino particularmente la primera con que realmente ingresamos al postmoderno siglo. De aquí en delante deberán definirse nuevas rutas de desarrollo, modificar los fines del Estado para que sirva a las mayorías y no sólo a minorías, convocar a la conciliación real y suscribir un acuerdo patrio de entente en que aportando unos lo mucho que tienen auxilien a quienes nada poseen.

Es decir, pactos de ética y equidad como han negociado otras naciones jóvenes o avanzadas del mundo y donde se ha logrado que primen la razón y la conveniencia comunitaria sobre el egoísmo individual. Lográndolo habremos abandonado para siempre los vicios del siglo XIX y superado los retos del XX, que son los de la justicia, la inclusión y la igualdad.

La severa guerra psicológica del momento impide elaborar vaticinios, cosa que he aventurado en otras elecciones generales. Excepto barruntar que, ocurra lo que ocurra, y ojalá sea lo mejor, el ciudadano debe aprender a conquistar su destino y ser libre para siempre contra toda eventualidad, ya acontezca con gozo o lágrimas.

Los hombres se suicidan, los pueblos no. Al nuestro lo convoca su rica naturaleza para vivir destinos de felicidad.

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