miércoles, 10 de febrero de 2010
Habrá que vencer al terremoto
Por Antonio Peredo Leigue
Más de dos centenas de oficiales y soldados bolivianos están en Haití desde hace varios años. Forman parte del contingente de Naciones Unidas para preservar la paz y ayudar a Haití a reconstruirse, según establece la resolución que creó el MINUSTAH. Hoy son bienvenidos pues, de algún modo, son brazos necesarios para atender las mil y una necesidades de un pueblo cuya espantosa tragedia supera cualquier previsión. Rescate de sobrevivientes, recuperación de los pocos bienes que necesitan las familias afectadas, provisión de agua y alimentos, atención médica, son las tareas. Aún así, la desesperación ha hecho presa de ese pueblo empobrecido desde hace más de un siglo.
Ahí están los cascos azules, haciendo ahora lo que no hicieron durante los años que estuvieron allí. La misión inicial fue impedir que, los desbordes políticos, estallaran en una guerra civil que afectara la estabilidad de la región. Por supuesto, el gobierno de Estados Unidos propició la operación que, en abril de 2004, llegó a Puerto Príncipe. A Washington, le preocupaba la seguridad de sus intereses. El presidente Aristide, dos meses antes, apareció en África desde donde dirigió un mensaje de renuncia; un avión norteamericano lo sacó de Haití y es imposible suponer que Aristide se fue por propia voluntad.
Las tropas del MINUSTAH, que ahora se duplicarán con otros 3.500 efectivos, realizan tareas policiales. Rutinariamente ingresan a los barrios miserables de la capital, dejando un saldo de muertos; la explicación es que, allí, se guarecen pandillas de delincuentes, lo cual es cierto. Pero ocurre que, después de seis años, la brigada mantiene esa estrategia, sin que haya mejorado la situación.
Es evidente que la verdadera misión de ese cuerpo armado no es mejorar las condiciones de vida del país, sino proteger los intereses de las potencias. Porque es así: con toda su miseria arrastrada desde el siglo diecinueve, Haití tiene riquezas que interesan a las naciones enriquecidas. El comercio de sangre y de órganos humanos es una actividad tolerada y, por supuesto, resguardada.
Esto hace condenable la presencia de tropas extranjeras. Si había dudas respecto a la función que cumple el MINUSTAH, la llegada masiva de tropas norteamericanas cuando el terremoto destruyó la mitad de la capital haitiana, confirma la versión. Es más, los mandos militares de USA tomaron el aeropuerto bajo su control y retuvieron la ayuda que llegaba para distribuirla según sus criterios. Hubo una protesta en casi todo el mundo, pero la reacción del presidente haitiano, René Preval, incluyó el anuncio, nada creíble, de que había solicitado esa presencia militar.
La reconstrucción de Haití requiere un apoyo internacional de grandes proporciones. Hoy se ha vuelto útil la presencia de esas tropas que, durante los seis años anteriores, no eran toleradas por el pueblo. Pero, la tarea que las tropas están cumpliendo ahora, debe responder a un plan, que requiere profesionales y no militares y respecto del cual habrá que tomar posición.
Haití es un país con grandes potencialidades; todas las naciones latinoamericanas deben retribuirle su solidaridad en la lucha por la independencia. De modo que debiéramos alinearnos en un proyecto que reconstruya el país en beneficio de su pueblo. No caigamos en la trampa de las grandes potencias que quieren una reconstrucción en beneficio del interés de las transnacionales.
La agricultura y la vivienda social, son urgentes. Agricultura que haga posible la ocupación extensiva de una población que ha sido obligada al hacinamiento. Los grupos de apoyo, integrados a la población, desarrollarán los primeros cultivos de modo que, en el menor tiempo posible, la ayuda en alimentos sea sustituida a la producción propia. Hay que posibilitar una vivienda digna que tenga, como características, su construcción sólida y barata; los materiales locales deben ser la base de esa obra.
Haití y la comunidad internacional que cree en la capacidad de los pueblos, deben oponerse a la reinstalación de los hacinamientos. Más de dos tercios de la población vive en las ciudades, principalmente en Puerto Príncipe donde se concentran 2,25 de los 8 millones de personas que habitan el país. Es cierto que, toda Nuestra América registra datos similares, ya sea México o Brasil, como Bolivia o El Salvador. El caso es que, en Haití, la pobreza en la ciudad se agudizó extremadamente. El hacinamiento facilitó la explotación inhumana de las personas. La vida en Puerto Príncipe se hizo insostenible. Hoy, sólo hay luto. Hay hambre. Miseria luego del terremoto. Transitan tanques de guerra, camiones blindados. Vigilan helicópteros. Se sobrevive hoy. Talvez mañana amanezca la muerte solamente.
De esa desgracia, de esa profunda desgracia, saquemos la fuerza de ese pueblo para reconstruirse. Hay que lograr que, las familias haitianas se reencuentren con el campo. Que siembren su alimento. Que construyan su vivienda allí, donde está el agua y está el cultivo. No permitamos que, una vez más, los encierren en ghettos.
La Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) tiene este desafío. Podemos mostrarle al mundo que la reconstrucción es posible y que el resultado será un futuro mejor en el que podamos vivir bien.
- Antonio Peredo Leigue es periodista, senador del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia.
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