viernes, 18 de marzo de 2016

La hora de los hornos en la revolución latinoamericana


Rebelión

Por Carlos Fonseca Terán

Es la hora de los hornos y no ha de verse más que la luz.

(José Martí, citado por Ernesto Che Guevara en su Mensaje a la Tricontinental, 

escrito en la selva boliviana)

Las dos recientes derrotas electorales de las fuerzas progresistas y de izquierda en Argentina y Venezuela, aunque de naturaleza distinta y originadas a nuestro juicio por fenómenos también distintos, han activado las alarmas en todo el movimiento revolucionario, por ser los primeros reveses electorales a los que se enfrenta la izquierda latinoamericana desde el inicio de su ofensiva política y su avance con la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela, con lo que se dio inicio a la Revolución Bolivariana, primera en triunfar a nivel mundial en la era postsoviética, y que frenó el reflujo revolucionario originado con el derrumbe del llamado socialismo real europeo a inicios de los noventa, limitándolo dicha circunstancia a diez años cuando los cálculos más optimistas esperaban que durara veinte y los más pesimistas, hasta un siglo, sin tomar en cuenta que de ser cierto esto último, no habría más revolución al no haber ya especie humana para hacerla, borrada para entonces del planeta por el colapso ecológico, imposible de frenar con más capitalismo.

Hay quienes ya hablaban, desde el golpe de Estado en Honduras, precedido del intento separatista de la media luna boliviana, de una contraofensiva de la derecha en América Latina, punto de vista que se vio reforzado por el golpe de Estado en Paraguay, los intentos de golpe en Ecuador y los procesos de desestabilización en Argentina y Brasil, a lo cual habría que agregar el freno al avance inicial de la izquierda en cuanto a la cantidad de gobiernos bajo su control. Pero si nos atenemos a este criterio, la contraofensiva de la derecha habría comenzado casi al mismo tiempo que la ofensiva de la izquierda, con el golpe de Estado contra Chávez en 2002. Esto se debe a la frecuente confusión de los inevitables ataques reaccionarios resultantes de aquella vieja ley de que no hay revolución sin contrarrevolución, con lo que sería una ofensiva política real de la derecha. Incluso, haber perdido únicamente un gobierno de diez, luego de quince años gobernando en diferentes países, no justifica a nuestro juicio, calificar lo que está sucediendo como una ofensiva de la derecha. Es como si las inevitables bajas en una ofensiva militar se consideraran suficiente razón para situarse a la defensiva. Lejos de menguar, la mayor parte de los procesos de cambio en América Latina se han consolidado. Consideramos, sin embargo, que hemos llegado a un punto en el que esa ofensiva de la derecha puede convertirse en realidad si los procesos de cambio no se profundizan. El problema está en que casi nadie parece tener muy claro cómo hacerlo.

La gran pregunta sobre Venezuela no es por qué la Revolución Bolivariana perdió las elecciones legislativas, sino cómo se las ha ingeniado para llegar hasta donde ha llegado y con la fuerza que tiene, habiendo perdido además a su líder, frente a una guerra económica y un asedio permanente de las potencias imperialistas y de todas las fuerzas oligárquicas y reaccionarias a nivel nacional e internacional. Nuestra opinión es que un gobierno de izquierda en Venezuela que no estuviera haciendo una revolución, ya habría caído hace tiempo, aún enfrentando ataques que precisamente por eso, serían mucho menos fuertes y articulados; ya no se diga frente a los ataques que ha enfrentado ese proceso revolucionario.

Consideramos por tanto, que la resistencia revolucionaria de la Revolución Bolivariana y el mantenimiento del poder político y por lo general, de una mayoría política favorable a la izquierda en ciertos países latinoamericanos, se debe a la presencia en ellos de procesos revolucionarios, necesariamente conducidos por sus correspondientes destacamentos políticos de vanguardia, sumándose esto al papel del liderazgo en las condiciones planteadas por los cambios revolucionarios, con respecto a lo cual en el caso venezolano debe tomarse en cuenta que el principal revés del proceso revolucionario allí en marcha no fue la reciente derrota en las elecciones legislativas, sino la desaparición de su líder principal, aúntomando en cuenta que tal como nos indica nuestro modo de ver las cosas, Nicolás Maduro ha estado a la altura del reto que le fue planteado, tomando en cuenta las condiciones excepcionalmente difíciles del mismo. Aún más, pensamos que posiblemente cualquier otro dirigente que hubiera ocupado ese lugar habría tenido menos éxito en su desempeño, no por incapacidad, sino por las dimensiones de la situación a enfrentar. Y si algo han demostrado no sólo Maduro, sino la dirigencia revolucionaria venezolana, es sabiduría y capacidad. De lo contrario, ya el poder allí estaría en manos de la derecha hace tiempo o al menos, habría una situación de ingobernabilidad.

Hay quienes consideran que en las actuales condiciones históricas, la revolución y el socialismo son imposibles en cualquier país latinoamericano (a excepción de Cuba, por razones obvias). Luego, están los que asumen la necesidad de la revolución y la construcción del socialismo bajo determinadas circunstancias, que no son las de todos los países en cuestión. Y por último, estamos los que promulgamos no sólo la posibilidad, sino la necesidad de hacer la revolución y de construir el socialismo como única alternativa para las fuerzas de izquierda en cualquier país del mundo entero y en cualquier momento.

