miércoles, 13 de julio de 2011
Zelaya regresa con acuerdos bajo el sombrero
Vos el Soberano
Por Ismael Moreno
El regreso de Mel Zelaya a Honduras no es el regreso de la democracia a ese país, como algunos piensan o se apresuraron a decir, arrastrados por la retórica. Los Acuerdos de Cartagena, que permitieron el regreso de Zelaya, contienen aciertos y emiten señales positivas. Pero también están atravesados de sombras y de riesgos, dejaron intactas las violaciones a los derechos humanos que provocó el golpe de Estado y no se refirieron a los problemas más de fondo, siempre pendientes.
Flameando en un solo brazo la bandera nacional, la bandera de su filiación liberal y la bandera de la Resistencia hondureña, de la que ahora es su Coordinador General, Manuel Zelaya Rosales retornó a Honduras en la tarde del sábado 28 de mayo, cuatro horas y media después de lo programado. Una apretada y multitudinaria concentración de seguidores lo esperó, le dio la bienvenida y lo vitoreó como líder y salvador de la patria. Con un impreciso discurso, Zelaya declaró que venía a reconciliar a la sociedad hondureña y que lo haría a través de la búsqueda del poder.
Será Él o Será Xiomara
El retorno de Zelaya fue festivo y colorido. La multitud se mantuvo en pie durante horas con la mirada fija en el cielo, sobresaltándose cada vez que se divisaba un avión, a la espera de la nave que traía al “jefe de jefes”. Una vez más, Zelaya Rosales rompió con toda la organización previa para imprimir a la ceremonia su inveterada improvisación. Habiendo programado que llegaría a las once de la mañana en un jet privado, decidió retrasar su salida de Managua más de cuatro horas. Decenas de personas caían desmayadas por el intenso calor y la prolongada espera. Muchísima gente había llegado a la capital en la víspera y desde la noche anterior. Al llegar, Zelaya se desinteresó del programa organizado por el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP) y se dedicó a improvisar un discurso que interrumpía cuando se le ocurría para pasar el micrófono a quien en ese momento le daba la gana. Su propuesta de reconciliación la basó en los Acuerdos de Cartagena.
Zelaya pidió a la multitud que grabara de memoria sus contenidos, al tiempo que pasaba el micrófono a su esposa Xiomara Castro y a su hija Hortensia, “la Pichu”, para que leyeran punto por punto los contenidos del instrumento en virtud del cual pudo regresar a Honduras. En una improvisada simbología, levantaba las tres banderas en señal de alianzas, anunciando cómo entiende él la Resistencia: un frente amplio político electoral que se mueve desde su Partido Liberal en resistencia hasta la resistencia de los sectores gremiales, sociales y políticos de la izquierda. Esta alianza de un frente amplio participando en el proceso electoral incluye también a la familia del caudillo. Zelaya sabe que el respaldo masivo a su liderazgo lo coloca en una posición de fuerza para negociar importantes cuotas de poder y, eventualmente, para orientar el proceso político hacia una Asamblea Nacional Constituyente que le allane el camino para su reelección presidencial.
En caso de no lograrlo por lo apretado de los plazos del actual proceso electoral, jugaría con la carta de su esposa Xiomara, cuyo nombre -no se sabe si por realidad o por dejar rodar un globo sonda- lleva varios meses circulando en los medios y en los ambientes de la Resistencia. En el sondeo puesto a circular en los días previos al retorno de Zelaya, Xiomara Castro se alzaba con una simpatía de casi el 80% de los consultados en caso de que se lanzara como candidata presidencial en noviembre de 2013.
A espaldas de la Resistencia
Los Acuerdos de Cartagena -formalmente llamados “Acuerdos para la reconciliación nacional y la consolidación del sistema democrático en la República de Honduras”- abrieron las puertas para una nueva coyuntura política, sobre la base del retorno del derrocado mandatario, del reingreso de Honduras a la OEA, del pleno reconocimiento del gobierno de Porfirio Lobo Sosa y del Frente Nacional de Resistencia Popular, pero sin tocar todos los conflictos que se venían acumulando desde mucho antes del golpe y que se acrecentaron con el golpe. Los Acuerdos de Cartagena pretenden oxigenar el escenario nacional disminuyendo la polarización y las confrontaciones políticas, pero dejan intacta la polarización económica y social, base de la crisis. Hoy, las heridas causadas por los problemas sociales, siguen abiertas.
Los Acuerdos se diseñaron y discutieron con la ausencia y con el desconocimiento de prácticamente todos los dirigentes de la Resistencia. Son acuerdos fraguados por el equipo asesor de Lobo Sosa, del ex-Presidente Zelaya y de los Presidentes colombiano y venezolano. En todo el proceso de diseño y de negociación, los dirigentes de la Resistencia estuvieron ausentes. Y cuando el 16 de abril se conoció que existía la negociación, hacía mes y medio de una asamblea del FNRP, en la que por mayoría se impuso el acuerdo de no negociar, no reconocer al gobierno de Lobo y no participar en el proceso electoral.
Los agarró por sorpresa
En la Resistencia, Rafael Alegría encarna el modelo de un liderazgo global casi virtual. Hace muchos años, Alegría saltó del estrecho escenario campesino nacional al de los foros internacionales, propios de una organización global como es “Vía campesina”. Líder global y virtual, Alegría puede estar la mañana de un día cualquiera en un café de Madrid discutiendo sobre seguridad alimentaria, y en la noche de ese mismo día participar en un foro en San José de Costa Rica sobre la protección de los recursos naturales. Un día se sienta con organizaciones campesinas en Chiapas y debe apurar su agenda porque en la noche se encontrará en Caracas con asesores cercanos al Presidente Chávez o con el propio Chávez para discutir cómo va la Resistencia hondureña. Cuando en 2008 Hugo Chávez visitó la capital hondureña, todas las cámaras lo captaron fundiéndose en un abrazo con este dirigente campesino, con el que puede resultar mucho más fácil toparse en un foro internacional que en una pequeña actividad local, ya que la realidad campesina de su país le quedó demasiado estrecha para su mundo de incidencias globales.
Rafael Alegría no pudo ocultar su rostro estupefacto cuando el 16 de abril se hizo público el encuentro entre los presidentes Santos, Chávez y Lobo en Cartagena de Indias, y cuando escuchó vía telefónica a Zelaya informando al país lo que se estaba negociando para superar la crisis hondureña. Gestos similares de sorpresa, para unos agradable y para otros desagradable, invadieron los ánimos de otros altos dirigentes del FNRP. Todo el proceso que se venía fraguando en un sigilo conspirativo entre personeros del gobierno de Lobo con el Presidente derrocado, bajo la complaciente mirada y la decisión de funcionarios cercanos a los dos presidentes suramericanos se realizó fuera de Honduras y sin el conocimiento de la dirigencia del FNRP. Incluso, después del anuncio público, el proceso siguió su curso sin contar con la dirigencia de la Resistencia.
Las cuatro demandas
Cuando se anunció el proceso de negociación entre Lobo y Zelaya, con la observación activa de Bogotá y Caracas, miembros del FNRP fueron convocados por Zelaya. A partir de entonces los más cercanos a Zelaya se convirtieron en los voceros de cuatro demandas que hacían al proceso de negociación: el retorno de Mel Zelaya y los exiliados; el respeto a los derechos humanos, la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente y el reconocimiento del FNRP como fuerza política.
Los acuerdos se firmaron finalmente el domingo 22 de mayo en Cartagena de Indias. Las cuatro demandas defendidas por los dirigentes de la Resistencia se concretaron. La primera, con el retorno de Zelaya con todas las garantías onstitucionales y para ello, los tribunales de justicia no sólo suspendieron las órdenes de captura que pendían sobre el ex-Presidente, sino que anularon los juicios incoados en su contra. De igual manera, se suspendieron las órdenes de captura que existían para algunos de sus más cercanos colaboradores. La segunda, el tema de los derechos humanos se concretó en fórmulas vagas, imprecisas e incoherentes, una especie de papel mojado. Quedó así el tema de lo jurídico y la reparación a las víctimas de las violaciones a los derechos humanos como la demanda perdedora.
Tercera: los Acuerdos trasladan la demanda por una Asamblea Nacional Constituyente a las recientemente remozadas figuras del plebiscito y el referendo, contenidas en el artículo 5 de la Constitución de la República, dejando establecido que ha de ser vía consulta popular, y no vía decreto, como se definirá esta demanda, sin duda la más emblemática, tanto para Zelaya como para toda la Resistencia. Cuarta: los acuerdos establecen que el Tribunal Supremo Electoral garantizará que se den los pasos pertinentes con el fin de que el FNRP sea inscrito como fuerza política y pueda participar en los procesos electorales en igualdad de condiciones con los otros partidos políticos.
Un logro latinoamericano
Los Acuerdos de Cartagena emiten varias señales positivas, a la vez que dejan intactas las preocupaciones de siempre. La primera señal positiva es que en los casi dos años transcurridos desde el golpe de Estado son una primera propuesta que, aunque tibia, apunta a una salida política a la tormentosa coyuntura que desató la ruptura constitucional del 28 de junio
de 2009.
Una segunda señal positiva es que el liderazgo de América Latina se ha hecho sentir en un conflicto político que mantuvo la atención y la tensión de todos los países del continente, no en balde se trataba de legitimar o de repudiar el primer golpe de Estado exitoso del siglo 21. La confluencia de dos Presidentes que representan dos visiones políticas diversas, como promotores y testigos de los acuerdos, así como la participación activa de los Presidentes centroamericanos, dibuja un mapa político latinoamericano que establece una prudente distancia de las tradicionales definiciones y últimas palabras procedentes de Washington.
Los acuerdos representan un logro para la diplomacia latinoamericana, que abre puertas a una correlación de fuerzas que permite vislumbrar una posible instancia latinoamericana que, en paralelo a la OEA y sin romper con la OEA, avance en definir una América Latina con una nueva personalidad, sin tener que pedir prestado criterios a nadie en el Norte para tomar las decisiones propias.
Una advertencia y una llamada al diálogo
Una tercera señal positiva de los acuerdos apunta al interior de Honduras. Con todo y sus timoratos contenidos, los acuerdos advierten a políticos, militares y empresarios que no se puede atentar contra la democracia y el Estado de derecho sin recibir el repudio y el rechazo de una comunidad latinoamericana más consciente y exigente con sus gobernantes. Los acuerdos les advierten no sólo de su error, sino de la necesidad de disculparse ante la sociedad entera por el daño que ocasionaron.
