jueves, 17 de marzo de 2016
Homenaje a León Felipe, poeta sumergido en la sombra y el olvido
Rebelión
Por Antonio Cuesta *
Este 22 de febrero se cumplieron 77 años de la muerte en Colliure (Francia) de Antonio Machado. Y por tal motivo la editorial Dyskolo ha querido recordar esa fecha con un texto muy especial, condenado durante décadas al destierro de las letras, como su autor lo fue al de su patria. Me refiero a Responso... a la poesía muerta, de León Felipe.
Corría el año 1949 y el exilio republicano en México D.F. se preparó a homenajear, en una fecha tan emblemática como el 14 de abril, al poeta sevillano fallecido diez años antes. Machado simbolizaba como pocos la esperanza y la derrota de un proyecto popular, que pretendió sentar las bases de un nuevo país a partir de valores humanistas y racionales.
Si el 14 de abril de 1931 Machado expresaba desde Segovia, al izar la bandera tricolor en el balcón del Ayuntamiento:
¡Aquellas horas, Dios mío, tejidas todas ellas con el más puro lino de la esperanza, cuando unos pocos viejos republicanos izamos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de Segovia! (...) Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra república de la mano.
El 22 de febrero de 1939 fallecía —dejando a sus espaldas un país devastado y hundido— tras 30 días de huida y persecución, destierro y agonía.
En el homenaje mexicano, una década después, León Felipe se hace dueño de ese dolor y clama, en una vibrante intervención, contra la injusticia, el miedo impuesto por los vencedores, el trágico destino de España... y la muerte de la poesía. Porque la oscuridad no solo se ciñe sobre el país sino también sobre el mundo en los aciagos días posteriores a la II Guerra Mundial, finalizada con el lanzamiento de las dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki y con la irrupción del nuevo, terrible y prolongado enfrentamiento:
Porque lo que se ha muerto... es la canción.
¿Oísteis? En todo el mundo se ha muerto la canción.
Nadie sabe hoy cantar. ¿Sabéis vosotros cantar?
Los maestros del canto se han ido
a clavar ataúdes y a enterrar a los muertos.
“¿Qué importan ya los nombres de los pueblos? ¡Son tantos los poetas muertos! —grita desesperado León Felipe—. ¡Todos! Los que se fueron y los que se han quedado aquí. Los que no han muerto... han enloquecido. ¡Todos muertos!... ¡La Poesía ha muerto!”.
En su Responso..., Antonio Machado es “uno de los pocos poetas españoles ungido con aceite puro y sagrado de olivos. Y un mártir —algo forzado ya— del ensueño y de la esperanza”. Su nombre quedará escrito en el santoral trágico y poético español.
La elegía tampoco escatima críticas, en su lista de injusticias y agravios, contra los poderes terrenales:
¡Eh, señores del Capitolio y del Vaticano! ...
Con los tubos sobrantes de vuestros fusiles y cañones
construiréis los órganos de las futuras catedrales ...
[…]
y el mercader y el gobernante
fabricando sonrisas
para esconder el hambre y la miseria.
[…]
¡Hurra! ¡Os salvasteis, ingleses!... […] Salvasteis lo que os proponíais defender.
El Palacio... la lonja... el Parlamento ...
La corona imperial,
las insignias del lord,
la peluca barroca del juez,
la vara de medir
y los troqueles esterlinos.
¡Os salvasteis! Pero habéis asesinado la Justicia.
[…]
Aún tiene oro y joyas el Papa, el Gran Mago de Roma, para fabricar una espada de diamantes y regalársela simbólicamente al caudillo criminal de las Españas ...
No es de extrañar que durante casi 30 años este alegato permaneciera inédito. Y solo la generosidad del albacea testamentario de León Felipe, Alejandro Finisterre, permitiera a la revistaTriunfo publicarlo el 16 de septiembre de 1978, como adelanto del homenaje que tendría lugar dos días después en Almonacid de Zorita (Guadalajara), localidad donde León Felipe escribiera su primer libro Versos y oraciones de caminante. Ese aniversario, transcurridos diez años de la muerte del autor en su exilio mexicano, reunió al poeta Luis Ríus, biógrafo de León Felipe, al escritor Andrés Sorel, prologuista de sus Obras Completas y al citado Alejandro Finisterre.
“León Felipe, gran poeta, fue lo contrario de un hombre de letras —aseguró Finisterre entonces—. No escribió para producir un sentimiento estético, aunque lo produjera, y de mucha hondura, sino para expresar una agonía: la suya propia, acaso la de otros muchos hombres”.
Pero el destino de Responso... a la poesía muerta no fue todo lo prometedor que el momento histórico podría vaticinar. Un nuevo manto de olvido recayó sobre la composición, que no volvió a ser recogida ni en libros ni en antologías del autor. El mantra de la Transición, reconciliación y amnesia, fue lo suficientemente frágil, lo necesariamente falso y lo enormemente interesado para impedir abrir un hueco a un poeta rebelde, crítico, digno y honesto como pocos.
Como recordó Rafael Chirbes, “a fines de los años setenta y principios de los ochenta, durante el proceso de desmantelamiento del aparato de la dictadura española, los nombres que habían formado la historia reciente de la literatura oficial pasaron en su mayoría a desaparecer de los libros de texto, o se quedaron en un rincón de la letra pequeña”. Pronto llegaron esos emporios mediáticos que adocenaron a escritores y periodistas en un promiscuo harén, donde igual se convertían en novelistas los presentadores estrella de televisión, que se situaba a los autores dignos de ser reseñados en el papel de asalariados, publicando columnas, asesorando editoriales o participando como tertulianos, en todas las empresas pertenecientes a esos grupos de lo que se dio en llamar la “industria del ocio”.
Con sus versos contra la tiranía liberal y el mercado, contra los grandes dogmas del periodo que se abrió entonces, León Felipe quedó al margen de los nuevos tiempos. Tal y como expresara Rafael Sánchez Ferlosio, “mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado”.
En abril de 2015 se presentó el libro inédito Castillo interior, en el que se reunió una serie de cartas que León Felipe envió a otros autores, misivas dormidas en el Archivo Histórico Provincial de Zamora. Se quebró de ese modo un silencio editorial de más de 40 años sin publicaciones originales. Hoy Dyskolo rasga de nuevo la sombra impuesta a León Felipe con la publicación de una poesía limpia, con la garganta clara, que no se esconde, no se ciega y no se deja deslumbrar por símbolos trucados y apariencias que esconden realidades negras, dominadoras, imperiales.
Una última anécdota que ilustra la talla del poeta. En la mochila del Che Guevara sus asesinos encontraron un poema escrito de puño y letra del guerrillero muerto, poema dedicado a Cristo. “En sus últimos momentos -escribió el diario que dio la noticia-, el revolucionario había sentido la llamada de la fe de su infancia”. El poema manuscrito pertenecía, en realidad, al libro de León Felipe Oh este viejo y roto violín.
* Antonio Cuesta es coordinador de la editorial Dyskolo
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