Pero antes de fundamentar esta posición, es necesario dejar claro qué entendemos por hacer la revolución y construir el socialismo. Consideramos que hacer la revolución desde el poder político o desde su espacio institucional más importante, que es el gobierno, es generar los cambios necesarios en la sociedad, que conduzcan al socialismo, o crear en caso de que no las haya, condiciones apropiadas para esos cambios, igual que se hace cuando se está luchando por el poder político a través de los medios más adecuados a la situación histórica, coyuntural y local de la cual se trate, cuando no se cuenta con el espacio institucional más importante de éste, que es el gobierno, de manera que por su parte, hacer la revolución fuera del poder es luchar por su triunfo, que es luchar por el poder, en aras de tener la capacidad de identificar las condiciones adecuadas para alcanzar dicho objetivo, ya sean creadas o no, o ya sean directamente creadas o indirectamente, que es cuando las acciones para crearlas ayudan a hacerlo, aunque las condiciones creadas no sean el producto directo de esas acciones.

Esto nos lleva a exponer qué entendemos por construcción del socialismo, lo cual concebimos como el cambio en las relaciones económicas entre los individuos mediante la socialización de la propiedad para poner fin a la explotación entre unos y otros, por ser ésta causante de todos los problemas que afectan a la sociedad dividida precisamente por eso, en clases sociales; por tanto, políticas orientadas a tal fin (contra el sistema o incluso, hasta cierto punto en el marco de éste cuando no haya condiciones para lo primero), en aras de lo cual es indispensable que el poder responda a los intereses de las clases populares, ya que en la sociedad dividida en clases sociales opuestas entre sí por intereses irreconciliablemente opuestos o antagónicos, es esta contradicción la que define el rumbo de la historia; y que el proceso de construcción del nuevo orden social, económico y político, junto al tipo de conciencia que se corresponda con éste, sea conducido de manera organizada por una vanguardia política que tenga dicha misión como razón de ser, en vista de que el socialismo es el único sistema socioeconómico y político que no surge espontáneamente del anterior, sino que debe hacérsele surgir de éste mediante la aplicación y creación del conocimiento que permita la instalación de una realidad social en correspondencia con la condición humana, que consiste en la suma de racionalidad y espiritualidad, de modo que el socialismo es un proceso de construcción social mediante el cual los seres humanos toman el control de su propio destino al ser éste creado por ellos mismos al conocer y ser capaces de aplicar las leyes objetivas que rigen la condición social de su existencia y por tanto, que en última instancia la determinan.

La construcción del socialismo conduce a su instauración, pero no se detiene con ésta, de modo que puede estarse construyendo el socialismo sin que se haya instaurado aún, pero el hecho de que esto ya se haya hecho no significa que la construcción del socialismo ha llegado a su fin, pues el socialismo es una manera de organización de la sociedad que tiene como razón de ser la distribución de las riquezas según el aporte de cada quien a la creación de las mismas, pero como una manera de avanzar hacia la distribución según las necesidades de cada quien, lo cual requiere el predominio de valores que no son propios de la sociedad de clases, pues de lo contrario nadie trabajaría. Y es a esa hegemonía ideológica nueva a lo que desde el punto de vista marxista, suele llamársele comunismo.

En la época actual se está dando un salto enorme en el desarrollo tecnológico con respecto a todos los aspectos de la vida material de la sociedad, así como las comunicaciones, la transmisión de la información y el procesamiento de datos, vinculado todo ello estrechamente con el aumento en la capacidad para la creación de nuevo conocimiento, como resultado de la revolución electrónica, de cuya mano hemos entrado en la era digital. Este es un fenómeno comparable con la revolución industrial que trajo consigo el surgimiento de las relaciones salariales, las cuales por el contrario, ahora entran en crisis, aunque en ambos casos mediante la expulsión de grandes cantidades de seres humanos de la vida económica activa, con su resultante marginalización. Al ser las relaciones salariales la manera en que se ejerce el poder económico en el capitalismo a través de la intermediación ejercida por los propietarios individuales de empresas económicas de todo tipo, entre los trabajadores y las riquezas creadas por éstos, y al entrar en crisis la intermediación como manera de ejercer el poder debido al fenómeno señalado, el capitalismo echa mano del modelo neoliberal, que lo oxigena mediante la supresión de una intermediación distinta, que es la ejercida económicamente por el Estado en el socialismo del siglo XX, entre los dos elementos ya señalados, de modo que el neoliberalismo lo deja todo en manos del mercado, pero sin sustituir la intermediación política ejercida en la democracia burguesa por los representantes y gobernantes electos, entre sus electores y el poder que teóricamente pertenece a éstos, pero que les es usurpado mediante esta forma de intermediación.

El socialismo, por su parte, tiene actualmente la gran ventaja sobre el capitalismo de que es un sistema capaz de superar su propia intermediación, en lo económico a través del ejercicio directo de la propiedad social por los trabajadores, mientras en lo político tal superación se manifiesta en el ejercicio directo del poder por las clases populares, poniéndose éstas de manifiesto como tales en relación con el poder, mediante la transformación del ciudadano como sujeto individual y pasivo del liberalismo en el sujeto social y activo de este nuevo socialismo, de modo que la vanguardia revolucionaria no sustituya a las clases populares en el ejercicio del poder, sino que ejerza su papel conductor mediante el trabajo político e ideológico de sus estructuras en todos los ámbitos de la vida social, incluyendo la nueva institucionalidad política creada para un nuevo tipo de poder en gestación, cuya razón de ser es la desaparición misma del poder como instrumento de dominación de una parte de la sociedad por otra, así como la razón de ser de la propiedad social es que nadie sea privado del derecho a ejercerla, de modo que la propiedad pierda su carácter excluyente. En otras palabras, este nuevo modelo socialista se acerca más que el anterior a una sociedad en la que todo sea de todos para que nada sea de nadie, y en la que todos manden para que nadie mande a nadie, a lo cual sólo se llega con la fórmula de que el gobierno obedezca, el pueblo mande y la vanguardia dirija desde los espacios a través de los cuales el pueblo ejerza directamente el poder, lo cual requiere de una vanguardia capaz de definir su programa, su línea política y su estrategia en correspondencia con una voluntad popular que a su vez esté orientada por esa vanguardia, en un círculo virtuoso que lleva a la necesidad de que la militancia revolucionaria en permanente comunión con el pueblo al cual pertenece la vanguardia y a cuyos intereses ésta responde, tenga la mayor participación posible en la definición de ese programa, esa línea y esa estrategia.

