jueves, 28 de septiembre de 2017

La tierra no se riega con sangre



Chaco de la Pitoreta

La sangre derramada nunca podrá recogerse, pero se recoge la memoria, la vida y la lucha de los que mueren para rehacer la esperanza. Esperanza que en mi Honduras no es tan esperanzadora, no se ve posible, esta más lejos que la utopía. La sangre duele cuando sale del cuerpo y duele más cuando la vemos brotar de cuerpos que conocemos, pero lo realmente doloroso es la impunidad con la que esa sangre es derramada. Inicié este texto con esas palabras para hacer alusión directa al compañero José Alfredo Rodríguez, de la Panamá. Para hacer alusión a ese Valle del Aguan cuyo legado de sangre martirial, en los últimos años, es de los más grandes del país. ¿Qué hace que tanta sangre se derrame en Honduras? ¿Cuál es el origen?

Sin más preámbulos el origen de los cauces de sangre que hoy recorren Honduras está en la desigualdad social. En la histórica deuda social que tienen los Estados con las poblaciones que habitan sus territorios y en la impunidad que se impone como elemento de promoción al desarrollo. Es esa desigualdad cada vez más expresa la que hace que personas como José Alfredo y antes que él padre Lupe, Margarita Murillo, Chungo Guerra, Blanca J. Kawas, Vicente Matute, y otros y otras muchas, tengan que asumirse hasta la muerte por conseguir la posibilidad de un poco de dignidad para su vida. 

José Alfredo era un hombre de fe, lo sé yo que lo conocí en diferentes procesos de formación política que compartimos y en donde dejó siempre claro que las armas jamás serían la solución a los problemas de Honduras, pero, paradójicamente, fueron esas armas de Honduras las que le quitaron la vida. creía en la humanidad, en la presencia viva de Dios, el mismo que no estaba ese día que le dispararon. En la posibilidad de un mundo mejor para todos y todas y en una Honduras paraíso expresión del proyecto del Reino de los Cielos. Pero no bastó, no le alcanzó tanta fe para proteger su vida. De tanta fe que no solo sembraba y cosechaba el maíz – justamente lo que hacía cuando fue asesinado - sino que dejaba tiempo, de su tiempo, para sembrar el amor a Dios en los corazones y cultivar desde esa visión de mundo una sociedad más humana y digna, y lo sabe mejor mi amigo y compañero Juan López que lo conoció haciéndose en estos procesos. Cuando la sangre que llena los cauces de los criques entre las palmeras de la Panamá sale de cuerpos como el del compa José Alfredo, uno muere dos veces. Primero con la pena de la muerte que siempre duele y deja vacíos inusitados y luego con los de la impotencia que genera convulsiones emocionales capaces de inmovilizar el alma.

Es la más reciente víctima de la violencia oficial en el ya vulnerado Valle del Aguán, pero no necesariamente la última. Mientras siga la presencia militar en el valle con las asesinas armas de la operación Xatruch en todas sus expresiones y generaciones de relevo, mientras los narco-terratenientes tengan dinero y poder y los politiqueros se confabulen con ellos para repartirse las ganancias de su práctica de terror y nos llamemos al silencio los que ahora temblamos por una ley que nos vuelve terroristas, más hijos e hijas dignas de esta tierra seguirán muriendo. Mientras el Estado está coludido con la corrupción, con la impunidad y con el dinero como fin último de su misión “constitucional” menos posibilidad de hacer patria tendremos y más hondureños y hondureñas seguirán muriendo.

Mientras el monocultivo, individualista y desnaturalizado que impone la moda agraria siga imperando. Mientras la sombra y el legado de Facussé (monstruo Dinant) y su caravana de impunidad siga haciéndose ruta por esas calles de la otrora tierra de la reforma agraria. Mientras el Estado sea parte del problema y no la solución al mismo, mientras no se investigue, persiga y castigue a los responsables de tanta muerte Honduras no tendrá desarrollo, no será la nación libre, soberana e independiente que aspira ser.

Y, sin embargo, pareciera que no basta, que no es suficiente, que la sangre seguirá derramándose y la patria seguirá muriendo lento y sistemáticamente sin que nada pueda detenerlo. Hoy recogemos la memoria de José Alfredo y con ella la de los tantos y tantas que se le adelantaron en la búsqueda de un mundo mejor. La recogemos con dolor, con mucho dolor de muerte y de impotencia. Con dolor de libertad, de tierra para la cosecha, de Honduras herida y drogada. Recogemos su legado y gritamos al mundo, al indiferente mundo que sigue haciendo eco de las idioteces de los medios de comunicación, de las mentiras de Juan Orlando Hernández, de la farsa seguridad de las fuerzas militares de inseguridad. De la absurda paz que en Honduras es guerra y de la ilegalidad que acá es legal, a ese mundo indiferente le gritamos, le pedimos, le suplicamos, que miren para este lado, que acá en pleno siglo XXI la gente es asesinada, criminalizada y perseguida por pensar y luchar para vivir en condiciones mínimas de dignidad.


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