jueves, 12 de abril de 2018

El republicanismo de Antonio Machado



Por Gustavo Buster

Poética machadiana en tiempos convulsos: Antonio Machado durante la república y la Guerra Civil

Francisco Morales Lomas

Ed. Comares, Granada, 2017

“Yo no me hubiera marchado, estoy viejo y enfermo. Pero quería luchar al lado vuestro. Quería terminar una vida que he llevado dignamente, muriendo con dignidad. Y esto solo podría conseguirlo cayendo a vuestro lado, luchando por la causa justa como vosotros lo hacéis”. (24 de noviembre de 1936, en el Cuartel del V Regimiento, horas antes de salir de Madrid para Valencia)

A un año del 80 aniversario de “La Retirada” y de la muerte de Antonio Machado en Collioure, se ha publicado un libro esencial para entender el trasfondo filosófico y político de su obra poética, ensayista y pedagógica. Con los años, Antonio Machado se ha convertido en un icono moral de la dignidad, del “hombre bueno”.

Pero el personaje real tuvo que enfrentarse a las contradicciones y desafíos históricos de la larga decadencia final de la primera restauración borbónica, las ilusiones e insuficiencias de la proclamación de la II República, su crisis y la revancha de las derechas en el “Bienio Negro”, con la reacción defensiva de las izquierdas en 1934 y, finalmente, las esperanzas rotas de la victoria del Frente Popular y la movilización popular contra el golpe de estado militar del 18 de julio de 1936 (la “Tercera República”, como la calificará Machado). Y lo hizo con las herramientas políticas de un republicanismo que se ira modelando ante las circunstancias y a contrapelo de gran parte de su generación intelectual, marcada por el regeneracionismo krausista. El hilo que recorre el libro de Francisco Morales Lomas es esta evolución personal y pública, desde un republicanismo elitista a un republicanismo popular, consecuencia de la experiencia personal de Antonio Machado sobre el sujeto del cambio social.

Nacido en el seno de una familia liberal sevillana en 1875, asentada después en Madrid, educado en la Institución Libre de Enseñanza, Antonio Machado había escrito una parte sustancial de su obra cuando firmó el 11 de febrero de 1926 el Manifiesto de la Alianza Republicana, impulsado por Manuel Azaña, que proponía el fin de la Dictadura de Primo de Rivera y la abolición de la monarquía, en una prosa que sigue pareciendo actual:

“¿Qué obra de gobierno consideramos como fundamental y mínima? Primero: El restablecimiento de la legalidad por la convocatoria de unas Cortes Constituyentes... Segundo: Una ordenación federativa del Estado, reconociendo la existencia de diferentes personalidades peninsulares. Tercero: Solución inmediata del problema de Marruecos. Cuarto: Nivelación del presupuesto, transformando totalmente el tipo y la especie de los impuestos, y la aplicación y volumen de los gastos. Quinto: Creación de la cantidad de escuelas indispensables para resolver de una vez y sumariamente el problema de la enseñanza primaria. Sexto: Supresión de censos y foros... Séptimo: Preparación adecuada del Estado para todas aquellas intervenciones y facilidades a la asociación de elementos productores, para todas aquellas iniciativas por cuya colaboración ambas fuerzas, el Estado y la Sociedad, hagan leal y prácticamente posible la realización del programa mínimo de las actuales aspiraciones del proletariado. (...) Nos hemos unido y prometemos solemnemente no separarnos hasta que la obra señalada se cumpla en su totalidad”.

Un año más tarde sería elegido miembro de la Real Academia Española (“un honor al cual no aspiré nunca”), sillón del que no llegó a tomar posesión.

En Segovia, donde era profesor de instituto de francés, Antonio Machado fue también la principal figura pública del republicanismo. El 14 de febrero de 1930 coordino y presentó un acto de la Agrupación al Servicio de la República con la participación de Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Pérez de Ayala. Un año más tarde, el 14 de abril de 1931 le correspondió proclamar el advenimiento de la II República e izar la bandera tricolor desde el balcón del ayuntamiento de Soria (“Fuimos unos cuantos republicanos platónicos los encargados de mantener el orden y ejercer el gobierno interino de la ciudad…”).

Trasladado a Madrid en enero de 1932 “para la organización del Teatro popular” de las Misiones Pedagógicas, Antonio Machado vivió con angustia los primeros pasos del nuevo régimen, enfrentado a la resistencia abierta de las clases dominantes y las instituciones heredadas de la monarquía, que provocaron un incremento progresivo de la tensión social y la frustración de las clases populares. El intento de aplicar el programa de reformas democráticas del Manifiesto de la Alianza Republicana (la reforma agraria, la separación del estado y la iglesia, la modernización del ejército, el debate sobre el Estatuto de Cataluña) acabaría provocando el “cuartelazo” del 27 de junio de 1932 de los generales Goded, Caballero y Villegas y el fracasado golpe de estado el 10 de agosto del general Sanjurjo. En medio de estas tensiones, el balance que hace Antonio Machado de la situación es de una necesaria moderación, con una clara animadversión hacia las reivindicaciones de los republicanos catalanes (“el Estatuto es, en lo referente a Hacienda, un verdadero atraco, y en lo tocante a enseñanza algo verdaderamente intolerable…”), a pesar de que el Partit Republicà Català había sido uno de los componentes de la Alianza Republicana.

La derogación el 4 de agosto de 1933 de la Ley de Defensa de la República y la caída subsiguiente del gobierno Azaña, sustituido por el gobierno de transición de Lerroux hasta las nuevas elecciones de noviembre de aquel año, solo confirman los peores presentimientos de Antonio Machado (“Aquellos partidos políticos que (…) se amparaban bajo el paraguas de la República y la utilizaban como si se tratara de un caballo de Troya”). Su apócrifo Abel Martín pronuncia sus “Ultimas lamentaciones” y muere (“quién se vive se pierde…”). No será el único en expresar ese pesimismo de las élites republicanas. Unamuno pide revisar la constitución y Ortega y Gasset disuelve la Agrupación al Servicio de la República. En este clima de bancarrota política de los partidos de la sobrepasada Alianza Republicana, se produce, tras las elecciones, la formación del gobierno de alianza entre la derecha republicana de Lerroux y la derecha reaccionaria de la CEDA de Gil Robles, acompañados por el Partido Agrario.

El centro-izquierda republicano había perdido el apoyo de los partidos obreros, que mediante la constitución de las Alianzas Obreras prepararon una respuesta defensiva independiente al giro reaccionario y a la entrada de la CEDA en el gobierno: la huelga general revolucionaria del 5 de octubre de 1934, que quedaría aislada en la insurrección de Asturias. De manera paralela e independiente, el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, proclamó “el estado catalán dentro de la República Federal Española” el 6 de octubre. Azaña, que se encontraba en Barcelona para asistir al entierro de un amigo, será detenido el día 7 y recluido en un buque anclado en el puerto. La represión del ejército colonial, que provocó miles de muertos y 30.000 presos políticos, jaleada por el dirigente de la proto-fascista Renovación Española, José Calvo Sotelo, acentuó el giro a la derecha anti-republicano, dando la mayoría en el gobierno a la CEDA y al Partido Agrario, acentuando la polarización que se plasmaría en las elecciones de febrero de 1936.

La reacción de Antonio Machado, sobrepasado por los acontecimientos, es de completa desorientación política inicial, pero de paulatina reafirmación de los valores republicanos, en los que el nuevo sujeto social es de forma creciente el “pueblo”. Esta evolución la lleva a cabo públicamente su apócrifo Juan de Mairena, en una serie de reflexiones entre el 4 de noviembre de 1934 hasta el 24 de octubre de 1935 en el Diario de Madrid y, posteriormente, hasta el 26 de junio de 1936 en el diario El Sol, para acabar recogidas en el libro Juan de Mairena (Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo).

La comparación del Juan de Mairena con el “Prólogo para franceses” y el “Epílogo para ingleses”, escritos en 1937 por Ortega y Gasset para La rebelión de las masas, de 1930, permite hacerse una idea de la bifurcación de la intelectualidad republicana.  “¿Pueden las masas despertar a la vida personal?”, se pregunta Ortega, para responder a continuación con la vieja defensa oligárquica frente a la democracia plebeya. Pero Machado insiste tenaz, “que las masas entren en la cultura no creo que sea la degradación de la cultura, sino el crecimiento de un núcleo mayor de hombres que aspiran a la espiritualidad”. Y en el plano político presente en un debate que no quiere serlo, también conviene  poner sobre la mesa a Joaquín Maurín, el autor marxista más original de este período, y su La segunda revolución (1935), en la que se elabora un programa para la revolución democrática encabezada por la clase obrera en alianza con el campesinado.

A pesar de haberse anunciado inicialmente su participación, Antonio Machado no asistirá al primer congreso de la Asociación Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que se celebra en Paris en junio de 1935 y que escenificará la bifurcación señalada. La intervención de Eugenio D’Ors obliga a Alvarez del Vayo, en nombre de la delegación española, a denunciarlo como un propagandista de la reacción proto-fascista que mantiene en la cárcel a miles de presos políticos.

Pero Machado entiende cual es la dinámica social en curso: “hoy lo fuerte es el bloque antimarxista, integrado por muchos millones de hombres que no han leído a Marx. Se llegará tal vez a una dictadura antimarxista, que engendrará luego un marxismo antidictatorial”.

La victoria del Frente Popular y la defensa de la República frente al golpe de estado militar del 18 de julio de 1936 le confirman definitivamente en su republicanismo popular: “Pero la traición fracasó dentro de casa porque el pueblo, despierto y vigilante, la había advertido (…) Surgió la Tercera República Española con el triunfo en las urnas del Frente Popular (…) Hoy la defiende el pueblo contra los traidores de dentro y los invasores de fuera, porque la República, que empezó siendo una noble experiencia española, es hoy España misma”.

Desde ese momento, Antonio Machado se colocará sin vacilaciones al servicio de ese pueblo, que representa no solo la esencia de España, sino que le da nueva vida en esa “Tercera República”, claramente diferenciada de la “Segunda”, fracasada por la incapacidad de las élites republicanas: “es el pueblo el que defiende el espíritu y la cultura (…) El fascismo es la fuerza de la incultura, de la negación del espíritu”. En su discurso de mayo de 1937, ante las Juventudes Socialistas Unificadas, dará un paso más allá: “Yo no soy marxista, no lo he sido nunca (…) veo, sin embargo, con entera claridad, que el socialismo, en cuanto que supone una manera de convivencia humana, basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarlo, y en la abolición de los privilegios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia”.

En julio de 1937 participará desde la mesa presidencial en el II Congreso Internacional de Escritores y se adhiere a la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, a la que no se había sumado en 1933. En “El poeta y el pueblo” puntualizará: “Desconfiar del tópico “masas humanas”. Muchas gentes de buena fe, nuestros mejores amigos, lo emplean hoy, sin reparar que el tópico proviene del campo enemigo: de la burguesía capitalista que explota al hombre (…) Mucho cuidado; a las masas no las salva nadie, en cambio siempre se podrá disparar sobre ellas”.

La evolución de la guerra, y en especial la política de no intervención de Gran Bretaña y Francia, acentuarán el antifascismo de Antonio Machado como la única versión realista del republicanismo. Su reacción a la intervención de Alvarez del Vayo ante la Sociedad de Naciones no puede ser más tajante: “La Sociedad de Naciones aparece como un instrumento en manos de los poderosos, que pretenden cohonestar, merced a ella, las mayores injusticias”.

En su última serie de artículos, “El mirador de la guerra”, con el antetítulo de “Mairena póstumo”, Antonio Machado intentará dar coherencia a su antifascismo, en buena parte adaptando los elementos ideológicos de toda su vida al discurso cultural imperante, cada vez más homogéneo, del gobierno Negrín, que llevaron a Juan Goytisolo a señalar sus limitaciones.

Pero lo determinante era ya su ejemplo moral, su compromiso, de ser uno más con el pueblo, aún,  o con más razón, en la derrota. Así llegará en “La Retirada”, en febrero de 1939, a Collioure, donde morirá tres semanas más tarde, el 25 de febrero.

Allí sigue, rodeado de banderas tricolores, símbolo del republicanismo español.

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