El término vanguardia suele ser rechazado por la confusión entre dicha concepción como tal y una de sus modalidades específicas, correspondiente a un modelo socialista que debe ser superado y está siéndolo por el actual. En dicho modelo en proceso de superación, la vanguardia se concebía como sustituta del pueblo en el ejercicio del poder, en cuyo nombre lo ejercía. Aquella era una vanguardia, además, cerrada a la sociedad en el marco de una democracia sin pluripartidismo, que no parece políticamente viable en la actualidad para la mayoría de países del mundo, razón por la cual el nuevo tipo de vanguardia además de ser participativa en sus tomas de decisiones, debe ser abierta a la sociedad en cuyo seno debe luchar políticamente contra las expresiones políticas organizadas de las clases explotadoras, cuya hegemonía ideológica es y será su última ventaja, aún en etapas avanzadas de la construcción socialista.

Estamos refiriéndonos, pues, al paso de la vanguardia como partido de nuevo tipo a la vanguardia de nuevo tipo, que mantiene lo fundamental de los principios rectores de dicha concepción, pero que adopta una nueva manera de ser, en consonancia con la manera en que el mundo está cambiando. Si el mundo cambia y no son los revolucionarios quienes lo hacen cambiar, es porque éstos no están a la altura de su misión histórica, la cual sólo podrá ser cumplida con la condición previa de la comprensión del carácter objetivo de los cambios y la apropiación de la conducción subjetiva de éstos hacia las grandes metas revolucionarias.

Con esto, el nuevo socialismo hace desaparecer la intermediación política ejercida en el viejo socialismo por la vanguardia, entre las clases populares a cuyos intereses se supone que responde, y el poder que se supone ejercido en defensa de esos intereses, así como en el ámbito económico hace desaparecer la intermediación ejercida por el Estado entre los trabajadores y las riquezas creadas por éstos, mientras el neoliberalismo como modelo capitalista propio de la época actual, como hemos visto, no supera ninguna de las dos intermediaciones que les son propias como manera de ejercer el poder, sino que lo hace con una intermediación económica propia de otro sistema. Esto se debe a que el poder como instrumento de dominación, propio de la sociedad de clases y que por tanto, se basa en la explotación, no puede ser ejercido si no es a través de la intermediación política y económica, que no fue superada por el socialismo del siglo XX, pero que puede serlo por el actual modelo en construcción teórica y práctica, y cuyos fundamentos teóricos aún están en elaboración.

Todo esto, sin embargo, implica un proceso durante el cual las características aquí señaladas del nuevo modelo no pueden aparecer por arte de magia, surgidas de la nada, sino que sólo pueden ser el resultado de una estrategia revolucionaria encaminada a la instalación consciente de esas características que son propias del modelo conscientemente en construcción. Lo importante es por una parte, no perder de vista el objetivo a largo plazo y por otra, no hacer caso omiso de las características actuales de una realidad que para poder ser transformada de manera revolucionaria, tiene que ser conocida y reconocida como lo que es, pues sólo así será lo que quieran los revolucionarios que sea, en correspondencia con la necesidad histórica de su transformación.

Por ejemplo, la estabilidad macroeconómica y la convivencia en condiciones de estabilidad política entre empresarios y trabajadores es en determinadas circunstancias históricas y locales, una línea de acción que no suprime el carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, sino que precisamente por ser éstas irreconciliables, deben ser resueltas de una manera tal que por avanzar hacia las grandes metas revolucionarias, no se eche más bien a perder la posibilidad de alcanzarlas.

Incluso, hay condiciones en las que pueden no ser posibles los cambios estructurales a corto plazo en el ámbito económico y el cambio sistémico inmediato en cuanto al ejercicio del poder, pero siempre es posible diseñar e impulsar políticas orientadas hacia esos cambios, o sea hacia los cambios revolucionarios, y el socialismo como contenido de éstos, se comienza a construir desde que se crean las condiciones para ello, porque desde ese momento se está haciendo el cambio revolucionario en la conciencia social, que es donde es más importante y difícil llevarlo a cabo. Esto tiene que ver con la necesidad de no confundir la construcción del socialismo con su instauración, así como no debe confundirse ésta con el inexistente fin de su construcción en tanto que es la única realidad social en correspondencia con la condición de quienes la llevan a cabo, o sea los seres humanos.

Un asunto importante en el tema de la conducción política y la necesidad de la vanguardia, es el papel del liderazgo personal en la etapa inicial de los cambios sociales, cuando éstos tienen un carácter revolucionario. Dicho liderazgo es indispensable, debido a que los cambios necesitan líderes, mientras por su parte, las instituciones son más necesarias para la defensa del orden establecido o su profundización una vez que los cambios precedentes se han estabilizado. Esto se debe a que las personas, por su misma naturaleza, suelen tener temor a los cambios; aúnlos que no tienen nada que perder, temen estar peor, y por eso para que se asuma una actitud permanentemente favorable a los cambios es necesario un sentimiento de seguridad que contrarreste el sentimiento opuesto que genera la idea de los cambios en las personas comunes y corrientes. Y creer en lo concreto produce un sentimiento de seguridad mayor que creer en lo abstracto, sobre todo cuando hay bajos niveles de desarrollo político: Un programa, incluso un partido, ya no se diga las ideas, son abstracciones; pero un líder es de carne y hueso, tangible, concreto.

