jueves, 24 de noviembre de 2016

"Los mártires de la UCA siguen reclamando Paz en El Salvador y en Centroamérica"



El 16 de noviembre de 1989, en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), de la ciudad de San Salvador en El Salvador, fueron asesinados seis sacerdotes jesuitas y dos mujeres compañeras trabajadoras por un pelotón del batallón Atlacatl de la Fuerza Armada bajo las órdenes del coronel René Emilio Ponce. El acto criminal se dio durante la presidencia de Alfredo Cristiani.

“Hoy, como nunca, la palabra y la propuesta de los jesuitas sobre la paz es más urgente que nunca” dijo el sacerdote jesuita Ismael Moreno, director del Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación, Eric, y Radio Progreso.
Los criminales intentaron crear una escena del crimen para vincular como sus autores a la guerrilla salvadoreña. “No acababa yo de creerlo, parecía literalmente imposible que ocurriera esto. Inmediatamente después, el primer pensamiento que me surgió fue: ellos fueron asesinados por el ejército salvadoreño” recuerda el padre Melo. 
Las víctimas fueron:
Ignacio Ellacuría S. J., español, rector de la universidad UCA. 
Ignacio Martín-Baró S. J., español, vicerrector académico. 
Segundo Montes S. J., español, director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA. 
Juan Ramón Moreno S. J., español, director de la Biblioteca de teología. 
Amando López S. J., español, profesor de filosofía. 
Joaquín López y López S. J., salvadoreño, fundador de la universidad y estrecho colaborador. 
También murieron asesinadas Elba Ramos y Celina Ramos, ambas salvadoreñas y trabajaban con los jesuitas.
Radio Progreso (RP) dialogó con el padre Ismael Moreno (IM) sobre estos 27 años que rodean la masacre contra los jesuitas en El Salvador.
RP. ¿Qué hacía usted el 16 de noviembre de 1989?
IM. Ese día 16, los Jesuitas de Honduras salimos de los ejercicios espirituales que año con año hacemos durante ocho días. El año anterior, es decir en 1988, esos ejercicios los había acompañado el padre Ignacio Ellacuría, y desayunamos sin tener nada de noticias. Decidimos regresar, yo trabajaba en Tocoa, Colón, en la parroquia, y en el camino veníamos platicando precisamente de los ejercicios anteriores, del año 88, y haciendo referencia al padre Ignacio Ellacuría, decíamos que algo que había llamado la atención, entre muchas otras cosas de su análisis, que en Honduras era necesario que la Compañía de Jesús tuviese una universidad porque mientras no tuviera una universidad era bastante más difícil que las parroquias, el Eric y la radio pudiesen desarrollar un trabajo pleno porque una universidad contribuía a ver universitariamente las problemáticas desde búsqueda de respuestas estructurales.
RP. ¿Cómo se enteran de la noticia?
IM. Llegamos a la comunidad del San José en la ciudad de El Progreso que es donde tiene la sede principal la Compañía de Jesús, y entonces allí nos salieron y nos dijeron: ¡ya saben la noticia!, ¿qué noticia?, ¡mataron a los jesuitas! Quiero decir que para mí fue un impacto tan grande cuando fueron diciendo los nombres, pero todavía más impactante fue cuando dijeron: ¡y también mataron a Elba y Celina!, porque Elba y Celina, en ese mismo año, habíamos acordado que venían a pasar la navidad aquí con mi familia.
RP. ¿Qué pensó al enterarse de esta horrible masacre?
IM. Antes de pensar fue el impacto emocional. No acababa yo de creerlo, parecía literalmente imposible que ocurriera esto. Inmediatamente después, el primer pensamiento que me surgió fue: ellos fueron asesinados por el ejército salvadoreño. 
RP. ¿Qué hicieron entonces?
IM. El paso siguiente fue juntarnos un grupo de jesuitas, nos juntamos en la antigua Radio Progreso, y acordamos que teníamos que sacar un comunicado. Ese primer comunicado, que lo escribimos esa misma tarde del 16 de noviembre, ese fue el primer comunicado en donde un sector de la Compañía de Jesús advirtió que nuestro dedo apuntaba a identificar a los responsables de la masacre a miembros del ejército salvadoreño.
RP. ¿Pero qué se decía desde El Salvador?
IM. Hasta ese momento todas las noticias estaban en torno a aquel rótulo que dejó el batallón que decía: “así acaban los traidores del pueblo,  FMLN”. Por lo tanto el ambiente estaba en torno a que a los jesuitas los había asesinado la guerrilla, y todavía una semana, dos semanas, tres semanas, cuatro semanas, las siguientes semanas se mantuvo esa historia oficial, sin embargo nosotros fuimos los primeros aquí en Honduras, y lo digo con mucha alegría y también con humildad, en decir que nosotros apuntábamos a que los primeros responsables de esto eran los miembros de las Fuerzas Armadas salvadoreñas.
RP. ¿Por qué lo hicieron ustedes, cuál era el contexto que manejaban?
