jueves, 21 de enero de 2010
Con el golpe en Honduras, América latina perdió la fe de un cambio de EE.UU.
Clarín
Por Ana Baron
Al cumplirse un año de su llegada a la Casa Blanca, la gran esperanza que generó en nuestra región el triunfo electoral del presidente Barack Obama se ha evaporado. Si bien la popularidad personal de Obama sigue siendo alta, la de sus políticas hacia nuestra región ha caído rápidamente. ¿Qué pasó?
Dejando de lado la rápida respuesta humanitaria y militar en Haití (cuyo resultados serán evaluados a largo plazo), la percepción generalizada es que el cambio que prometió Obama durante su campaña electoral no tuvo lugar; que la política de su gobierno para América latina siguió atrapada en las garras de la política doméstica; y que, cuando los intereses de EE.UU. estuvieron en juego, siguió prevaleciendo el accionar unilateral de Washington por sobre el diálogo multilateral en la OEA.
Hoy estamos muy lejos de aquella nueva era que anunciaron la gran mayoría de los observadores que asistieron a la Cumbre de las Américas en Trinidad Tobago, en abril del 2009.
En aquella reunión, Obama fue recibido como si fuera Jesuscristo Superstar. Todos los presidentes querían sacarse una foto con él y tener aunque más no sea unos minutos a solas con el primer presidente afronorteamericano de la historia de Estados Unidos.
Muy pronto, sin embargo, comenzaron los problemas. Durante la Asamblea General de la OEA, que tuvo lugar en San Pedro de Sula, Honduras, en junio, hubo un fuerte debate a favor de derogar la sanción por la cual se había expulsado a Cuba de esa institución en 1962. Si bien Washington apoyó la derogación se opuso a que Cuba reingresase a la OEA hasta tanto no adoptase un régimen político democrático. Venezuela y los países del ALBA se resistieron hasta último momento pero al final la resolución fue adoptada por consenso.
La concesión de EE.UU. con respecto a este tema puso en estado de alerta a las fuerzas conservadoras en el Congreso de EE.UU. quienes tuvieron un rol muy activo durante la crisis provocada por el golpe de Estado que derrocó al presidente hondureño Manuel Zelaya, el 28 de junio.
Si bien inicialmente el Departamento de Estado se sumó a la condena unánime contra el golpe y pidió la restitución de Zelaya, el gobierno de Obama terminó avalando las elecciones de noviembre que culminaron con el triunfo de Porfirio Lobo.
Un alto funcionario norteamericano aseguró a esta corresponsal que EE.UU. no tenía otra alternativa que avalar los comicios por la cantidad de intereses que tiene en juego en Honduras. Sin embargo, hoy prevalece la idea de que el gobierno de Obama cedió a las presiones internas de la derecha conservadora que no sólo había bloqueado la nominación del nuevo subsecretario para Asuntos Hemisféricos, Arturo Valenzuela, sino también la del nuevo embajador estadounidense en Brasil, Tom Shannon.
En cuanto el Departamento de Estado anunció que iba a reconocer el resultado de las elecciones, el senador De Mint levantó inmediatamente este doble bloqueo.
La crisis de Honduras puso en evidencia las dificultades que tiene EE.UU. para trabajar multilateralmente en la región cuando hay temas domésticos en juego. El ejemplo histórico es el embargo impuesto contra Cuba. Toda la región tenía la esperanza de que Obama intentaría al menos levantarlo gradualmente, pero al igual que su predecesor, George Bush, dijo que no lo hará hasta que el gobierno cubano adhiera a la reglas del juego democrático.
Más aún, la gran mayoría de los países latinoamericanos condenó el acuerdo sobre las bases militares que Washington firmó con Bogotá sin informar a nadie, ni siquiera a Brasil. Esto molestó profundamente a Lula quien, poco después. recibió al presidente iraní. Mahmoud Ahmadinejad, en Brasilia y se pronunció a favor de la compra de aviones cazas franceses en detrimento de los estadounidenses.
Así la cosas, a un año de su llegada a la Casa Blanca, el brillo que tenía Obama en la región se ha opacado. Falta saber si este año logrará recuperarlo.