Esto conlleva una fragilidad que debe superarse en el transcurso del proceso lo más rápido posible, y es la alta dependencia de éste con respecto a la presencia física del líder. Esto es importante para analizar la situación de la Revolución Bolivariana, que a pesar de todos los obstáculos ya planteados aquí y del chantaje ejercido en las elecciones por la derecha mediante la guerra económica, obtuvo el 43% de los votos en las elecciones legislativas perdidas, lo cual lejos de lo que se tiende a pensar, es un síntoma excelente en cuanto al nivel de avance en el desarrollo de la conciencia revolucionaria en Venezuela. En resumen, sin revolución y sin vanguardia toda fuerza de izquierda está condenada al fracaso, el cual puede darse también con revolución y con vanguardia; o sea, éstas son indispensables, aunque no suficientes, para el avance exitoso de un proceso de cambios sociales promovido por la izquierda desde el poder o desde su control sobre los espacios institucionales fundamentales del mismo; mientras por otra parte, el liderazgo personal suele ser imprescindible en esto, al menos durante la época del impulso inicial de los cambios, en el entendido de que éstos son de carácter revolucionario; época que puede durar varias décadas.

Hemos dicho arriba que cuando las fuerzas populares no están en el poder la lucha revolucionaria es la lucha por el poder. Si no hay condiciones para que triunfe la revolución, entendiendo por tal la conquista del poder por las fuerzas populares y revolucionarias, esas condiciones hay que crearlas, y esto no podrá hacerse si con el argumento de la ausencia de condiciones favorables, se renuncia a la lucha por el poder, lo cual también impide, incluso, identificar las condiciones favorables en tal sentido cuando éstas se presentan sin que hayan sido expresamente creadas por el movimiento revolucionario, el cual no podrá identificar esas condiciones (creadas conscientemente o no) si no está empeñado en crearlas, lo cual es un requisito indispensable para el carácter revolucionario de su lucha y por tanto, de sí mismo como fuerza organizada, y tal carácter revolucionario es inexistente cuando la lucha no es por el poder, caso que no sólo se presenta con los movimientos anarquistas, sino también con el movimiento comunista dogmático que, educado en la tradición soviética de poner el poder por encima de los principios y por tanto, los asuntos de Estado por encima de los asuntos revolucionarios a nivel estratégico (distinto es el caso cuando se trata del corto plazo), terminó convirtiéndose en una extensión de la política exterior soviética y con ello, aunque teóricamente siempre consideraron que su lucha era por el poder, sus métodos, estrategias, programas, jamás podrían haberlos llevado ni podrán llevarlos al poder, y cuando esto sucedió, excepcionalmente, en Chile, la política que se siguió fue la del apaciguamiento a los militares y no la de armar al pueblo, con el argumento de que esto serviría como pretexto para un golpe de Estado, que no necesitó pretexto alguno de ese tipo y cuando sucedió, su triunfo fue aplastante y las consecuencias catastróficas a largo plazo para el movimiento revolucionario en aquel país, debido a una visión que predominó entonces allí, de que la democracia como tal es un principio y no lo que realmente es por encima de todo: un instrumento de legitimación del poder de clase, de modo que cuando deja de serlo, se descarta en aras de preservar o recuperar dicho poder; razón por la cual se pensó ingenuamente que en los militares chilenos prevalecería la tradición democrática de respeto a la institucionalidad correspondiente.

Profundizar los procesos revolucionarios en nuestro continente es, en base a lo que ya hemos visto, acelerar el avance hacia las características históricas aquí señaladas de lo que se viene configurando como el nuevo modelo socialista, pero tal aceleración no puede darse en todos los aspectos ni en todos los países simultáneamente, ni en todo momento dentro de cada país, sino cuando la situación concreta así lo demanda. Uno de los momentos más propicios (aunque no siempre) para ese avance es la acción ofensiva de la contrarrevolución. Suele ocurrir que si ante tal acción no se responde con la profundización de la revolución como contraofensiva, la derrota está tan asegurada como si no se hiciera la revolución ni se tuviera una vanguardia revolucionaria.

Hemos visto pues, que la revolución puede hacerse en cualquier momento y el socialismo puede construirse en cualquier circunstancia, lo cual es así al menos desde el arribo del capitalismo a su etapa superior y la consiguiente profundización del carácter desigual en el desarrollo económico a nivel mundial, de lo cual surgió la conocida deducción de Lenin, del desprendimiento de los eslabones débiles de la cadena imperialista y de que por tanto, sólo se necesitaba un nivel determinado de desarrollo del capitalismo para el triunfo del socialismo en un país específico sin que necesariamente sucediera lo mismo en los demás, a lo cual Mao agregó que ese desarrollo incluso no necesariamente tenía que tomarse como el alcanzado en el país específico donde correspondiera hacer la revolución, sino como el alcanzado por el capitalismo en el mundo entero, con lo cual se pasó de la posibilidad señalada por Lenin, de hacer la revolución socialista antes de que las condiciones materiales dadas por el capitalismo para hacer esto posible fueran las que antes de eso se consideraban idóneas, a la posibilidad de hacer la revolución en un país donde incluso el capitalismo no hubiera alcanzado siquiera el nivel mínimo de desarrollo considerado aún indispensable por Lenin, quien ya había superado la concepción del propio Marx en el sentido de que tal nivel de desarrollo debía ser mucho mayor. Pero lo importante de esto es que al ser el imperialismo, según Lenin, una prolongación artificial del capitalismo cuando éste ha agotado sus posibilidades de desarrollo basado en el libre mercado absoluto, el viejo orden nunca, ni siquiera en las épocas de crisis, caerá, si no se le hace caer.1

De ahí el principio de la nueva izquierda latinoamericana surgida de la Revolución Cubana, de que si las condiciones para hacer la revolución no están dadas, deben ser creadas, pues el socialismo (que es el contenido de la revolución cuando el sistema que con ella se pretende suprimir es el capitalismo) sólo puede ser producto de la acción consciente de los seres humanos, que gracias a condiciones previamente existentes, han logrado adquirir el conocimiento de las leyes que rigen la realidad social, el cual incluye la aplicación del mismo para transformar de manera revolucionaria dicha realidad. De lo contrario, es imposible identificar esas condiciones y menos aún, hacer la revolución cuando las mismas están dadas. Y cuando hablamos de hacer la revolución nos referimos tanto a la conquista del poder por los revolucionarios, producto de su lucha con tal propósito, como a la construcción del socialismo.

