miércoles, 16 de enero de 2019

La “pacificadora” coyuntura hondureña de 2018, y los tropiezos de sus protagonistas



Por Ismael Moreno sj (P. Melo)

La “pacificación” es el concepto que con más precisión ha caracterizado al año 2018. Fue impuesta por la fuerza militar-policial y la disuasión jurídica, y con el aval internacional como telón de fondo, al tiempo que con la extrema fragilidad, confusión y vacilaciones de la oposición política hondureña, más preocupada en contar y sumar votos que en salvar el Estado de Derecho y la democracia. Esta estrategia política-militar y jurídica se implementó a través de un operativo que se extendió entre el 27 de noviembre de 2017, cuando los resultados electorales entraron en el terreno de la duda y del fraude, cruzó los ambientes navideños y de fin de año hasta culminar el 27 de enero de 2018, cuando Juan Orlando Hernández recibió por segunda vez la banda presidencial en un ambiente atiborrado de cuerpos armados, un repudio muy amplio hacia el fraude electoral y con la ausencia total de los dignatarios de las naciones del mundo.
La operación sentó las bases de una bien diseñada estrategia de “pacificación” que duró al menos todo el año, y ha jalonado y condicionado todos los dinamismos humanos, sociales, políticos, económicos, jurídicos, ambientales y religiosos. El cierre de esta estrategia “pacificadora” la definió la captura de Juan Antonio “Tony” Hernández, hermano menor de Juan Orlando y acusado  por el fiscal de la Corte de Nueva York de ser uno de los capos de la droga de más alta categoría de Centroamérica de la última década. Su cierre no se dio por razones externas a quienes diseñaron e implementaron la estrategia, sino a los voraces ímpetus de enriquecimiento del mismo equipo de gobierno.

Este escenario de “pacificación” nacional explica el comportamiento de los distintos actores y ha posibilitado el impulso de los dinamismos que han movido la realidad hondureña a lo largo del año. Al finalizar los doce meses, se puede concluir que la etapa de “pacificación” resultó exitosa para los propósitos de instaurar e implementar el proyecto autoritario y dictatorial que lidera el sector del partido nacional que encabeza Juan Orlando Hernández. Logró desmovilizar a la oposición política, disuadir a quienes buscaban respuestas confrontativas, generar miedo en la mayoría que creyó que hubo fraude, provocar respuestas pragmáticas en la oposición social y política moderada y la aceptación también pragmática de la llamada comunidad internacional.

La “pacificación” fue la respuesta militar, policial y jurídica a la protesta social y política que ocurrió entre el día 27 de noviembre, tras celebrarse las elecciones, y culminó el 27 de enero con la polémica toma de posesión. Esta corta etapa es la que los diversos sectores políticos y mediáticos acuñaron como la “crisis post electoral”. El factor decisivo de la “pacificación” fue la respuesta militar extrema, que incluyó disparos directos de los cuerpos armados a las manifestaciones en contra de lo que decenas de miles de ciudadanos calificaron como fraude electoral a los resultados que finalmente dio el Tribunal Supremo Electoral a los comicios celebrados el 26 de noviembre del año 2017. Pero al factor militar se une la dispersión y confusión de la oposición política cuyas respuestas fueron palos de ciego, particularmente la descoordinación y hasta confrontación entre el candidato Salvador Nasralla y el presidente de la entonces Alianza Opositora y actual coordinador del Partido LibRe. También se unió el aval de los diversos organismos de la comunidad internacional, con especial peso la OEA, la ONU y el cuerpo diplomático europeo que hizo comparsa a la posición de la política del gobierno de los Estados Unidos.

Pero este contexto tuvo siete actores decisivos para impulsarlo, posibilitarlo y sostenerlo a lo largo del año.

El primero y más importante actor es el Departamento de Estado del gobierno de los Estados Unidos que ha actuado directamente desde Washington, D.C. y cotidianamente a través de la Embajada en Tegucigalpa. En las confusas, revueltas y dudosas elecciones de noviembre de 2017 el Departamento de Estado decidió dar su respaldo a la candidatura de Juan Orlando Hernández y poner todas las sospechas sobre la candidatura de Salvador Nasralla. A Juan Orlando Hernández, no porque fuese un candidato de confianza, sino porque era que más garantizaba la “estabilidad” política en una sociedad con niveles casi extremos de deterioro, a Nasralla no tanto por él mismo, quien ya en sí mismo es confuso e imprevisto, sino por tener a Manuel Zelaya Rosales detrás, y para quien el departamento de Estado y el Comando Sur tienen un veto tácito, pero firme. Luis Zelaya apareció demasiado tarde en el escenario político, y no alcanzó a capitalizar fuerzas y reconocimientos para ser tratado como auténtica alternativa.

