martes, 6 de octubre de 2020

El "trumpismo" frente al feminismo en 13 apuntes


Público

Por Nazanín Armanian

El 21 de enero de 2017, sólo un día después de que Donald Trump jurase como presidente de Estados Unidos, la Marcha de Mujeres en Washington reunió a cerca de medio millón de indignadas por su elección. Fue la protesta más multitudinaria de la historia reciente de un Estados Unidos que llegaba tarde al funeral global en el que la extrema derecha de mil disfraces está enterrando desde hace cuatro décadas las conquistas económicas, políticas y sociales de los pueblos, desde Oriente Próximo hasta Europa Oriental y Occidental: primero fue a por las mujeres, con la complicidad de la milenaria estructura patriarcal de las sociedades, para luego ir a por la otra mitad.

¿Alguien sabe cuál es la fórmula de la irreversibilidad de los derechos logrados?

1. En dos años la marcha, espontánea en un principio, fue magníficamente organizada por el movimiento feminista en los barrios y lugares de trabajo, sacudiendo tanto al Partido Demócrata como al republicano. Fijó unos objetivos concretos, ente ellos hacerse con el control del Congreso en las elecciones de 2018 ¡Y lo consiguió!

2. En el despertar del movimiento feminista dos factores han sido decisivos: a) el lenguaje extremadamente ordinario e inadmisible de Trump sobre las mujeres, su actitud chulesca y sus políticas misóginas, y b) el coronavirus, que también en Estados Unidos ha destapado las profundas desigualdades sociales inherentes al sistema capitalista y ha golpeado el hechizo de Trump: 6,5 millones de infectados, 190.000 fallecidos, y 45 millones de parados; las minorías negra, latina y nativa americana se han visto afectados de manera desproporcionada, y sus mujeres aún más.

3. Cuatro años antes, un solo comentario sexista de un político era suficiente para escandalizar al refinado establishment del país. Sin embargo, este personaje sacado de la era pre-Ilustración ha conseguido normalizar lo inaudito gracias a la cooperación de los medios de comunicación, que sólo reflejan las perlas de presidente sin analizarlas y sin mostrar su repulsa.

4. El próximo 3 de noviembre, el sistema ofrecerá a los ciudadanos la posibilidad de elegir entre dos millonarios-hombres-blancos-religiosos para que nada cambie. Estados Unidos nunca ha tenido una presidenta, y solo en 2016 pudo contar con una candidata (la antifeminista) Hillary Clinton, mientras Sri Lanka (antes Ceilán), por ejemplo, hace 60 años ya fue dirigida por Sirimavo Barandanaike.

5. Es cierto que la mayoría del electorado en 2016 no votó a Trump y hubo 2,87 millones de votos más en favor de Clinton, pero las singularidades de sistema electoral de Estados Unidos y algo parecido a un milagro colocaron a este mediocre timador profesional en la cima del poder. Si Trump vuelve a ser presidente, los expertos en psicoanálisis de las masas tendrán un apasionante reto por delante, mientras los psicólogos ya pueden proponer la nomenclatura Síndrome de trumpismo al trastorno de personalidad producido por la fusión de los siguientes rasgos: ser autoritario, siniestro, misógino, supremacista, charlatán, farsante a tiempo completo, listillo que no inteligente, sin principios políticos ni mucho menos éticos, mentiroso compulsivo (capaz de fabricar un promedio de 14,8 mentiras diarias), mezquino, indocto, ineficaz e ineficiente, con un profundo complejo de inferioridad (y por ello, con sed de ser adulado), y creer ser el centro del universo.

¿Se puede hablar de una secta trumpiana?

6. «Podría pararme en medio de la Quinta Avenida y dispararle a alguien y no perdería votantes», dijo un Trump recién elegido, convencido de su capacidad para anular la razón de sus fieles. Él, un hombre hueco y demagogo, es como el jefe de una secta, grupo transversal con algunos intereses compartidos: para sus leales, él es un enviado de Dios, el «auténtico» que dice sin rubor las barbaridades que millones de ciudadanos piensan sobre:

– Los derechos de la mujer, de las minorías étnicas y sexuales y de personas de piel no blanca; las virtudes de poseer armas (que cada año mata, solo entre los menores, a unos 1.300 chavales, 80 veces más que en los países de la OCDE) o enjaular a los niños inmigrantes; los beneficios de contaminar el aire, la tierra y el mar; lo divertido que es asesinar a otras personas en otras tierras, etcétera.