Al planteamiento leninista de que el viejo orden no caería si no se le hacía caer, el Che le sumó el suyo propio, de que el socialismo no sería posible si no se construyese de manera consciente, y de que la conciencia social propia de dicho sistema no podría surgir espontáneamente de las nuevas condiciones creadas, sino que debería hacerse surgir de ellas, para lo cual es necesario, por tanto, no solamente la socialización de la propiedad, sino el peso creciente de los estímulos morales para el trabajo, lo cual en las condiciones actuales queda resuelto con el carácter colectivo de la propiedad social ejercida directamente por los trabajadores, lo que hace de esta forma de propiedad, un estímulo moral al serlo de carácter material, pero colectivo, lo cual en la época del Che no podría haberse visto así, debido a que era la época del industrialismo, que requería aún de grandes niveles de intermediación para hacer funcionar el aparato productivo, razón por la cual no había condiciones para que el Che vinculara su concepción sobre el papel de los estímulos morales con la propiedad social autogestionaria como estímulo moral definido por su carácter colectivo como estímulo material.

Decíamos que hemos visto cómo la revolución puede hacerse siempre y en todas partes desde que el mundo entró en la época del imperialismo, pues si no se está haciendo, no se podrán crear ni identificar las condiciones apropiadas para hacerla, lo cual es válido tanto para la lucha por el poder como para la construcción del socialismo. Pero esto es así, o sea, es posible hacer siempre la revolución, porque es necesario; es decir, porque así como la lucha revolucionaria no tiene sentido si no es por el poder, el poder revolucionario tampoco tiene sentido si no es para hacer la revolución, ya que de lo contrario se frustra el pueblo, retroceden los niveles de conciencia y se dividen las fuerzas revolucionarias, y eso es peor que no tener el poder.

Esto se debe a que el poder se inventó para oprimir y no para hacer la revolución, aunque por desgracia sea indispensable para esto último, como efectivamente ocurre, pues aún en el hipotético caso de que el anarquismo tuviera razón en teoría, en la práctica si los revolucionarios pueden tomar el poder y no lo hacen, otros lo harán por ellos y no en defensa de los intereses populares, lo cual debería bastar para echar por la borda aquella concepción según la cual se puede hacer la revolución sin tomar el poder. Pero el poder revolucionario es necesario precisamente para crear las condiciones que lo hagan dejar de ser necesario como instrumento de dominación de una parte de la sociedad por otra, como explicábamos antes. En otras palabras, el poder en manos revolucionarias sólo tiene sentido para hacer la revolución, pues en caso de que se actúe en contra de este principio, el carácter reaccionario del poder deforma a los revolucionarios que lo ejercen. Como se habrá podido deducir de algunos planteamientos que hemos hecho con respecto al nuevo modelo socialista, el antídoto revolucionario contra el carácter reaccionario del poder es la no sustitución del pueblo por la vanguardia en el ejercicio del mismo, la vinculación de la vanguardia con el pueblo y el carácter participativo de las definiciones programáticas y estratégicas, así como de las tomas de decisiones fundamentales, en lo cual igual que en todo, debe haber un sentido del equilibrio, en este caso entre la necesidad de la participación en estas definiciones y decisiones para garantizar la vinculación de la línea de la vanguardia con la visión del pueblo, y la necesidad de que las mismas se den a tiempo para su efectividad; equilibrio cuya expresión concreta debe estar en concordancia con la realidad también concreta en cuyo contexto se aplique.

Su condición en tanto única fórmula capitalista capaz de estar mínimamente en concordancia con la crisis de la intermediación como forma de ejercer el poder, hace del neoliberalismo el único modelo capitalista posible o viable en la actualidad. Podrá haber otro en un futuro que de todas formas ya no llegaría por no llegar a él la humanidad de sobrevivir demasiado tiempo más el capitalismo; pero actualmente no hay una alternativa capitalista viable al neoliberalismo, y menos como promueven los que plantean la imposibilidad actual de la revolución y el socialismo en América Latina, un capitalismo con Estado de Bienestar que implica hacer caso omiso a la tendencia objetiva de los procesos sociales de todo tipo hacia el fin de la intermediación en los términos ya señalados. Por tanto, la única alternativa viable al neoliberalismo es el socialismo.

Es por todo lo dicho que si la izquierda desde el gobierno no hace la revolución o si pretende hacerla sin una vanguardia para ello, el fracaso es seguro para la izquierda, sobre todo en la época actual. Aún con revolución y vanguardia el fracaso es posible, aunque menos probable. Puede haber vanguardia sin revolución, pero que luche por ella, mas no puede haber revolución sin una vanguardia que la conduzca políticamente hacia sus grandes metas históricas. Todo lo anterior nos permite comprender y reforzar la idea lanzada al mundo por la Revolución Cubana, en la Segunda Declaración de La Habana y en aplicación consecuente del postulado leninista sobre este tema, de que hacer la revolución ya no es algo que esté en dependencia de condiciones previamente establecidas, sino que es un deber de los revolucionarios.