Segundo actor. Ante este panorama, el único que quedaba era Juan Orlando Hernández, quien en el orden de actores ocupa el segundo lugar. Es el más interesado y quien ha empujado su reelección a cualquier costa, en alianza con un equipo de adláteres, “cachurecos” de pura cepa que en estas circunstancias por las ganancias que reditúa estar de lado de JOH, se convirtieron en sus aduladores. Representa como sabemos el sector de políticos con más experiencia en vivir del Estado y usarlo como su negocio y para sus negocios. Es la llamada mafia política más célebre en la historia del país. La relación entre el gobierno de los Estados Unidos y esta mafia es estrictamente pragmática. Ambos se necesitan, aunque ambos se desconfían. Más el gobierno de Estados Unidos, por tener claridad de tratarse de un sector corrupto y mafioso.

Pero para esta mafia hondureña no existe otro camino que cumplir con lo que manda el imperio, porque en ello se juega su existencia. Si pueden jugar sucio, lo hacen, pero todo en el marco del más puro servilismo, como inveterada práctica políticas hacia el norte. Es de estas relaciones de las que se viene diciendo desde hace muchos años de que Estados Unidos no tiene amigos ni enemigos, solo relaciones que se establecen de acuerdo a intereses y circunstancias. El departamento de Estado no dudará en extraditar a quienes identifique que han violado sus leyes, y si se trata del anillo más estrecho de Juan Orlando Hernández, lo hará con mucho más firmeza porque esto contribuye al éxito de sus relaciones para que JOH siga siendo aliado fiel.

El tercer actor es la élite empresarial que tiene bajo control los hilos de relación con el capital y las inversiones de las transnacionales, y se benefician en directo con los tratados con los Estados Unidos, a extremos que convertirse en los empresarios que compiten en éxito de acumulación de capital con las élites continentales. De acuerdo a la última edición de la revista Forbes del reciente octubre, cinco hombres dentro de esta élite representan los más ricos de Honduras, y que representan a los grupos de poder que con más empeño respaldan a Juan Orlando Hernández porque representa garantía para su acumulación infinita a través de concesiones y privatizaciones de bienes y servicios públicos. Los cinco hombres más ricos son en su orden Camilo Atala, Fredy Nasser, Jorge Canahuati Larach, Pedro Atala y Ricardo Maduro, que juntos atesoran una fortuna de 8,610 millones de dólares que equivale al salario mínimo anual de dos millones de hondureños que actualmente tienen empleo, siguiendo los datos que ha divulgado la revista Forbes.

El cuarto actor son las transnacionales que en los hechos son socios mayores del tercer actor, es decir, de la reducida élite empresarial, y que en alianza con la burocracia política que lidera Juan Orlando Hernández, conducen el modelo de desarrollo basado en la inversión en la industria extractiva y la privatización de los bienes y servicios públicos. Como dice gente con sentido común, esta triple alianza (burocracia política, élite empresarial, transnacionales) representan el auténtico gobierno que rige y conduce el Estado hondureño con un modelo que deja al menos dos permanentes subproductos: envía millones de personas al desempleo y expulsión decenas de miles de entre la población hacia el exterior.

El quinto actor está representado por los cuerpos armados, primordialmente por las Fuerzas Armadas, las mismas responsables de ser garantía con la fuerza del modelo de desarrollo y el proyecto político que lidera la alianza tripartita antes mencionada, pero con su propia cuota de poder que la ejerce con negociaciones con los actores anteriores, pero particularmente con el gobierno de los Estados Unidos y con la burocracia política que tiene el manejo directo del Estado. De acuerdo a diversas fuentes, uno de los propósitos de los movimientos impulsados por entes del gobierno de los Estados Unidos relacionados con investigación, captura y extradición de jefes del narcotráfico dentro de territorio hondureño no era tanto acabar con el tránsito de la droga por el país, cuanto lograr que ese tránsito pasara a estar bajo control de los altos jefes oficiales de las Fuerzas Armadas.

El sexto actor en el éxito de la “pacificación” es el llamado crimen organizado que metido en los subterráneos de los diversos poderes públicos ha tenido que ver e incidir en los cinco actores anteriores, se ha nutrido de dichos actores, pero de manera especial ha estado asociado, ha penetrado o está integrado de muy diversas maneras con la burocracia política, la élite empresarial y los altos oficiales de las Fuerzas Armadas.