– Cualquier granjero o camionero (de esos que tienen colgado un almanaque con fotos de mujeres desnudas en su cabina), podrá verse reflejado en él; pero también aquellos ultradevotos que añoran un pasado en el que los hombres hacían de macho y las mujeres eran objetos sexuales y juntos construìan la familia feliz americana en la que la esposa hacía la cena mientras el esposo visitaba a una actriz porno. Esta gente le aplaude cuando intenta contener la sexualidad femenina «salida del control» y les hace gracia esa erotización de la violencia contra la mitad de los ciudadanos y que el presidente presume de ser el macho alfa y humille sexualmente a las mujeres y los hombres que le critican por su gestión política.

7. Para su «America First» las mujeres simplemente no existen. Las ha excluido también del poder «capitalista-blanco»: en su gabinete de 23 ministros solo hay tres mujeres, la cifra más baja desde la presidencia de George H. W. Bush.

8. Los únicos que pueden abandonar la secta son los trabajadores que en 2016 no entendían a una Hillary Clinton que les prometía una guerra mundial (atacando a Irán y Rusia) ignorando los problemas de millones de trabajadores en casa.

9. En cuatro años, Trump ha conseguido:

– Colocar a Estados Unidos entre los diez países más peligrosos en el mundo para la mujer, según la Fundación Thompson Reuters, junto con Arabia Saudita, Afganistán, o Somalia. El 75% de las trabajadoras afirman haber sido acosadas por los compañeros. En los últimos años ha habido un aumento de violaciones, y no por la «llegada de la caravanas de inmigrantes» como afirma Trump, a quien le grabaron cuando decía cómo agredir a una mujer. Dice el Departamento de Justicia que en 2018 se produjeron unas 290.000 violaciones y eso que el 80% no se denuncian. El informe del Pentágono (2018) revela unos 20.500 ataques sexuales dentro del Ejército, y un aumento del 38% comparando con 2016. La contribución especial de Trump ha sido eliminar los criterios unificados para definir las agresiones sexuales establecidos por el gobierno de Barak Obama: ahora se puede volver a tachar de «malas conductas» a los abusos sexuales.

– Aumentar el feminicidio: en 2016 –curiosamente el último año que se proporciona datos sobre los asesinatos de la mujer en Estados Unidos–, al menos 1.809 mujeres fueron asesinadas por un hombre conocido, un crecimiento del 21%, en comparación con 2015, informa Security.org. Claro que ninguna cifra expresa el profundo dolor de sus seres queridos, de los hijos que dejan huérfanos o del impacto de una barbarie como esta en la sociedad.

. Impedir que la campaña de #MeToo, protagonizada por las actrices de «un Hollywood demócrata», fructificase. La iniciativa, cuyo objetivo (secreto) era sacar a relucir los escándalos sexuales del presidente, que no acabar con los abusos y agresiones sexuales, en un país donde el ejercicio de la violencia e intimidación es uno de los pilares de su cultura, estaba condenada al fracaso.

– Desmantelar los servicios de salud reproductiva, potenciados durante el mandato de Obama, cuyo Gobierno exigía a las aseguradoras cubrir los anticonceptivos. Con Trump se permite a los sanitarios negar este servicio por «objeción de conciencia». En un país donde la religión impide impartir la asignatura de educación sexual en los colegios y los católicos practicantes consideran un pecado el uso de anticonceptivos, miles de adolescentes se quedan embarazadas, y cuando miles de niños-padre no quieren saber nada del «asunto», estas niña-madres abandonan a miles de bebés cada año desde la absoluta desesperación. No se sorprendan si la «sorpresa de octubre» de un Trump al que las encuestas le dan por perdedor sea su anuncio de la seguridad social para todos.

– Disolver el Consejo de Mujeres y Niñas de la Casa Blanca, creado por el presidente Obama para garantizar que diferentes ministerios incluyesen las necesidades de las mujeres y las niñas en sus políticas.

– Prohibir a los Centros de Control y Prevención de Enfermedades usar palabras como diversidad, feto o transgénero en sus documentos relacionados con la salud de la mujer.

– Eliminar cualquier mención a los derechos sexuales o reproductivos del informe anual de derechos humanos de la Secretaria de Estado, y las referencias a los anticonceptivos, aborto, educación sexual, y recursos para las mujeres lesbianas y bisexuales en el portal del Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS).

