sábado, 23 de septiembre de 2017

La herencia de la exclusión en la historia de Brasil



Por Leonardo Boff

Traducción Susana Merino

El anterior proceso de colonización y la recolonización actual impuesta por los países centrales, están produciendo los siguientes efectos: la producción, la consolidación y la profundización de nuestra dependencia y la fragilización de nuestra democracia, amenazada siempre por algún golpe de las élites adineradas cuando advierten la ascensión de las clases populares vista como amenaza a sus altos niveles de acumulación. Fue así como se produjo el golpe de 2017 respaldado por los dueños del dinero.

Debemos reconocer que seguimos en la periferia de los países centrales que nos mantienen aferrados a ellos. Brasil no se mantiene autónomamente en pie. Ha sido eternamente abandonado en una cuna espléndida. La mayor parte de la población está integrada por sobrevivientes de una gran tribulación histórica de sometimiento y de marginación.

La Casa grande y la Senzala constituyen las bisagras teóricas articuladoras de todo el edificio social. Mientras tanto la mayoría de los habitantes de la Senzala todavía no ha descubierto que la riqueza de la Casa Grande fue construida con su trabajo, superexplotada con su sangre, con sus vidas absolutamente agotadas.

Nunca tuvimos una Bastilla que derribase a los dueños seculares del poder y del privilegio y permitiese la emergencia de otro sujeto de poder, capaz de modelar a la sociedad brasileña de manera que todos fueran incluidos. Las clases acomodadas se conciliaron entre ellas excluyendo siempre al pueblo. Nunca cambió el juego, apenas se mezclaron las cartas de otra forma las de una misma baraja como lo demostró Marcel Burztyn en O país das alianças, as elites e o continuísmo no Brasil (1990) y más recientemente Jessé de Souza en Atraso das elites: da escravidão até hoje em dia  (2017).

La filósofa Marilena Chauí realizó una síntesis del perverso legado de esta herencia “La sociedad brasileña es una sociedad autoritaria, una sociedad violenta, dueña de una economía predatoria de los recursos humanos y naturales, en la que se convive la injusticia con naturalidad, la desigualdad y la falta de libertad y con los más terribles índices en la formas institucionalizadas -formales e informales– de exterminio físico y psíquico y de exclusión política, social y cultural”(500 anos, cultura e política no Brasil,1993. P. 51-52) El golpe parlamentario, jurídico y mediático de 2016 se inscribe en esta tradición.

El orden capitalista es absolutamente hegemónico en el escenario de la historia, sin ninguna oposición o alternativa inmediata.

Como nunca antes, el orden y la cultura del capital muestran inequívocamente su rostro inhumano, generando una absurda concentración de la riqueza a costa de la devastación de la naturaleza, el agotamiento de la fuerza de trabajo y una aterradora pobreza mundial.

Existe un crecimiento/desarrollo sin trabajo porque la creciente informatización y robotización requiere menos trabajo humano y genera desempleados estructurales absolutamente descartables. Y se suman a los millones de los países centrales, y aquí especialmente luego del golpe parlamentario del 2016.

El mercado mundial caracterizado por una feroz competencia es profundamente victimario. El que está en el mercado existe, quién no, resiste, no existe o deja de existir. Los países pobres pasan de la dependencia a la prescindencia, son excluidos del nuevo orden-desorden mundial y son entregados a su propia miseria como África o son incorporados de modo subalterno como los países suramericanos, tal como el Brasil del golpe parlamentario.

Los incluidos incorporados asisten a un terrible drama, ven formarse en su seno islas de bienestar material que disfrutan de todas las ventajas de los países centrales, en alrededor de un 30% junto a un mar de miseria y de exclusión de las grandes mayorías que en Brasil llegan a más de la mitad de la población. Es la perversidad del orden del capital, un sistema de anti-vida, como frecuentemente lo ha calificado el papa Francisco.

No debemos ahorrar la dureza de las palabras, porque la tasa de iniquidad social para gran parte de la humanidad es insostenible dentro de una ética mínima y de compasión solidaria.

Una razón más para convencernos de que no habrá futuro para Brasil si persiste esta forma de globalización económica-financiera excluyente y destructora de esperanza como está siendo impuesta con la mayor celeridad por el nuevo e ilegítimo Gobierno.

Hay que buscar un paradigma alternativo diferente no solo para Brasil, sino para todo el mundo. Se está gestando lentamente en los movimientos de base y en los sectores progresistas del mundo entero con sensibilidad ecológica-social, basada en la responsabilidad colectiva. En caso contrario seremos conducidos a un camino sin retorno.


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