Una última señal positiva, y no por eso menos importante, es que los acuerdos emiten un mensaje que se traduce en una tarea política irrenunciable: si dos Presidentes latinoamericanos que representan dos visiones políticas diversas, impulsan y se convierten en testigos de acuerdos políticos que abren una nueva coyuntura en Honduras, eso significa que los conflictos y la polarización social que existe en nuestra sociedad se pueden y se deben resolver con el diálogo y la negociación entre quienes representan diversas posiciones, intereses y visiones políticas e ideológicas. Una actitud de apertura y de escucha a quienes son distintos, incluye hacer concesiones en nombre de un interés patriótico y nacional, por más que cada persona y sector defienda sus intereses.
¿Cuál es el Talón de Aquiles?
Con el regreso de Mel Zelaya, el retorno de Honduras a la OEA, el pleno reconocimiento del gobierno de Lobo y el reconocimiento del FNRP para su inscripción como partido político, todos los caminos abiertos por los acuerdos conducen a resolver los principales asuntos electorales. Y ésta es no sólo la mayor incoherencia de los acuerdos, sino su talón de Aquiles.
Todas las señales positivas se pueden hacer trizas al chocar con contenidos que son acuerdos políticos de cúpulas que remiten todo a la arena electoral, donde los hilos se manejan desde los centros de decisión del bipartidismo.
Y en Honduras no todo es electoral. ¿Cómo se resolverán los conflictos sociales y los crímenes y violaciones
a los derechos humanos?
Vistos desde el interior de la vida diaria hondureña, los Acuerdos de Cartagena reeditan la efectividad del tradicional modelo bipartidista para capitalizar a su favor todas las demandas políticas y para convertir las crisis y conflictos sociales e institucionales en oportunidades para oxigenar las envejecidas maquinarias partidarias azules y coloradas. Es este bipartidismo el que atrae ahora a su propio terreno al FNRP para convertirlo en una oposición oficial controlada y cooptada, ajustada a los alcances y límites de una legislación hecha a medida de los propietarios del actual sistema de partidos políticos. La propia demanda insigne de Zelaya Rosales y del FNRP -la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente- es convertida por los acuerdos en una realidad que se decidirá con los criterios políticos y legales que conduce el bipartidismo.
Lo que un día se le escuchó decir a don Pepe Lobo de que “La Constituyente va porque va”, queda patente en estos acuerdos, convirtiendo al actual jefe del Ejecutivo hondureño y a sus más cercanos colaboradores en sus arquitectos. No hay que ser suspicaz para creer que el modelo bipartidista será el ganador de este proceso. Parece inevitable que de aquí a noviembre de 2013 todos los conflictos nacionales estarán condicionados por la campaña político-electoral, porque es a ese terreno al que los acuerdos han empujado a toda la sociedad.
Lo perverso de los acuerdos
El modo como los acuerdos tratan las violaciones a los derechos humanos pervierte todos sus contenidos políticos. Resulta inadmisible que la política aplaste a las víctimas de la violencia ejercida por el Estado en esta etapa. Cuando en el documento se dice textualmente: “Admitiendo que durante la crisis política ha habido personas que estiman haber sido afectadas por la vulnerabilidad de sus derechos humanos, el Gobierno de Honduras, a través de la Secretaría de Justicia y Derechos Humanos, se compromete a atender sus denuncias”, se están remitiendo los asesinatos, las violaciones de mujeres, el cierre de medios de comunicación y el uso desproporcionado de la fuerza en las manifestaciones en contra del golpe de Estado, al ámbito de la iniciativa individual y de lo subjetivo.
Al encuadrar las violaciones a los derechos humanos en este ámbito, los conflictos agrarios y magisteriales y todos los casos de corrupción y los crímenes quedarán impunes. Así, los acuerdos pueden convertirse en una densa cortina de humo para encubrir arreglos entre cúpulas a espaldas de las víctimas, y en lugar de ser un primer paso para una salida política negociada al conflicto, sólo promoverán más impunidades.
¿Sólo una tragedia?
Los verdaderos conflictos del país no sólo no se resuelven con acuerdos como los firmados entre Lobo y Zelaya. Lo de ahora puede convertirse en una tregua, mientras se siguen dinamismos desestabilizadores. Tras una breve coyuntura política de repliegue o de acecho, los conflictos pudieran surgir con mayor capacidad destructiva del tejido social, político e institucional.
Un nuevo pacto social con la plena participación de todos los sectores de la sociedad sigue siendo la tarea política fundamental. No la sustituyen estos acuerdos. Al contrario, los acuerdos podrían propiciar también un escenario mejor: una convocatoria, con mediación internacional, para debatir los consensos mínimos de ese nuevo pacto social que se trasladaría a una Constituyente que redactaría una nueva Constitución Política.
En el momento oportuno
Los Acuerdos de Cartagena nos traen señales positivas, y se pueden convertir en un parteaguas, como no lo fueron ni los acuerdos de San José-Tegucigalpa -que dejaron intacta la coyuntura del golpe- ni la irrupción clandestina de Zelaya en la embajada de Brasil, ni las elecciones que ganó Lobo, ni mucho menos el actual gobierno de Lobo.
Estos hechos, todos relevantes, no lograron quebrar la barrera construida por quienes promovieron y sostuvieron el golpe de Estado. Todos los acontecimientos ocurridos entre el 28 de junio de 2009 y mayo de 2011, no pasaron de ser variaciones de una coyuntura dominada por el golpe de Estado. Ahora, los acuerdos han irrumpido en la vida política del país cuando parecía que todo había acabado para la Resistencia, cuando todos los datos apuntaban a que las decisiones del Estado seguían y seguirían en manos de los golpistas, con la exclusión de los sectores opositores al golpe.
