sábado, 20 de febrero de 2010
Haití. "buenismo" y responsabilidad
Rebelión
Por Carlos Martín Tornero
En mayo de 2008 un terremoto de magnitud 7 sacudió la región japonesa de Kanto. Entonces no hubo recuento de cadáveres. Las consecuencias fueron 6 heridos leves en Tokio al caerles algún mueble o estantería encima y daños materiales de escasa entidad. El terremoto que el 12 de enero de 2010 asoló Haití era de la misma magnitud pero ha dejado más de 200.000 muertos, al menos 250.000 heridos y como mínimo 1 millón de personas sin hogar.
En cuanto a los daños materiales, el país ha quedado sumido en el caos, imposibilitando la distribución de ayuda humanitaria. Los resultados son elocuentes cuando se compara a una de las potencias económicas mundiales con el país más pobre de América. Un terremoto es una catástrofe, un suceso nefasto difícil de prever, sin embargo, encabezar la lista de países con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) más bajo del mundo no es fruto del azar.
El terremoto de Haití comienza con sus 200 años de turbulenta historia. De esquilmada ex-colonia hispano-francesa en el siglo XIX, pasa a ser territorio saqueado militarmente por EEUU en la primera mitad del XX y posteriormente gobierno títere del "backyard" norteamericano (hay 600 millas de distancia entre ambos países).
Durante casi 30 años (1957-1986) Haití sufrió la dictadura y el régimen de terror de los Duvalier, bendición y patrocinio de EEUU incluidos. Hay que esperar hasta 1990 para que el primer presidente sea elegido democráticamente. Jean-Bertrand Aristide fue primero restaurado y luego depuesto con una intervención decisiva de EEUU en 1994 y 2004 respectivamente. Autoridades e Instituciones poco sospechosas de antiamericanismo como el CARICOM (el equivalente a las antiguas Comunidades Europeas en el Caribe) y el presidente de Jamaica alzaron sus voces contra esa ilegítima intromisión en un gobierno elegido democráticamente pero que empezaba a coquetear con políticas de izquierda, siempre mal vistas en el patio trasero de Norteamérica.
Teniendo en cuenta la hoja de servicios de EEUU, habrá que examinar la presencia de sus tropas en Haití. El sociólogo norteamericano James Patras ya ha alertado de que con la excusa de la intervención humanitaria su país puede estar buscando más bien el establecimiento de bases militares.
No sabemos si sobre Haití pesa alguna maldición, como apuntó Sarkozy, pero está claro que acumula una historia de abusos, injusticia e injerencias externas más atribuibles a la obra del hombre que a la del vudú. Tampoco sabemos cuánto durará la cobertura informativa sobre esta tragedia. Más pronto que tarde los medios olvidarán a Haití como a un juguete roto, dejando a un lado -como siempre- el análisis, las causas y las consecuencias. Cuando hayan exprimido todas las noticias de impacto, todas las sangrientas "breaking news" buscarán las audiencias en otros hechos noticiosos más rentables para sus cuentas de resultados.
Entretanto, en España sacamos pecho, porque aunque no estemos en el G-8 somos más solidarios que los países de ese grupo a la hora de hacer aportaciones cuando se produce una catástrofe humanitaria. Eso nos honra pero más efectivo que hacer donativos sería apoyar iniciativas como la del Consejo Local de Solidaridad del Ayuntamiento de Siero (Asturias). Este órgano de participación ciudadana aprobó una moción por la cual instará al Gobierno a condonar inmediatamente la deuda externa que España reclama a Haití. Considerando que se trata de 30 millones de euros de deuda frente a 3 millones de euros de ayuda humanitaria, parece la única solución en la que no nos traicionamos a nosotros mismos.
En mayo de 2008 un terremoto de magnitud 7 sacudió la región japonesa de Kanto. Entonces no hubo recuento de cadáveres. Las consecuencias fueron 6 heridos leves en Tokio al caerles algún mueble o estantería encima y daños materiales de escasa entidad. El terremoto que el 12 de enero de 2010 asoló Haití era de la misma magnitud pero ha dejado más de 200.000 muertos, al menos 250.000 heridos y como mínimo 1 millón de personas sin hogar.
En cuanto a los daños materiales, el país ha quedado sumido en el caos, imposibilitando la distribución de ayuda humanitaria. Los resultados son elocuentes cuando se compara a una de las potencias económicas mundiales con el país más pobre de América. Un terremoto es una catástrofe, un suceso nefasto difícil de prever, sin embargo, encabezar la lista de países con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) más bajo del mundo no es fruto del azar.
El terremoto de Haití comienza con sus 200 años de turbulenta historia. De esquilmada ex-colonia hispano-francesa en el siglo XIX, pasa a ser territorio saqueado militarmente por EEUU en la primera mitad del XX y posteriormente gobierno títere del "backyard" norteamericano (hay 600 millas de distancia entre ambos países).