Por Ana Baron
Al cumplirse un año de su llegada a la Casa Blanca, la gran esperanza que generó en nuestra región el triunfo electoral del presidente Barack Obama se ha evaporado. Si bien la popularidad personal de Obama sigue siendo alta, la de sus políticas hacia nuestra región ha caído rápidamente. ¿Qué pasó?
Dejando de lado la rápida respuesta humanitaria y militar en Haití (cuyo resultados serán evaluados a largo plazo), la percepción generalizada es que el cambio que prometió Obama durante su campaña electoral no tuvo lugar; que la política de su gobierno para América latina siguió atrapada en las garras de la política doméstica; y que, cuando los intereses de EE.UU. estuvieron en juego, siguió prevaleciendo el accionar unilateral de Washington por sobre el diálogo multilateral en la OEA.
Hoy estamos muy lejos de aquella nueva era que anunciaron la gran mayoría de los observadores que asistieron a la Cumbre de las Américas en Trinidad Tobago, en abril del 2009.
En aquella reunión, Obama fue recibido como si fuera Jesuscristo Superstar. Todos los presidentes querían sacarse una foto con él y tener aunque más no sea unos minutos a solas con el primer presidente afronorteamericano de la historia de Estados Unidos.
Muy pronto, sin embargo, comenzaron los problemas. Durante la Asamblea General de la OEA, que tuvo lugar en San Pedro de Sula, Honduras, en junio, hubo un fuerte debate a favor de derogar la sanción por la cual se había expulsado a Cuba de esa institución en 1962. Si bien Washington apoyó la derogación se opuso a que Cuba reingresase a la OEA hasta tanto no adoptase un régimen político democrático. Venezuela y los países del ALBA se resistieron hasta último momento pero al final la resolución fue adoptada por consenso.
La concesión de EE.UU. con respecto a este tema puso en estado de alerta a las fuerzas conservadoras en el Congreso de EE.UU. quienes tuvieron un rol muy activo durante la crisis provocada por el golpe de Estado que derrocó al presidente hondureño Manuel Zelaya, el 28 de junio.
Si bien inicialmente el Departamento de Estado se sumó a la condena unánime contra el golpe y pidió la restitución de Zelaya, el gobierno de Obama terminó avalando las elecciones de noviembre que culminaron con el triunfo de Porfirio Lobo.
Un alto funcionario norteamericano aseguró a esta corresponsal que EE.UU. no tenía otra alternativa que avalar los comicios por la cantidad de intereses que tiene en juego en Honduras. Sin embargo, hoy prevalece la idea de que el gobierno de Obama cedió a las presiones internas de la derecha conservadora que no sólo había bloqueado la nominación del nuevo subsecretario para Asuntos Hemisféricos, Arturo Valenzuela, sino también la del nuevo embajador estadounidense en Brasil, Tom Shannon.
En cuanto el Departamento de Estado anunció que iba a reconocer el resultado de las elecciones, el senador De Mint levantó inmediatamente este doble bloqueo.
La crisis de Honduras puso en evidencia las dificultades que tiene EE.UU. para trabajar multilateralmente en la región cuando hay temas domésticos en juego. El ejemplo histórico es el embargo impuesto contra Cuba. Toda la región tenía la esperanza de que Obama intentaría al menos levantarlo gradualmente, pero al igual que su predecesor, George Bush, dijo que no lo hará hasta que el gobierno cubano adhiera a la reglas del juego democrático.
Más aún, la gran mayoría de los países latinoamericanos condenó el acuerdo sobre las bases militares que Washington firmó con Bogotá sin informar a nadie, ni siquiera a Brasil. Esto molestó profundamente a Lula quien, poco después. recibió al presidente iraní. Mahmoud Ahmadinejad, en Brasilia y se pronunció a favor de la compra de aviones cazas franceses en detrimento de los estadounidenses.
Así la cosas, a un año de su llegada a la Casa Blanca, el brillo que tenía Obama en la región se ha opacado. Falta saber si este año logrará recuperarlo.
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