jueves, 25 de febrero de 2010

Pepe Lobo y los militares: ser o no ser

Alainet

Por Víctor Manuel Ramos

Una de las tareas prioritarias para poder superar los efectos nocivos dejados a la sociedad hondureña por el golpe de Estado, perpetrado el pasado 28 de junio, es la de desmilitarizar el país, de retornar a los uniformados a los cuarteles bajo la subordinación del poder civil y con el mandato de que se atengan a lo que dispone la Constitución, de tal suerte que sean apolíticos obedientes y no deliberantes. La circunstancia es propicia para Lobo, si es que quiere ejercer el mando del país con plena autoridad y sin tutelas ni amenazas de que: o hace lo que le dicen o se le da golpe de Estado.

Tiene ahora en sus manos, el señor Loso Sosa, la obligación de nombrar al nuevo Ministro de Defensa, quien desde que el Presidente Carlos Roberto Reina subordinó a los militares y les quitó la autonomía ha sido siempre un civil,  de renovar la junta de Comandantes del Ejército Nacional y de sustituir al Jefe del Estado Mayor Conjunto, sindicados, todos ellos, por el Ministerio Público, como responsables de haber roto el orden constitucional al derrocar y exiliar al Presidente Zelaya. Y con el cumplimiento de esta tarea, los hondureños y la comunidad internacional podremos enterarnos de quien realmente manda en Honduras: los militares o el señor Loso Sosa.

Para Lobo se presenta una coyuntura excepcional. Los militares han sido acusados por la Fiscalía y al mismo tiempo, tengo entendido, existen fuertes presiones internacionales, sobre todo las provenientes de Los Estados Unidos, para que los militares que participaron en el golpe sean retirados de sus posiciones de mando y enviados a retiro.  Por otra parte, la Resistencia Nacional Contra el Golpe de Estado, que es por ahora la mayor fuerza política organizada en el país, repudia igualmente a la cúpula militar por su comportamiento en contra de los intereses del pueblo, por ser responsables directos del golpe de Estado, por reprimir al pueblo, por atentar en contra de los medios de comunicación, por haber montado un clima de terror y de persecución en contra de quienes disienten de la situación política actual y por estar sindicados como responsables de  los asesinatos en contra de más de un centenar de ciudadanos hondureños militantes de le Resistencia,  de múltiples violaciones de los derechos humanos, de detenciones y encarcelamientos ilegales, de violaciones a mujeres, de represión en contra del pueblo cuando se manifestaba pacíficamente en las calles y de algunos actos de corrupción que aún no se atreve a investigar la Fiscalía. Es decir, los militares en las mismas andadas que en la década de los 80.

En otras palabras, los militares están, en este momento, en una de sus peores etapas, están en crisis. Alicaídos. Han perdido la credibilidad por parte del pueblo y el poco cariño y respeto que se les tenía. Y la comunidad internacional los señala como los responsables directos de los trágicos acontecimientos que han ocurrido en Honduras desde junio pasado. Los hondureños resienten que se sostenga, con sus tributos, que se pagan con grandes dificultades por la crisis que azota al país, a un ejército que se ha ensañado en contra del pueblo, al que ha convertido en su verdadero enemigo.

Por eso y porque incluso es un clamor popular de que el Ejército debe desaparecer y que sus instalaciones y presupuesto se deben utilizar para fortalecer las acciones educativas y de salud, es que Lobo Sosa está  en el mejor momento para hacer que los militares sean, lo que la Constitución manda, un organismo del Estado (entiéndase del pueblo) al servicio de las grandes causas nacionales, sobre todo la seguridad nacional y la de todos los hondureños, sin importar cuál es su pensamiento político. Si Lobo Sosa actúa con firmeza y decisión, habrá salvado a Honduras de la pesadilla del militarismo y habrá salvado sus gestión, de tal manera que podrá actuar con independencia, con firmeza y en base a su ideas programáticas, sin que tenga la amenaza de una espada de Damocles por parte de los militares que podrían aplicarle de nuevo la receta del golpe de Estado que aplicaron al Presidente Zelaya, si no accede a los reclamos de los comandantes o de los oligarcas que utilizan al ejército para proteger sus canonjías sin importar la miseria del pueblo.

La salvación del país y la reinserción de Honduras en el concierto de los países del mundo requiere de acciones firmes que desvanezcan por completo toda huella del fatídico golpe de Estado militar. Actuar en consonancia con esos objetivos es trascendental para Honduras y su pueblo. NO hacerlo es ir en contra vía, con la opción de un encontronazo violento con un pueblo cansado de que le roben la esperanza y de tanta mentira y latrocinio.

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