Una y otra vez, Isaías pasa el azadón que construyó para sacar el lodo de su casa. Esos dos tablones de madera se han convertido en la única herramienta que tiene para deshacerse del lodo y los escombros que dejaron las inundaciones provocadas por Eta e Iota. Pareciera que el lodo no cesa, cada día se vuelve más difícil sacarlo. El cansancio del cuerpo pesa, así como pesa perder las cosas que costó muchos años adquirir.
Isaías Ortega es residente de la colonia Nuevo San Juan en La Lima, Cortés, una comunidad integrada por familias de los ex campos bananeros que sobrevivieron a los impactos del huracán Mitch hace 22 años. Más de 3 mil familias fueron reubicadas en un terreno que se supone era no inundable. Allí muchas personas cuentan con casa propia, pero otras como Isaías se encuentran en la aventura de pagar su vivienda a través de un préstamo con la banca privada, la única alternativa que tiene la gente en Honduras.
Cuando llegaron las lluvias del primer huracán (Eta), “nos confiamos”, asegura que pensaban que la inundación no pasaría de la calle como en otras ocasiones. Además, porque el gobierno y medios de comunicación promocionaban la “Semana Morazánica”, como una oportunidad de relajamiento y recuperación económica, a pesar que el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos, llevaba varios días alertando sobre el impacto catastrófico del fenómeno meteorológico.
“Cuando nos dimos cuenta, ya teníamos el agua a la rodilla y comenzamos a subir al cielo falso ropa, documentos y electrodomésticos pequeños, sin embargo, eso de nada sirvió”, lamentó porque esperaban al menos salvaguardar algunas de sus pertenencias.
El hijo de Isaías apenas tiene 9 años. Es introvertido. Él como otros menores fueron enviados a casas de dos pisos para pasar la primera inundación, pero algo dentro de Isaías decía que no era buena idea alejarse de su pequeño, y ver como el nivel del agua crecía lo mantenía en zozobra. Sin comunicarlo a su compañera de vida decidió ir por su hijo. Cuando emprendió el camino el agua le llegaba a la cintura, pero eso no lo detuvo, sin embargo, cuando regresaba con el menor sobre sus hombros el agua ya cubría su cuerpo. La casa donde inicialmente se resguardaba el niño junto a otros se inundó por completo.
“Fueron los momentos más difíciles de mi vida. Le pedía a Dios que no nos desamparara, y mi hijo que es nervioso y tímido me dijo: papá yo sé que usted no me va a soltar y yo le voy a ayudar a salir”. Isaías y su pequeño lograron llegar a otra casa para refugiarse. Allí pasaron más de una semana hacinados junto a 150 personas sin tener la oportunidad de dormir, alimentarse y hacer sus necesidades fisiológicas.
“Nos poníamos a llorar porque pasaban helicópteros solo para tomarnos fotografías, mientras nosotros no teníamos ni agua para tomar. Las mujeres hacían sus necesidades en tambos. Otras como no comíamos, no sentíamos ganas de ir al baño. Los únicos que podían dormir en el suelo o sillas eran los ancianos y niños”, dijo.
El municipio de La Lima se inundó por completo en varias ocasiones por el desbordamiento del río Chamelecón y el canal de alivio Maya. Se estima que más de 100 mil personas son las afectadas y están en condiciones precarias a falta de asistencia humanitaria y apoyo para limpiar sus viviendas. Hay personas que han pagado hasta 10 mil lempiras a empresas de aseo, otras como Isaías han elaborado sus propias herramientas con desperdicios de madera.
En declaraciones a Radio Progreso el gerente financiero de la municipalidad de Lima, Ricardo Rivas aseguró que por la crisis financiera que viene arrastrando la comuna no hay capacidad de alimentar a la gente damnificadas. La poca ayuda que ha llegado al municipio proviene de organizaciones sociales, migrantes en Estados Unidos y las que envió el gobierno de El Salvador.
Las autoridades a través de la operación “No están solos”, que impulsa el gobierno de Juan Orlando Hernández, únicamente contribuyen a la recolección de los desechos que la gente está sacando a las calles. Según Isaías, el lodo y basura son trasladados a la comunidad Los Pinos, lugar donde han estado sepultando a las personas fallecidas por la Covid-19. Se teme que con la cantidad de suciedad que están arrojando en ese sector, después no se pueda localizar la tumba de sus seres queridos.
Suany Díaz es una joven madre de tres menores de edad originaria del Ramal de Tibombo (ex campos bananeros). A pesar de haber sido una niña en ese entonces, recuerda que la inundación por el huracán del 1998 fue menor a la vivida con Eta e Iota. A ella un grupo de voluntarios y voluntarias de la Red de Emergencias y Solidaridad de El Progreso, Redes, ayudó a sacar a la calle sus pertenencias, ahora convertidas en basura.
Cuando ella abrió la puerta de su casa las lágrimas fueron inevitables, estaba repleta de fango y sus cosas desordenadas e inservibles. “No se trata de perder cosas materiales, esto es perder muchos años de trabajo y sacrificio, es perder parte de nuestra historia”, dijo mientras trataba de lavar y recuperar las herramientas de ebanistería de su compañero de vida.
Con el lodo no solo se echa a perder el menaje de las casas, sino, las paredes, ventanas, sanitarios y cielo falso. Cuando se trataba de limpiar la casa de Suany se comenzó a desprender el techo y caer las persianas.
En Honduras la emergencia por los huracanes Eta e Iota apenas comienza. Aunque hasta la fecha se desconoce el recuento real de los daños, muertes y pérdidas económicas. Se estima que solo en el Valle de Sula unas 500 mil personas han sido afectadas con la pérdida de sus pertenencias, viviendas y cultivos, precarizando aún más la vida en el país, catalogado como el más pobre del continente americano y el segundo más vulnerable en el aspecto ambiental del mundo.
Isaías, Suany y mucha gente más que resultó afectada denuncia negligencia de las autoridades gubernamentales, y resalta la labor de los jóvenes y organizaciones que han hecho de “tripas corazones” para poner a disposición su fuerza de trabajo y la voluntad de ayudar a limpiar casas en diversos sectores.
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