El séptimo actor es el mediático, configurado en torno a una estrategia elaborada por la burocracia política y los propietarios de los medios de comunicación corporativos. Nada que no sea parte de esta estrategia mediática se ventila en los medios sin que esté bajo el color de los intereses de esta alianza estratégica. Parte del éxito de esta estrategia se basa en la millonaria inversión oficial en publicidad, de manera que varios de los medios de mayor alcance nacional tienen hasta el 80 por ciento de sus ingresos basados en la publicidad oficial. Pero de igual manera, muchos de los medios regionales o locales. De igual modo, este actor mediático es el responsable de conducir la política oficial hacia los opositores y defensores de derechos humanos, basada en un patrón que suele cumplirse a rajatabla: uno, ignorar lo que dicen y hacen los opositores y defensores de ddhh; dos, cooptar su lucha y su figura a través de reconocimientos, sobornos o cargos; tres, estigmatizar o desacreditar lo que hacen, dicen y piensan: revoltosos, enemigos de la democracia y el desarrollo, pagados por ongs internacionales, malos hondureños, etc; cuatro, criminalizar sus actos, actividades y opiniones: son acusados por calumnias, difamación, sedición o sencillamente por actos delincuenciales; quinto, eliminación física, que es el extremo que toda persona opositora social o defensora de ddhh pasa evitando ante una amenaza cada vez creciente por parte de quienes conducen la política hondureña y alimentada por el actor mediático.

La “pacificación” ha dado sostén al menos a cuatro dinamismos que han estado presentes a lo largo del año, y que cada uno de ellos solo puede tener una explicación desde el color de dicha “pacificación”.

El primero de los dinamismos es el llamado diálogo que comenzó llamándose diálogo nacional y acabó como “diálogo político” sin un solo resultado que le diera algún valor importante. Fue un estricto dinamismo distractor. El diálogo comenzó sin ser creíble y terminó sin frutos creíbles. Comenzó con tanteos desde el primer trimestre del año, bajo la intermediación de un grupo de personas llamadas los “convocantes” y que tuvo el reconocimiento inicial de la Conferencia Episcopal de Honduras. El representante residente de las Naciones Unidas, el ansioso de publicidad, el chileno Igor Garafulic, asumió la responsabilidad oficial de conducir el proceso a un mes de haber llegado al país para asumir la representación multilateral. En agosto se instaló oficialmente como diálogo político, con la participación de los delegados de Juan Orlando Hernández y el Partido Nacional, el Partido Liberal y la representación del candidato perdedor Salvador Nasralla. A finales de noviembre se dio por concluido en medio de una nebulosa de acuerdos inconclusos, sin ton ni son.

El diálogo fue un instrumento necesario para un régimen enclenque y sin sustento político necesario para alcanzar consensos. Fue obvio que Juan Orlando Hernández y su más cercano anillo de adláteres nunca creyeron en el diálogo, ni nunca cupo en su mente la decisión de cambiar las decisiones y el rumbo que ya habían tomado. Pero debió publicitarlo como camino para unir a la gran familia hondureña por tres razones, todas ellas extrañas al diálogo en sí mismo: una, porque fue una condición impuesta por el Departamento de Estado para reconocerlo como presidente ganador y para proseguir el aval subsiguiente; dos, porque así podía presentar a su gobierno como abierto y tolerante con la oposición; y tres, porque avanzaba a crear un bloque político de respaldo a su administración al tiempo que dejaba identificados a los sectores opositores no controlados y a los que había que responder con represión y con el patrón común de ignorarlos, estigmatizarlos, criminalizarlos, y eventualmente eliminarlos del escenario nacional.

Los sectores conservadores políticos, económicos y de la alta empresa privada y religiosos así como la oposición política vinculada al tradicionalismo político pusieron todos los huevos en el canasto del diálogo, al menos así lo dejaron ver para el consumo publicitario sus principales voceros. Y arrastraron a gente de buena voluntad y a algunos sectores que honestamente creen en la palabra de quienes dicen igualmente creer en el diálogo. El diálogo fue el instrumento de la derecha y de los sectores conservadores extremistas. Fue la panacea. Lograron crear un atmósfera que colocaba el diálogo como la única salida a la crisis que surgió tras las elecciones de noviembre de 2017, y quien no aceptara al diálogo o lo cuestionaba quedaba fuera de las oportunidades de la democracia y acababa calificado como intolerante, promotor de la inestabilidad y más cercano a los sectores promotores de la violencia y de la criminalidad organizada. El diálogo pasó de la panacea a la nada. Fue un ejercicio inservible.

El diálogo era el camino y la solución, al igual que lo fue el año 2009 tras el aciago golpe de Estado, cuando el Departamento de Estado convocó y administró el diálogo que habría de conducir al reconocimiento del régimen de facto y a dar legitimidad al proceso que se impulsaría sin Mel Zelaya y en contra de los sectores de la resistencia que demandaban la restitución de Zelaya Rosales como condición para el retorno al orden constitucional. Y como lo fue para Juan Orlando Hernández cuando atajó la presión de las antorchas el año 2015 con la salida del diálogo que dio como respuesta la MACCIH. El diálogo siempre se ha presentado como una salida de los sectores más duros del país cuando la presión social y política amenaza con una desestabilización que no basta con una respuesta represiva, y como ha ocurrido en los tres episodios dialógicos de los últimos nueve años, la mano del Departamento es la que ha movido la cuna y el corazón de los sectores que se sentaron a dialogar.