Consideramos por tanto, que son dos los puntos débiles de la izquierda latinoamericana en la actualidad. Primero, la ausencia de cambios revolucionarios y de una vanguardia política organizada para hacer la revolución, como sucede en aquellos países donde la izquierda gobernante no cree que tal cosa sea posible, bien sea en general o en el país específico donde le toca a ella ejercer el poder o el gobierno. Tal es el caso de la caída de Argentina y la crisis política adversa a la izquierda en países tan importantes como Brasil y Chile; en este último caso, tomando como de izquierda el segundo gobierno de Bachelet y no el primero, que no fue asumido como tal tampoco por la propia fuerza gobernante o por la propia Presidenta. Segundo, la poca claridad aún en los casos que se pueden considerar procesos revolucionarios en marcha, acerca de cómo deben profundizarse los procesos de cambio en general y revolucionarios en particular; y posiblemente esto último esté afectando la marcha del proceso en Venezuela, especialmente sometida a todo tipo de ataques concertados a nivel mundial e interno.

¿Significa esto que un revolucionario debe oponerse a un gobierno de izquierda si éste no está haciendo la revolución en el país correspondiente? De ninguna manera, porque eso sería peor que no hacer la revolución: Sería hacer la contrarrevolución. En tal caso, se debe apoyar al gobierno, pero con una estrategia organizada con el objetivo de convertir el proceso de cambios en un proceso revolucionario. De no hacerse esto; es decir, de no incluir el apoyo a un gobierno de izquierda como parte de una estrategia revolucionaria, no se estaría trabajando en crear las condiciones propicias para hacer la revolución, sino que por el contrario, se estarían creando las condiciones menos propicias para ello.

Pero si tal como hemos dicho, para los revolucionarios no vale la pena ejercer el poder si no es para hacer la revolución, debido a lo dañino que resulta para los revolucionarios el carácter reaccionario del mismo, ¿qué sentido tiene apoyar a una fuerza de izquierda que pretende ejercer el poder sin hacer la revolución? Consideramos que los revolucionarios no sólo deben apoyar a toda fuerza de izquierda en el poder, esté haciendo o no la revolución, sino que deben apoyar a la fuerza de izquierda que tenga más posibilidades de llegar al poder, aunque no pretenda hacer la revolución, y veamos por qué. Teniendo en cuenta que hacer la revolución es algo siempre posible, pues de no existir las condiciones favorables para ello, éstas pueden y deben ser creadas por la vanguardia revolucionaria, el sentido que tiene lo aquí planteado sobre el comportamiento revolucionario frente a una izquierda no dispuesta a hacer la revolución, pero que controla espacios decisivos del poder o tiene posibilidades de hacerlo, es que con la izquierda en el poder, aunque ésta no haga la revolución, hay mejores condiciones para hacerla que con la izquierda fuera del poder. Así de sencillo.

De modo pues, que la actitud de ciertas fuerzas o grupos supuestamente radicales de izquierda que hacen oposición a gobiernos de izquierda (e incluso, a gobiernos revolucionarios), o que se oponen a la llegada al poder de organizaciones de izquierda con posibilidades de llegar a él o al menos de ocupar en él espacios institucionales no testimoniales, sino importantes para impulsar cambios que la derecha nunca impulsaría, lleva a esos grupos de militantes opuestos a la izquierda gobernante o a la izquierda que busca el poder (tenga o no esta última la intención de hacer la revolución) a hacer todo lo contrario de lo que pregonan, actuando así como fuerzas contrarrevolucionarias y no como fuerzas revolucionarias, las cuales se consideran más consecuentes que la fuerza de izquierda en el poder o la que lo puede alcanzar, llegando en su ceguera política y su sectarismo, a considerar que la izquierda gobernante o con posibilidades de serlo (revolucionaria o no, o dedicada o no a hacer la revolución) es una fuerza reaccionaria, invirtiendo de esta manera la realidad para invertir en la precepción que de sí mismos tienen estos grupos sectarios (que a veces son grupos minoritarios dentro de partidos de izquierda) y sumamente dañinos tanto para un proceso revolucionario como para las posibilidades de que un proceso de cambios sociales se convierta en un proceso revolucionario, o para las posibilidades de que sean creadas mejores condiciones para hacer la revolución con la llegada al poder o al gobierno de una fuerza de izquierda o si se prefiere, progresista. Los integrantes de estos grupos supuestamente radicales que no son agentes de la CIA (pues algunos sin duda lo son), actúan como lo harían los mejores agentes de inteligencia del imperialismo, pero sin cobrar (y no siempre).

El asunto de la profundización de los procesos de cambio como respuesta a los ataques de la contrarrevolución mundial y local se complica por el hecho de que a pesar del carácter cada vez más global de los fenómenos sociales y las coyunturas históricas, siempre se presentan fenómenos distintos en cada país, aunque todos tengan algo en común, pero aúnasí la simultaneidad no es precisamente algo que los caracterice. Sin embargo, esta complicación no niega que si la profundización de cada proceso revolucionario en América Latina en la dirección aquí señalada no forma parte de una estrategia consensuada a nivel continental, el efecto podría ser el mismo que el producido por la ausencia misma de revolución en un país, o de la profundización de ésta en el momento apropiado, o de la vanguardia revolucionaria, o del liderazgo necesario para el tipo de cambios que se requiere promover. A propósito de esto, y a la vez en cuanto a lo que hemos señalado casi como una provocación, sobre la importancia del gobierno como el espacio institucional más importante del poder político, tanto como para tener la posibilidad de hacer la revolución desde ahí, debemos comenzar reconociendo, para decirlo con las siempre magistrales palabras de Zygmunt Bauman, que para actuar se necesita poder: ser capaz de hacer cosas; y se necesita política: la habilidad de decidir qué cosas tienen que hacerse. La cuestión es que ese matrimonio entre poder y política en manos del Estado-nación se ha terminado. El poder se ha globalizado, pero las políticas son tan locales como antes. La política tiene las manos cortadas… El fenómeno es global, pero actuamos en términos parroquianos.2

Pero resulta que por eso mismo hoy más que nunca, la acción local genera acción global, pero si esto no se convierte en un proceso consciente y organizado, los procesos revolucionarios surgidos de tal tendencia objetiva (incluso los que la hayan generado) se debilitan peligrosamente. La Revolución Bolivariana en Venezuela es el mejor ejemplo de ambas cosas. Una Revolución que engendra otras (distinto a exportarla) necesita luego de éstas tanto como a la inversa, y si esa necesidad de apoyo mutuo no adquiere forma organizada, el apoyo se dispersa junto con la lucha revolucionaria misma. Incluso antes y mucho antes de la globalización tal como se entiende en términos actuales, todas las revoluciones generaron acción global de alguna manera. La Revolución Bolchevique generó las condiciones para el Estado de Bienestar europeo, para la derrota del nazifascismo y con su papel protagónico en ella, para la expansión del socialismo a Europa del Este. La Revolución China generó todo un movimiento revolucionario no dependiente de los intereses de Estado que ya los soviéticos priorizaban frente a los intereses de la Revolución Mundial que era a fin de cuentas, su razón de ser como país. A nivel de América Latina, la Revolución Cubana generó una nueva izquierda revolucionaria, además de crear más allá del continente, las condiciones para el fin del Apartheid en Sudáfrica, la independencia de Namibia y la permanencia de un régimen revolucionario en Angola, así como de un área de influencia progresista y de izquierda en el entorno geográfico de dicho país. Otra vez en América Latina, la Revolución Sandinista tuvo el efecto de poner fin a las dictaduras militares de derecha, y la Revolución Bolivariana generó un proceso de toma del poder iniciado con la ocupación de los gobiernos por la izquierda continental mediante la lucha electoral en el marco de la democracia burguesa.

Se puede decir que el ejemplo de Grecia es una prueba de que lo antes dicho puede quedar en ilusiones, como quedó relativamente en ello la confianza de la joven Revolución Bolchevique en que ella sería el inicio de una cadena de triunfos revolucionarios en los países industrializados de Europa. Lo que sucede en este último caso es que el fenómeno del imperialismo vuelve a la clase obrera local de cada país industrializado, beneficiaria de la pauperización mundial generada por el capitalismo y prevista por Marx en El Capital, aunque al no conocer el fenómeno del imperialismo, él se refiera al asunto en el marco de cada contexto nacional, a lo cual debe agregarse el ya mencionado Estado de Bienestar para contrarrestar el triunfo revolucionario en Rusia y que hizo uso en aras de ello, de la teoría económica keynesiana, a la cual ya se había referido el propio Lenin en uno de sus últimos discursos. En tal sentido, aún hoy en día con la crisis del capitalismo tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, los pueblos europeos no esperan nada de una fuerza de izquierda que se comprometa con alterar el orden económico mundial imperialista que les beneficia como potencias industriales, sino que lo esperan todo de una fuerza que les ofrezca el fin de sus penurias, sí, pero a costa de aumentar el saqueo de los países económicamente periféricos.

Aún así, en Grecia había un plan de acción al que se refirió en su momento Varoufakis, pero que Tsipras no consideró prudente llevar a cabo en caso de que la Troika no cediera, y prefirió sortear la situación en la menos tortuosa de las posibles variantes. Pero también está España, donde todo comenzó con los indignados y ahora el movimiento popular, principalmente a través de PODEMOS, cuenta con espacios institucionales no soñados antes, y fue el fenómeno de los indignados lo que hizo posible también la llegada de SYRIZA al gobierno en Grecia, con todos los inconvenientes señalados.

Como puede verse, mientras más entramos en la globalización, más influencia tiene en el mundo lo que sucede en un país, razón por la cual más bien se puede usar el fenómeno en su potencialidad favorable al movimiento revolucionario. Pero a esto y a todo lo demás que hemos planteado le falta un elemento fundamental, y es que siendo tan necesaria la vanguardia y su liderazgo a nivel de cada proceso de cambios en el ámbito nacional, y siendo tan importante lo que pase en cada país para el resto, esa vanguardia y ese liderazgo es necesario que trasciendan el ámbito nacional, lo cual en América Latina es más necesario que en cualquier otra región del mundo, debido a que es aquí donde la izquierda ha tenido el mayor avance desde el derrumbe soviético, y debido también a que las características comunes de casi todos los países que integran este continente hace que éste sea en realidad una gran nación dividida en múltiples parcelas territoriales que son nuestros países, y esto lo tenían claro ya los primeros próceres en las guerras de independencia contra el colonialismo español, pero hay quienes aún, siendo incluso revolucionarios consecuentes, no parecen haber tomado conciencia de ello.

Fue precisamente por su claridad sobre esta necesidad, que Hugo Chávez desde su condición como líder continental y mundial llamó a la formación de lo que él en ese momento denominó la Quinta Internacional, así como desde Nicaragua lo hizo simultáneamente con Chávez, Daniel Ortega llamando a lo que él denominó la Internacional de los Pueblos, no siendo una casualidad que el líder sandinista sea, después de Raúl Castro, el líder revolucionario de mayor trayectoria en nuestro continente y el único, después de Fidel Castro, a quien Hugo Chávez veía como todo un maestro. Ante este llamado fue tanto el vacío y fueron tantas las organizaciones revolucionarias y de izquierda en general que se rasgaron de manera tan dramática las vestiduras, que el proyecto parece haber nacido muerto, aunque Chávez retomó el tema en una plenaria del Foro de Sao Paulo que tuvo lugar en Caracas, ya no haciendo énfasis en la denominación que había sido asumida por él anteriormente, sino en el contenido de su convocatoria.

