Por Jean Ziegler *
Los especuladores financieros invirtieron en futuros relacionados con alimentos incluso antes del gran crac de 2008, aumentando los precios de alimentos a niveles peligrosos. Esto se puede y se debe parar.
La carretera de asfalto era recta y monótona. Los baobabs pasaban unos tras otros y la tierra era amarilla y polvorienta, a pesar de la temprana hora. El aire en el viejo Peugeot negro era asfixiante. Iba viajando hacia el norte, a las grandes plantaciones de Senegal, con Adama Faye, agrónomo y asesor de desarrollo en el extranjero de la embajada suiza, y su conductor Ibrahima Sar. Queríamos evaluar el impacto de la especulación financiera sobre los alimentos, y teníamos las últimas estadísticas del Banco de Desarrollo Africano. Pero Faye sabía que nos esperaba otro tipo de evidencia. En la aldea de Louga, a 100 km de Saint-Louis el coche se detuvo abruptamente. “Venga y vea a mi hermanita”, dijo Faye. “No precisa sus estadísticas para explicar lo que sucede”.
Había unos pocos puestos al borde de la ruta, un pobre mercado: montones de frijoles y yucas, algunos pollos cloqueando en jaulas, cacahuates, tomates viejos, patatas, naranjas españolas y clementinas. No había mangos, que dan fama a Senegal. Detrás de un puesto una joven con caftán y pañuelo amarillo conversaba con sus vecinos. Era Aisha, la hermana de Faye. Estaba dispuesta a responder preguntas y se enojó mientras hablaba. Enseguida una ruidosa multitud de niños, jóvenes y ancianas se reunió a nuestro alrededor.
Un saco de 50 kilos de arroz importado había subido a 14.000 francos CFA (27 dólares), por lo tanto hubo que aguar más la sopa, con unos pocos granos flotando en la superficie. Las mujeres pasaron a comprar arroz por copa. En los últimos años una pequeña bombona de gas había subido de 1.300 a 1.600 francos CFA, un kilo de zanahorias de 175 a 245 y una barra de pan de 140 a 175, mientras una bandeja de 30 huevos había aumentado en un año de 1.600 a 2.500. Lo mismo valía para el pescado. Aisha reprendió a sus vecinos por ser demasiado tímidos en sus relatos. “¡Decid al tubab [hombre blanco] lo que pagáis por un kilo de arroz! ¡Decidle! No tengáis miedo. Los precios aumentan casi todos los días”.
Así las altas finanzas hambrean lentamente al pueblo mientras la gente sigue ignorando los mecanismos de especulación.
Consumes más de lo que vendes
El comercio de productos agrícolas es diferente de cualquier otro: es un mercado en el cual se consume más de lo que se vende. El economista Olivier Pastré estima que “el comercio internacional de cereales apenas representa un poco más del 10% de la producción, tomando en cuenta todos los cultivos (7% en el caso del arroz). El menor aumento o caída en la producción global podría perturbar todo el mercado”. Mientras la demanda ha aumentado, el suministro (la producción) no solo se ha fragmentado, sino que además es extremadamente susceptible al tiempo, la sequía, los incendios y las inundaciones.
Por eso se inventaron los derivados en Chicago a principios del Siglo XX. Su valor es “derivado” de otro activo “subyacente”, como acciones, bonos y otros instrumentos financieros. Originalmente debían permitir que los agricultores del medio oeste de EE.UU. vendieran sus productos a un precio fijado antes de la cosecha, el agricultor estaba protegido; si el precio aumentaba, los inversores obtenían un beneficio.
Pero en los años noventa, esos activos se llegaron a utilizar para fines especulativos en lugar de prudenciales. Heiner Flassbeck, economista jefe de la conferencia de la ONU sobre comercio y desarrollo (Unctad), estableció que entre 2003 y 2008 la especulación de materias primas utilizando fondos de índice aumentó un 2.300%. A finales de este período el repentino aumento del precio de alimentos básicos provocó disturbios por alimentos en 37 países. La televisión mostró imágenes de mujeres haitianas en las chabolas de Cité-Soleil haciendo panqueques de barro para dar de comer a sus hijos. Disturbios urbanos, saqueos y protestas que sacaron a cientos de miles de personas a las calles en El Cairo, Dakar, Mumbai, Puerto Príncipe y Túnez, exigiendo pan para sobrevivir, y dominaron las primeras planas.