En ninguna de las tres ocasiones el diálogo nació como iniciativa interna de los sectores hondureños, y en ninguna de las ocasiones los sectores que se han sentado a dialogar han creído en el diálogo en sí mismo sino como un instrumento para sacar ventajas. En ninguna de las tres ocasiones que se ha establecido la mesa del diálogo se han alcanzado acuerdos que toquen siquiera en su marginalidad los verdaderos resortes dinamizadores de la inestabilidad económica, social y política del país. En las tres ocasiones el diálogo ha sido instrumento que en lugar de impulsar cambios o redefinir una nueva correlación de fuerzas políticas y sociales, ha sido un factor decisivo para desmovilizar y alejar a la oposición de la calle y de las demandas sociales y ha fortalecido el proyecto político y el modelo acumulador de los sectores más conservadores de la sociedad hondureña.

Mientras los diversos sectores sociales, gremiales, de derechos humanos, ambientales, indígenas, territoriales y religiosos progresistas, además de rechazar el diálogo como maniobra del oficialismo para ganar tiempo y legitimarse, ponen todos sus fuerzas y energías en la movilización social contra el continuismo de Juan Orlando Hernández y del modelo neoliberal en su dimensión extractivista. Estos sectores argumentan que solo con su salida se puede despegar un retorno al orden constitucional como condición para que el país ingrese en un escenario propicio para un diálogo nacional que conduzca a construir consensos en torno a la búsqueda de respuesta a la inestabilidad acumulada particularmente a partir del golpe de Estado del 28 de junio de 2009.

Aunque el partido Libre rechazó de tajo y en público el diálogo por valorarlo igualmente maniobra de los sectores de derecha para dar legitimidad y gobernabilidad al régimen de Juan Orlando Hernández, en los hechos y envuelto en un hervidero de murmullos y comentarios públicos y privados, se dijo que su líder Manuel Zelaya Rosales se movió a lo largo del año con negociaciones bajo mesa con líderes del nacionalismo, particularmente el presidente del Congreso Nacional Mauricio Oliva, para lograr acuerdos en torno a la reelección presidencial. Aunque sus voceros, y el mismo Mel Zelaya lo desmienten, las actividades políticas del coordinador de Libre en diversas localidades del país han tenido todos los signos de campaña política proselitista, en donde los más leales y aduladores seguidores de Zelaya Rosales han abierto y cerrado todos los encuentros con al grito de “urge Mel!”

El segundo dinamismo en esta “pacificación” ha sido la lucha contra la corrupción. No obstante la crisis que desató el conflicto entre el equipo motor de la MACCIH con el Secretario General de la OEA, y que acabó en el mes de marzo con la renuncia del vocero y de sus dos principales colaboradores y el retardado nombramiento del brasileño Luiz Antonio Guimaraes, la presión de la Embajada porque la Unidad Fiscal Especial Contra la Impunidad y la Corrupción, UFECIC, actuara contra políticos vinculados contra delitos de corrupción ha sido decisiva. La “nueva” MACCIH con su vocero ha establecido la ruta muy segura hacia su propia desaparición, y en los hechos la Embajada la ha sustituido coordinando directamente con la UFECIC, y especialmente con su Fiscal especial, Luis Javier Santos, con una impecable trayectoria de honestidad y firmeza. La verdadera MACCIH dejó de ser la institución formal dependiente de la OEA, y sus funciones y decisiones las ocupan y se toman desde las oficinas de la Señora Heide Fulton, encargada de negocios de la Embajada, y la vocera de facto de la MACCIH. Por la importancia que en este año se le ha adjudicado, para el Departamento de Estado del gobierno de los Estados Unidos la lucha contra la corrupción se sitúa en el nivel de su política de seguridad para Honduras. La captura a finales de año de Tony Hernández acusado de narcotraficante de altos quilates explica la importancia que la política de seguridad de Estados Unidos tiene en Honduras, y la misma íntimamente unida a la lucha contra la corrupción, puesto que en ambos corredores se encuentran los mismos personajes de la política, empresa, y oficiales de las Fuerzas Armadas.

