martes, 12 de enero de 2010
Crisis hegemónica de un empresariado inculto, voraz y succionador del Estado
El Heraldo
Por Julio Escoto
Antonio Gramsci, brillante teórico del mundo moderno, llama crisis de las hegemonías al momento en que, en lo histórico, se rompe el equilibrio que haya entre dominantes y dominados, quienes representan energías antagónicas. A lo largo del tiempo los grupos de elite acaban forjando un pacto de agresión limitada con las fuerzas dominadas (subalternas) y cuyo producto inmediato es que estas conceden en principio no protestar ni rebelarse con violencia, mientras que aquellas -dirigentes- buscan suavizar (disimular) los modos de explotación, de forma que luzcan naturales y prácticamente inconscientes. Es así como nos orillan a tornarnos consumistas (manera de explotación) a la vez que nosotros (sujetos) no pasamos de rumiar y protestar en voz baja. Ese, llamémosle "equilibrio", puede durar mil años hasta que un acontecimiento particular (brote de conciencia política, exceso del método expoliador) hace a la gente rebelarse y subvertirse buscando reformar e incluso sustituir al sistema, ya sea porque surgen nuevas necesidades coyunturales o sólidas ideologías de cambio, o porque el esclavo se da cuenta de que es (ocultamente) esclavo y requiere pasar a subsiguientes y mayores estadios de independencia. Así es como apareció la cuarta urna.
Esta proponía alterar el pacto y las clases pudientes se sintieron amenazadas, máxime tras toda la retórica gratuita que la acompañaba acerca de un socialismo siglo XXI que hasta hoy no existe ni como teoría ni realización en ningún sitio del orbe. Los únicos espacios donde operan sistemas socialistas completos son China -curiosa combinación de gobierno marxista con metodología industrial capitalista- y las naciones de Europa, particularmente las que lograron ascender del reformismo socialdemócrata a escalas superiores de dignidad y bienestar humanos. Ejemplo los países nórdicos, Bélgica, Holanda, que son sociedades (incluso bajo monarquías) donde fue erradicada la pobreza, donde el ciudadano goza de amplios beneficios estatales, hay libertades, propiedad privada, instituciones públicas y seguridad social. No son perfectos, lógico, pero en vez de enmarañarse discutiendo doctrinas políticas le entran de plano al cambio y lo ejecutan.
Es decir que en cierto instante de su vida política se forjó allí un pacto donde la empresa privada -conducida por gerentes con cultura- asumió su importantísima responsabilidad de contribución social, y donde gobierno y Estado cumplieron su papel de generadores de bienestar colectivo sin exclusión. En Honduras -y en términos generales- el empresariado es inculto y voraz, succionador del Estado y dispuesto a romper las reglas en su terrible afán de lucro, siendo por ende proclive a corrupción. El joven administrador trata, frecuentemente, de hacerse millonario en pocos años, meta que a sus antepasados les llevaba una generación.
Y de allí que para sostener ese tren de vida parte de la burguesía económica y la clase oligárquica toda se resistan al mínimo cambio, a la justicia y la equidad, a pagar mejores impuestos y salarios, siendo su afán extraer plusvalía absoluta de la mano de obra, trampear y acumular. Imponen, pues, una hegemonía que vigilan celosas pero en algún instante surgen modernas propuestas de transformación y en el conflicto de intereses estalla una crisis. Entre más brutos e incultos sean los actores de esa crisis más violentas serán las medidas con que procurarán solucionarla, con un golpe de Estado por ejemplo.
Generalizo, cierto, pero recuerden que este es un artículo periodístico. Lo interesante es coincidir con Gramsci en que los antagonismos sociales se resuelven de algún modo, jamás permanecen estáticos, y que en ese interregno, cito, "muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo". Qué de lo viejo perece depende de su obstinación y resistencia a evolucionar; lo nuevo depende del conocimiento y fuerza políticos que adquiera la población subalterna; es inevitable. Así que, sencillo, lo que vivimos será superado en cierto momento y la esperanza es que sea para lo mejor. Y como los pueblos solo saben crecer, no hundirse, sin duda así será.
