lunes, 26 de marzo de 2012
Kony 2012: Los Derechos Humanos como perversión colonial
Rebelión
Por Luis Martín-Cabrera *
La semana pasada un grupo de estudiantes de la Universidad de California en San Diego, Afghans for Peace, me invitó a participar en una vigilia para conmemorar la muerte de los 16 civiles afganos asesinados manos de un soldado norteamericano cerca de Kandahar. A pesar de no ser de ningún modo un especialista en Afganistán, accedí a hacerlo porque esta guerra, la más larga en toda la historia de los Estados Unidos, es además la más olvidada de las guerras olvidadas . El evento sin duda estaba impulsado por la lógica espectacular de los medios y su énfasis exclusivamente emotivo en las muertes de niños y mujeres. No es que la muerte de niños y mujeres no sea una tragedia, entiéndase, sino que todas las muertes lo son antes y después de este ominoso suceso que no hace más que poner de manifiesto el fracaso de una operación militar que nunca fue una guerra justa por más que Obama y Leon Panetta se empeñen en convencernos de lo contrario con fotos de mujeres mutiladas por los talibanes en la portada de la revista Times. Con todo y con eso, sumé mi voz a la de las organizadoras del evento, porque nunca es tarde para pedir no sólo un juicio justo y en Afganistán para el soldado norteamericano responsable de la masacre, sino también la abolición de las siniestras estructuras gemelas que sostienen la maquinaria colonial de guerra norteamericana dentro y fuera de sus fronteras: el complejo militar industrial y el complejo industrial de prisiones. En general mis palabras fueron bien recibidas y la discusión fue interesante, aunque me sentí un poco perdido al escuchar a varios estudiantes mencionar el video de Kony como ejemplo de lo que podríamos hacer juntos para terminar la guerra en Afganistán; me sentí, de hecho, igual que cuado iba a la escuela y todo el mundo sabía lo que había pasado la noche anterior en Dallas menos yo, que no sabía quién era JR, porque según mis progenitores no era una serie apta para menores (ahora les agradezco infinitamente que me protegieran un poco de tanta propaganda del “American way of life”).
Por suerte, Niall Twohig, uno de los estudiantes de postgrado más combativos y brillantes de nuestra universidad, estaba allí para explicarme en qué consistía el famoso vídeo, “Kony 2012”, y mandarme unos cuantos enlaces más tarde para educarme en la konimanía. “Kony 2012” es el nombre de un video de propaganda de unos 30 minutos realizado por la organización Invisible Children (Niños invisibles) [1]. El propósito del video es acabar con Joseph Kony, el jefe del Ejército de Resistencia del Señor de Uganda (LRA por sus siglas en inglés). De acuerdo con Jason Russel, Director del documental y de la organización Invisible Children, Kony es un monstruo de las mismas dimensiones que Hitler y Bin Laden, porque se dedica a reclutar y torturar niños para su ejército de mercenarios, ante la total indiferencia del mundo. Al final del video Jason Russel invita, casi cabría decir incita, a los espectadores no sólo a hablar de las atrocidades que comete Kony sino a actuar y acabar con el truculento mercenario antes de que termine el año 2012. Para ello el espectador puede comprar un paquete de activismo que contiene, pósters, brazaletes, chapas y teléfonos de políticos y estrellas de la farándula a quiénes convencer de que apoyen la campaña. El video ha recibido más de 80 millones de visitas en youtube y más de 16 en vimeo, de las cuales una basta mayoría son positivas. Creo que no es exagerado decir que “Kony 2012” se ha transformado en un fenómeno social por derecho propio, particularmente entre estudiantes universitarios interesados en el activismo, la política y el pacifismo.
Pero ¿qué es lo que está en juego en esta exitosa campaña de marketing? En mi opinión se trata una perversa operación de propaganda imperial a favor de las guerras humanitarias que se apropia de la retórica y algunas de las tácticas de la izquierda para promover las emociones más bajas y los valores políticos más abyectos y regresivos de la derecha evangélica blanca de norteamericana. El video comienza con una exaltación de las nuevas tecnologías –you tube, Facebook, etc.—que se superpone a imágenes de abuelos y nietos compartiendo fotos y risas en una ciberutopia feliz que es la representación más hiperbólica que he visto de lo que César Rendueles llama “ciberfetichismo”, es decir, “la ficción de que las tecnologías de la comunicación y los conocimientos asociados tienen un sentido neutro al margen de su contexto social, institucional o político” [2] Según Jason Russel los seres humanos no buscamos justicia o felicidad, buscamos estar conectados y la tecnología hace posible ese sueño. Como si fuera un premonición de todo lo que vendrá después, el video traduce esté sueño de interconexión a través de una imagen satélite del planeta en la que se van encendiendo luces que representan esta nueva utopia cibernética. El único continente a oscuras es África.