El tercer dinamismo ha sido el conflicto entre empresas explotadoras mineras e hidroeléctricas y decenas de comunidades extendidas en diversas zonas del territorio nacional. En el año se atizaron conflictos que ya estaban instalados de años anteriores y surgieron muchos otros que se han convertido en focos de confrontación a lo largo del país. Sin duda, el conflicto que adquirió mayor nivel de conflictividad fue el de Guapinol, en el municipio de Tocoa, Colón, en donde las comunidades se establecieron por más de tres meses en un campamento de rebeldía ante la empresa “Los Pinares” del empresario Lenir Pérez, a quien el Estado y la municipalidad de Tocoa le concedieron el derecho para explotar  incluso una zona declarada de reserva en el macizo montañoso “La Esperanza”, colindante entre el departamento de Colón y el departamento de Olancho. Estos conflictos no solo se han atizado, sino que se encuentran bajo el fuego del modelo extractivista que representa la contradicción de fondo productora de la conflictividad mayor existente en Honduras, entre los sectores empresariales apoyados por el Estado para explotar los bienes naturales, particularmente las minas y el agua y los sectores territoriales y comunitarios que se oponen frontalmente a estas explotaciones y concesiones.

El cuarto dinamismo ha sido la migración creciente de hondureños y que acabó con el éxodo masivo expresado en las universalmente conocidas como caravanas de migrantes hacia los Estados Unidos, y que se convirtió en noticia mundial a partir del 13 de octubre cuando salió la primera gran caravana conformada por miles de migrantes hondureños. Este fenómeno ha sido la acumulación de la desesperación de una sociedad a la que mayoritariamente se le ha cercenado sus derechos, ha perdido su capacidad adquisitiva, ha sido enviada a engrosar los ejércitos de desempleados y se ha convencido que dentro del país se perdieron sus oportunidades para resolver sus problemas y necesidades. La caravana fue esa acumulación de malestares, de un pueblo que ya ha estado saliendo en caravana del país. De acuerdo a datos de organismos especializados en temas migratorios, un promedio de más de 7 mil personas han salido mensualmente a lo largo del año, un abrumador número que por sí mismo explica el nivel de la crisis humanitaria dentro del país y que bastaban pequeñas chispas de entusiasmo para que el número de migrantes se multiplicara a los niveles que ha convertido al país una vez más en noticia mundial. A los problemas endógenos anotados, habría que añadir las erráticas y racistas políticas migratorias acrecentadas por la administración de Donald Trump y la frustración que en la sociedad hondureña representó el fracasado resultado electoral de los comicios celebrados en noviembre del año 2017.

A la pregunta sobre qué es lo que explica el fenómeno de la caravana, retomamos los factores que entrelazados pueden ayudar a encontrar algunas de las respuestas:

Primer factor: la dependencia extrema del exterior. Buscar fuera del país las respuestas y solución a las necesidades y problemas. Es una mentalidad que se ha ido acentuando a lo largo de más de un siglo, luego de la implantación del enclave bananero a comienzos del siglo veinte. Echar la mirada y emprender el camino hacia Estados Unidos, es la reminiscencia dramática de una sociedad que configuró su mente y su corazón en torno al “sueño americano”, querer ser como un estadunidense, con sus dólares, con la esperanza de ganar dólares para comprar cosas, para ser como se gasta dinero en Estados Unidos. Salir hacia Estados Unidos es ese deseo profundo de buscar el amor de un capitalismo que dentro del país no lo han experimentado.

Es un movimiento espontáneo por ir en busca de la tierra prometida, es una defensa desesperada del país del consumo y de “la tierra de pan llevar”, como dijo un día el poeta hondureño Rafael Heliodoro Valle. No es un movimiento masivo anti-sistema. Es una avalancha intrasistema de los harapientos que siguen empecinados en buscar arriba, en el norte, el sueño que dentro de Honduras lo han vivido como pesadilla. No saben los migrantes hambrientos que su iniciativa está estremeciendo al sistema; ellos lo que hacen es buscar en el centro del sistema una respuesta para sus necesidades y problemas. Como de otras manera lo hacen los políticos y las élites pudientes, siempre tienen puesta su mirada y su corazón hacia arriba, hacia los Estados Unidos, en franca actitud servilista. Es la misma actitud de los millares de migrantes, solo que desde posición de capataces, de protectores internos de los intereses del imperio.

Segundo factor: una sociedad atrapada en la sobrevivencia. En el rebusque del día a día, cada quien buscando por lo suyo, cada quien e individualmente arañando migajas al sistema, sin cuestionarlo. El éxodo masivo de hondureños, no tiene más organización que la protección en los demás del camino del interés individual de rebuscarse la vida en otro país, en el país del norte. Porque la decisión de salir del país, no es el resultado organizativo de los pobres, sino la expresión de rebuscar cada quien, individualmente, la solución a sus problemas.

Ese rasgo de la mentalidad y comportamiento de la sociedad hondureña, sumerge a su gente en el encierro, en el mal político del encierro, que lleva a que cada quien se encierre en su propia búsqueda, en vivir cada quien ocupado en resolver sus asuntos, bajo el adagio de que “el buey solo se lame”, o lo que dicen en los caminos y calles de nuestros barrios y aldeas: “Cada quien librando su cacaste”. Es la lógica de la sobrevivencia, cada quien busca resolver a su modo y estableciendo compromisos con quien sea, con tal de salir adelante. Los demás estorban, el encuentro con otros para reunirse y buscar juntos, estorba. Todo mundo despotrica por lo que ocurre, por el alza del combustible, del agua, de la energía eléctrica.

