Por Arnaldo Coro Antich
Una vez que oprimí el botón izquierdo del omnipresente ratón, la pantalla permaneció en blanco apenas unos segundos… Y entonces, la magia de la informática puso ante mis ojos la portada de un libro que hacía muchísimo tiempo añoraba con poder leer.
A diferencia del original en papel, que con sus algo más de quinientas páginas hubiera sentido entre mis manos, la versión electrónica en el omnipresente formato PDF, dependía de los complejísimos circuitos y la energía eléctrica que lo harían legible.
Por cierto que tras leer apenas unas 20 líneas, un pestañazo de la red eléctrica, típica del verano caribeño, apagó la pantalla, y provocó uno de esos molestos y no pocas veces traumatizantes re-inicios de la máquina, esos que causan terribles destrozos borrando ficheros o dañando los discos rígidos o “discos duros”, convirtiéndolos en chatarra electrónica.
Apenas unos dos minutos después de la interrupción, nuevamente tenía ante mis ojos la portada del libro, ahora en su versión punto PDF la cual tuve que someter a un breve proceso de adecuación, pues tal y como se veía originalmente, el tamaño de la tipografía me hacía bien difícil la lectura.
¿Todo listo para leer en la pantalla? … Así me pareció, dando inicio al disfrute de la tan ansiada obra, ahora en formato digital.
Una vez que la primera página llegó a su fin, de nuevo tuve que acudir al “ratón”, para cambiar de hoja , y esta segunda por cierto, estaba casi toda en blanco, algo que en la edición en papel no es más que un despilfarro de ese cada vez más costoso recurso, pero que aquí en la edición electrónica no pasó de ser una pequeña molestia.
Entra la tercera página a ocupar la pantalla, y en ese mismo instante, en la esquina inferior izquierda aparece un recuadro: “Tienes un mensaje importante de….”
Imagínense, el aviso había entrada por la red a la que está conectado el ordenador o la computadora, era un mensaje de mi editor, y ahí mismo, recurriendo otra vez al ratón, puse al libro electrónico a un lado y abrí el cliente de correo para leerlo.
Por supuesto que la perturbación digital me sacó de paso, así que, después de contestar el correo y de paso ver como seis o siete mensajes recién llegados, regresé al libro electrónico.
Claro, que había perdido el hilo, y tuve que ir al inicio de la tercera página, la cual en definitiva era la primera contentiva de información relevante sobre el tema.
Navegue con bastante suerte durante la siguiente media hora, y pude concentrarme en la lectura de la pantalla hasta llegar a la página 11, pero les confieso que “por el camino”, abrí el procesador de textos liviano ABIWORD, y escribí varias notas acerca de lo que leía, emulando así el hábito adquirido a lo largo de muchos años de leer teniendo al lado un cuaderno de notas.
Cuando ya estaba llegando al final de la oncena página… sentí los primeros síntomas del cansacio postural… y como si eso fuera poco, sonó el teléfono, apareció en la esquina inferior de la pantalla otro aviso de “mensaje importante” en el correo, mientras Claudia mi pequeña hija de seis años se me acercaba reclamando “tiempo de máquina” para disfrutar de los juegos educativos que Roxana y yo cuidadosamente hemos seleccionado para ella.
De más está decir que la lectura “digital”, quedó interrumpida ante el cúmulo de elementos de distracción. Contesté el teléfono, pues se trataba de mi alumna Susan, una cubanita débil visual que con voluntad férrea ya está terminando su segundo año de Periodismo en la Universidad de la Habana, acto seguido sentí ese placer especial que consiste en borrar correos basura y “quasi basura”, pero tuve que responder a dos mensajes importantes, y ante la insistencia de la dulce vocecita de la Claudia, cedí a su reclamo y la dejé disfrutando de un juego creado para desarrollar en los niños el amor a la naturaleza y la preservación del medio ambiente, limpiando de objetos indeseables una playa virtual.
La sesión de lectura del libro en formato PDF, quedó postergada “hasta nuevo aviso”… me fui para la terraza, pero no sin antes pasar por el librero del pasillo central, y tomar casi al azar un libro de papel que resultó estar dedicado curiosamente al tema de la informatización de la sociedad y sus profundas implicaciones.
Por cierto, que durante más de una hora y media, hube de leer página tras página, subrayar no pocas líneas, tomar apuntes en mi cuaderno de lecturas comentadas sin que nada ni nadie provocara la más mínima distracción ….
Ah… el libro digital, cuidadosamente preservado no solo en el disco duro, sino también copiado en un disco compacto, se quedó esperando todo el resto del día, y no fue hasta bien avanzada la noche cuando la familia dormía, el teléfono quedó en los hábiles circuitos de la contestadora digital, y desconecté la computadora de la red, que pude regresar a la tan ansiada lectura…
Pero, tal y como pueden imaginarse, apenas llegué a la página 20, el cansancio de un día de ajetreo me rindió y era casi la una de la madrugada y tuve que apagar la máquina para ir a dormir, pues mis labores periodísticas en la Radio Cubana, demandan de un “de pie” bien temprano en la mañana.
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