Por Aram Aharonian
Un padre y su hija despiden a Maradona en el Obelisco, Buenos Aires. Foto de Ronaldo Schemidt/AFP/Getty Images.
Mientras su féretro salía hacia el cementerio en la tarde del jueves, resonaba en las calles el canto del pueblo: “Maradooo…”.
Fue un pueblo en las calles, a pesar de la pandemia, que despidió el jueves 26 de noviembre al mayor ídolo argentino de lo que va del milenio, un futbolista que con su zurda mágica puso a la Argentina nuevamente en la geografía mundial. Lo velaron en la misma Casa Rosada, la de Gobierno.
Diego ya era un mito cuando vivía, por eso no puede extrañar la despedida que le brindó el pueblo, ante el ceño fruncido de la burguesía, que temía que como en 1945, los “negros” se lavaran “las patas” en las fuentes de la ciudad para rendir su tributo al negro drogadicto que no pudo contra su fracaso existencial y, como dice Eduardo Aliverti, lo apuntan como el máximo de los pésimos ejemplos para la juventud.
Fue, como Evita Perón, un singular abanderado de los humildes y muestrario andante de las exuberancias, contradicciones, picardías, desobediencias, genialidades, y también de las miserias argentinas, y algunas conductas misóginas y machistas. Casi todos los que lo acompañaron en sus círculos cercanos, lo utilizaron, estafaron y lo fueron matando.
Cuando todo hacía prever que la despedida se realizaría, como es habitual con los íconos culturales (desde Perón a Mercedes Sosa, por ejemplo), en el Congreso Nacional, el presidente Alberto Fernández se hizo dueño del espectáculo, impidiendo que la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, pudiera capitalizar el acto y el nombre de Maradona.
Obviamente la burguesía argentina, que odia todo lo que tenga tufo de popular, le endilga todos los males. Sobre todo, haber dilapido una fortuna, que se ganó gambeteando, finteando, bicicleteando, rematando y goleando, y no apoderándose del dinero de todos los argentinos, ni asaltando el erario público.
Revolucionario dentro y fuera de la cancha. Defensor de las causas justas. Enemigo de las injusticias sociales. Capitán de los que menos tienen. Jugador de las canchas en las que lo que se patea es miseria. Amigo de muchos y muchas. Soñador de la Patria Grande. Diego Armando Maradona, el comandante de toda una región, señalan Tomás Franch y Nicolás Retamar (1).
Ahora, empezó un nuevo capítulo de esta larga telenovela, el interminable episodio de todos los que lo conocieron, tocaron, hablaron, recibieron una foto o un autógrafo o inventaron alguna anécdota con él. Eso no solo pasa en Argentina, sino también en Barcelona y sobre todo en Nápoles, una ciudad que “resucitó” y le puso freno a la prepotencia nórdica, con la presencia del astro argentino.
No, no entrevisté a Diego
Los desilusiono, me crucé dos veces con él: una en el centro de prensa del Mundial de 1986 y otro cuando “el gordito” pasó delante de mí en un carrito de golf en La Habana, sin siquiera apercibirse que lo estaba buscando. Era su primera resucitación.
La primera vez que lo vi jugar fue en la cancha de River Plate, un año después (1979) que la selección argentina (sin él) ganara la copa mundial. Eran épocas lúgubres, de dictadura, represión, compañeros desaparecidos y muertos. La segunda vez lo vi brillar en el estadio Azteca de México, contra Bélgica y Alemania Federal (tres años antes de la caída del Muro de Berlín).
No, no vi el partido contra Inglaterra. Estaba en el avión de regreso de Monterrey, donde cubría la serie del mundial que se jugaba allí. Y en el avión los pilotos nos informaron del triunfo argentino, ante la exasperación de los colegas británicos que compartían la aeronave. Allí comenzamos los festejos, mientras nacía el mito del gol de la mano de Dios, hecho por un “enanito” que saltó más alto que Peter Shilton.
Nos sorprendió entonces una crítica del exentrenador argentino César Menotti; “Maradona ha perdido su identidad desde hace tiempo y cada vez va peor (…) Si Maradona deja de vivir como un barrilete, que si voy o no voy, puede ser la figura del Mundial”. La frase de “barrilete” se viralizó pocos días después, cuando el narrador uruguayo Víctor Hugo Morales gritó un gol de Maradona el 22 de junio de 1986 en la victoria de Argentina por 2-1 frente a la selección de Inglaterra.
Fue la mejor jugada y el mejor gol en la historia de los mundiales, cuando dejó en el camino a varios rivales, incluido Shilton. “Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?”, gritó Morales. En esos cuatro minutos que transcurrieron entre los dos goles que hizo el 22 de junio de 1986 contra los ingleses en el estadio Azteca, le demostró al mundo quién era: el tramposo y el mágico, el que es capaz de engañar a todos y sacar una mano pícara y el que enseguida se supera con el mejor gol de todos los tiempos.
