viernes, 11 de diciembre de 2020

Conocemos bien a Joe


Counterpunch.org

Por Ron Jacobs *

Fuentes: CounterPunch - Dibujo de Nathaniel St. Clair

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Conocemos a este hombre, Joe Biden. Conocemos la política que defiende. Conocemos a sus patrocinadores corporativos y financieros. Sabemos a lo que nos enfrentamos. Barack Obama y los Clinton operaban en la misma esfera neoliberal y esencialmente reaccionaria. Los rostros en el poder pueden ser mujeres, negros, latinos y homosexuales, pero las políticas están diseñadas para apropiarse del poder de la gente, del dinero de un gran número de trabajadores y de las tropas de la maquinaria de guerra en todo el mundo. No podemos permitirnos que nos engañen de nuevo.

El Día de la Toma de Posesión representa la apertura de un nuevo frente en la batalla por el planeta y las criaturas que viven en él. Los años de Trump fueron, más que nada, una retirada forzada. El fascista y otras fuerzas reaccionarias desatadas por su ocupación de la Casa Blanca hicieron grandes ganancias y están decididos a aferrarse a esas ganancias. No obstante, los ocho años que le precedieron fueron, en esencia, no una retirada forzada sino parte de una retirada que duraba décadas.

Es bueno que Biden sea un político del establishment convencional. Es malo también. La historia de las últimas cuatro décadas (con la excepción de los años de Trump) es la historia de una nación gobernada por políticos del establishment convencional. Es bueno porque conocemos sus estrategias y trucos. Es malo porque esas estrategias y trucos pueden hacer dormir a la gente en un sueño político.

Sin el ultraje personal que un Trump puede causar, los funcionarios electos, los nombramientos de estos y las fuerzas monetarias a las que sirven hacen mucho daño con el pretexto de hacer el bien. Ya se trate de la privatización del gobierno de Reagan, la destrucción del sistema de bienestar social por parte de Clinton, las sangrientas guerras de Bush contra los pueblos de Oriente Medio, o la continuación de todas esas políticas por parte de Obama, la realidad es que estas acciones se llevaron a cabo con el consentimiento de la mayoría de los habitantes de Estados Unidos. Los liberales se enamoraron de las mentiras populares de Reagan, dejándose llevar por sus inversiones en un mundo donde se culpó nuevamente a los pobres de sus circunstancias. Cuando su hombre, Clinton, estuvo en el poder, apoyaron su intensificación de la guerra contra los pobres, señalando todo el tiempo a sus 401K como prueba de que el sueño americano aún funcionaba. Y las guerras prosiguieron.

Hubo oposición, pero nunca hasta el punto de que las tropas no se enviaran a luchar o  se retiraran por completo una vez que llegaron allí. De hecho, gran parte del liderazgo pacifista abandonó a sus electores y se unió a la campaña de Obama en 2007, justo cuando la guerra en Iraq se intensificaba. Esa guerra y la guerra contra los afganos continúa hasta este momento. Además, hay decenas de miles de fuerzas estadounidenses, militares y mercenarias, que causan muerte y destrucción en todo el mundo. Muchas de esas fuerzas han estado “limpiando” las consecuencias de la estrategia bélica con drones de Obama; una estrategia que continuó con Trump.

Habrá ciertas propuestas hechas por Biden que los que están a su izquierda deberían apoyar. Con suerte, esas propuestas harán mucho para aliviar el dolor financiero en el que se encuentran tantas comunidades estadounidenses debido a la pandemia. Para empezar, deberían ampliarse las prestaciones por desempleo, así como la moratoria de los desahucios. Debe cancelarse la deuda de los estudiantes y se debe instituir una atención médica universal asequible.

Todo esto solo para empezar. La izquierda debe establecer la agenda sobre estos y otros temas internos y no permitir que el ala derecha del Partido Demócrata los limite. Esto solo es posible a través de una escalada organizativa concertada que ponga a decenas de miles de personas en las calles y pasillos del Congreso. Los sindicatos deben convocar a sus miembros para que se unan a estas acciones. También deberían hacerlo las escuelas, los municipios, las iglesias y los políticos locales. Si esto ocurre y se mantiene, el éxito es posible.

