domingo, 14 de febrero de 2010
Historias de dolor entre los escombros a un mes del sismo en Haití
Por Augusto Assía
RUINAS. EN EL COLEGIO SAINT GERARD DE LA CAPITAL HAITIANA TODAVIA ESTAN SEPULTADOS 300 ALUMNOS.
Fue bastante menos de lo que tarda un semáforo en cambiar de color o lo que tarda un niño en atarse los cordones. 38 segundos suficientes para sepultar al 60% de la economía y a más de 220.000 personas, en un país de dos ascensores, ninguna escalera mecánica y miles de organizaciones no gubernamentales, las ONGs.
A las 16:53 de la tarde, la calle era un hervidero de vendedores cuando de repente se agrietaron las paredes, las carreteras se abrieron como rajadas por un cuchillo y se vino abajo la mitad de los colegios, las universidades, casi todos los hospitales, decenas de supermercados y 250.000 viviendas. Lo que a esa hora de la tarde era un bullicio alegre y cadencioso como el Caribe se convirtió en una gran nube de polvo y gritos del que sólo surgía gente ensangrentada o directamente mutilada.
Veinte segundos después Puerto Príncipe pasó de ondular a moverse frenéticamente de arriba abajo. Los pilares terminaron de caerse y se vino abajo el Palacio Presidencial, la Catedral, el Parlamento, cinco ministerios y el cuartel general de la ONU. Siguió siendo el primer país de América en conseguir la libertad, pero también el más miserable de continente.
Un mes después el país ya piensa en la reconstrucción. Demoler primero, reconstruir después. Pero mientras eso ocurre un millón de personas sigue durmiendo a la intemperie en más de 500 pestilentes campamentos. A la entrada de ellos una misma frase "Necesitamos ayuda. Comida, agua y medicinas". Escrito siempre en inglés y español, nunca en creole: aquí "nadie espera nada" de un Estado desaparecido el 12 de enero. Las personas siguen siendo el alma de un país que no es América y que tampoco es Africa; es Haití.
El niño que ya no sonríe
Por más que uno intenta hacer chistes Pierre Rossenant, 15 años, no sonríe desde hace tiempo. Menos aún cuando vuelve al colegio donde siguen sepultados trescientos amigos suyos. La escuela Saint Gerard parece un símbolo de lo que fue Puerto Príncipe y lo que es ahora. Construida con fondos de la cooperación y la ayuda de los padres redentoristas, se vino abajo justo cuando desbordaba de niños durante del turno tarde.
El que era el tercer piso de la escuela está ahora a la altura de los pies y el patio de juegos es una mole de escombros tiznada. Pierre tiene que taparse la nariz cuando habla porque de bajo los cascotes sigue saliendo un olor ácido, fuerte, que produce arcadas. Es el olor de sus amiga Anquetie, Marie, Leonard...todos ellos con menos de 15 años, pero que aún no han podido salir de los escombros para lograr un entierro digno ya que las pocas excavadoras que hay tardarán mucho en llegar. Así que los propios familiares prefirieron prenderle fuego a los escombros para evitar enfermedades y ofrecer algo parecido a un entierro.
Ahora, en el patio, se mezclan la cara triste de Pierre con los libros de matemáticas y los huesos calcinados de sus amigos tirados por el suelo.
La alegre tristeza de Leo
Leo Daniel tiene cara de malo y 26 años. Parece un pandillero malarriado que sin embargo destila sensibilidad y esperanza con cada palabra. "Me hace bien rezar, cantar. Estar unidos en esta desgracia es la mejor ayuda que tengo" explica con los ojos llorosos desde la plaza 'Campo de Marte' de Puerto Príncipe donde está junto a miles de personas para recordar que hace un mes la tierra tembló. Como casi todos en esta ciudad, desde el 12 de enero duerme en un parque. Cuando el 'pastor' pide arrodillarse aprieta la foto de su hijo en su pecho. Cuando se incorpora grita al cielo "Jesús" y "Aleluya" una y mil veces y entra en una especie de trance que lo une a todos. El duelo de los haitianos parece alegre cuando abren los brazos, cierran los ojos, apuntan su rostro al sol y cantan por horas hasta el llanto.
Un pizzero para presidente
Cuando en la calle la gente se peleaba por un plato de comida, cuando la ONU seguía descabezada y en estado de shock tras la muerte de gran parte de sus responsables y cuando las ONGs seguían siendo un ente con más voluntad que eficacia a la hora de encontrar soluciones frente a la pizzería Mon Cheez ya había largas colas de gente perfectamente ordenadas que recibían una sabrosa comida.
Hoy un mes después la escena se sigue repitiendo en Petion Ville, uno de los pocos distritos de clase media-alta, salpicados de manzanas de pobreza, y Jean Pierre Bailly sigue entregando de forma gratuita un plato de comida y un refresco todos los días de la semana, dos veces al día. La mayoría de los que hacen cola en la calle jamás podrán probarlas porque no tiene con qué pagarlas y seguramente ni las conocen, pero se habituaron a la sensibilidad social de una familia que creció consciente de la obligación moral de ayudar a los que menos tienen. El es de los que critica el "intervencionismo durante años de los Estados Unidos y de las Naciones Unidas y que ejercen un paternalismo que anestesia cualquier iniciativa", explica. "Debería postularse para presidente o para alcalde" añade un chico apunto de recibir su comida. "Ningún dirigente haitiano, ha hecho nada por los ciudadanos que lo perdieron todo. Además, muchos ricos salieron corriendo hacia EE.UU." comenta desde una cola en la que no hay militares poniendo orden.
El milagro de Evans
Cuando los equipos de rescate habían guardado sus sondas, cuando la mayoría tenía hechas las maletas y los perros habían dejado Haití, apareció Evan Muncie, un humilde vendedor de arroz que llevaba 27 días atrapado bajo los escombros en la capital.
Cuentan que algunas personas que rebuscaban entre las ruinas escucharon los lamentos de Muncie cuando avisaron a los médicos. Cuentan también que Evans llegó al hospital desorientado y mezclando frases inconexas y que durante las primeras horas habló con los médicos sin saber todavía si estaba en una camilla de un hospital o si seguía bajo las piedras. El doctor Mike Connelly avaló entonces la teoría del milagro: "Estaba demacrado. No había comido en mucho tiempo y tenía úlceras en ambos pies", explicó. Pero todo esto hay que deducirlo porque la cadena CNN se apropió de la milagrosa historia y, megáfono en mano, expulsó del hospital a cualquier que intentara hablar con los familiares. Pero a pesar de las dudas que rodean su caso, todos los rescatistan coinciden en que en Haití se están batiendo todos los récords de tiempo de rescate de sobrevivientes.
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