El índice de precios de 2008 de la Organización de Alimentos y Agricultura de la ONU (FAO) promedió un 24% por sobre la cifra de 2007 y un 57% más que en 2006. La producción de bioetanol en EE.UU. –impulsada por subsidios anuales de 6.000 millones de dólares para los productores de “oro verde”– redujo considerablemente el suministro de maíz estadounidense al mercado mundial. Ya que el maíz es importante para alimentación de los animales, su escasez, en circunstancias en que la demanda de carne aumentaba, también contribuyó al aumento de precios a partir de 2006. “El otro principal cereal alimentario, el arroz, siguió más o menos la misma tendencia”, dijo el economista Philippe Chalmin, “y en Bangkok los precios aumentaron de 250 a más de 1.000 dólares la tonelada”. El mundo se dio cuenta repentinamente de que en el Siglo XXI, decenas de millones de personas estaban muriendo de hambre. Pero se dijo o hizo poco.
Alarma en el Senado de EE.UU.
La especulación de los alimentos ha aumentado después de la crisis financiera: volviendo la espalda al lío que habían creado, los especuladores –especialmente los fondos de alto riesgo– entraron en los mercados agrícolas. Para ellos todos los recursos del planeta son terreno fértil para la especulación, incluyendo alimentos básicos como el arroz, el maíz y el trigo, que en conjunto representan un 75% del consumo alimentario global (un 50% en el caso del arroz). Según el informe de la FAO de 2011, solo un 2% de los contratos de futuros de materias primas terminan con la entrega efectiva del producto. El 98% restante es comercializado por especuladores antes de la fecha de expiración.
El fenómeno alcanzó tales proporciones que causó preocupación en el Senado de EE.UU. y en julio de 2009 denunció “excesiva especulación” del trigo, criticando el hecho de que algunos negociantes tenían hasta 53.000 contratos de futuros de trigo en un momento dado. El Senado también se quejó de que seis fondos de índice estaban autorizados para tener 130.000 contratos de trigo en un momento dado, 20 veces más que el límite autorizado para operadores financieros estándar.
El Senado de EE.UU. no es el único que se alarma. En enero de 2011 otra institución describió el aumento de los precios de materias primas, en especial de los alimentos, como una de las cinco mayores amenazas para el bienestar de las naciones, junto a la guerra cibernética y los terroristas con armas de destrucción masiva. Esa institución fue el Foro Económico Mundial (WEF) de Davos.
La crítica es sorprendente a la vista del método de reclutamiento del exclusivo grupo. El fundador del WEF, el economista suizo Klaus Schwab, no dejó al azar la membresía de su club de 1.000 miembros. Solo se invita a participar a jefes de compañías con una cifra de negocios de más de 1.000 millones de dólares. Los miembros pagan una cuota de 10.000 dólares que les da acceso a todas las reuniones. Entre ellos hay numerosos especuladores.
Los discursos de apertura de Davos en 2011 describieron claramente el problema. Los delegados condenaron enérgicamente a “especuladores irresponsables que solo buscan ganancias, destruyen mercados alimentarios y aumentan la hambruna global". El tema se discutió en seminarios, conferencias, cócteles y reuniones privadas en hoteles. Parece extraño que el hambre global encuentre su público más atento en los restaurantes de fondue, bares y bistrós de Davos.
Flassbeck presentó una solución radical para derrotar a los especuladores y proteger las materias primas agrícolas de sus repetidos ataques: sacar los alimentos de su control. Propone que la ONU dé a Unctad el control mundial de la fijación de las cotizaciones de materias primas agrícolas. Solo productores, negociantes y usuarios de esas materias podrían intervenir en los mercados de futuros. Cualquiera que comercie con trigo, arroz o aceite, tendría que entregar los productos. También sería recomendable imponer un alto nivel mínimo de autofinanciamiento a los negociantes. Cualquiera que no haga uso del producto negociado sería excluido de la bolsa.
Si se implementara el “método Flassbeck” se eliminaría la especulación de la base de la supervivencia, y se impediría la financialización de los mercados alimentarios. Una coalición de organizaciones no gubernamentales apoya vigorosamente la propuesta de Flassbeck y Unctad. Pero los gobiernos carecen de la voluntad necesaria para implementarla.
* Jean Ziegler, ex profesor de sociología en la Universidad de Ginebra y en la Sorbona de París, es miembro del comité asesor del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. En el período 2000-2008 fue Relator Especial de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación.
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