lunes, 2 de enero de 2012
CELAC: Bolivarismo, Nacionalismo y Socialismo (I y II)
Jornada
Por José Steinsleger
I Parte
En 1783. El primer atisbo de unidad política de América hispana tuvo lugar en el Madrid liberal y reformista del rey borbón Carlos III. El ministro Pedro Pablo Abarca de Bolea (conde de Aranda) había entregado al monarca un proyecto neocolonial sobre las provincias americanas, sugiriendo que la referida unidad fuera una suerte de "Commonwealth hispano".
Con vista larga, el conde de Aranda recomendaba a la corona "deshacerse de sus posesiones americanas, conservando sólo Cuba y Puerto Rico para el comercio español". Para ello se establecerían tres infantes o reyes en América: uno como rey de México, otro como rey de Perú y otro como rey de Costafirme. Los tres gobernarían el continente en nombre del emperador Carlos III.
El Informe Aranda quedó en agua de borrajas, y recién en 1808 sería retomado por Manuel Godoy, el todopoderoso ministro de Carlos IV. Plan que, asimismo, llegó demasiado tarde, a causa de la invasión francesa, la abdicación de Fernando VII, la falta de generosidad de la Junta Suprema de Aranjuez con los hermanos americanos (se les concedía representación con arreglo a los blancos, excluyendo a indios, negros y zambos), y la inminente guerra con Inglaterra (1808).
La guerra de la independencia dio a la burguesía criolla la oportunidad que esperaba. Dos años después se iniciará el proceso que en veinticinco años llevará a la independencia a la casi totalidad del continente americano.
1910. Barcelona, 25 de mayo. En la conferencia Causas y consecuencias de la revolución americana, el socialista argentino Manuel Ugarte (1875-1951), manifiesta que la insurrección producida en las colonias un siglo atrás, no llevaba propósitos separatistas. Ugarte fue el primero en plantear la "cuestión nacional" de la independencia.
El historiador Norberto Galasso sostiene que, a juicio de su biografiado (Manuel Ugarte), la misma revolución democrática que se operaba en España contra el oscurantismo monárquico se realizaba en las colonias. Pero no contra España, sino contra la minoría que dominaba en España y en las colonias, es decir, contra el absolutismo. El separatismo, según esta tesis, surgió después, inevitablemente, al ser derrotada la revolución democrática por la reacción en España.
En El porvenir de la América española (1910) Ugarte analizó los orígenes de la América española, refiriéndose en particular a los pueblos indígenas, españoles, mestizos, negros, mulatos y criollos como "componentes del hombre latinoamericano". Los socialistas argentinos, en nombre del internacionalismo proletario, niegan toda cuestión nacional en América Latina. El imperialismo carece de importancia o no existe, y hay que limitarse a lograr conquistas obreras.
1946. En febrero de 1946, horas después de los comicios presidenciales, el presidente electo Juan Domingo Perón (1895-1974) se dirigió por escrito al legendario caudillo del Uruguay Luis Alberto Herrera (1873-1959). El mensaje del líder argentino (hallado por el investigador Carlos Machado) dice: "Hay que realizar el sueño de Bolívar. Debemos formar los Estados Unidos de Sudamérica".
El 7 de julio de 1953, en una cena de camaradería de las fuerzas armadas, Perón expresa por primera vez las ideas que presidirían su programa global:
“No hay soberanía política plena mientras el continente siga fragmentado por el interés imperial. No hay independencia económica en el marco de la dependencia como fruto de la monoproducción. No hay justicia social sin asentar la base material que la posibilite, y resulta imposible lograrla malherida por la desunión… Presentimos que el 2000 nos encontrará unidos o dominados.”
Perón erró por menos de cinco años. En efecto, y con excepción de Cuba y Venezuela, el escenario latinoamericano de finales del siglo mostraba un cuadro ideológicamente confuso y políticamente desolador.
No obstante, en la cuarta Cumbre de presidentes, frente a las narices de W. Bush, el peronista Néstor Kirchner, el bolivariano Hugo Chávez, y el sindicalista Lula enterraron el proyecto de libre comercio de las Américas (Mar del Plata, noviembre de 2005).
Tres años después se constituyó la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), y en días pasados, en Caracas, la flamante Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) puso punto final al monroísmo, abriendo de par en par (y con exclusión de Estados Unidos y Canadá), la integración, cooperación y solidaridad entre los países del continente.
II Parte
Antes que partenogénesis de algún gobernante metido a "redentor" (como diría un patético ropavejero de la historia de México), los fundamentos de la novísima Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) fueron posibles gracias a la amplitud de miras del grupo de estadistas que hoy impulsan hoy la integración y solidaridad de nuestros pueblos, sin el ominoso y frustrante poder disuasivo de las corporaciones imperialistas de Estados Unidos y Canadá.
