Por Sergio Bahr
lunes, 12 de diciembre de 2011
Para no olvidar: Hilda Caldera
Sergio Bahr
Por Sergio Bahr
Por Sergio Bahr
Hilda Caldera, con una bala todavía en su cuerpo, sangrando, llorando, se puso de pié y dijo “quiero dar declaraciones”. No voy a olvidar nunca la escena. Mientras hablaba frente a los medios hambrientos, a sus espaldas la morgue estaba adornada con multicolores foquitos navideños y santaclaus de papel.
Y no olvidaré tampoco que en medio de tanta incongruencia, Hilda Caldera agarró su dolor y exigió justicia, no solo para ella, sino para el pueblo de Honduras.
A veces pienso que se nos escapa la nación entre los dedos.
Una cosa es pensar que todo está mal, pero se puede arreglar con lucha y sacrificio. Otra cosa es sentir que el país se nos derrumba en cámara lenta y que a pesar de la lucha y sacrificio nada puede detener que se quiebren las estructuras y exploten las ventanas y se destrocen los techos y hagan polvo las paredes y al final nos queden solo ruinas hediondas, indignas, silenciosas.
Mientras Hilda Caldera hablaba todos y todas las que estábamos en esa morgue navideña estábamos llorando, por su dolor ante el asesinato de Alfredo Landaverde, pero sospecho también porque sentíamos que es el país el que se está muriendo.
Escuchándola hablar me puse a pensar en otra mujer, Julieta Castellanos, quien apenas disimulando el temblor en los labios tras hacer realidad en su vientre el asesinato de su hijo se enfrentó a los mismos medios, a los mismos monstruos, y con claridad y contundencia identificó a los verdaderos asesinos.
Decidiendo en medio de un dolor que uno apenas puede empezar a imaginar la necesidad de enfrentar al aparato de asesinos que forman la policía nacional de Honduras.
Pensando en esas dos mujeres y esas muestras de un valor e integridad personal que solo puedo esperar algún día ser capaz de mostrar, se me ocurrió que todavía se puede. Que mientras haya gente así, mujeres así, todavía hay esperanza para esta Honduras.
Se me ocurrió que su valentía casi nos puede hacer olvidar el vergonzoso, vomitivo silencio de aquellos que se estilan transformadores pero han hecho un pacto de silencio a cambio del privilegio de ser candidatos en elecciones. Casi.
Se me ocurrió también que no queda tanto tiempo, que no habrá muchas, nisiquiera pocas oportunidades más.
Este es el momento, y si para sacudirnos no es suficiente ver a estas mujeres levantarse y hablar en nuestro nombre desde sus corazones cubiertos por vidrios rotos, será que la nación se nos hundió hace ratos, y en la oscuridad confundimos con estrellas el brillo barato de una morgue con foquitos navideños.
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