Por otra parte, tenemos la cuestión de la guerra y la preparación para la guerra. Aunque los políticos a menudo nos dicen que se oponen a la guerra, es raro que realmente se enfrenten a los planes bélicos. Este es especialmente el caso una vez que se inicia una guerra. Lo que esto significa es que, a diferencia de los programas nacionales mencionados anteriormente, habrá muy pocos aliados en el Congreso donde poder buscar un movimiento pacifista significativo.

De hecho, en este momento parece que los únicos políticos que se pronuncian contra las guerras estadounidenses en el extranjero son los republicanos de tendencia libertaria. Éste no debería ser el caso. Por ejemplo, el senador Josh Hawley (republicano por Missouri), señaló correctamente que el gabinete de Biden estaba formado por “corporativistas y entusiastas de la guerra”. Por supuesto, el Partido Republicano también tiene muchos miembros de ambos sectores, pero parece crucial que la izquierda pacifista tome la iniciativa en los próximos cuatro años para evitar que Hawley u otro trumpista afirme que su partido está en contra de la guerra a pesar tanto de la historia como de la realidad presente.

Además, aunque el sentimiento antibelicista de fuentes libertarias es bienvenido en una protesta, la izquierda antibelicista debe reconstruirse, teniendo cuidado con las alianzas con individuos que se oponen a la mayoría de las guerras imperiales y, al mismo tiempo, defienden la libertad de Estados Unidos para buscar ganancias en cualquier parte del mundo. Lo que ocurre es sencillamente que el capitalismo necesita expandirse y reforzar su control sobre las poblaciones que domina para poder sobrevivir. Los libertarios son fundamentalistas en lo que se refiere a su creencia en el capitalismo, al imaginar que la búsqueda de ganancias es la única libertad genuina.

La historia —más que cualquier quimera libertaria— nos dice con bastante claridad que para que el capitalismo se expanda y sobreviva (dos palabras que se convierten en sinónimos en el capitalismo), tiene que haber guerra. Los mismos libertarios que se oponen a la guerra también se oponen a la atención médica pública universal, a la seguridad social, al seguro de desempleo e incluso a los míseros cheques de estímulo proporcionados con anterioridad por Washington en la pandemia actual.

Con respecto a la guerra y el capitalismo, permítanme abordar el concepto de rivalidad imperial. Si bien no estoy convencido de que Rusia o China sean potencias imperiales, está claro que sus economías son serios rivales de las esperanzas económicas de Estados Unidos. Aunque cada nación capitalista requiere que toda la economía capitalista sea global, también es cierto que el capitalismo necesita de competencia entre esas naciones tanto como de buscar acuerdos comerciales que beneficien a las corporaciones y banqueros que comercian a través de las fronteras.

Aunque es rara la nación que elige emprender la guerra con sus mayores rivales, el hecho es que esas guerras ocurren. Por esa razón, las recientes declaraciones de los políticos republicanos contra China y el hecho de llamar al gabinete de Biden “defensores de los pandas” y similares son, en el mejor de los casos, falsas. Por otra parte, también lo son las declaraciones de los demócratas sobre Putin y Rusia. En cuanto a Irán, se espera que Biden no permita que Estados Unidos se vea arrastrado más aún hacia un conflicto provocado recientemente por el asesinato del científico iraní Mohsen Fakhrizadeh.

Cuando George HW Bush fue investido en 1989, yo vivía en Olympia, Washington. Una coalición de grupos contra la guerra, ambientalistas, antirracistas y de trabajadores convocó a una protesta contra ese acto. Los más notables por su omisión fueron ciertos individuos liberales y pacifistas que argumentaron que nosotros, los organizadores, deberíamos darle una oportunidad a papá Bush. Nuestra respuesta fue simple: George HW Bush tenía todo un récord. Había sido el director de la CIA, el líder en la financiación ilegal de los contras nicaragüenses y un miembro leal y animador de la administración reaccionaria de Ronald Reagan.

Por supuesto, la lista que aportamos era más larga, pero pueden hacerse una idea. Sabíamos quién era George HW Bush. Conocíamos su política y a quién servía. No era el momento de “ver qué podía hacer”. En otras palabras, sabíamos a qué nos enfrentábamos. No era el momento de descansar. Tampoco lo es ahora. Sabemos a lo que nos enfrentamos.

* Ron Jacobs es el autor de “Daydream Sunset: Sixties Counterculture in the Seventies”, publicado por CounterPunch Books. Su última obra es un opúsculo titulado “Capitalism: Is the Problem”.  Vive en Vermont. Puede contactarse con él en: ronj1955@gmail.com


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