Todo mundo protesta en contra del gobierno, pero al momento de buscar soluciones conjuntas, que lo hagan otros.  La salida masiva hacia el norte revela que la gente sigue sin poner la confianza en los demás, en la comunidad, expresa el rechazo hacia la organización, hacia los partidos políticos y hacia toda la institucionalidad. La salida masiva es el fracaso de todo tipo de respuesta pública, y el triunfo rotundo del rebusque individualista. El fenómeno de las caravanas es la expresión extrema de las salidas individuales a un problema estructural y sistémico. En un ambiente así, todo lo que venga de arriba y de afuera se recibe, y hasta se puede dar un voto a quien tiene aplastada a la gente, a cambio de una “bolsa solidaria” o de diversas regalías. En una sociedad atrapada en el rebusque, los programas compensatorios tienen un enorme éxito, pero al quedar intactos los problemas, y se profundizan las políticas privatizadoras o de concesiones, la vida de la sociedad se va deteriorando, hasta acabar con explosiones como las caravanas masivas de migrantes.

Tercer factor: una sociedad que acentúa la relación vertical. En detrimento de las relaciones horizontales. La gente se va para el norte, para arriba. La mirada de los migrantes está puesta hacia afuera y arriba, dejaron de ver a su lado, cada quien camina, avanza con sus propios pasos hacia adelante, sin ver quienes están a su lado. Es el síndrome de la “banana repúblic” que sembraron los norteamericanos y dejaron esperando, embelesados, el regreso de los blancos. Son muchos, miles que van dando los mismos pasos, pero cada quien buscando lo suyo, lo particular, lo individual. En esas condiciones individualistas nacieron, así lo aprendieron, así crecieron, así han sufrido. Y así buscan su salida en el norte. Individualmente. Aunque sean caravana, aunque sean miles. Es una caravana de individualidades.

Las relaciones hondureñas se basan en la mirada hacia arriba, en la verticalidad, depender de los de arriba en una relación en donde la línea vertical es la decisiva. Es el paradigma del poder, del patriarca, del caudillo en el caso hondureño. El caudillo que me ha de resolver mi problema personal o familiar, el caudillo que me resuelve a cambio de lealtad. Es Estados Unidos, el máximo de los caudillos, el padre de los caudillos. Esa línea vertical se sostiene a costa de debilitar la línea de los lados, de los iguales. La línea horizontal es tan tenue que casi es invisible, no existe, a lo sumo nos vemos unos a los otros, para ver quien las puede más con quien o quienes están arriba, para ver quién tiene más poder ante los que están en el mando.

Esta mentalidad vertical ha permeado con fuerza a las organizaciones sociales, las organizaciones comunitarias, a las ongs y a sus liderazgos. En esto ha contribuido con especial fuerza el fenómeno de la cooperación internacional. Las relaciones que se establecen con especial acento son bilaterales entre el organismo donante y la organización beneficiaria, la que a su vez acentúa relaciones directas y verticales con las organizaciones de base. Y estas, por beneficiarse de fondos de la cooperación, fortalecen las relaciones de dependencia con la ong la que a su vez tiene una dependencia vertical con el organismo donante.

Esta línea vertical se prioriza sobre las líneas horizontales. Las relaciones entre las organizaciones de base, los encuentros entre los diversos liderazgos de base, están unidos por una tenue línea horizontal, porque la fuerza está puesta en la línea vertical, en la dependencia hacia arriba. Finalmente, las organizaciones sociales y las ongs se van quedando solas, con muy poca incidencia hacia el pueblo. Cuando la gente se vuelca hacia afuera, no solo rebasa la capacidad de las organizaciones existentes, sino que las primeras sorprendidas son las organizaciones y liderazgos sociales y populares. En estas hay muchas palabras y muchas formulaciones, pero con muy escaso pueblo, y esa escases es muy similar a la relación que los líderes de los partidos políticos han establecido con sus bases, todo se sostiene sobre relaciones de dependencia, de verticalidades establecidas: si me das me muevo, te doy si te mueves hacia mí, si no me das me muevo con los que me dan, si nadie me da, nadie me mueve. Cada ong tiene todas aquellas organizaciones a las que le paga, y no tiene a nadie si no le da nada a cambio.

¿Qué razones explican que Juan Orlando Hernández finalmente se sostenga?