Esta es la primera cosa que cabe decir sobre “Kony 2012”, no se trata de un video sobre África, sobre los niños soldados, sobre Uganda o sobre Joseph Kony; se trata de un video sobre Jason Russel y la visión colonial de África de la derecha evangélica blanca. “Kony 2012” consigue reactualizar la desafortunada frase de Hegel, según el cuál África es un continente sin historia. En ningún momento el video se refiere a la partición de África que está en la base de muchos de los conflictos tribales del presente, ni al colonialismo británico, ni a los misioneros cristianos que como Russel y sus amigos contribuyeron a “racionalizar” el proyecto colonial, ni a la dependencia económica del continente, ni a nada que no sea fomentar nuestras emociones más desnudas frente al sufrimiento de los niños ugandeses perseguidos por Kony en un vacío histórico en el que los peores enemigos de África son los propios africanos, seres irracionales y sanguinarios que deben de ser salvados de si mismos por la bondad y generosidad infinita de los occidentales blancos.
Toda la emotividad que genera el video toma a los niños de Uganda simplemente como objetos inertes, víctimas pasivas sobre las que hacer pasar los delirios mesiánicos de una ideología imperial capitalista avocada a la autocompasión y la sublimación de una culpa cimentada sobre el egoísmo, la destrucción del planeta y la defensa de nuestro derecho a consumir sobre las espaldas de “los condenados de la tierra” como los llamó Franz Fanon. Tras la exaltación de las tecnologías de la comunicación y la presentación de Jacob, un niño que huye del sanguinario ejército de Kony, el video se enfoca en su mujer dando a luz a su hijo: ellos son los verdaderos protagonistas del exitoso film. A lo largo de la película, los niños (y los adultos) de Uganda apenas poseen un lenguaje, la mayoría del tiempo profieren sonidos preverbales o lloran para mostrarnos su sufrimiento desnudo, pero la grave tragedia no son ellos, sino como explica el film, la posibilidad de que algo así pudiera pasarle al hijo blanco y rubio de Russel. El hijo de Russel aparece jugando en una cama elástica, también disparando en un video juego, en la playa, el verdadero horror es que lo que le pasa a Jacob pudiera pasarle a este niño rubio y blanco de clase media gringo. El dispositivo afectivo/emocional de la película nos somete al vértigo de la identificación con los soldados infantiles de Uganda -¿qué pasaría si algo así nos pasara a nosotros o a nuestros hijos?—pero lo hace con la profilaxis de la pantalla de la computadora por medio, nos interpela en nuestra casa, calentitos y con la seguridad de que lo único que tenemos que hacer es sentirnos buenos y misericordiosos mientras despreciamos moralmente al pecador malvado de Kony.
En una de las escenas rodadas en Uganda, Russel y otros miembros del equipo se escandalizan al descubrir unas decenas de niños durmiendo a la intemperie para huir de Kony; uno de los miembros del equipo afirma: “Si esto pasara en Estados Unidos sería portada del Newsweek al día siguiente”. Esto sólo puede ser una broma macabra y cruel viniendo de un país donde los afroamericanos son encarcelados de manera desproporcionada, siguen enfrentando serias barreras para acceder al mercado laboral y a la educación y, sobre todo, porque el corazón de la mayoría de las ciudades norteamericanas (Oakland, Los Angeles, el mismo San Diego donde vive Russel) está lleno de gentes, niños y adultos, que duermen a la intemperie, la mayoría de ellos afroamericanos y latinos, aunque también muchos blancos pobres, sin que esta situación reciba prácticamente ninguna atención en los medios masivos.
