sábado, 19 de enero de 2019

El 'shutdown' de Trump o el caos como estrategia



Por Carlos Pérez Cruz

El presidente de EEUU, Donald Trump, camina por los jardines de la Casa Blanca. REUTERS/Joshua Roberts

¿Qué invadimos ahora? , titulaba Michael Moore su documental de 2015. El cineasta proponía invadir países cuyo modo de vida, sistema político o educativo pudiera servir de antídoto a algunos de los problemas sistémicos estadounidenses, pero la pregunta remitía a la muy USAmericana costumbre de enviar tropas por todo el mundo . Como dijo Donald Trump en su reciente visita a Irak, “a países de los que la mayoría ni siquiera ha oído hablar”. El ejército como herramienta imperial. También como cortina de humo que se despliega cuando las cosas se ponen feas para el inquilino de la Casa Blanca.
El presidente Donald Trump es, en ese sentido, una anomalía histórica. Salvo por su idea de crear unas fuerzas espaciales, no suele servirse del ejército para desviar la atención. El nacionalismo populista de su "America First!", su demostrado desinterés en el multilateralismo de las Naciones Unidas o la OTAN (organismo que solo valora en términos de gasto), la reiterada expresión de su voluntad de retirar las tropas de Siria y Afganistán (aunque al comienzo de su mandato envió más soldados), la suspensión de ejercicios con Corea del Sur, etcétera, son indicadores de un insólito desinterés por el papel histórico de las fuerzas armadas. Incluido el de invadir un ignoto país para tapar las vergüenzas domésticas.

Trump se tiene a él. Es su propia cortina de humo y su presidencia se basa en el caos como sistema y la batalla dialéctica como cebo. La innegable capacidad del presidente para cautivar a las masas con su inagotable (aunque agotadora) exhibición de vanidad e ignorancia es antológica. Con una cuenta de Twitter dirige la agenda mediática. Con las cámaras delante, construye el relato. Plagado de mentiras e imprecisiones, llegan sin filtro al ciudadano. Como el pasado martes, cuando abusó de la potestad presidencial para dirigirse a la nación con un mensaje: el país vive una crisis en la frontera sur. Humanitaria, pero sobre todo de criminalidad, drogas y tráfico de personas. ¡Construyamos el muro! ¡Nos invaden! “¿Cuánta más sangre estadounidense tenemos que derramar antes de que el Congreso haga su trabajo?”, lanzó Trump. El filtro posterior de los fact checking intenta contrarrestar con información, pero la época está reinada por la emoción.

"Se nos hace creer que estamos informados, pero solo estamos entretenidos"
Nada ha cambiado fundamentalmente respecto a su discurso de campaña en 2016. Las amenazas vienen del sur y se solucionan con un muro. Mensaje simple y directo. Fácil de recordar. Incluso para él, dado que, según informaba The New York Times, la idea del muro fue un truco mnemotécnico que encontraron sus asesores para asegurarse de que, alérgico como es a leer guiones, Donald Trump no se olvidara en los mítines de mostrar una postura inflexible con la migración. ¿Qué mejor recurso que el muro para el constructor Trump? “Build that wall” se convirtió en el gran hit coreado por las masas, replicado durante la campaña de las legislativas del pasado mes de noviembre con el avance hacia Estados Unidos de una caravana de miles de desesperados de América Central.

El problema de las promesas es que hay que cumplirlas, y la de Trump fue no solo la de construir un muro, sino la de que lo pagaría México. Y eso, aunque él se remita a un acuerdo comercial que todavía está pendiente de aprobación por el Congreso, no va a pasar. Pero quizá sea lo de menos, porque en lo que este presidente es un maestro es en decirle a su votante lo que quiere escuchar, aunque no se sostenga. No importa. En una sociedad polarizada y excitada, no se vota tanto lo que a uno le conviene como lo que siente. Terreno abonado para los medios del entretenimiento y hoy, como le apuntaba hace unos días la periodista Rosa María Calaf a Buenafuente, “se nos hace creer que estamos informados, pero solo estamos entretenidos”.