¿Quién podrá defendernos?
Los acuerdos llegaron a la Resistencia como cuando a un moribundo por inanición le llega el bocado que necesita para no expirar. ¿Cómo explicar esto? Bien dicen que en política no hay nada escrito. Y un hecho oportuno en un momento oportuno puede trastocar sustancialmente la realidad. Esto es lo que parece estar ocurriendo con los acuerdos.
Apenas en la primera quincena de mayo, mientras se retocaba lo que sería el texto final de los acuerdos, el empresariado hondureño había celebrado uno de sus acontecimientos de mayor relevancia de los últimos tiempos. Centenares de los empresarios más exitosos del capitalismo se hicieron presentes en San Pedro Sula en el marco del evento “Honduras is open for business”.
Unas semanas antes, el magisterio, el más poderoso movimiento gremial del país, había sucumbido en su decisión
de mantener un paro de labores indefinido exigiendo la derogación de un decreto que, según los maestros, cercena los derechos gremiales, disminuye el poder de los gremios al trasladar capacidad de decisión a los municipios y organizaciones comunitarias, al tiempo que establece las condiciones para la privatización de la educación pública. Los gremios magisteriales no esperaban la dureza con que Lobo lanzó a la Policía con la orden estricta de desalojar a los manifestantes que se tomaran calles, carreteras y puentes.
El Presidente Lobo obligó a la dirigencia magisterial a sentarse a una mesa de diálogo imponiendo sus condiciones, con todas las fuerzas de los gremios debilitadas y con la orden de despido de más de 300 maestros por abandono de labores. El gobierno se sentó a dialogar con los dirigentes magisteriales una vez que les había asestado un decisivo golpe estratégico, sin duda el mayor recibido por este poderoso movimiento gremial al menos desde comienzos de la década de los 80. Por esta vía, el régimen de Lobo asestaba un golpe estratégico al FNRP: este gremio es su columna vertebral.
En este ambiente, la celebración del evento “Honduras is open for business” no podía ir sino viento en popa. El FNRP parecía quedaría reducido a una oposición controlada, no porque se hubiese cooptado a sus dirigentes o porque se controlara su ideología, sino porque se le había arrinconado, convirtiéndolo en la expresión de una pequeña facción de la izquierda contestataria, sin capacidad de trastocar el escenario político.
En este contexto, y dando respuesta al Chavo del Ocho con su desesperada pregunta “Y ahora, ¿quién podrá defendernos?”, regresó Manuel Zelaya Rosales con los Acuerdos de Cartagena bajo las alas de su sombrero. Llegó arropado de rojo-negro-blanco, como un Mesías que emerge, con un pie sobre el moribundo liberalismo y el otro en el también moribundo FNRP. Una vez más, Zelaya Rosales aparece como un definidor de coyunturas, tal como lo ha sido desde hace al menos seis años. Mucha gente, tanto en la base como en las dirigencias medias y altas, ven a Mel Zelaya como quien viene a salvar a Honduras. En este personaje de la política tradicional se reedita con el mayor de los extremismos la mentalidad caudillesca y la cultura patrimonial.
“¡Ya lo vimos!”
En el grandioso escenario que se levantó en el aeropuerto Toncontín para darle la bienvenida, Zelaya Rosales no mencionó lo que pudo haber sido su propuesta programática ante el pueblo que lo aclamaba con entusiasmo. Para la inmensa mayoría de esa gente lo que dijera Zelaya era lo de menos. Lo que la gente buscaba quedó recogido en la expresión de una señora: “Yo vine para verlo. Ya lo ví y ya me regreso feliz”. Aunque algunos miles se retiraron antes de su llegada, la mayoría de la gente esperó tantas horas no tanto para escucharlo, cuanto para verlo aparecer. Una vez que lo vieron, comenzó el éxodo, sin importar lo que su líder estaba diciendo.
Si hubiesen esperado para saber qué diría Mel, sin duda la gente se hubiese desencantado ante un discurso improvisado, incoherente e impreciso. Pero las palabras no contaban. Al caudillo se le busca para verlo, para tocarlo si es posible. En eso reside la magia. Y es esa magia la que le otorga carta blanca al líder para que en nombre de la gente diga o escriba lo que se le antoje.
El gran riesgo de este Zelaya idolatrado
La euforia que ha despertado el retorno de Mel Zelaya resulta tan fuera del contexto de una realidad social y política crecientemente inestable, que convierte el fenómeno Zelaya en un factor movilizador hacia la distracción. Hace que un sector de la sociedad -incluyendo una cierta izquierda, enfervorizada religiosamente ante su ídolo- se des-responsabilice con la realidad, porque la adhesión ciega hacia el líder sustituye los compromisos personales y organizativos para con la transformación de la sociedad.
En este contexto de euforia distractiva, los liderazgos que alcanzan mayor protagonismo son los que, siendo más fieles al líder, se colocan a la defensiva y rechazan todo aquello que no sea la “historia oficial” que se construye desde el pensamiento único. Son expresiones de una cultura política tradicional y patrimonial que caracteriza por igual a los políticos de la derecha y a los que se dicen de izquierda. Es señal de la ausencia de identidad de los sectores populares, empujados por esa cultura a poner sus esperanzas y su vida entera en expectativas que están fuera de su propia realidad y de sus capacidades de organización.
