miércoles, 16 de enero de 2019

¿Cómo enfrentar la dictadura del gran capital?



Por Fernando Dorado

Lo que ocurre con Julián Assange, preso en una embajada suramericana en Londres en calidad de asilado de un gobierno que está a punto de entregarlo a sus enemigos para que lo pongan en manos de un verdugo, es una verdadera tragedia para los pueblos del mundo.
Es lo que sucede con Lula, pasa con Correa, empieza a ocurrir con Petro, y puede acontecer con Evo, AMLO o con quien se atreva a desafiar al gran capital financiero.

Son verdaderos héroes de esta época; fueron triunfadores en momentos de gloria cuando tenían cierto poder (formal y parcial) pero, aunque es difícil decirlo, son víctimas de una institucionalidad y legalidad que aceptaron utilizar como medio y herramienta de lucha.

Todos han sido puestos en la picota pública por un juez o fiscal parcializado, no fueron derrotados en justa lid, no han sido siquiera condenados, pero están aislados y a merced del poder plutocrático.

Assange retó el secreto criminal de las agencias de inteligencia de EE.UU. y del capital global. Lula y Correa distribuyeron entre los más pobres una parte de la riqueza que administraban. Develar lo oculto y generar esperanza fue su pecado y, por ello, los castigan.

Para algunos son gajes y riesgos de la lucha. Para otros es un mensaje abrumador que lleva al derrotismo absoluto. Para unos más, es un problema a resolver para no caer en la trampa de una legalidad que no se respeta ella misma. La pregunta que surge es:

¿Cómo jugar contra el dueño del casino si además de marcar los naipes decide garrotear y encerrar a quien se atreva a ganarle usando sus propias reglas y cartas? ¿No se debe jugar?

Antes de avanzar

Ante todo, deberíamos pensar en cómo liberarlos de su encierro. Es posible que ellos no hayan calculado bien, se hayan equivocado en algunas cosas, pero son de los nuestros.

También, hay que hacerles saber que fueron cientos de millones de personas las que creímos que el gran capital global era tan fuerte y estaba tan consolidado que no violaría su propia institucionalidad para reprimir de la forma como lo ha hecho. Estamos asimilando la lección.

Además, que no están solos y que valoramos al máximo su esfuerzo y valioso trabajo. Que los traidores han salido de sus madrigueras y quedaron expuestos.

Y que hay que evaluar con mucha rigurosidad para avanzar sobre lo recorrido. Los pueblos no tienen más salida que seguir luchando.

¿Por qué la oligarquía financiera global viola su propia legalidad?

Es evidente que en las últimas décadas los pueblos hemos avanzado y es el gran capital financiero global el que está en problemas.

Luego de la oficialización del fracaso del socialismo “estatista” del siglo xx (1989) que desde décadas atrás había mostrado sus limitaciones, los teóricos del capitalismo anunciaron su triunfo total. Pero los trabajadores y pueblos del mundo entero les dieron un rápido mentís.

El alzamiento zapatista en 1994 inauguró un nuevo tipo de luchas sociales y políticas anti-capitalistas y se desencadenó después el ciclo de los gobiernos progresistas de América Latina. Las movilizaciones contra la globalización neoliberal se hicieron sentir y las luchas por democracia real se desencadenaron por todo el planeta después de 2011 (primavera árabe, 15M, OcupaWS).

Posterior a la grave crisis económica y financiera de 2008, la inestabilidad ha sido la constante en el mundo del gran capital. La globalización neoliberal que traería riqueza y bienestar para todos en la actualidad se encuentra en una profunda crisis.

El “nacionalismo de gran-potencia” soportado en gobiernos autócratas que resurgió en Oriente después de la caída del “socialismo”, hoy es el modelo a seguir por Occidente. El “capitalismo asiático” se ha mostrado más efectivo y eficiente para la época actual.

