lunes, 21 de diciembre de 2020

Sin descanso y sin colchón


Radio Progreso

Por Ismael Moreno

“Y decía mi alma: turbia voy y me canso de correr las llanuras y los diques saltar; ya pasó la tormenta; necesito descanso,… y en voz baja cantar” (Luis Gonzaga Urbina)

Los hay enormes, matrimoniales o King size, de mediano tamaño, y unipersonales. Nunca nadie pudo imaginar que pudieran existir tantos, y tan angustiosamente deseados o literalmente añorados. Sus cantidades superan la fantasía. Son muchos más de lo que alguien avezado se pudiera atrever a imaginar. Son muchos, han invadido calles, carreteras principales, arterias nacionales e interdepartamentales. Hasta por inhóspitos callejones se han visto pasar los bultos de colchones, buscando salir bien librados de alambres, ramas y cables eléctricos.

Es la invasión de los colchones. Tras el paso feroz de los huracanes de noviembre pasado, el valle de Sula ha sido invadido por colchones. No hay quien deambule por cualquiera de las calles o vías de tránsito sin ver los colchones andariegos. Todos ellos van sobre ruedas, son tantos y tan abultados que solo se ve que van sobre ruedas. Parecen colchones fantasmas, van en movimiento, parecen tener vida propia, no se sabe si las ruedas están adheridas a los colchones o los colchones están atados a las ruedas que ponen en movimiento y dan vida a los colchones. Hay que hacer un extraordinario esfuerzo para que la vista se detenga en el transporte que conduce los colchones, porque ante la vista curiosa, los colchones se han tragado el vehículo. Son tantos que es imposible perderlos de vista, de la mente y de la imaginación.

Es la invasión de los colchones en movimiento, no se sabe a carta cabal de qué casa inundada salieron y hacia qué nuevas viviendas inundadas los conducen. Pero en donde existe vida humana en estos aciagos tiempos de huracanes y damnificados, vagan los colchones como perdidos en el tiempo, cual fantasmas que buscan con fervor un lugar para pernoctar. Los colchones tienen todos los mismos rasgos: podridos, enlodados, sucios y mojados o semi mojados. El colchón se ha erigido en símbolo del paisaje de fin de año, y el señuelo de un pueblo damnificado que perdió su lugar de sueños y descanso.

Son tantos los colchones, miles de colchones, que a veces se han contado en un carro pick up hasta veinte colchones, en una carga que siempre va canteada. Es tan grande el bulto de colchones que el vehículo se ve tan diminuto, que parece haber sido tragado por los cochones, en una fantástica carga que se mueve con vida propia sobre cuatro casi imaginarias ruedas. Se pierde, desaparece el vehículo con la abultada carga de colchones. ¿Quién que es de la costa norte hondureña no se ha encontrado con ese subrrealista paisaje de colchones?

El colchón en movimiento se volvió referencia de una población damnificada. Pero los colchones podridos o enlodados en el paisaje de veredas, calles y arterias nos advierten que este pueblo ha carecido de muchísimas cosas materiales, pero nunca de un colchón, porque un colchón le representa la opción humana por el descanso. Un colchón hace referencia al hogar, al final de un intenso día de trabajo, al sueño reparador tras la jornada laboral, al recogimiento corporal y reparación de fuerzas para proseguir las tareas cotidianas: Es símbolo de quietud y tranquilidad, como cantarle a Dios mientras se advierte la llegada del crepúsculo: “Junto a Ti al caer de la tarde, y cansados de nuestra labor, te ofrecemos con toda la gente, el trabajo el descanso, el amor”.

Si al final del año existen tantos colchones en lugares que nada tienen que ver con el descanso, significa que la gente ha perdido su descanso como su más preciado tesoro; que a la pérdida de bienes materiales, se une la pérdida del descanso, y no hay pérdida más honda que un colchón sumergido en las aguas y lodos, porque entonces la gente deberá hacer frente a todos sus agobios con un desgastante cansancio. Y es cuando emerge la voz triste del poeta: “Alcé los ojos, de llorar cansados. Por tornar al descanso que solía. Abajélos con lágrimas bañados” (Diego Hurtado de Mendoza)

Miles de colchones en vehículos, deambulando por calles, carreteras y veredas, expresa la ausencia de descanso de la población hondureña damnificada. Cuantos más colchones podridos y lodosos se abulten en las pailas de vehículos, menos tiempo tiene la gente para reposar. Y la gente ha quedado tan cargada de miserias y de ausencia de oportunidades para vivir, que todo mundo se mueve de un lado a otro, encarama sus colchones podridos y maltrechos en los vehículos para al menos buscar un lugar donde secarlos o donde rehabilitarlos como una infatigable expresión de lucha por alcanzar descanso.

Y tan mal se ha encontrado la población damnificada que en caso que logre la reparación de sus anegados colchones, es consciente que ningún colchón damnificado volverá a ser el de antes. Esto significa que tras las inundaciones, la población damnificada perdió su colchón y así perdió su descanso. Y le esperan las noches de pesares y pesadillas, de sobresaltos y de miedos, de incertidumbres y de angustias. Porque a fin de cuentas, por mucho que se le limpie, un colchón rescatado de entre lodazales, lo insistimos, jamás volverá a ser el colchón reparador de sueños.

Así como quedó el país tras la pandemia y los huracanes, la población es múltiplemente damnificada porque ha perdido todos los colchones de su vida. Porque en asuntos de seguridad humana y social, a la inmensa mayoría de la gente le han  robado todos sus colchones. Le robaron el colchón del seguro social; le robaron el colchón de las jubilaciones; le robaron el colchón de las prestaciones sociales luego de despidos ilegales; le robaron el colchón destinado a hacer frente al Coronavirus; le robaron el colchón del agua y el derecho a vivir y ejercer soberanía en su propia tierra. He ahí que se marcha, sin colchón y con el cansancio a cuestas hacia un Norte de promesas incumplidas. Le robaron todos los colchones de la vida, hasta el colchón de su fe y devoción se lo han robado unos cuantos predicadores palaciegos, pisteros mercaderes del templo. Ahora se ha quedado en la intemperie de la vida, condenada a vivir damnificada por todos los costados. Y la gente ávida de un solo nuevo en su vida, se queda con el susurro del poeta: “Yo pobre campesino, solo aspiro al descanso” (Emilio Bobadilla)

Esta población damnificada por huracanes, enfermedades, desempleos y otros embates socio políticos, nunca volverá a contar con el descanso como un derecho esencial para vivir con dignidad mientras no cuente en su vida con sus colchones: un empleo digno, una atención digna de salud, una educación de calidad, una tierra donde cultivar para una alimentación sana, y que cuente con una casa digna, con sus enseres domésticos, y vuelva a reponer sus fuerzas, en un colchón como lugar de ensueños. Porque una de las aspiraciones de quienes deambulan buscando como rehabilitar su colchón podrido, es tirarse un día a pierna y a rienda suelta en un colchón como Dios manda.

Entonces podrá nombrar con nombre propio su descanso de la mano de las palabras del poeta: “Se tomará un descanso el hortelano y entretendrá sus penas combatiendo por el salubre sol y el tiempo manso. Y otra vez, inclinado cuerpo y mano, seguirá ante la tierra perseguido por la sombra del último descanso” (Miguel Hernández).


No hay comentarios: