lunes, 15 de octubre de 2018

Solo díganme Lupe, por favor



Por Chaco de la Pitoreta

“Y desde entonces le siguen llamando Lupe”, dice Melo (sí, el mismo, el padre).  Y agrega: “Lupe fue el primer religioso en Honduras en encarnar la actualización histórica del evangelio liberador del que hablaba el Concilio Vaticano II y luego Medellín y Puebla.  Lupe, un hombre de convicciones profundas, como profunda era su identidad de jesuita, tan así que días antes de sumarse como capellán de un grupo jóvenes guerrilleros que soñaban con un país más justo, decidió firmar su dimisión como miembro de la Compañía de Jesús, arguyendo que por el mismo cariño que le tenía a la congregación decidía distanciarse de ella para evitar envolverla en temas todavía polémicos”.

Por su memoria caminamos desde el Obelisco, sí, ahí en la paloma que está a la salida hacia Tela, y donde tantas veces nos han dado gas los soldados represores del dictador. Éramos un grupo pequeño, muy pequeño para lo grande que es su legado, pero bonito. Una mujer, vieja y cansada, marcada con arrugas de haber vivido quién sabe cuántas lunas, cargaba una foto del padre Lupe, y lo hacía con tal devoción que sentí envidia, ganas de verla, de tomarle una foto, pudo ser su madre hondureña, pensé.

Se cargaban mantas alusivas a la lucha por la tierra, la lucha de Lupe. Dice un compadre que es de la zona palmera que cuando vio a Lupe por primera vez le sorprendió que siempre hablaba de la tierra para todos y todas. Y que esa fue una de las razones por la que lo mataron y lo siguen matando ahora en la memoria. Como ahora pues, cuando la industria minera tiene amenazados con cárcel o muerte a los compas que defienden el agua – que es lo mismo que la vida – en Guapinol, a los campesinos por la tierra en el Aguán, a los que defienden los Derechos Humanos en la Honduras de aquí o la de allá.

Que iba a cada comunidad y que después de la reflexión de la realidad y la formación sobre organización seguía la Eucaristía. Que amaba a Dios por sobre todo, y que su compromiso con los pobres era primero con Dios, que es el Dios de los pobres. Y entonces Melo, remató lo dicho, cuando nos pidió a los que nos decimos sin fe (me incluyo) que debemos tener siempre nuestros actos puestos en una fuerza mayor, una que esté por encima de lo sencillamente humano, por que cuando ponemos la fuerza de nuestros actos solo en nosotros mismos u otros hombres y mujeres, somos más proclives a la corrupción, al despojo humano, a la caridad miserable de servir para vanagloriarnos.

Durante el camino que, pese a ser sin sol tenía un calor fuerte y nos hacía sudar, fuimos hablando de aquella realidad en los eternos ochentas de nuestra memoria y los actuales 2018 de la dictadura en la olla.  Chevez que con pasión animaba la caminata, nos ayudaba a descubrir los nudos por donde se unen las puntas de aquella historia reciente y éste presente doliente en el que nos tienen sumidos.

Detrás de nosotros y nosotras en un carro, porque la salud y los años le han pesado mucho, nos seguía la viuda de Lorenzo Zelaya.  Siempre junto al pueblo en la memoria del marido y por la lucha asumida, tomó el micrófono y nos encomendó a Dios y después nos pidió que volviéramos a luchar.  ¡Puta y es que luchar es tan yuca!  y más cuando se lucha contra monstruos de la talla de JOH, pero si lo dice ella, que luchó toda su vida, por qué nosotros no, que apenas llevamos media vida.

El legado de Lupe es impresionante y se ve en los rostros de quienes le conocieron y en los que hoy lo asumen por tradición de los primeros. Y tenemos que mantenerlo vivo – dijo alguien al fondo del salón, con su cara campesina, su ropa raída y los sueños quemados por el arduo sol de la vida – tan vivo como esta radio (Radio Progreso) y esta iglesia que es el pueblo.

“Solo díganme Lupe”, dice Melo que le dijo, el día que renunció a su nacionalidad, su nombre, su congregación, para sumirse en la compañía plena del proyecto de Dios en la Tierra. Y desde entonces acá solo le decimos Lupe. Lupe en la memoria, en el pueblo, entre los cristianos, con los hermanos y hermanas, con las voces jóvenes y los pasos de los cansados. Con la fe de que otra Honduras es posible y que, en definitiva, solo el pueblo salva al pueblo.

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