Corresponsal de Envío en Honduras
Revista Envío No. 351, junio 2011
Por Ismael Moreno
El regreso de Mel Zelaya a Honduras no es el regreso de la democracia a ese país, como algunos piensan o se apresuraron a decir, arrastrados por la retórica. Los Acuerdos de Cartagena, que permitieron el regreso de Zelaya, contienen aciertos y emiten señales positivas. Pero también están atravesados de sombras y de riesgos, dejaron intactas las violaciones a los derechos humanos que provocó el golpe de Estado y no se refirieron a los problemas más de fondo, siempre pendientes.
Flameando en un solo brazo la bandera nacional, la bandera de su filiación liberal y la bandera de la Resistencia hondureña, de la que ahora es su Coordinador General, Manuel Zelaya Rosales retornó a Honduras en la tarde del sábado 28 de mayo, cuatro horas y media después de lo programado. Una apretada y multitudinaria concentración de seguidores lo esperó, le dio la bienvenida y lo vitoreó como líder y salvador de la patria. Con un impreciso discurso, Zelaya declaró que venía a reconciliar a la sociedad hondureña y que lo haría a través de la búsqueda del poder.
Será Él o Será Xiomara
El retorno de Zelaya fue festivo y colorido. La multitud se mantuvo en pie durante horas con la mirada fija en el cielo, sobresaltándose cada vez que se divisaba un avión, a la espera de la nave que traía al “jefe de jefes”. Una vez más, Zelaya Rosales rompió con toda la organización previa para imprimir a la ceremonia su inveterada improvisación. Habiendo programado que llegaría a las once de la mañana en un jet privado, decidió retrasar su salida de Managua más de cuatro horas. Decenas de personas caían desmayadas por el intenso calor y la prolongada espera. Muchísima gente había llegado a la capital en la víspera y desde la noche anterior. Al llegar, Zelaya se desinteresó del programa organizado por el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP) y se dedicó a improvisar un discurso que interrumpía cuando se le ocurría para pasar el micrófono a quien en ese momento le daba la gana. Su propuesta de reconciliación la basó en los Acuerdos de Cartagena.
Zelaya pidió a la multitud que grabara de memoria sus contenidos, al tiempo que pasaba el micrófono a su esposa Xiomara Castro y a su hija Hortensia, “la Pichu”, para que leyeran punto por punto los contenidos del instrumento en virtud del cual pudo regresar a Honduras. En una improvisada simbología, levantaba las tres banderas en señal de alianzas, anunciando cómo entiende él la Resistencia: un frente amplio político electoral que se mueve desde su Partido Liberal en resistencia hasta la resistencia de los sectores gremiales, sociales y políticos de la izquierda. Esta alianza de un frente amplio participando en el proceso electoral incluye también a la familia del caudillo. Zelaya sabe que el respaldo masivo a su liderazgo lo coloca en una posición de fuerza para negociar importantes cuotas de poder y, eventualmente, para orientar el proceso político hacia una Asamblea Nacional Constituyente que le allane el camino para su reelección presidencial.
En caso de no lograrlo por lo apretado de los plazos del actual proceso electoral, jugaría con la carta de su esposa Xiomara, cuyo nombre -no se sabe si por realidad o por dejar rodar un globo sonda- lleva varios meses circulando en los medios y en los ambientes de la Resistencia. En el sondeo puesto a circular en los días previos al retorno de Zelaya, Xiomara Castro se alzaba con una simpatía de casi el 80% de los consultados en caso de que se lanzara como candidata presidencial en noviembre de 2013.
A espaldas de la Resistencia
Los Acuerdos de Cartagena -formalmente llamados “Acuerdos para la reconciliación nacional y la consolidación del sistema democrático en la República de Honduras”- abrieron las puertas para una nueva coyuntura política, sobre la base del retorno del derrocado mandatario, del reingreso de Honduras a la OEA, del pleno reconocimiento del gobierno de Porfirio Lobo Sosa y del Frente Nacional de Resistencia Popular, pero sin tocar todos los conflictos que se venían acumulando desde mucho antes del golpe y que se acrecentaron con el golpe. Los Acuerdos de Cartagena pretenden oxigenar el escenario nacional disminuyendo la polarización y las confrontaciones políticas, pero dejan intacta la polarización económica y social, base de la crisis. Hoy, las heridas causadas por los problemas sociales, siguen abiertas.
Los Acuerdos se diseñaron y discutieron con la ausencia y con el desconocimiento de prácticamente todos los dirigentes de la Resistencia. Son acuerdos fraguados por el equipo asesor de Lobo Sosa, del ex-Presidente Zelaya y de los Presidentes colombiano y venezolano. En todo el proceso de diseño y de negociación, los dirigentes de la Resistencia estuvieron ausentes. Y cuando el 16 de abril se conoció que existía la negociación, hacía mes y medio de una asamblea del FNRP, en la que por mayoría se impuso el acuerdo de no negociar, no reconocer al gobierno de Lobo y no participar en el proceso electoral.
Los agarró por sorpresa
En la Resistencia, Rafael Alegría encarna el modelo de un liderazgo global casi virtual. Hace muchos años, Alegría saltó del estrecho escenario campesino nacional al de los foros internacionales, propios de una organización global como es “Vía campesina”. Líder global y virtual, Alegría puede estar la mañana de un día cualquiera en un café de Madrid discutiendo sobre seguridad alimentaria, y en la noche de ese mismo día participar en un foro en San José de Costa Rica sobre la protección de los recursos naturales. Un día se sienta con organizaciones campesinas en Chiapas y debe apurar su agenda porque en la noche se encontrará en Caracas con asesores cercanos al Presidente Chávez o con el propio Chávez para discutir cómo va la Resistencia hondureña. Cuando en 2008 Hugo Chávez visitó la capital hondureña, todas las cámaras lo captaron fundiéndose en un abrazo con este dirigente campesino, con el que puede resultar mucho más fácil toparse en un foro internacional que en una pequeña actividad local, ya que la realidad campesina de su país le quedó demasiado estrecha para su mundo de incidencias globales.
Rafael Alegría no pudo ocultar su rostro estupefacto cuando el 16 de abril se hizo público el encuentro entre los presidentes Santos, Chávez y Lobo en Cartagena de Indias, y cuando escuchó vía telefónica a Zelaya informando al país lo que se estaba negociando para superar la crisis hondureña. Gestos similares de sorpresa, para unos agradable y para otros desagradable, invadieron los ánimos de otros altos dirigentes del FNRP. Todo el proceso que se venía fraguando en un sigilo conspirativo entre personeros del gobierno de Lobo con el Presidente derrocado, bajo la complaciente mirada y la decisión de funcionarios cercanos a los dos presidentes suramericanos se realizó fuera de Honduras y sin el conocimiento de la dirigencia del FNRP. Incluso, después del anuncio público, el proceso siguió su curso sin contar con la dirigencia de la Resistencia.
Las cuatro demandas
Cuando se anunció el proceso de negociación entre Lobo y Zelaya, con la observación activa de Bogotá y Caracas, miembros del FNRP fueron convocados por Zelaya. A partir de entonces los más cercanos a Zelaya se convirtieron en los voceros de cuatro demandas que hacían al proceso de negociación: el retorno de Mel Zelaya y los exiliados; el respeto a los derechos humanos, la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente y el reconocimiento del FNRP como fuerza política.
Los acuerdos se firmaron finalmente el domingo 22 de mayo en Cartagena de Indias. Las cuatro demandas defendidas por los dirigentes de la Resistencia se concretaron. La primera, con el retorno de Zelaya con todas las garantías onstitucionales y para ello, los tribunales de justicia no sólo suspendieron las órdenes de captura que pendían sobre el ex-Presidente, sino que anularon los juicios incoados en su contra. De igual manera, se suspendieron las órdenes de captura que existían para algunos de sus más cercanos colaboradores. La segunda, el tema de los derechos humanos se concretó en fórmulas vagas, imprecisas e incoherentes, una especie de papel mojado. Quedó así el tema de lo jurídico y la reparación a las víctimas de las violaciones a los derechos humanos como la demanda perdedora.
Tercera: los Acuerdos trasladan la demanda por una Asamblea Nacional Constituyente a las recientemente remozadas figuras del plebiscito y el referendo, contenidas en el artículo 5 de la Constitución de la República, dejando establecido que ha de ser vía consulta popular, y no vía decreto, como se definirá esta demanda, sin duda la más emblemática, tanto para Zelaya como para toda la Resistencia. Cuarta: los acuerdos establecen que el Tribunal Supremo Electoral garantizará que se den los pasos pertinentes con el fin de que el FNRP sea inscrito como fuerza política y pueda participar en los procesos electorales en igualdad de condiciones con los otros partidos políticos.
Un logro latinoamericano
Los Acuerdos de Cartagena emiten varias señales positivas, a la vez que dejan intactas las preocupaciones de siempre. La primera señal positiva es que en los casi dos años transcurridos desde el golpe de Estado son una primera propuesta que, aunque tibia, apunta a una salida política a la tormentosa coyuntura que desató la ruptura constitucional del 28 de junio
de 2009.
Una segunda señal positiva es que el liderazgo de América Latina se ha hecho sentir en un conflicto político que mantuvo la atención y la tensión de todos los países del continente, no en balde se trataba de legitimar o de repudiar el primer golpe de Estado exitoso del siglo 21. La confluencia de dos Presidentes que representan dos visiones políticas diversas, como promotores y testigos de los acuerdos, así como la participación activa de los Presidentes centroamericanos, dibuja un mapa político latinoamericano que establece una prudente distancia de las tradicionales definiciones y últimas palabras procedentes de Washington.
Los acuerdos representan un logro para la diplomacia latinoamericana, que abre puertas a una correlación de fuerzas que permite vislumbrar una posible instancia latinoamericana que, en paralelo a la OEA y sin romper con la OEA, avance en definir una América Latina con una nueva personalidad, sin tener que pedir prestado criterios a nadie en el Norte para tomar las decisiones propias.
Una advertencia y una llamada al diálogo
Una tercera señal positiva de los acuerdos apunta al interior de Honduras. Con todo y sus timoratos contenidos, los acuerdos advierten a políticos, militares y empresarios que no se puede atentar contra la democracia y el Estado de derecho sin recibir el repudio y el rechazo de una comunidad latinoamericana más consciente y exigente con sus gobernantes. Los acuerdos les advierten no sólo de su error, sino de la necesidad de disculparse ante la sociedad entera por el daño que ocasionaron.