La última entrega del show de Trump es la del 'shutdown' más largo de la historia. Otro récord y otra victoria sobre un Clinton (el cierre de gobierno más prolongado hasta ahora fue bajo la presidencia de Bill Clinton y duró 21 días). 800.000 trabajadores públicos y un número indeterminado de contratistas sin sueldo, servicios paralizados, familias angustiadas por no poder pagar hipotecas, alquileres, seguro de salud..., y una sensación de caos institucional en la que Donald Trump parece tan cómodo como un niño en una charca. La bienvenida al nuevo Congreso, donde los demócratas estrenaron el 3 de enero la mayoría en la Cámara de Representantes. El comienzo de una larguísima campaña presidencial que Trump fía a su dominio del caos y las emociones más primarias.

Ha llegado la hora de ejecutar el que fue un mantra de campaña (aunque sea a costa del erario estadounidense). Es el 'shutdown' del muro. Trump dijo basta a más presupuestos sin una partida de 5.700 millones de dólares para levantarlo, el Congreso se la niega y él amenaza con invocar una emergencia nacional que le permita construirlo (en un movimiento que presenta muchas dudas sobre su legalidad y sería un claro abuso de autoridad). Llegados a este punto, abona el terreno con un relato ad hoc: el de la crisis en la frontera por culpa de la inmigración irregular, la criminalidad y el contrabando de drogas. Aunque no sea la solución definitiva (ni la más efectiva, ni la más factible) a un problema complejo como es la gestión de la inmigración, Donald Trump quiere el muro porque él nunca pierde. Para quien la negociación es solo un medio hacia la victoria, no construir un solo metro nuevo en la frontera sería una derrota.

Un 72% de los votantes republicanos creen que hay una crisis en la frontera sur

Una crisis implica la intensificación de un problema, y los datos oficiales que maneja la propia patrulla fronteriza señalan que en la frontera entre Estados Unidos y México sucede exactamente lo contrario. En 2017, las 303.916 detenciones en la frontera sur fueron el número más bajo desde 1971. Y aunque en 2018 hubo un repunte, para un total de 396.579 personas, quedan muy por debajo de las detenciones de 2000: 1.643.679 personas. ¿Cómo se justifica una crisis de inmigración ilegal que los datos desmienten? En 2014, según datos delCentro de Estudios Migratorios de Nueva York, dos tercios de los nuevos inmigrantes indocumentados eran personas que habían entrado legalmente al país y excedido el permiso concedido por su visado para permanecer en él. Y sin embargo, un 72% de los votantes republicanos creen que hay una crisis en la frontera sur (según una encuesta de Morning Consult/Politico). Su base compra el relato pero, ¿es suficiente para repetir éxito en 2020?

Misma distorsión para describir la utilidad del muro a la hora de frenar el tráfico de drogas. Aunque es por México por donde entra la mayor parte de la droga, la DEA (Administración para el Control de Drogas) reconoce que lo hace principalmente a través de los puertos oficiales y “solo en un pequeño porcentaje” en los espacios entre ellos. En el caso de la heroína, que Trump dijo que mata a 300 estadounidenses por semana, en un 90% de los casos se incauta en vehículos que cruzan las aduanas. El restante 10%, sobre todo en zonas fronterizas que ya disponen de valla. Ni qué decir tiene que la vinculación de asesinatos de ciudadanos a manos de irregulares no está fundamentada por ninguna estadística.

La creación de realidades alternativas forma parte del ADN de esta administración, que afronta la segunda mitad de su mandato con la amenaza de una Cámara de Representantes desde la que se le planteará batalla y se le abrirán investigaciones, y con la de la trama rusa, por parte del fiscal especial Robert Mueller, a punto de concluir. Para defenderse de ésta, la Casa Blanca acaba de contratar un ejército de 17 abogados. Peones para erigir un muro legal con el que tratar de impedir que vean la luz detalles del documento resultante de la investigación. Esa sí que sería una crisis nacional, eco de la que se vivió cuando Richard Nixon intentó bloquear la entrega al Senado de las grabaciones que realizaba secretamente en el Despacho Oval. El Tribunal Supremo ordenó la entrega en julio de 1974 y, un mes después, el presidente dimitió.

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