Primera y decisiva razón: El interés geopolítico de Washington
En este marco de reconocido compromiso de Juan Orlando Hernández y sus anillos más cercanos con el negocio del narcotráfico, qué explica que el gobierno de Estados Unidos lo siga sosteniendo, si, además, el propio Donald Trump ha manifestado su enojo por ser un gobierno que no ha atajado a los migrantes. Existen voces que lanzan la hipótesis de la geopolítica internacional como la explicación más plausible. Y se trata del tema Venezuela. De acuerdo a estas voces, el interés mayor de la política de seguridad tanto del Pentágono como del Departamento de Estado del gobierno de los Estados Unidos se encuentra en la recuperación de Venezuela de las garras tanto de los seguidores de Hugo Chávez, como de sus alianzas con Rusia, la China e Irán.

Venezuela es petróleo, y Venezuela es cabeza de playa de otras potencias que disputan hegemonía a los Estados Unidos. Y el petróleo de Venezuela no puede quedar en manos de otras potencias, porque Venezuela es a fin de cuentas parte del tradicional “patio trasero” de Estados Unidos. Para ello, la necesidad de una estrategia geopolítica continental es fundamental, especialmente cuando Putin se está congraciando con el gobierno de Venezuela enviando portaaviones, además de muchas otras “ayudas” y firmas de convenios. En este juego geopolítico, le territorio hondureño se presenta de nuevo como la “maldición” por su ubicación espléndida entre América del norte, el Caribe y América del sur.

El gobierno de los Estados Unidos tendría como su altísima prioridad garantizar el territorio hondureño como base para una eventual intervención en Venezuela, junto a Colombia y previsiblemente con el Brasil de Bolsonaro. Si esta es su máxima prioridad, eso de que Juan Orlando Hernández y sus anillos sean narcotraficantes o corruptos es como una monedita ante la salvación de millones de billetes. Lo que importa es que en Honduras nadie da más garantía de servilismo para una estrategia geopolítica continental que Juan Orlando Hernández, porque para este personaje nada le da más garantía de supervivencia, tanto en lo personal como en lo político, que ponerse a los pies de los deseos de Washington.

Segunda razón: Fragmentación de oposición social y política, el otro factor que sostiene a JOH
Al final del año, el rasgo que más distingue a la sociedad hondureña, y particularmente a los sectores sociales y políticos organizados como oposición, es su fragmentación. Los partidos políticos se encuentran internamente resquebrajados, y la apuesta más importante del año por parte de la Embajada de los Estados Unidos ha sido la de encontrar alternativas de entre otros sectores políticos y sociales para que se abran paso ante la decisión de no seguir dando respaldo alguno al Partido Nacional. El régimen de Juan Orlando Hernández termina el año profundamente fragmentado y con una debilidad similar o peor que como inició el año. Su mayor fortaleza no se encuentra dentro de su estructura o capacidad interna, sino en la fragmentación de la oposición. La amenaza –que es más real que un fantasma—de la extradición y de aparecer en la lista imperial de narcotraficantes, es sin duda lo que preocupa a la inmensa mayoría de políticos y funcionarios públicos, luego de que se ha establecido de ser Honduras el más típico Estado en el mundo con mayores niveles de vínculos entre la política y la narco actividad.

Construcción de propuesta política.

De acuerdo a diversas voces, existe la necesidad de construir una propuesta política orientada a enfrentar con éxito los factores que sostienen el actual régimen. Como la condición para avanzar hacia propuesta de gobierno que rehaga Estado de Derecho y democracia, es la ruptura con el proyecto autoritario dictatorial, y específicamente la salida de Juan Orlando Hernández y su estructura criminal. Y para alcanzar esta salida, la condición debía basarse en un amplio pacto político de oposición que presione porque se destituya a Juan Orlando Hernández y el Congreso Nacional elija una Junta Provisional de Gobierno cuya función primordial sea la convocatoria a elecciones en los siguientes seis meses a su nombramiento, que supongo por igual el nombramiento de un nuevo Tribunal Supremo Electoral con miembros que no sean representativos de partidos políticos, se depure el padrón electoral y se conforme una comisión internacional de supervisión y garantía de velar porque resultados electorales sean fiables.

Punto de partida:

Apostar por una amplia alianza opositora que pueda avanzar hacia la conformación de un sujeto conductor. Contribuir a que las diversas iniciativas logren converger políticamente en un único referente nacional articulador, sin que ninguna de ellas pierda su autonomía y sus aportes específicos.

Grandes demandas

Salida de JOH y luchar por desarticular su estructura político-criminal, y avanzar hacia un nuevo gobierno que represente un retorno al orden constitucional.
Derogación de Ley de Secretos de Estado y aprobación de Ley de Colaboración eficaz, como factores decisivos en la lucha contra la corrupción de los más altos funcionarios públicos.
Ddhh: defensa de víctimas, presos por razones políticas/investigación y judicialización de asesinatos
Desmilitarizar seguridad pública y territorios
Defender comunidades amenazadas por proyectos extractivos, y articulación con organizaciones que luchan por soberanía y bienes comunes.