Durante casi 30 años (1957-1986) Haití sufrió la dictadura y el régimen de terror de los Duvalier, bendición y patrocinio de EEUU incluidos. Hay que esperar hasta 1990 para que el primer presidente sea elegido democráticamente. Jean-Bertrand Aristide fue primero restaurado y luego depuesto con una intervención decisiva de EEUU en 1994 y 2004 respectivamente. Autoridades e Instituciones poco sospechosas de antiamericanismo como el CARICOM (el equivalente a las antiguas Comunidades Europeas en el Caribe) y el presidente de Jamaica alzaron sus voces contra esa ilegítima intromisión en un gobierno elegido democráticamente pero que empezaba a coquetear con políticas de izquierda, siempre mal vistas en el patio trasero de Norteamérica.
Teniendo en cuenta la hoja de servicios de EEUU, habrá que examinar la presencia de sus tropas en Haití. El sociólogo norteamericano James Petras ya ha alertado de que con la excusa de la intervención humanitaria su país puede estar buscando más bien el establecimiento de bases militares.
No sabemos si sobre Haití pesa alguna maldición, como apuntó Sarkozy, pero está claro que acumula una historia de abusos, injusticia e injerencias externas más atribuibles a la obra del hombre que a la del vudú. Tampoco sabemos cuánto durará la cobertura informativa sobre esta tragedia. Más pronto que tarde los medios olvidarán a Haití como a un juguete roto, dejando a un lado -como siempre- el análisis, las causas y las consecuencias. Cuando hayan exprimido todas las noticias de impacto, todas las sangrientas "breaking news" buscarán las audiencias en otros hechos noticiosos más rentables para sus cuentas de resultados.
Entretanto, en España sacamos pecho, porque aunque no estemos en el G-8 somos más solidarios que los países de ese grupo a la hora de hacer aportaciones cuando se produce una catástrofe humanitaria. Eso nos honra pero más efectivo que hacer donativos sería apoyar iniciativas como la del Consejo Local de Solidaridad del Ayuntamiento de Siero (Asturias). Este órgano de participación ciudadana aprobó una moción por la cual instará al Gobierno a condonar inmediatamente la deuda externa que España reclama a Haití. Considerando que se trata de 30 millones de euros de deuda frente a 3 millones de euros de ayuda humanitaria, parece la única solución en la que no nos traicionamos a nosotros mismos.
Por Carlos Martín Tornero
En mayo de 2008 un terremoto de magnitud 7 sacudió la región japonesa de Kanto. Entonces no hubo recuento de cadáveres. Las consecuencias fueron 6 heridos leves en Tokio al caerles algún mueble o estantería encima y daños materiales de escasa entidad. El terremoto que el 12 de enero de 2010 asoló Haití era de la misma magnitud pero ha dejado más de 200.000 muertos, al menos 250.000 heridos y como mínimo 1 millón de personas sin hogar.
En cuanto a los daños materiales, el país ha quedado sumido en el caos, imposibilitando la distribución de ayuda humanitaria. Los resultados son elocuentes cuando se compara a una de las potencias económicas mundiales con el país más pobre de América. Un terremoto es una catástrofe, un suceso nefasto difícil de prever, sin embargo, encabezar la lista de países con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) más bajo del mundo no es fruto del azar.
El terremoto de Haití comienza con sus 200 años de turbulenta historia. De esquilmada ex-colonia hispano-francesa en el siglo XIX, pasa a ser territorio saqueado militarmente por EEUU en la primera mitad del XX y posteriormente gobierno títere del "backyard" norteamericano (hay 600 millas de distancia entre ambos países).
Durante casi 30 años (1957-1986) Haití sufrió la dictadura y el régimen de terror de los Duvalier, bendición y patrocinio de EEUU incluidos. Hay que esperar hasta 1990 para que el primer presidente sea elegido democráticamente. Jean-Bertrand Aristide fue primero restaurado y luego depuesto con una intervención decisiva de EEUU en 1994 y 2004 respectivamente. Autoridades e Instituciones poco sospechosas de antiamericanismo como el CARICOM (el equivalente a las antiguas Comunidades Europeas en el Caribe) y el presidente de Jamaica alzaron sus voces contra esa ilegítima intromisión en un gobierno elegido democráticamente pero que empezaba a coquetear con políticas de izquierda, siempre mal vistas en el patio trasero de Norteamérica.
Teniendo en cuenta la hoja de servicios de EEUU, habrá que examinar la presencia de sus tropas en Haití. El sociólogo norteamericano James Patras ya ha alertado de que con la excusa de la intervención humanitaria su país puede estar buscando más bien el establecimiento de bases militares.
