lunes, 23 de enero de 2012

Incógnita política

Tiempo

No obstante que la Ley Electoral establece los períodos de campaña para las elecciones primarias/internas y las generales, la agitación política, que nunca cesa, ha comenzado a subir de temperatura, como de costumbre, a partir del tercer año del período gubernamental.

2012, como lo advertimos oportunamente, es, en consecuencia, un año político, aunque con intensidad proselitista más acusada que en otras ocasiones, quizás porque, en esta ocasión, hay un despertar de la conciencia nacional en torno a la legitimación de la consulta popular directa.

Por el momento, lo que estamos presenciando es la presentación formal de las precandidaturas a la Presidencia de la República de los movimientos internos de los partidos tradicionales —Liberal y Nacional—, como resultado del inicial trabajo de base, pero que tiende a aclarar las posiciones dominantes.

Es, como siempre, el primer impulso, acompañado de pirotecnia mediática, que en otros tiempos era suficiente para determinar el curso de la contienda electoral, pero que ahora, por efecto de la polarización ideológica exacerbada por el golpe de Estado 28-J, hace más densa la incógnita del futuro electoral.

En lo que corresponde a las reglas del juego, parece evidente que no habrá variación significativa en relación con el reciente pasado, pues la supuesta reforma electoral, a cargo del Legislativo, estará acomodada al interés del Partido Nacional (PN), en el poder, y, subsidiariamente, al de su hermano histórico, el Partido Liberal (PL).

En este sentido, la plataforma del sistema político-electoral no ofrece las modificaciones que supondría un rumbo a la solución de la crisis política, sin duda porque la élite del poder considera que este conflicto, lejos de ser estructural, se resuelve en la unidad partidaria resultante de las elecciones internas.

Esa perspectiva se desarrolla en el entendido de que las fuerzas reales de poder deciden —por encima de la voluntad popular— el derrotero político del país, sobre todo en las condiciones actuales de vulnerabilidad, con predominancia del intervencionismo. O sea una situación en que la voluntad popular de cambio puede ser asumida como amenaza al sistema.

Allí está, para el caso, la primera variante que condensa la incógnita política electoral, sobre todo en lo relacionado con el Partido Liberal, que deviene obligado a dar una clara respuesta que lo identifique como el intermediario del cambio dentro del sistema, si, efectivamente, juega a la unidad partidaria.

En línea con este requisito indispensable de legitimación, la voluntad liberal habrá de volcarse a la propuesta más acorde con la renovación partidaria, lo cual tiene que darse en el contexto de la conducta política del liderazgo, especialmente en tres cuestiones fundamentales: a) La posición inequívoca en torno al golpe de Estado 28-J, b) La capacidad en el manejo de las políticas de Estado en materia económica y bienestar social, y c) La intención real —no discursiva— de integración democrática en función de la participación popular.

Ese es el reto de los partidos históricos en el cuadro general, que, por cierto, no es parte de la preocupación del Partido Nacional por su aparente ventaja de tener el control del poder en el Estado y por su posición casi unánime en el campo de las derechas.

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