La hoja de ruta ha sido trazada y, sin dudas, una de las tareas de la Celac consistirá no sólo en la coordinación de esfuerzos para encarar con espíritu soberano la violentísima crisis en curso del capitalismo mundial, sino también en ponderar el alcance y sentido de las palabras del libertador Simón Bolívar tras el fracaso del Congreso Anfictiónico de Panamá (1826), y su torpedeada continuidad en Tacubaya (1827): “Nosotros no podemos vivir sino de la unión…”
Durante poco menos de 200 años, una copiosa y documentada bibliografía dio cuenta de los hechos y causas que frustraron la unidad política de América Latina. Por ser asunto de fácil consulta, no abundaremos en ellas, y traeremos en cambio la evocación de un ignoto y moderno precursor de la Celac: el argentino Manuel Ugarte (1875-1951), cuyas ideas, durante muchos años, gravitaron entre los revolucionarios de México y América Latina.
Reconstruida en dos tomos por el historiador Norberto Galasso (Del vasallaje a la liberación nacional y De la liberación nacional al socialismo, Universidad Nacional de Buenos Aires, 1973), la vida fascinante y lucha de Ugarte atravesó países y continentes. Curiosamente, su despertar político tuvo lugar en París, durante el sonado "caso Dreyfus" (1898), al lado de su amigo el socialista Jean Jaurés y mientras compartía la bohemia con Rubén Darío, Amado Nervo, Enrique Gómez Carrillo, y Miguel de Unamuno.
Simultáneamente, la voladura del acorazado Maine en el puerto de La Habana (que daría lugar a la intervención estadunidense en la guerra cubano-española), lo impacta a tal grado que más tarde reconocería: “…Allí nació mi convicción antimperialista”. De ahí que en su primer artículo antimperialista, "El peligro yanqui" (1901), plantee la necesidad de la unidad latinoamericana como “…único muro de contención al avasallamiento que avanza desde el norte”.
En Boston, Ugarte conoce al venezolano Rufino Blanco Fombona, escritor y latinoamericanista, y de la amistad nace el interés recíproco por conciliar el internacionalismo socialista con el nacionalismo latinoamericano y escribe en defensa de Venezuela con motivo de la agresión angloalemana.
Designado por el Partido Socialista argentino como delegado al Congreso de la segunda Internacional a realizarse en Ámsterdam y Stuttgart (1906 y 1907), participa en un debate político fundamental: ¿quién debe establecer la táctica política, la dirección de la Internacional o la dirección de cada partido nacional, de acuerdo con las características peculiares? Ugarte apoya a Jaurés, quien defiende esta última tesis.
En 1911, semanas después de pronunciar un ciclo de conferencias en la Sorbona, Ugarte emprende su gira por los veinte países latinoamericanos. Recorre Cuba y República Dominicana (donde condena las agresiones yanquis), y en 1912 llega a México, siendo recibido por entusiastas grupos con música y banderas, y se entrevista con el presidente Francisco I. Madero.
A pesar de los obstáculos para impedir que hable a los jóvenes, Ugarte consigue llenar el Teatro Mexicano. Y más tarde, en otra conferencia, exclama: ¡La América tiene que ser una! Luego, en San Salvador, en la Federación Obrera, expresa: "Yo creo que en los momentos porque atravesamos, que el socialismo tiene que ser nacional".
De El Salvador pasa a Costa Rica, y de ahí viaja a Nueva York, donde habla en la Universidad Columbia. En agosto desembarca en Panamá, donde entrevista al presidente Belisario Porras, y continúa su viaje a Venezuela.
En El porvenir de la América española, Ugarte analiza los orígenes de la América española, refiriéndose en particular a los pueblos indígenas, mestizos, negros, mulatos y criollos como componentes del hombre latinoamericano: "Somos indios, somos negros, somos españoles, somos latinos, pero somos lo que somos y no queremos ser otra cosa" (Asociación de Estudiantes de Caracas, 13 de octubre).
En Colombia rinde homenaje a Bolívar y convoca a los jóvenes a organizarse bajo las viejas banderas del libertador. Habla frente a 10 mil personas. En enero de 1913 se dirige a 3 mil personas, en el teatro Edén de Guayaquil. Habla después en Quito, y en febrero, en el teatro municipal de Lima, alza la voz: "La América Latina no necesita tutores, la América Latina se pertenece! ¡Viva la América Latina!"
En abril, Ugarte diserta en La Paz. Sin embargo, los términos de la conferencia ocasionan la reacción del embajador yanqui, a quien Ugarte reta a duelo. La intervención del embajador argentino evita el lance. (Datos de la Cronología de Galasso en La nación latinoamericana, Biblioteca Ayacucho, tomo 45, Caracas, 1978).