 Cómo nos situamos ante proyecto de “Autoritarismo Dictatorial”

Reconocer necesidad de conjuntarnos, buscarnos y articularnos en la búsqueda con otros. Es tan hondo el deterioro, tan fuertes los poderes a los que enfrentamos y tan débiles como organizaciones e instituciones, que nadie por su propia cuenta podrá contribuir a que se construyan caminos hacia el rumbo común de la liberación hondureña del neoliberalismo. Nuestro aporte solo puede ser creíble en apertura a otros sectores, y si este aporte lo hacemos desde la aceptación de nuestras fragilidades y de la necesidad de crecer con los demás.
Situar nuestros compromisos locales desde una visión nacional, y la mirada y los compromisos por la transformación de la sociedad hondureña los situamos desde el lugar de la gente más empobrecida y violentada en sus derechos humanos y desde una mirada centroamericana y continental.
Sostener/apoyar/acompañar luchas emblemáticas específicas: organizaciones en defensa de sus ríos, sus territorios; demanda por esclarecimiento de asesinato de Berta y Margarita Murillo.
Fortalecer instancias articuladoras existentes: Convergencia Contra Continuismo; Coalición contra la Impunidad, y contribuir a que las diversas luchas conduzcan políticamente a una alianza amplia opositora.
Fortalecer articulaciones con la solidaridad internacional
Recuperar y saber situarnos desde el lugar testimonial
Aportamos a la transformación de la sociedad desde todos aquellos rasgos que alimenten alegría y solidaridad, cercanía y confianza, cultura y fe en las transformaciones pacíficas, con profundidad en las propuestas y claridad y sencillez en la divulgación y transmisión de contenidos.

Talante personal y colectivo

Asumir que no estamos en una carrera de velocidad. Las prisas por alcanzar pronto las metas nos cansarán y nos dejarán sin aire. Estamos en una carrera de rebeldía y  de resistencia, con metas y objetivos a medianos plazos. Es una lucha de resistencia prolongada, sin detenernos, pero sin las carreras que nos desgastan. Lectura, meditación, descanso, en equipo, en fiesta que cargue energías y en respeto a espacios personales, en corresponsabilidad humana (ninguna de las personas del equipo es tan buena como para no equivocarse, ninguna es tan mala como para no descubrir sus bondades). Complementariedad entre equipos y entre áreas, aportando al liderazgo de las coordinaciones, las coordinaciones alimentando los liderazgos compartidos, y en búsqueda de otros, de otras, en alianzas, en complicidades con muchos otros sectores.

Asumir que nuestro trabajo no ha de ser solo de extensión, sino de profundidad. Tentaciones internas de equipo en un período de emergencia social y político: una, responder a todo lo que se demanda, porque todo es urgente y de emergencia. En un país destartalado como Honduras y con tan reducidos liderazgos, todo es urgente, todo es para hoy. Es como un monstruo que todo lo consume, y no deja nada para mañana. Todo lo demás, todos los demás, queda para después, y es casi carga. Y hacer muchas cosas con tan reducidos recursos y con las limitadas capacidades, nos deja en una extensión que se asemeja a la superficialidad, y nos reducimos a apagafuegos. Dos, evadir la coyuntura por absorbente e incómoda, seguir haciendo las cosas y actividades de siempre, todavía con más intensidad que antes con el argumento de dar respuestas de profundidad y evitar así confrontación con demandas de la coyuntura. Saber mirar lejos, con los pies en el presente. La coyuntura es desfavorable. Hay que entrar en la lucha pero sin gastar todas las fuerzas en la coyuntura. Hay que acumular para el futuro. Nuestro talante ha de ser mantener tensión entre la extensión con la profundidad.

Los diagnósticos y análisis coinciden y los enemigos están plenamente identificados. Los que no coincidimos en un mismo sitio común somos nosotros. Valoramos mucho lo que cada uno hace y minusvaloramos lo que hacen otros. La “bastedad” es lo que establece las relaciones y alianzas, es decir, nos bastamos a nosotros mismos, nos basta con lo que hacemos. Protagonismos, desconfianzas, sospechas, vanguardismos a estas alturas de los tiempos. Procesos continuos e indetenibles de desprendernos de la realidad tal cual. Puede ocurrir en un momento que sea más fácil que coincidamos en un aeropuerto o en una ciudad de Estados Unidos o de Europa que en una reunión real para impulsar propuestas históricas de alianzas. Lograr tensión entre el quehacer al interior de nuestras organizaciones con el quehacer por construir alianzas; tensión entre la inmersión en la realidad tal cual y los eventos. Vivir en tensión, es el talante…

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