Por cierto, el más importante hasta ahora de los espacios ya existentes en ese sentido, pero insuficientes por naturaleza, es el Foro de Sao Paulo, que ha jugado un papel importante en términos de mantener la comunicación y con ello, el conocimiento mutuo entre experiencias de lucha y puntos de vista distintos entre sí en la izquierda latinoamericana, sucediendo con esta instancia que por una parte ha sido subestimada en sus posibilidades de generar más acción (aunque esto al menos en teoría se ha venido superando), y por otra ha sido sobreestimada como mecanismo organizativo, llegándose a decir disparates tales como que es el Foro de Sao Paulo el que ha dirigido la lucha de la izquierda latinoamericana y que a ello se deben los logros obtenidos en la misma, cuando es de sobra conocido el hecho de que a Chávez, que fue el líder del proceso con el cual comenzó el proceso de la llegada de la izquierda al gobierno en varios países de América Latina, ni siquiera pudo hacer uso de la palabra en uno de los encuentros del Foro, a finales de los años noventa; esto sin mencionar que la mayoría de las fuerzas políticas de izquierda que han llegado al gobierno en nuestro continente ni siquiera eran miembros del Foro de Sao Paulo cuando lograron eso o su participación en él no era relevante, a excepción del FSLN y el FMLN en Nicaragua y El Salvador, respectivamente.

En el caso de Argentina, por ejemplo, la formación política cuyos líderes (Néstor y Cristina Kirchner) gobernaron ese país durante tres períodos presidenciales ya fue desplazada del gobierno y aún no pertenece al Foro, debido al veto de ciertas organizaciones políticas de izquierda argentinas, sumamente minoritarias y sectarias. Cierto es que en este caso dicha formación política parece ser más La Cámpora que el Partido Justicialista como tal, ya que es el sector de izquierda del peronismo el que gobernó en estos años recientes, siendo su sector de derecha el que fue desplazado del poder y el que aplicó el modelo neoliberal bajo el gobierno de Menem. Pero eso en todo caso, es un asunto propio de la realidad política argentina, que ni siquiera los propios argentinos entienden bien, lo cual posiblemente no sea ajeno al hecho de haber sido el primer caso (esperamos que el único) de una fuerza política de izquierda o progresista desplazada del gobierno en América Latina por la vía electoral, desde que comenzó la mencionada etapa en la cual nos encontramos, caracterizada por la presencia de la izquierda en el gobierno en gran parte de los países de nuestro continente.

El problema con el Foro de Sao Paulo es que su heterogeneidad no se corresponde con lo que debe ser una vanguardia revolucionaria organizada a nivel continental, lo cual no significa que ésta deba reemplazar al Foro de Sao Paulo, sino por el contrario, que aún con la presencia de esa vanguardia, el Foro seguiría siendo necesario, pero reconocer esto no tiene sentido si no se reconoce también que la organización de esa vanguardia es más necesaria aún, sobre todo tomando en cuenta que los triunfos unen y las derrotas dividen, porque los primeros tienen muchos padres, pero las segundas son huérfanas. Las derrotas generan debate, y si no hay una manera de canalizar el mismo hacia un fin, que debe ser el de evitar nuevas derrotas y alcanzar nuevos triunfos, ese debate se convierte en una catarsis que lleva a nuevas derrotas y así hasta el infinito, en un círculo vicioso que podría convertirse en una especie de agujero negro para la izquierda latinoamericana y los procesos de cambio por ella promovidos.

Esto puede suceder aún contando con el mecanismo adecuado para evitarlo; con más razón sin contar con él. Y ese mecanismo es, sin duda, la vanguardia revolucionaria continental, que debe ser también organizada en otras regiones del mundo y luego, convertirse en una única vanguardia revolucionaria mundial, obviamente con métodos de trabajo que posibiliten la definición de aspectos comunes sobre los que se deban tomar decisiones o definir lineamientos, y aspectos particulares sobre los cuales la definición de las líneas correspondientes sean prerrogativa de cada organización revolucionaria de carácter nacional, aunque las demás puedan aportar a ello.

En resumen, es necesario profundizar los cambios sociales en nuestro continente para que éstos no retrocedan, y es necesario que el contenido común en esa profundización de los cambios sea consensuada por las fuerzas que los impulsan, así como debe serlo la estrategia de lucha que posibilite hacerlo, todo esto debido a la influencia que tiene en el resto de países, hoy más que nunca y sobre todo a nivel latinoamericano, lo que sucede en cada uno, y el mecanismo adecuado para ello es, repetimos, una vanguardia revolucionaria continental, tan necesaria para la profundización y el resultante éxito de los procesos de cambio social en marcha como lo es que éstos tengan carácter revolucionario al menos en su orientación hacia el futuro, lo que a su vez requiere la presencia de vanguardias revolucionarias organizadas que serían las que en su conjunto, integrarían la vanguardia revolucionaria continental con la que soñara, consecuentemente con su posición de liderazgo a nivel continental y mundial, ese revolucionario, ese hombre de vanguardia y ese líder que fue Hugo Chávez, en coincidencia nada casual, como hemos señalado, con Daniel Ortega, líder de la Revolución Sandinista, que junto a la Revolución Cubana y la Revolución Bolivariana, marcó en el momento de su triunfo, un punto sin retorno hacia un futuro victorioso en la lucha revolucionaria a nivel latinoamericano y mundial.

Notas:

1 Lenin, Vladimir I., La bancarrota de la II Internacional, Editorial Progreso, Moscú, sf, p. 13.

2 Entrevista en El País, 9 de enero 2016.

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