Lo que se observa es que el capitalismo del siglo xxi, que ha vuelto a formas coloniales de súper-explotación del trabajo y de acumulación por despojo, no puede funcionar con la más mínima democracia. Trump, Bolsonaro, Duterte, etc., son la muestra de lo que se viene en todo el planeta.

La razón de fondo de la crisis de los gobiernos progresistas consiste –precisamente– en la no comprensión de esa realidad y en la infundada ilusión de que las oligarquías plutocráticas iban a respetar los llamados “mínimos democráticos”.

De la crítica al progresismo latinoamericano

Ahora que los gobiernos progresistas de América Latina pasan por un ciclo difícil y regresivo empieza a ponerse de moda una crítica despiadada y visceral de algunas izquierdas “puristas” y sectores supuestamente “radicales”. Esa crítica tiene sesgos realmente infantiles.

Creo que la experiencia de los movimientos y gobiernos progresistas de la región debe abordarse con mucha mayor seriedad y rigurosidad. Ir más allá del progresismo sin cuestionar las razones profundas de “nuestro” fracaso común, es seguir en lo mismo.

Lo denomino “fracaso común” porque así mucha gente de la izquierda –incluida la “izquierda autonomista”– no lo quiera reconocer, hemos contribuido de una forma u otra con ese fracaso. No le llamo derrota, aunque podría ser en realidad una auto-derrota.

Desde hace varios años algunas personas hemos señalado lo que consideramos “errores” cometidos por los gobiernos progresistas y de izquierda sin dejar de reconocer los aciertos y la intencionalidad democrática-popular de todos sus principales dirigentes.

Esos errores son: 1. Destinar el grueso de los recursos disponibles a ampliar la cobertura de servicios públicos sin priorizar el cambio de la matriz productiva dependiente de la exportación de materias primas, y; 2. Debilitar la autonomía del movimiento social por medio de la cooptación de sus organizaciones y más importantes dirigentes.

Creemos que esas dos falencias están conectadas y soportadas por una concepción cristiana, paternalista y asistencialista de la lucha revolucionaria. Es la base filosófica de lo que ha sido una especie de suicidio político y de desarme espiritual de la lucha de nuestros pueblos.

Se renunció desde los gobiernos progresistas a lo que había sido el soporte central de nuestras luchas que consiste en templar nuestras fuerzas en y por medio del trabajo, la organización y la movilización para lograr las transformaciones estructurales que requiere y exige la vida.

Profundizar la autocrítica y la evaluación

El problema de la cooptación y el debilitamiento del movimiento social no corresponde solo a los gobiernos progresistas. Si las organizaciones sociales hubieran tenido la suficiente madurez política y organizativa, habrían ayudado a orientar a los gobernantes y fortalecido los procesos sociales y políticos desde abajo y por arriba. Por ello, de una forma u otra, somos co-responsables.

Tenemos al frente una gran multiplicidad de experiencias por evaluar y superar. Una de ellas es la relación con el Estado. Pareciera que no hemos logrado entender la naturaleza del Estado y que ingenuamente hemos intentado usarlo a nuestro favor apostándole todo a su “fuerza”.

En ese terreno debemos resolver varios dilemas. Si no estamos preparados, si nuestra fuerza es débil, fácilmente el Estado nos captura y nos introduce en su dinámica. Terminamos gestionando el gran capital y sus instituciones, creyendo ingenuamente que lo utilizamos en nuestro favor.

Pero, del otro lado, si sobredimensionamos nuestra debilidad y nos negamos a luchar en el terreno del Estado (institucionalidad), también permitimos que el monstruo capture a las mayorías y las utilice en nuestra contra para aislarnos y golpearnos.

“Ni mucho que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”, decían los abuelos cuando querían alertar sobre los extremismos.

Hoy tenemos una serie de miradas –diversas y complejas– de la vida (naturaleza, sociedad y pensamiento) que nos permiten superar las concepciones dualistas y mecanicistas que han sido una enorme carga negativa para nuestras luchas.

Para hacerlo debemos dialogar con respeto y total honestidad.

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