Fue el mejor homenaje para los cientos de jóvenes argentinos que dieran la vida cuatro años antes en las Islas Malvinas. En su despedida, frente a la Casa Rosada de gobierno, miles de personas, quizá esclavos emocionales de la figura del Diez, saltaban al grito de “el que no salta es un inglés”.
Después de haber consagrado campeón mundial juvenil, fue campeón mundial con la albiceleste. Y cuatro años después, con el tobillo hecho un melón, llevó a la Argentina a otra final.
Quizá recién me di cuenta de la grandeza de Maradona cuando en marzo de 2007, después de finalizado en Foro Social Mundial en Kenia, fuimos a una reserva natural de animales salvajes –a fotografiar elefantes, leones, hipopótamos, cebras, etc.- y en la entrada nos encontramos con un massai, pantaloncito-falda escocesa, descalzo, torso desnudo, de unos dos metros de altura, con una lanza en mano, que nos preguntó de dónde éramos.
Opté por las más fácil y en inglés le dije que de Argentina. Levantó la cabeza como si pusiera a funcionar su memoria y mientras repetía “Aryentina, Aryentina…”, de repente se le prendió la lamparita y con ojos bien abiertos disparó: “Tevéz, Agüero…” Y enseguida mostró una amplia sonrisa con sus únicos dos dientes y levantando sus brazos al cielo, dijo: “¡Ma-ra-dooo-na!”.
En defensa de los futbolistas
Diego se le plantó a la FIFA denunciando a los mafiosos del entonces presidente Joao Havelange cuando ningún jugador de peso lo hacía, incluso formando un sindicato del fútbol. Pero las mafias europeas y las empresas de apuestas que manejan parte del negocio del fútbol no perdonan.
En 1990 otra vez jugaron la final alemanes federales y argentinos y se impusieron los teutones con un más que polémico penal pitado por árbitro mexicano Edgardo Codesal a siete minutos del final. El astro alemán Lothar Matheus dejó en claro que la falta fue mal cobrada. O muy bien cobrada para las finanzas de Codesal y/o las casas de apuesta.
En 1995 Diego armó un sindicato de futbolistas con reconocidas figuras como Eric Cantoná y George Weah, Ciro Ferrara, Gianfranco Zola, Gianluca Vialli, Hristo Stoichov, Laurent Blanc, Michael Preud’Homme, Rai, Thomas Brolin, entro otros. La Asociación Internacional de Futbolistas Profesionales (AIFP) lo eligió como presidente natural. Gracias a la presión conjunta lograron mejorar algunas condiciones laborales de los jugadores profesionales.
Uno de los logros más importantes fue conseguir el apoyo del belga Jean Bosman, quien consiguió derrotar a la poderosa UEFA ante los tribunales, determinando la apertura de las ligas de la Unión Europea para los jugadores comunitarios. Su reclamo se conoce como la «ley Bosman» y permitió el libre traspaso, sin indemnizaciones ni cupos extranjeros, de los jugadores profesionales comunitarios de las ligas europeas.
Estas iniciativas no prosperaron en su momento, pero sentaron un precedente. «Los futbolistas somos gente demasiado individualista, tenemos mucho que aprender para que esto tire hacia adelante», dijo el brasileño Sócrates tras aquel fracaso.
Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio. Más devastadora que la cocaína es la ‘exitoína’. Los análisis, de orina o de sangre, no delatan esta droga», señalaba Eduardo Galeano. Gracias por enseñarme a leer el fútbol, comentó Diego tras enterarse de su fallecimiento en 2015.
Una patada al éxito
“De una patada fui de Villa Fiorito a la cima del mundo y ahí me la tuve que arreglar solo”, solía decir. Fue una montaña rusa constante. Y murió el mismo 25 de noviembre, cuatro años después que su admirado Fidel Castro.
La historia que une a Maradona con el Nápoles empieza en verano de 1984 y desde entonces hasta su muerte se trató de pasión e idilio incondicional. Con Diego, el Napoli tocó el cielo. En 1987 ganó su primera Liga y la Copa, cuando el objetivo inicial era evitar el descenso. Unas 70.000 almas corearon su nombre cuando fue presentado en el mítico estadio de San Paolo el 5 de julio. “¡Dieeego, Dieeego, Dieeego!”.
Maradona llegaba como un héroe a una ciudad pobre y desesperanzada que le recordaba a su barrio natal y que buscaba alguna alegría a la que agarrarse para olvidar las penurias. “Nápoles es mi casa”, dijo Diego, que rechazó un contrato multimillonario con el Milan del todopoderoso Silvio Berlusconi. Y con el Napoli ganó dos Scudettos, una Coppa, una Supercopa y una Copa de la Uefa.
Su historia negra de drogas, favores y traiciones con la Camorra empieza en 1984, cuando conoció a Carmine Giuliano, uno de los capos de la Camorra. En el documental Diego Maradona de Asif Kapadia, se señala que «una vez confías en la Camorra, pasas a ser de su propiedad». Diego siempre negó su vínculo con la mafía: «Nunca pedí nada a la Camorra, me dieron la seguridad de saber que no le ocurriría nada a mis dos hijas», dijo en 2017.