IM. Bueno porque Ignacio Ellacuría, fue la persona, el jesuita, que desde los comienzos de los 80´s había dicho que no podía haber una resolución al conflicto armado salvadoreño si no era por la vía del diálogo que llevara a una negociación. A partir de esa primera observación, Ignacio Ellacuría y los jesuitas mantuvieron firmes su propuesta desde la universidad como académicos e investigadores que eran, de impulsar un diálogo. La Fuerza Armada salvadoreña era la más ferviente opositora. Es cierto que tampoco la guerrilla la miraba con buenos ojos, algunos de la guerrilla, porque todas las respuestas parecían que se sustentaban en las armas.
RP. ¿Cómo era la zona donde fueron asesinados los jesuitas, es decir la sede de la UCA?
IM. Esa zona, donde mataron a los jesuitas, era una zona, podemos llamarle de “absoluta retaguardia” para usar términos militares, del ejército salvadoreño. Era imposible, literalmente imposible que una columna de la guerrilla pudiese penetrar a la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas en una zona de control total. A unos pocos metros de la universidad estaba la sede del Estadio Mayor de la Fuerza Armada. A muy pocos metros de allí también estaba la escuela militar, que era la sede principal, y también a otras cuadras de allí estaba la Casa Presidencial, por lo tanto es impensable que pudiese llegar hasta ese lugar un contingente de la guerrilla salvadoreña por lo tanto allí solamente pudo haber ingresado la Fuerza Armada salvadoreña.
RP. ¿Hubo antes un antecedente?
IM. El 13 de noviembre de ese año, tres días antes, un contingente del batallón Atlacatl penetró en el recinto de la Uca de El Salvador y llegó hasta la residencia de los jesuitas y entró cuarto por cuarto para identificar donde estaban ellos. Uno de los jesuitas, el único que se salvó, una vez que hicieron el cateo, él les dijo en la noche a los jesuitas: compañeros, esta es una advertencia, estos nos vienen a matar. Ellacuría, que fue su error estratégico, le dijo: tú estás paranoico, a nosotros no nos pueden tocar. Este jesuita agarró su maleta, metió lo indispensable y se fue esa misma noche de la casa.
RP. ¿Quiénes eran los jesuitas?
IM. Eran personas de carne y hueso, conocidas, con carácteres distintos, algunos difíciles, pero la característica de fondo es que eran personas comprometidas desde su fe con la academia, con la investigación y con las propuestas universitarias. Ignacio Ellacuría fue el que inauguró lo que él llamaba la cátedra de la universidad. Además él decía lo siguiente: la asignatura más importante de la universidad siempre debe ser la realidad nacional porque nos toca a nosotros universitariamente, decía el padre Ignacio Ellacuría, aportar propuestas de solución a los graves problemas estructurales del país desde la universidad pero que estén en una clara opción por los más pobres.
RP. ¿Tuvo que ver el asesinato de los jesuitas con el fin de la guerra en El Salvador?
IM. Es inevitable la vinculación del 16 de enero de 1992 con el 16 de noviembre de 1989, porque el asesinato de los jesuitas fue una especie de una bomba de explosión por la paz porque con esos cuerpos y esos cerebros destrozados en aquel jardín, despertó y estremeció la conciencia del mundo hacia El Salvador, y a partir de ese momento, lo que hasta ese momento los diálogos de paz eran solo cálculos, comenzó el proceso irreversible hacia la búsqueda de una solución negociada al conflicto salvadoreño.
RP. ¿Cuál es el contexto que se vive 27 años después?
IM. Se firmaron los acuerdos del diálogo el 16 de enero de 1992 y se abrió un nuevo escenario, una nueva etapa en donde las partes en conflicto se convirtieron en propuestas políticas electorales sin embargo la raíz del conflicto salvadoreño sigue intacto que es ese dinamismo que genera profundas, continuas y perpetuas desigualdades, o sea, una concentración y acumulación de capitales en pocas manos dando como consecuencia el empobrecimiento continuo de la población. Hoy, 27 años después, tenemos un El Salvador atrapado en una terrible violencia con rasgos de crueldad.
RP. ¿Cuál es la vigencia del mensaje y la lucha de los jesuitas?
IM. Hoy, como nunca, la palabra y la propuesta de los jesuitas sobre la paz es más urgente que nunca.
RP. ¿Cuál debe ser el motor que debe mover esa propuesta?
IM. Respuesta a las víctimas. Una respuestas a las víctimas que no debe estar nunca solamente con medidas paliativas que si un bono diez mil o una tontera de éstas, que lo que hace es más bien alargar verdaderos procesos de respuestas, sino una respuesta desde las víctimas pero para que busquemos un modelo económico, político y de vida que acorte irremediablemente la distancia entre unas élites pudientes escandalosamente enriquecidas y unas mayorías escandalosamente empobrecidas.
RP. ¿Cuál es el principal mensaje que nos dejaron las mártires de la UCA?
IM. De los mártires de la UCA uno puede recoger lo siguiente, unido con muchos otros luchadores a lo largo de la historia: la violencia nunca es el camino, las transformaciones por la vida solamente las podemos tener con apuestas por la vida y con metodologías y estrategias de la no violencia activa.

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