Por José Steinsleger
I Parte
En 1783. El primer atisbo de unidad política de América hispana tuvo lugar en el Madrid liberal y reformista del rey borbón Carlos III. El ministro Pedro Pablo Abarca de Bolea (conde de Aranda) había entregado al monarca un proyecto neocolonial sobre las provincias americanas, sugiriendo que la referida unidad fuera una suerte de "Commonwealth hispano".
Con vista larga, el conde de Aranda recomendaba a la corona "deshacerse de sus posesiones americanas, conservando sólo Cuba y Puerto Rico para el comercio español". Para ello se establecerían tres infantes o reyes en América: uno como rey de México, otro como rey de Perú y otro como rey de Costafirme. Los tres gobernarían el continente en nombre del emperador Carlos III.
El Informe Aranda quedó en agua de borrajas, y recién en 1808 sería retomado por Manuel Godoy, el todopoderoso ministro de Carlos IV. Plan que, asimismo, llegó demasiado tarde, a causa de la invasión francesa, la abdicación de Fernando VII, la falta de generosidad de la Junta Suprema de Aranjuez con los hermanos americanos (se les concedía representación con arreglo a los blancos, excluyendo a indios, negros y zambos), y la inminente guerra con Inglaterra (1808).
La guerra de la independencia dio a la burguesía criolla la oportunidad que esperaba. Dos años después se iniciará el proceso que en veinticinco años llevará a la independencia a la casi totalidad del continente americano.
1910. Barcelona, 25 de mayo. En la conferencia Causas y consecuencias de la revolución americana, el socialista argentino Manuel Ugarte (1875-1951), manifiesta que la insurrección producida en las colonias un siglo atrás, no llevaba propósitos separatistas. Ugarte fue el primero en plantear la "cuestión nacional" de la independencia.
El historiador Norberto Galasso sostiene que, a juicio de su biografiado (Manuel Ugarte), la misma revolución democrática que se operaba en España contra el oscurantismo monárquico se realizaba en las colonias. Pero no contra España, sino contra la minoría que dominaba en España y en las colonias, es decir, contra el absolutismo. El separatismo, según esta tesis, surgió después, inevitablemente, al ser derrotada la revolución democrática por la reacción en España.
En El porvenir de la América española (1910) Ugarte analizó los orígenes de la América española, refiriéndose en particular a los pueblos indígenas, españoles, mestizos, negros, mulatos y criollos como "componentes del hombre latinoamericano". Los socialistas argentinos, en nombre del internacionalismo proletario, niegan toda cuestión nacional en América Latina. El imperialismo carece de importancia o no existe, y hay que limitarse a lograr conquistas obreras.
1946. En febrero de 1946, horas después de los comicios presidenciales, el presidente electo Juan Domingo Perón (1895-1974) se dirigió por escrito al legendario caudillo del Uruguay Luis Alberto Herrera (1873-1959). El mensaje del líder argentino (hallado por el investigador Carlos Machado) dice: "Hay que realizar el sueño de Bolívar. Debemos formar los Estados Unidos de Sudamérica".
El 7 de julio de 1953, en una cena de camaradería de las fuerzas armadas, Perón expresa por primera vez las ideas que presidirían su programa global:
“No hay soberanía política plena mientras el continente siga fragmentado por el interés imperial. No hay independencia económica en el marco de la dependencia como fruto de la monoproducción. No hay justicia social sin asentar la base material que la posibilite, y resulta imposible lograrla malherida por la desunión… Presentimos que el 2000 nos encontrará unidos o dominados.”
Perón erró por menos de cinco años. En efecto, y con excepción de Cuba y Venezuela, el escenario latinoamericano de finales del siglo mostraba un cuadro ideológicamente confuso y políticamente desolador.
No obstante, en la cuarta Cumbre de presidentes, frente a las narices de W. Bush, el peronista Néstor Kirchner, el bolivariano Hugo Chávez, y el sindicalista Lula enterraron el proyecto de libre comercio de las Américas (Mar del Plata, noviembre de 2005).
Tres años después se constituyó la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), y en días pasados, en Caracas, la flamante Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) puso punto final al monroísmo, abriendo de par en par (y con exclusión de Estados Unidos y Canadá), la integración, cooperación y solidaridad entre los países del continente.
II Parte
Antes que partenogénesis de algún gobernante metido a "redentor" (como diría un patético ropavejero de la historia de México), los fundamentos de la novísima Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) fueron posibles gracias a la amplitud de miras del grupo de estadistas que hoy impulsan hoy la integración y solidaridad de nuestros pueblos, sin el ominoso y frustrante poder disuasivo de las corporaciones imperialistas de Estados Unidos y Canadá.