Por Julio Escoto
Antonio Gramsci, brillante teórico del mundo moderno, llama crisis de las hegemonías al momento en que, en lo histórico, se rompe el equilibrio que haya entre dominantes y dominados, quienes representan energías antagónicas. A lo largo del tiempo los grupos de elite acaban forjando un pacto de agresión limitada con las fuerzas dominadas (subalternas) y cuyo producto inmediato es que estas conceden en principio no protestar ni rebelarse con violencia, mientras que aquellas -dirigentes- buscan suavizar (disimular) los modos de explotación, de forma que luzcan naturales y prácticamente inconscientes. Es así como nos orillan a tornarnos consumistas (manera de explotación) a la vez que nosotros (sujetos) no pasamos de rumiar y protestar en voz baja. Ese, llamémosle "equilibrio", puede durar mil años hasta que un acontecimiento particular (brote de conciencia política, exceso del método expoliador) hace a la gente rebelarse y subvertirse buscando reformar e incluso sustituir al sistema, ya sea porque surgen nuevas necesidades coyunturales o sólidas ideologías de cambio, o porque el esclavo se da cuenta de que es (ocultamente) esclavo y requiere pasar a subsiguientes y mayores estadios de independencia. Así es como apareció la cuarta urna.
Esta proponía alterar el pacto y las clases pudientes se sintieron amenazadas, máxime tras toda la retórica gratuita que la acompañaba acerca de un socialismo siglo XXI que hasta hoy no existe ni como teoría ni realización en ningún sitio del orbe. Los únicos espacios donde operan sistemas socialistas completos son China -curiosa combinación de gobierno marxista con metodología industrial capitalista- y las naciones de Europa, particularmente las que lograron ascender del reformismo socialdemócrata a escalas superiores de dignidad y bienestar humanos. Ejemplo los países nórdicos, Bélgica, Holanda, que son sociedades (incluso bajo monarquías) donde fue erradicada la pobreza, donde el ciudadano goza de amplios beneficios estatales, hay libertades, propiedad privada, instituciones públicas y seguridad social. No son perfectos, lógico, pero en vez de enmarañarse discutiendo doctrinas políticas le entran de plano al cambio y lo ejecutan.
Es decir que en cierto instante de su vida política se forjó allí un pacto donde la empresa privada -conducida por gerentes con cultura- asumió su importantísima responsabilidad de contribución social, y donde gobierno y Estado cumplieron su papel de generadores de bienestar colectivo sin exclusión. En Honduras -y en términos generales- el empresariado es inculto y voraz, succionador del Estado y dispuesto a romper las reglas en su terrible afán de lucro, siendo por ende proclive a corrupción. El joven administrador trata, frecuentemente, de hacerse millonario en pocos años, meta que a sus antepasados les llevaba una generación.
Y de allí que para sostener ese tren de vida parte de la burguesía económica y la clase oligárquica toda se resistan al mínimo cambio, a la justicia y la equidad, a pagar mejores impuestos y salarios, siendo su afán extraer plusvalía absoluta de la mano de obra, trampear y acumular. Imponen, pues, una hegemonía que vigilan celosas pero en algún instante surgen modernas propuestas de transformación y en el conflicto de intereses estalla una crisis. Entre más brutos e incultos sean los actores de esa crisis más violentas serán las medidas con que procurarán solucionarla, con un golpe de Estado por ejemplo.
Generalizo, cierto, pero recuerden que este es un artículo periodístico. Lo interesante es coincidir con Gramsci en que los antagonismos sociales se resuelven de algún modo, jamás permanecen estáticos, y que en ese interregno, cito, "muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo". Qué de lo viejo perece depende de su obstinación y resistencia a evolucionar; lo nuevo depende del conocimiento y fuerza políticos que adquiera la población subalterna; es inevitable. Así que, sencillo, lo que vivimos será superado en cierto momento y la esperanza es que sea para lo mejor. Y como los pueblos solo saben crecer, no hundirse, sin duda así será.
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