Por David Brooks
sábado, 20 de octubre de 2012
La supresión del voto
Por David Brooks
A unas tres semanas del festejo democrático en el país autoproclamado campeón de la democracia en el mundo, los políticos hacen de todo para suprimir la participación popular, en algunos casos de manera explícita, en otros como consecuencia del cinismo y cosecha de la desilusión que han sembrado.
Todos los días se realizan espectáculos, como debates y actos de campaña, todo producido por estrategas y expertos en manipular la opinión pública. Todo decorado con los adornos del festejo democrático, los símbolos nacionales, las apelaciones a Dios, el elogio del sueño americano, solicitudes de tu voto, campañas para empadronar a más ciudadanos, y millones de dólares en publicidad electoral, pero esto se realiza en un contexto donde eso de una persona, un voto no se respeta.
Vale recordar que aunque en otros países democráticos el pueblo vota de manera directa para elegir a su presidente, el sistema estadunidense permite la posibilidad de que un candidato presidencial pueda ganar el voto popular y perder la elección, como fue el caso en 2000, cuando Al Gore obtuvo más votos a escala nacional pero perdió la elección contra George W. Bush. Un votante aquí, aunque marca su boleta por un candidato presidencial, en verdad está eligiendo un delegado estatal comprometido con ese candidato que será integrante de algo llamado el Colegio Electoral. Para ganar la presidencia un candidato requiere obtener por lo menos 270 votos electorales. La elección presidencial no se realiza en una elección nacional, sino, en efecto, en 50 elecciones estatales.
Y claro, justo porque cada estado determina sus propias reglas y mecanismos para registrar el voto, también hay graves vulnerabilidades al fraude, algo que ocurrió de manera dramática en las elecciones presidenciales de 2000, en Florida, y en Ohio en 2004, cuando no se logró garantizar un conteo preciso del voto popular y donde quedó claro que cada voto no contaba. Nadie sabe hasta la fecha quién gano ahí.
Pero además de los problemas estructurales que ponen en duda la validez del voto popular, también hay maniobras explícitas para suprimir la participación electoral. Los republicanos han impulsado leyes estatales que buscan obstaculizar y/o impedir el voto de algunos sectores que suelen votar por los demócratas, sobre todo afroestadunidenses y latinos. El presidente del Partido Republicano, Reince Priebus, argumentó que los demócratas saben que se benefician del fraude electoral.
Las medidas impulsadas en estados como Texas, Indiana, Florida, Pensylvania, Ohio y Wisconsin, entre otros, parecen ser muy justificables: introducir más requisitos de identificación para empadronarse y para purificar el padrón, y así evitar el grave peligro del fraude de identidad en las urnas. El problema es que no existe tal problema: hay casi nula evidencia de este tipo de fraude. Pero los requisitos nuevos sí logran suprimir el voto de comunidades pobres y de color. En algunos casos, estas medidas no son nada menos que intentar revertir los grandes logros del movimiento de derechos civiles de los años 60, donde una vertiente clave de la lucha fue justo el derecho de una persona, un voto para todos. El periodista y autor Greg Palast cita a un abogado especializado del derecho del voto, John Boyd, quien alarmado porque decenas de miles en varios estados podrían perder su voto por las nuevas medidas, afirmó: no tengo ninguna duda de que esto podría decidir el resultado de la elección. La gente no entiende la enormidad de esto.
Aunque varias de estas iniciativas han sido suspendidas por órdenes de tribunales federales mientras evalúan si violan estos derechos fundamentales, sus efectos de intimidación y confusión ya han tenido efecto.
Mas allá de las maniobras explícitas, hay otros factores que suprimen la participación electoral. Todos los días aquí los candidatos presidenciales afirman que esta es una elección histórica donde se determinará el futuro del país entre dos visiones muy distintas. Pero para muchos, los efectos de la gran recesión que empezó con un presidente republicano sólo ha continuado bajo uno demócrata, mientras los responsables de la crisis, los grandes ejecutivos de Wall Street y sus servidores públicos gozan de cada vez más ganancias sin pagar los costos de su desastre. De hecho, son los que están gozando –el famoso uno por ciento– los que están financiando las campañas de ambos candidatos presidenciales. Para muchos es difícil, en esencia, ver las diferencias entre ambos candidatos.
Stephen Colbert, el cómico satírico con amplia influencia nacional por medio de su programa Colbert Report, comentó a David Gregory, conductor de Meet the Press, de NBC News, que en esta elección: sé que hay una diferencia (entre los candidatos presidenciales). Pero no sé cuál es. Al referirse al republicano Mitt Romney, dijo que “parece ser absolutamente sincero como moderado. Y también parece bastante sincero como conservador severo… Si gana Obama, espero que cumpla con algunas de las promesas que no cumplió la primera vez… Pero sí que tiene que existir una diferencia entre estos dos hombres, porque si no todos somos parte de una enorme broma cruel”.
Como escribió Noam Chomsky, “las elecciones son administradas por la industria de relaciones públicas. Su tarea primaria es la publicidad comercial, la cual es diseñada para manipular mercados creando consumidores desinformados que tomarán decisiones irracionales… Sólo es natural que cuando son contratados para administrar elecciones, esta industria adoptará los mismos procedimientos en los intereses de los que están pagando, y éstos, ciertamente no desean ver a ciudadanos informados tomando decisiones racionales”.
Con tanta supresión explícita e implícita del voto, todo esto podría convertir al partido abstencionista en el triunfador de esta elección, lo cual, por supuesto, será celebrado aquí como otro gran ejemplo de democracia para el mundo.
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