La hoja de ruta ha sido trazada y, sin dudas, una de las tareas de la Celac consistirá no sólo en la coordinación de esfuerzos para encarar con espíritu soberano la violentísima crisis en curso del capitalismo mundial, sino también en ponderar el alcance y sentido de las palabras del libertador Simón Bolívar tras el fracaso del Congreso Anfictiónico de Panamá (1826), y su torpedeada continuidad en Tacubaya (1827): “Nosotros no podemos vivir sino de la unión…”
Durante poco menos de 200 años, una copiosa y documentada bibliografía dio cuenta de los hechos y causas que frustraron la unidad política de América Latina. Por ser asunto de fácil consulta, no abundaremos en ellas, y traeremos en cambio la evocación de un ignoto y moderno precursor de la Celac: el argentino Manuel Ugarte (1875-1951), cuyas ideas, durante muchos años, gravitaron entre los revolucionarios de México y América Latina.
Reconstruida en dos tomos por el historiador Norberto Galasso (Del vasallaje a la liberación nacional y De la liberación nacional al socialismo, Universidad Nacional de Buenos Aires, 1973), la vida fascinante y lucha de Ugarte atravesó países y continentes. Curiosamente, su despertar político tuvo lugar en París, durante el sonado "caso Dreyfus" (1898), al lado de su amigo el socialista Jean Jaurés y mientras compartía la bohemia con Rubén Darío, Amado Nervo, Enrique Gómez Carrillo, y Miguel de Unamuno.
Simultáneamente, la voladura del acorazado Maine en el puerto de La Habana (que daría lugar a la intervención estadunidense en la guerra cubano-española), lo impacta a tal grado que más tarde reconocería: “…Allí nació mi convicción antimperialista”. De ahí que en su primer artículo antimperialista, "El peligro yanqui" (1901), plantee la necesidad de la unidad latinoamericana como “…único muro de contención al avasallamiento que avanza desde el norte”.
En Boston, Ugarte conoce al venezolano Rufino Blanco Fombona, escritor y latinoamericanista, y de la amistad nace el interés recíproco por conciliar el internacionalismo socialista con el nacionalismo latinoamericano y escribe en defensa de Venezuela con motivo de la agresión angloalemana.
Designado por el Partido Socialista argentino como delegado al Congreso de la segunda Internacional a realizarse en Ámsterdam y Stuttgart (1906 y 1907), participa en un debate político fundamental: ¿quién debe establecer la táctica política, la dirección de la Internacional o la dirección de cada partido nacional, de acuerdo con las características peculiares? Ugarte apoya a Jaurés, quien defiende esta última tesis.
En 1911, semanas después de pronunciar un ciclo de conferencias en la Sorbona, Ugarte emprende su gira por los veinte países latinoamericanos. Recorre Cuba y República Dominicana (donde condena las agresiones yanquis), y en 1912 llega a México, siendo recibido por entusiastas grupos con música y banderas, y se entrevista con el presidente Francisco I. Madero.
A pesar de los obstáculos para impedir que hable a los jóvenes, Ugarte consigue llenar el Teatro Mexicano. Y más tarde, en otra conferencia, exclama: ¡La América tiene que ser una! Luego, en San Salvador, en la Federación Obrera, expresa: "Yo creo que en los momentos porque atravesamos, que el socialismo tiene que ser nacional".
De El Salvador pasa a Costa Rica, y de ahí viaja a Nueva York, donde habla en la Universidad Columbia. En agosto desembarca en Panamá, donde entrevista al presidente Belisario Porras, y continúa su viaje a Venezuela.
En El porvenir de la América española, Ugarte analiza los orígenes de la América española, refiriéndose en particular a los pueblos indígenas, mestizos, negros, mulatos y criollos como componentes del hombre latinoamericano: "Somos indios, somos negros, somos españoles, somos latinos, pero somos lo que somos y no queremos ser otra cosa" (Asociación de Estudiantes de Caracas, 13 de octubre).
En Colombia rinde homenaje a Bolívar y convoca a los jóvenes a organizarse bajo las viejas banderas del libertador. Habla frente a 10 mil personas. En enero de 1913 se dirige a 3 mil personas, en el teatro Edén de Guayaquil. Habla después en Quito, y en febrero, en el teatro municipal de Lima, alza la voz: "La América Latina no necesita tutores, la América Latina se pertenece! ¡Viva la América Latina!"
En abril, Ugarte diserta en La Paz. Sin embargo, los términos de la conferencia ocasionan la reacción del embajador yanqui, a quien Ugarte reta a duelo. La intervención del embajador argentino evita el lance. (Datos de la Cronología de Galasso en La nación latinoamericana, Biblioteca Ayacucho, tomo 45, Caracas, 1978).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario