lunes, 29 de agosto de 2016
Realidad y desafíos de las familias
La realidad de desempleo, crisis económica, violencia, criminalidad y desigualdad aumenta el fenómeno migratorio en Honduras. Datos de las organizaciones de migrantes dan cuenta que cada 15 minutos una persona sale del país, en su mayoría con destino a Estados Unidos.
El éxodo masivo de la población hondureña migrando ha provocado la desintegración familiar. Hijos e hijas que ahora son criadas con abuelas, tíos o entre hermanos. La clásica familia de papá, mamá e hijos desapareció.
Esa desintegración ha cobrado una altísima cuota, no únicamente en lo social, sino en lo emocional de cada familia, en cada uno de sus integrantes. Son niños y niñas que vieron partir a sus padres en busca de un empleo y condiciones mejores que este país les negó. Son adolescentes que pasan mucho de su tiempo a solas, porque sus madres están laborando y sus horarios las obligan a salir temprano y regresen a oscuras.
Cada una de esas realidades impacta profundamente en los miembros de la familia. Realidades que nos invita como sociedad a cambiar la forma de relacionarnos, de hacer esfuerzos para integrarnos.
Tal como lo apunta el papa Francisco en su encíclica “La Alegría del Amor”, se requiere de condiciones para el desarrollo de la familia. Contar con viviendas dignas donde el amor permanezca: “la falta de una vivienda digna o adecuada suele llevar a postergar la formalización de una relación. Hay que recordar que «la familia tiene derecho a una vivienda decente, apta para la vida familiar y proporcionada al número de sus miembros, en un ambiente físicamente sano, que ofrezca los servicios básicos para la vida de la familia y de la comunidad». Una familia y un hogar son dos cosas que se reclaman mutuamente”.
Ese hogar debe estar conformado por padres y madres que tenga acceso a trabajo, que ese empleo dé ingresos que logren cubrir dignamente todas las necesidades. Hogares donde la juventud tengan oportunidades de desarrollarse y vivir en armonía y felices.
La familia es un bien del cual la sociedad no puede prescindir, pero necesita ser protegida. La defensa de estos derechos es una llamada profética en favor de la institución familiar que debe ser respetada y defendida contra toda agresión, sobre todo en el contexto actual donde suele ocupar poco o nulo espacio en los proyectos políticos.
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