El Mundial de 1990 cruzó a Argentina y la selección azzurra en semifinales en el estadio napolitano de San Paolo (hoy rebautizado como Diego Maradona). En los penales de desempate, Maradona marcó y Argentina eliminó a Italia. Eran tiempos en los que el norte italiano considera extranjeros a sus compatriotas del sur. A la Camorra no le gustó nada el resultado y se desvinculó de Maradona e hizo todo lo posible para matar el mito...
Moraleja: Diego tuvo que enfrentarse a un juicio por narcotráfico en el que lo condenaron a una pena de 14 meses de cárcel, que no cumpliría, pero que lo alejaría del campo durante año y medio. Maradona fichó por el Sevilla español.
Pero el mito sigue vigente. Si uno se pasea por las calles de Nápoles se topa con verdaderos altares en memoria del 10, murales con su rostro, bares con temática maradoniana, un museo dedicado a él… Napoli respira Maradona y vivió su muerte como la de un familiar muy cercano. Testigo de ellos fue el estadio Maradona, donde los tifosi napolitanos llenaron de ofrendas al ídolo máximo de la ciudad sureña...
Diego fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos, sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses. Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable, señala Galeano.
Pero los dioses no se jubilan, por muy humanos que sean. Él nunca pudo regresar a la anónima multitud de dónde venía. La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero», señalaba en su póstumo “’Cerrado por fútbol”, publicado en 2017.
Nunca dejó de ser Maradona ni cuando ni siquiera él podía aguantarse. Hasta la prensa que lo quiso lapidar, pero a la vez lucró con su genio y figura, señala que Maradona fue los dos espejos (nunca pudo ocultar ninguno): aquel en el que resulta placentero mirarnos y el otro, el que nos avergüenza. Fue el adicto en constante lucha, el que cantaba un tango y bailaba cumbia. El que le dijo al anterior Papa que vendiera el oro del Vaticano para dar de comer a los pobres.
Lo quisieron convertir en ícono, para venderlo mejor, pero se tatuó la cara del Che en el brazo y se subió a un tren para ponerse cara a cara contra George Bush y ser bandera del progresismo latinoamericano, al grito de ¡ALCA-rajo!, junto a Néstor Kirchner, Lula da Silva, Hugo Chávez y Evo Morales.
Nos deja, pero no se va, porque es eterno, escribió el parco Lionel Messi. «Con un dolor en el alma, me he enterado de la muerte de mi hermano, Diego Armando Maradona. Una persona que sentía y luchaba por los humildes, el mejor jugador de fútbol del mundo», escribió Evo Morales quien lo recordó como “un gran defensor del fútbol en la altura y gran amigo de las causas justas. No solo el fútbol mundial le llora, también los pueblos del mundo»,
El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, quien quizá lo vio brillar en 1986, dijo que Diego nunca renunció a sus ideales, aunque pagara el costo de ser «políticamente incorrecto”; Diego se queda, señaló el francés Emmanuel Macron, que de progresista no tiene nada, y el presidente español Pedro Sánchez dijo que «Con tu zurda dibujaste los sueños de varias generaciones. Eterno, pibe»
En 2005 en un autoentrevista televisiva, Diego dijo arrepentirse de haber hecho sufrir a quienes lo quieren y de “no haber podido dar el 100 por ciento en el fútbol porque yo con la cocaína daba ventajas. Yo no saqué ventaja, yo di ventaja”. Y cuando se preguntó qué diría el día de su muerte, se contestó: “Gracias por haber jugado al fútbol, porque es el deporte que me dio más alegría, más libertad, es como tocar el cielo con las manos. Gracias a la pelota. Sí, pondría una lápida que diga: gracias a la pelota”.
Diego se fue bañado de gloria del estadio Azteca, y también fue el que salió de la mano de una enfermera en el mundial de Estados Unidos. Es el que arengaba, el que agitaba, el que levantaba los ánimos, el que motivaba, el que se enfrentaba a los dirigentes, el gran capitán de la albiceleste. Y así lo recuerdan sus excompañeros. Es el que tomaba un avión desde cualquier lugar del mundo para jugar con la camiseta de su selección.
«Diego nos hizo sentir a los argentinos la fantasía que genera el ídolo», señalaba Marcelo “Loco” Bielsa, hoy entrenador del Leeds inglés. «El ídolo, el mito, la leyenda hace que un pueblo crea que lo que hace esa persona somos capaces de hacerlo todos. Por eso la pérdida de un ídolo golpea tanto a los más excluidos, a los más indefensos, porque son los que más necesitan creer que es posible triunfar», añadía.
Se nos fue El Diego, El Pelusa, Diegol, El Cebollita, D10S, el Barrilete Cósmico, el más humano de los dioses, el que cometió todos los errores y también, sobre todo, maravilló al mundo y le dio alegrías a todo su pueblo. Mientras su féretro salía hacia el cementerio en la tarde del jueves, resonaba en las calles el canto del pueblo: “Maradooo…”.
Notas:
* Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la) y susrysurtv.
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