jueves, 10 de noviembre de 2016

Mucha gente pequeña trabajando en red ha cambiado un mundo



Don Francisco dice que le es fácil hacer amigos, parece feliz. Sin embargo, las arrugas en su rostro muestran la vida dura que ha tenido. Toda la vida ha sido campesino, vive en una comunidad abandonada, inserta en una montaña, casi inaccesible, como muchas en Honduras. Él se quedó allí, pero dos de sus hijos migraron, primero a la ciudad, después a Estados Unidos. Las cosechas ya no dan, la comida falta y sobran los políticos que prometen en tiempos de campaña, pero estando en el poder los olvidan. Su comunidad no tiene energía eléctrica ni agua potable, no hay centro de salud y la escuela está en malas condiciones. Lo jóvenes tienen que salir, dice don Francisco, sin las remesas las familias de su pequeña comunidad no sobreviven.
Esto suele ser común en Honduras, don Francisco aprendió a resignarse, no es el único. Se calcula que cada año salen más de 300 mil personas centroamericanas en búsqueda de una vida digna, y a veces buscando solamente  poder vivir,  fuera de sus  fronteras.

Pero un día, se dieron cuenta que la nieta más pequeña tenía leucemia. Heidy. Esta situación de buscarse la vida había separado a los padres de la pequeña, el hijo de don Francisco había partido hacia Estados Unidos y la madre de la niña, al saber que su hija podía morir en Honduras, donde la atención médica es precaria, decidió buscar solución en Estados Unidos también. Se fueron por caminos separados, pero parece que todos los caminos llegan al norte.

Don Francisco y su esposa sufrieron mucho, sabían que no podían ayudar a su nietecita que ellos habían cuidado desde pequeña. “El que no sabe es como el que no puede ver”, dice don Francisco. Así se sentía él, impotente. No habían detectado la enfermedad de la niña porque para ir a revisión al centro de salud, hay que caminar una hora desde su casa, y nunca hay médico. Cuando al fin llevaron la niña a la ciudad, allí se supo. Leucemia es una palabra muy rara, y más extraño es asociarla a una inocente niña.  La familia se partió más. En casa de don Francisco quedaron los dos hermanitos mayores de Heidy, todos se extrañaban, no entendían.

Un día recibieron una llamada. Había una posibilidad para Heidy. El hospital universitario de la Universidad de Columbia en Nueva York, estaba dispuesta a apoyar a Heidy, quien se podía salvar si se le hacían un transplante de médula ósea. Cristian, el hermano menor, era compatible. Cristian tiene 10 años y aun no sabe leer. Él dice que nunca quiere irse de su país, que ama su vida en el campo con sus animalitos.

Para la familia de Don Francisco se abría una luz en el túnel. Pero una luz muy tenue con peligro de apagarse, eran demasiados trámites, visitas a la capital, burocracias… Ellos no conocían a nadie en Nueva York, y tampoco a nadie en Honduras que le pudiera ayudar. Tampoco sabían que en El Progreso,  existe una institución, el ERIC, que forma parte de la red de atención a migrantes y  refugiados, una red que busca  atender y defender los derechos de las personas migrantes, refugiadas y sus familiares  en el origen, tránsito y destino,  formada por quienes brindan la atención directa desde Costa Rica hasta Estados Unidos, dentro de la RJM Centroamérica y Norteamérica.  Y que  precisamente una de las organizaciones referentes de la red de atención, la Coalición Mexicana,  está en Nueva York, y precisamente coordina algunas actividades con el hospital Universitario de Columbia. Esa pequeña luz  se volvió resplandeciente.

Ambas instituciones, el ERIC y la Coalición Mexicana, junto con la familia de Don Francisco, lograron que a Cristian le dieran una vista de emergencia válida por seis, meses y que pudiera salir del país. Una oncóloga en Estados Unidos hizo todo lo posible para pagar el viaje de Cristian y salvarle la vida a Heidy. La operación se hizo y todo resultó bien. A los pocos días de realizada la operación, Cristian regresó a su comunidad, con sus gallinas y cerdito y sigue diciendo que él nunca se irá, que Estados Unidos no le gusta, que Honduras es bello.

La red  jesuita de atención a migrantes y refugiados  nació hace tres años dentro de la Red Jesuita con Migrantes,  como una respuesta a la necesidad de  brindar atención  durante el camino de las personas que se ven obligadas a salir de su país, y que son más vulnerables fuera de su territorio. Los casos que requieren de  asistencia legal y atención en dos o más países de manera simultánea son de diferente índole. Atención a migrantes privados de libertad, búsqueda de migrantes desaparecidos, o la realización de los trámites necesarios para que las personas puedan  acceder a derechos en los países de destino, como partidas de nacimiento, o certificaciones escolares, algo tan sencillo pero necesario para poder ir a un centro de salud, o que los niños y niñas estés escolarizadas. Y algo complicado de lograr para una persona migrante. 

La red juega un papel importante también en el caso de personas que salen del país por la violencia para solicitar refugio.  Para los hombres, mujeres y niños que huyen es clave acudir a una organización de referencia en el país de origen, que les apoye con los documentos a llevar que sustente su solicitud que pueda explicar el contexto del que se van, y  que esté conectada con una organización que les pueda recibir en el país en donde van a solicitar refugio. 

En lo que va de 2016, la red de atención ha atendido a más de 110 personas que han necesitado apoyo.  Pero  hay casos, como el de Heidy, que muestran que, como dice Galeano, mucha gente pequeña, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo. En este caso, han cambiado un mundo, gracias al trabajo en red.


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