Una última señal positiva, y no por eso menos importante, es que los acuerdos emiten un mensaje que se traduce en una tarea política irrenunciable: si dos Presidentes latinoamericanos que representan dos visiones políticas diversas, impulsan y se convierten en testigos de acuerdos políticos que abren una nueva coyuntura en Honduras, eso significa que los conflictos y la polarización social que existe en nuestra sociedad se pueden y se deben resolver con el diálogo y la negociación entre quienes representan diversas posiciones, intereses y visiones políticas e ideológicas. Una actitud de apertura y de escucha a quienes son distintos, incluye hacer concesiones en nombre de un interés patriótico y nacional, por más que cada persona y sector defienda sus intereses.
¿Cuál es el Talón de Aquiles?
Con el regreso de Mel Zelaya, el retorno de Honduras a la OEA, el pleno reconocimiento del gobierno de Lobo y el reconocimiento del FNRP para su inscripción como partido político, todos los caminos abiertos por los acuerdos conducen a resolver los principales asuntos electorales. Y ésta es no sólo la mayor incoherencia de los acuerdos, sino su talón de Aquiles.
Todas las señales positivas se pueden hacer trizas al chocar con contenidos que son acuerdos políticos de cúpulas que remiten todo a la arena electoral, donde los hilos se manejan desde los centros de decisión del bipartidismo.
Y en Honduras no todo es electoral. ¿Cómo se resolverán los conflictos sociales y los crímenes y violaciones
a los derechos humanos?
Vistos desde el interior de la vida diaria hondureña, los Acuerdos de Cartagena reeditan la efectividad del tradicional modelo bipartidista para capitalizar a su favor todas las demandas políticas y para convertir las crisis y conflictos sociales e institucionales en oportunidades para oxigenar las envejecidas maquinarias partidarias azules y coloradas. Es este bipartidismo el que atrae ahora a su propio terreno al FNRP para convertirlo en una oposición oficial controlada y cooptada, ajustada a los alcances y límites de una legislación hecha a medida de los propietarios del actual sistema de partidos políticos. La propia demanda insigne de Zelaya Rosales y del FNRP -la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente- es convertida por los acuerdos en una realidad que se decidirá con los criterios políticos y legales que conduce el bipartidismo.
Lo que un día se le escuchó decir a don Pepe Lobo de que “La Constituyente va porque va”, queda patente en estos acuerdos, convirtiendo al actual jefe del Ejecutivo hondureño y a sus más cercanos colaboradores en sus arquitectos. No hay que ser suspicaz para creer que el modelo bipartidista será el ganador de este proceso. Parece inevitable que de aquí a noviembre de 2013 todos los conflictos nacionales estarán condicionados por la campaña político-electoral, porque es a ese terreno al que los acuerdos han empujado a toda la sociedad.
Lo perverso de los acuerdos
El modo como los acuerdos tratan las violaciones a los derechos humanos pervierte todos sus contenidos políticos. Resulta inadmisible que la política aplaste a las víctimas de la violencia ejercida por el Estado en esta etapa. Cuando en el documento se dice textualmente: “Admitiendo que durante la crisis política ha habido personas que estiman haber sido afectadas por la vulnerabilidad de sus derechos humanos, el Gobierno de Honduras, a través de la Secretaría de Justicia y Derechos Humanos, se compromete a atender sus denuncias”, se están remitiendo los asesinatos, las violaciones de mujeres, el cierre de medios de comunicación y el uso desproporcionado de la fuerza en las manifestaciones en contra del golpe de Estado, al ámbito de la iniciativa individual y de lo subjetivo.
Al encuadrar las violaciones a los derechos humanos en este ámbito, los conflictos agrarios y magisteriales y todos los casos de corrupción y los crímenes quedarán impunes. Así, los acuerdos pueden convertirse en una densa cortina de humo para encubrir arreglos entre cúpulas a espaldas de las víctimas, y en lugar de ser un primer paso para una salida política negociada al conflicto, sólo promoverán más impunidades.
¿Sólo una tragedia?
Los verdaderos conflictos del país no sólo no se resuelven con acuerdos como los firmados entre Lobo y Zelaya. Lo de ahora puede convertirse en una tregua, mientras se siguen dinamismos desestabilizadores. Tras una breve coyuntura política de repliegue o de acecho, los conflictos pudieran surgir con mayor capacidad destructiva del tejido social, político e institucional.
Un nuevo pacto social con la plena participación de todos los sectores de la sociedad sigue siendo la tarea política fundamental. No la sustituyen estos acuerdos. Al contrario, los acuerdos podrían propiciar también un escenario mejor: una convocatoria, con mediación internacional, para debatir los consensos mínimos de ese nuevo pacto social que se trasladaría a una Constituyente que redactaría una nueva Constitución Política.
En el momento oportuno
Los Acuerdos de Cartagena nos traen señales positivas, y se pueden convertir en un parteaguas, como no lo fueron ni los acuerdos de San José-Tegucigalpa -que dejaron intacta la coyuntura del golpe- ni la irrupción clandestina de Zelaya en la embajada de Brasil, ni las elecciones que ganó Lobo, ni mucho menos el actual gobierno de Lobo.
Estos hechos, todos relevantes, no lograron quebrar la barrera construida por quienes promovieron y sostuvieron el golpe de Estado. Todos los acontecimientos ocurridos entre el 28 de junio de 2009 y mayo de 2011, no pasaron de ser variaciones de una coyuntura dominada por el golpe de Estado. Ahora, los acuerdos han irrumpido en la vida política del país cuando parecía que todo había acabado para la Resistencia, cuando todos los datos apuntaban a que las decisiones del Estado seguían y seguirían en manos de los golpistas, con la exclusión de los sectores opositores al golpe.
