lunes, 12 de septiembre de 2016

La realidad de nuestra niñez



En estos días que todo huele a dulces y piñatas, comida y pastel, juguetes y alegrías infantiles, es bueno reflexionar sobre los momentos tan tormentosos y difíciles para nuestra niñez producto de tanta violencia y corrupción que arrebata las oportunidades de que nuestros niños y niñas se desarrollen en un ambiente de oportunidades en vez de represión.

La celebración del día del niño y de la niña tendría más sentido si hubiera una lucha decidida por el respeto a sus derechos. Es bueno celebrar, pero esa celebración tendría mucho sentido solo si trabajamos en favor de la niñez. De qué sirve celebrarles con piñatas, juguetes y comida cada 10 de septiembre si el resto del año los niños y niñas se enfrentan a un panorama desolador, abandonan su niñez para asumir responsabilidades que no corresponden a sus edades. Una celebración para la niñez no debe nunca estar alejada de los factores que hacen tan infelices a nuestros niños y niñas.

Según datos de Casa Alianza, Honduras registra 3.7 millones de habitantes menores de 18 años, es decir, niños, niñas y adolescentes, muchos de ellos en riesgo social tomando en cuenta que viven en un país con desigualdades dónde la brecha entre los ricos y pobres se agranda cada vez más con un sistema político atrapado en la corrupción y la violencia, y que se lleva de encuentro a la niñez y a la familia.

La realidad de la niñez en Honduras es cruel y alarmante. Basta con levantar la mirada a la realidad para darse cuenta. Hay un millón de niños y niñas que no van a la escuela, son excluidos. Otro medio millón son explotados laboralmente, según Casa Alianza. Además nos alerta que 24 de cada 100 niñas adolescentes salen embarazadas. Son niñas entre 15 y 19 años. Y cada noche duermen 8 mil niños y niñas en las calles. Hay otros que tomaron la decisión de irse de Honduras y agarraron la ruta del migrante. Y los que se quedan corren un alto riesgo de morir asesinados por las balas de la impunidad.

Esa realidad del país nos indica que las políticas de Estado se han quedado atrapadas en papel y no hay tales de una preocupación seria por los más pequeños de la nación que son los que al final de cuenta engrandecen a un país.

Está muy bien que celebremos, que regalemos juguetes, que repartamos pastel y que alegremos la vida de los niños y las niñas con las piñatas, pero no pretendamos endulzar con confites una realidad amarga que requiere de un compromiso social serio y una voluntad política clara para atender de manera adecuada y justa a nuestra niñez, atendiendo sus necesidades y preparándolos con responsabilidad para que asuman las riendas de este país.

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