No puede sorprender, entonces, que entre los joviales y energéticos colaboradores de Invisible Children no haya prácticamente ningún afroamericano. Es más, estoy absolutamente convencido que a cualquier afroamericano se le encogerá el corazón cuando vea la escena de Russel mostrándole una foto de Kony a su hijo que posa su blanca manita sobre la foto del siniestro Kony y dice que es el “malo” de la película, mientras que cuando le enseña la foto de Jacob, el niño soldado, dice que es el bueno, para que quede claro que hasta su hijo de cuatro años puede distinguir el universo moral que trata de combatir la organización. El problema es que está división ente el negro bueno y el negro malo tiene una larga historia que se remonta a la división entre los esclavos domésticos y los esclavos que trabajaban en los campos, el tío Tom y los esclavos cimarrones. La fragmentación es una estrategia colonial de dominación, de hecho, se puede decir, utilizando los conceptos del psicoanálisis kleiniano, que Russel proyecta su propia imagen fragmentada sobre estas dos figuras: Kony es el objeto malo que genera odio, mientras que Jacob es el objeto bueno que genera deseo y compasión; el problema es ese, que son objetos fragmentados, no sujetos, y como tales uno puede transformarse en el otro, Jacob puede devenir Kony casi sin transición y transformarse en objeto de odio y viceversa. Aunque no se trata de psicoanalizar a nadie ni de producir ataques ad hominem, que Russel tenga una personalidad esquizoide mediada culturalmente sobre la herencia de la supremacía blanca y sus objetos buenos y malos es más que una posibilidad, dado que la semana pasada lo encontraron desnudo en el barrio de Pacific Beach en San Diego, masturbándose y profiriendo improperios.
¿Por qué entonces dedicarle tanto tiempo un video de la derecha blanca esquizoide? En primer lugar por su popularidad incluso entre los progresistas, pero también y sobre todo, porque este video de propaganda encapsula en30 minutos toda la propaganda imperial de las guerras humanitarias que Estados Unidos y sus aliados está tratándole de imponer al mundo. Desde la publicación de su “Manifiesto por la filosofía” pasando por el ensayo sobre “La ética” y su más reciente “La Hipótesis comunista” el filosofo francés Alain Badiou ha sido uno de los más vigorosos críticos de la globalización de los derechos humanos. Según Badiou, la resurgencia de esta vieja doctrina del derecho natural está directamente ligada a los preceptos del humanismo burgués, al colapso del marxismo revolucionario en Europa y a la doctrina neoliberal del final de la historia. Los ejes de este discurso serían los siguientes:
- El discurso imperial de las guerras humanitarias reduce a los seres humanos a una sustancia animal a un cuerpo muriente, la vida en general se valora más que la vida digna.
- La ética reemplaza a la política y transforma al sujeto en una mera víctima, los binarismos nosotros/ellos, benefactor/víctima reemplazan la dialéctica de los antagonismos políticos de la lucha de clases.
- El bien es siempre deducido del mal y no al revés. El mal radical está siempre disponible y a la vez fuera de nuestro alcance. Hitler es el patrón oro de esta ecuación, todos sus clones (Bin Laden, Kony, etc.), son a la vez como Hitler, pero nadie puede ser realmente como Hitler.
“Kony 2012” es la versión más extrema e intoxicante de la doctrina de la guerra humanitaria que denuncia Badiou en sus libros. El momento de mayor euforia del video es cuando finalmente Obama accede a mandar tropas a Uganda para perseguir a Kony, la ocupación militar se presenta como la única salida posible a un conflicto en el que los ciudadanos de Uganda tienen que volver a ser intervenidos colonialmente para salvarles de sí mismos. La aparición reiterada de Luis Moreno Ocampo, fiscal jefe de la Corte Penal Internacional, en el video justificando esta lógica es otro síntoma del nivel de abyección al que ha llegado esta doctrina de las guerras humanitarias en Occidente.
Es evidente que Kony no es ningún santo, pero la reducción de los conflictos bélicos a una película de buenos y malos, donde occidente es siempre el bueno, es insostenible y peligrosa; no es ni siquiera una buena guía para entender conflictos en países que la mayoría del público occidental desconoce. Al parecer, según el gobierno de Uganda, Kony ni siquiera está en el país desde el 2006, pero no importa, porque, como dijimos antes, el video no es sobre Uganda, es sobre los intereses de occidente, la misma filosofía que puede ser utilizada en un futuro no muy lejano para justificar más intervenciones en Irán o Siria. Mientras tanto, como me señaló irónicamente Niall Twohig, Russel ha conseguido lo imposible en 30 minutos, “combinar el militarismo evangélico, con el mito del peso del hombre blanco y la apropiación del movimiento Occupy Wall Street”.
* Luis Martín-Cabrera es profesor de Literatura y Estudios Culturales en la Universidad de California, San Diego.
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