¿Quién podrá defendernos?
Los acuerdos llegaron a la Resistencia como cuando a un moribundo por inanición le llega el bocado que necesita para no expirar. ¿Cómo explicar esto? Bien dicen que en política no hay nada escrito. Y un hecho oportuno en un momento oportuno puede trastocar sustancialmente la realidad. Esto es lo que parece estar ocurriendo con los acuerdos.
Apenas en la primera quincena de mayo, mientras se retocaba lo que sería el texto final de los acuerdos, el empresariado hondureño había celebrado uno de sus acontecimientos de mayor relevancia de los últimos tiempos. Centenares de los empresarios más exitosos del capitalismo se hicieron presentes en San Pedro Sula en el marco del evento “Honduras is open for business”.
Unas semanas antes, el magisterio, el más poderoso movimiento gremial del país, había sucumbido en su decisión
de mantener un paro de labores indefinido exigiendo la derogación de un decreto que, según los maestros, cercena los derechos gremiales, disminuye el poder de los gremios al trasladar capacidad de decisión a los municipios y organizaciones comunitarias, al tiempo que establece las condiciones para la privatización de la educación pública. Los gremios magisteriales no esperaban la dureza con que Lobo lanzó a la Policía con la orden estricta de desalojar a los manifestantes que se tomaran calles, carreteras y puentes.
El Presidente Lobo obligó a la dirigencia magisterial a sentarse a una mesa de diálogo imponiendo sus condiciones, con todas las fuerzas de los gremios debilitadas y con la orden de despido de más de 300 maestros por abandono de labores. El gobierno se sentó a dialogar con los dirigentes magisteriales una vez que les había asestado un decisivo golpe estratégico, sin duda el mayor recibido por este poderoso movimiento gremial al menos desde comienzos de la década de los 80. Por esta vía, el régimen de Lobo asestaba un golpe estratégico al FNRP: este gremio es su columna vertebral.
En este ambiente, la celebración del evento “Honduras is open for business” no podía ir sino viento en popa. El FNRP parecía quedaría reducido a una oposición controlada, no porque se hubiese cooptado a sus dirigentes o porque se controlara su ideología, sino porque se le había arrinconado, convirtiéndolo en la expresión de una pequeña facción de la izquierda contestataria, sin capacidad de trastocar el escenario político.
En este contexto, y dando respuesta al Chavo del Ocho con su desesperada pregunta “Y ahora, ¿quién podrá defendernos?”, regresó Manuel Zelaya Rosales con los Acuerdos de Cartagena bajo las alas de su sombrero. Llegó arropado de rojo-negro-blanco, como un Mesías que emerge, con un pie sobre el moribundo liberalismo y el otro en el también moribundo FNRP. Una vez más, Zelaya Rosales aparece como un definidor de coyunturas, tal como lo ha sido desde hace al menos seis años. Mucha gente, tanto en la base como en las dirigencias medias y altas, ven a Mel Zelaya como quien viene a salvar a Honduras. En este personaje de la política tradicional se reedita con el mayor de los extremismos la mentalidad caudillesca y la cultura patrimonial.
“¡Ya lo vimos!”
En el grandioso escenario que se levantó en el aeropuerto Toncontín para darle la bienvenida, Zelaya Rosales no mencionó lo que pudo haber sido su propuesta programática ante el pueblo que lo aclamaba con entusiasmo. Para la inmensa mayoría de esa gente lo que dijera Zelaya era lo de menos. Lo que la gente buscaba quedó recogido en la expresión de una señora: “Yo vine para verlo. Ya lo ví y ya me regreso feliz”. Aunque algunos miles se retiraron antes de su llegada, la mayoría de la gente esperó tantas horas no tanto para escucharlo, cuanto para verlo aparecer. Una vez que lo vieron, comenzó el éxodo, sin importar lo que su líder estaba diciendo.
Si hubiesen esperado para saber qué diría Mel, sin duda la gente se hubiese desencantado ante un discurso improvisado, incoherente e impreciso. Pero las palabras no contaban. Al caudillo se le busca para verlo, para tocarlo si es posible. En eso reside la magia. Y es esa magia la que le otorga carta blanca al líder para que en nombre de la gente diga o escriba lo que se le antoje.
El gran riesgo de este Zelaya idolatrado
La euforia que ha despertado el retorno de Mel Zelaya resulta tan fuera del contexto de una realidad social y política crecientemente inestable, que convierte el fenómeno Zelaya en un factor movilizador hacia la distracción. Hace que un sector de la sociedad -incluyendo una cierta izquierda, enfervorizada religiosamente ante su ídolo- se des-responsabilice con la realidad, porque la adhesión ciega hacia el líder sustituye los compromisos personales y organizativos para con la transformación de la sociedad.
En este contexto de euforia distractiva, los liderazgos que alcanzan mayor protagonismo son los que, siendo más fieles al líder, se colocan a la defensiva y rechazan todo aquello que no sea la “historia oficial” que se construye desde el pensamiento único. Son expresiones de una cultura política tradicional y patrimonial que caracteriza por igual a los políticos de la derecha y a los que se dicen de izquierda. Es señal de la ausencia de identidad de los sectores populares, empujados por esa cultura a poner sus esperanzas y su vida entera en expectativas que están fuera de su propia realidad y de sus capacidades de organización.
Corresponsal de Envío en Honduras
Revista Envío No. 351, junio 2011
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