No sabemos si sobre Haití pesa alguna maldición, como apuntó Sarkozy, pero está claro que acumula una historia de abusos, injusticia e injerencias externas más atribuibles a la obra del hombre que a la del vudú. Tampoco sabemos cuánto durará la cobertura informativa sobre esta tragedia. Más pronto que tarde los medios olvidarán a Haití como a un juguete roto, dejando a un lado -como siempre- el análisis, las causas y las consecuencias. Cuando hayan exprimido todas las noticias de impacto, todas las sangrientas "breaking news" buscarán las audiencias en otros hechos noticiosos más rentables para sus cuentas de resultados.
Entretanto, en España sacamos pecho, porque aunque no estemos en el G-8 somos más solidarios que los países de ese grupo a la hora de hacer aportaciones cuando se produce una catástrofe humanitaria. Eso nos honra pero más efectivo que hacer donativos sería apoyar iniciativas como la del Consejo Local de Solidaridad del Ayuntamiento de Siero (Asturias). Este órgano de participación ciudadana aprobó una moción por la cual instará al Gobierno a condonar inmediatamente la deuda externa que España reclama a Haití. Considerando que se trata de 30 millones de euros de deuda frente a 3 millones de euros de ayuda humanitaria, parece la única solución en la que no nos traicionamos a nosotros mismos.
En mayo de 2008 un terremoto de magnitud 7 sacudió la región japonesa de Kanto. Entonces no hubo recuento de cadáveres. Las consecuencias fueron 6 heridos leves en Tokio al caerles algún mueble o estantería encima y daños materiales de escasa entidad. El terremoto que el 12 de enero de 2010 asoló Haití era de la misma magnitud pero ha dejado más de 200.000 muertos, al menos 250.000 heridos y como mínimo 1 millón de personas sin hogar.
En cuanto a los daños materiales, el país ha quedado sumido en el caos, imposibilitando la distribución de ayuda humanitaria. Los resultados son elocuentes cuando se compara a una de las potencias económicas mundiales con el país más pobre de América. Un terremoto es una catástrofe, un suceso nefasto difícil de prever, sin embargo, encabezar la lista de países con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) más bajo del mundo no es fruto del azar.
El terremoto de Haití comienza con sus 200 años de turbulenta historia. De esquilmada ex-colonia hispano-francesa en el siglo XIX, pasa a ser territorio saqueado militarmente por EEUU en la primera mitad del XX y posteriormente gobierno títere del "backyard" norteamericano (hay 600 millas de distancia entre ambos países).
Durante casi 30 años (1957-1986) Haití sufrió la dictadura y el régimen de terror de los Duvalier, bendición y patrocinio de EEUU incluidos. Hay que esperar hasta 1990 para que el primer presidente sea elegido democráticamente. Jean-Bertrand Aristide fue primero restaurado y luego depuesto con una intervención decisiva de EEUU en 1994 y 2004 respectivamente. Autoridades e Instituciones poco sospechosas de antiamericanismo como el CARICOM (el equivalente a las antiguas Comunidades Europeas en el Caribe) y el presidente de Jamaica alzaron sus voces contra esa ilegítima intromisión en un gobierno elegido democráticamente pero que empezaba a coquetear con políticas de izquierda, siempre mal vistas en el patio trasero de Norteamérica.
Teniendo en cuenta la hoja de servicios de EEUU, habrá que examinar la presencia de sus tropas en Haití. El sociólogo norteamericano James Petras ya ha alertado de que con la excusa de la intervención humanitaria su país puede estar buscando más bien el establecimiento de bases militares.
No sabemos si sobre Haití pesa alguna maldición, como apuntó Sarkozy, pero está claro que acumula una historia de abusos, injusticia e injerencias externas más atribuibles a la obra del hombre que a la del vudú. Tampoco sabemos cuánto durará la cobertura informativa sobre esta tragedia. Más pronto que tarde los medios olvidarán a Haití como a un juguete roto, dejando a un lado -como siempre- el análisis, las causas y las consecuencias. Cuando hayan exprimido todas las noticias de impacto, todas las sangrientas "breaking news" buscarán las audiencias en otros hechos noticiosos más rentables para sus cuentas de resultados.
Entretanto, en España sacamos pecho, porque aunque no estemos en el G-8 somos más solidarios que los países de ese grupo a la hora de hacer aportaciones cuando se produce una catástrofe humanitaria. Eso nos honra pero más efectivo que hacer donativos sería apoyar iniciativas como la del Consejo Local de Solidaridad del Ayuntamiento de Siero (Asturias). Este órgano de participación ciudadana aprobó una moción por la cual instará al Gobierno a condonar inmediatamente la deuda externa que España reclama a Haití. Considerando que se trata de 30 millones de euros de deuda frente a 3 millones de euros de ayuda humanitaria, parece la única solución en la que no nos traicionamos a nosotros mismos.
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