– Profundizar y ampliar la feminización de la pobreza. Durante el mandato de Trump, la fortuna de los cinco primeros magnates del país se ha incrementado en 219.000 millones de dólares, al tiempo que la mayoría de los 45 millones de estadounidenses que viven debajo de la línea oficial de pobreza son mujeres y sus hijos. Trump ha aumentado la brecha salarial, especialmente para las mujeres menores de 40 años, o sea, las que se encuentran en la edad fértil. El rostro de la pobreza en Estados Unidos es de una madre soltera-trabajadora-negra/latina/nativa americana. Las mujeres ganan 80 centavos por dólar en relación a los hombres, y si son hispanas 56. Trump ha eliminado la iniciativa de transparencia salarial del Gobierno de Obama, que obligaba a las empresas privadas de más de 100 empleados publicar sus datos salariales, con el fin de impedir la discriminación por razones de sexo y color de piel. En el condado de Dallas, las hispanas cobran solo 38 centavos por cada dólar que se les paga a los hombres blancos. Así, una de cada cinco mujeres mayores vive por debajo del nivel de pobreza, debido a que cobró menos salario en su juventud, ser cuidadora gratuita de los miembros del hogar, perdiendo unos 660.000 dólares en salarios y beneficios a lo largo de toda la vida, además de tener que desembolsar unos 5.500 dólares al año de su bolsillo en los gastos relacionados. Casi 1,6 millones de mujeres no reciben ninguna renta de la Seguridad Social, la mayoría inmigrantes. En el medio de la tragedia de la pandemia, Trump ha autorizado la eliminación de 688.000 personas del Programa de Asistencia Nutricional Suplementaria (cupones para alimentos). El «sálvese quien pueda» de Estados Unidos hace responsable a la persona del fracaso de un sistema basado en el dominio del más fuerte.

– Bajar la esperanza de vida. Estados Unidos, que ya tenía la menor esperanza de vida al nacer entre los países ricos, por primera vez en 20 años pierde puntos: las mujeres, que vivían 81,20 años en 2015, dos años después vivieron 81,10; los hombres tampoco se salvaron: de 78,69 en 2015 bajaron a 78,54 años un año después. Este país tiene la mayor mortalidad infantil en el mundo desarrollado.

– Forzar a las mujeres transgénero sin hogar a compartir dormitorios y baños con los hombres en los albergues. Una quinta parte de los transgéneros de Estados Unidos ha tenido que vivir en la calle. En 2019, al menos 19 mujeres transgénero negras fueron asesinadas.

– Oponerse al permiso de maternidad, obligando a las mujeres a ser «amas de casa». Estados Unidos es uno de los pocos países del mundo, y el único industrial, que no concede un permiso remunerado a las mujeres embarazadas. En Singapur son 16 semanas de baja remunerada, y en el Iraq de Sadam Husein las funcionarias recibían dos años de este permiso, uno subvencionado por el Estado.

– Disminuir el número de mujeres empleadas, por primera vez desde 2018, a pesar de que ellas siguen siendo la mayoría de los titulados universitarios.

– Desplome en el Índice de Brecha de Género, indicador que analiza la división de los recursos y las oportunidades entre hombres y mujeres en 153 países. Este indicador muestra el retroceso de Estados Unidos del puesto 28 en 2015 al 51 en 2018.

10. El movimiento feminista consiguió que las mujeres representaran el 53% de los votantes en las elecciones parlamentarias de 2018 y que los demócratas obtuvieron la mayoría de la Cámara, incluso su presidencia, en la figura de Nancy Pelosi.

11. La nominación de la senadora Kamala Harris –apodada la Hillary Negra por el ala izquierda del Partido Demócrata–, para ser la vicepresidenta de un futuro Gobierno de Biden sirve para jugar la carta de «mujer-no blanca-hija de inmigrantes» y atraer el voto de estos tres segmentos sociales. La exfiscal «agresiva», con el nombre de la diosa de prosperidad hindú, no solo dará la fuerza que le falta al candidato Joe Biden, de 78 años, en los mítines, sino que podría ser la futura presidenta de su partido e incluso de Estados Unidos si Biden no llega a terminar su mandato, en caso de ser elegido. Pero el abuso del «factor de identidades» crea el espejismo de pluralidad y justicia social: la desigualdad en la riqueza ha aumentado en los últimos años, a pesar del aumento del número de mujeres no blancas en los altos cargos. Kamala no podrá dar una solución «racial» a un problema social.

12. El movimiento feminista tiene pendiente un arduo trabajo entre las cristianas conservadoras que creen que Dios sólo ha designado a los hombres para dirigir a la comunidad (lo mismo que dicen los ayatolás de Irán, que en su Constitución han reservado el cargo de la presidencia a los hombres, alegando «¿Acaso Dios ha enviado alguna «profeta?») y entre las musulmanas inmigrantes que no suelen votar.

13. El movimiento feminista se despoja de quienes intentan despolitizar su lucha: la discriminación no es cultural, es política y por ende sólo se eliminará cambiando el sistema en favor de los intereses de la mayoría.

¡Suerte, compañeras y compañeros estadounidenses!


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