miércoles, 18 de enero de 2012
Sin cuerpo yacente no hay crimen
El Heraldo
Por Julio Escoto
No existe, se evaporó… En realidad fue invisibilizado con la amnistía retórica dictada desde el congreso nacional, con las sentencias de sobreseimiento inmunizante a los victimarios, por parte de la corte suprema de justicia, y con la salivosa cortina mediática que buscó tapar los múltiples crímenes desencadenados con y tras el rompimiento de la Constitución, vulnerada en complicidad por empresarios, políticos y militares.
Sin cuerpo yacente no hay crimen, reza la doctrina, y de allí que los complotados procuraran obstinadamente encubrir lo hecho y recurrieran a todos los argumentos posibles para disfrazar su maldad: que sucesión presidencial, que sustitución legal, que “cambio de gerente”, alegó un cínico.
Oficiaron misas, cantaron tedeums, rezaron rosarios para lavarle la mancilla al sucio evento; urbi et orbi negaron haber ocurrido transgresión alguna, a pesar de la monstruosidad jurídica, y en el colmo de la distracción propagandística se contrató a mercenarios de la palabra para que publicaran libros donde negaran su delincuencia, así como se pagó a coimes periodistas y articulistas que oficiaran de maquilladores y, más aún, se envió a algunos en embajadas a distantes lares para que exaltaran la “gesta democrática” sucedida aquí… Todo simulado, disfrazado bien, excepto que el cadáver comenzó a heder, y horriblemente…
Transcurrieron pocos meses para que se revelara la grosera conspiración contra el Estado de derecho —fuera quien fuera su magistrado principal— lo cual es delito que tipifica la Carta Magna y que permanece sin resolver. El finado empezó a apestar desde el minuto mismo del atentado, tras la primera puñalada de una carta apócrifa de renuncia que entregó a la asamblea legislativa uno —probablemente una— de sus miembros, portadora de una tan barata y tosca impostura que los diputados mismos exhibieron pudicia para aceptarla. Hasta el día de hoy no existe en los expedientes de la justicia hondureña una sola línea escrita sobre esa terrible inmoralidad, criminal y punible. No hay culpables, en el país no pasó nada, la intención para el crimen garantizó el perdón. Incoar es verbo político.
Peor aún, en obscena violación a reglamentos y disposiciones administrativas de la República, y contrariando procedimientos acordados para el manejo de la hacienda pública, partidas íntegras del erario fueron desviadas a propósitos no sólo no contemplados sino proscritos en la ley. Se ocupó fondos de pensión magisterial para adquirir diez mil bombas lacrimógenas a ser empleadas durante la represión; recursos de salud y telecomunicaciones para dotar a la chafarotada con cascos, carros antimotines y dispersoras de gases tóxicos de mostaza a las multitudes rebeldes; dineros sagrados (si hay) de la banca oficial para sufragar propagandistas (lobistas) en el exterior y alcahuetes en lo local, prestos a quemar incienso en las aras de aquella “libertad” dictatorial. Pero no hay delito, nadie generó indagación alguna, la dura y obsoleta máquina de justicia solo chirria si hay causas…
Más aún, los años han venido a mostrar los aborrecibles crímenes económicos en que incurrió el régimen durante los siete meses en que destruyó sin cesar todo lo construido en décadas previas y no solo en lo financiero y lo cultural sino en lo social: aumentó la pobreza, incentivó la inequidad, incrementó la deuda interna en múltiplos jamás antes conocidos, comprometiendo erogaciones por 60 mil millones de Lempiras que debemos pagar (y donde es obvia la colusión de otro culpable, la empresa privada); desacreditó al país en el exterior sumiéndolo en la caca de los peores adjetivos que jamás hubiéramos ganado; malversó, malgastó, dilapidó y robó activos destinados al bienestar popular y que igual son deuda externa, tales como los depósitos a favor por operaciones con Petrocaribe…
Pero no hay responsables, solo esperanzas. El insepulto muerto deberá renacer por su cuenta un día, ojalá pronto, para conseguir que la justicia bien cumplida cancele al odio que ya todos mamamos consuetudinariamente y asegure la paz.
Por Julio Escoto
No existe, se evaporó… En realidad fue invisibilizado con la amnistía retórica dictada desde el congreso nacional, con las sentencias de sobreseimiento inmunizante a los victimarios, por parte de la corte suprema de justicia, y con la salivosa cortina mediática que buscó tapar los múltiples crímenes desencadenados con y tras el rompimiento de la Constitución, vulnerada en complicidad por empresarios, políticos y militares.
Sin cuerpo yacente no hay crimen, reza la doctrina, y de allí que los complotados procuraran obstinadamente encubrir lo hecho y recurrieran a todos los argumentos posibles para disfrazar su maldad: que sucesión presidencial, que sustitución legal, que “cambio de gerente”, alegó un cínico.
Oficiaron misas, cantaron tedeums, rezaron rosarios para lavarle la mancilla al sucio evento; urbi et orbi negaron haber ocurrido transgresión alguna, a pesar de la monstruosidad jurídica, y en el colmo de la distracción propagandística se contrató a mercenarios de la palabra para que publicaran libros donde negaran su delincuencia, así como se pagó a coimes periodistas y articulistas que oficiaran de maquilladores y, más aún, se envió a algunos en embajadas a distantes lares para que exaltaran la “gesta democrática” sucedida aquí… Todo simulado, disfrazado bien, excepto que el cadáver comenzó a heder, y horriblemente…
Transcurrieron pocos meses para que se revelara la grosera conspiración contra el Estado de derecho —fuera quien fuera su magistrado principal— lo cual es delito que tipifica la Carta Magna y que permanece sin resolver. El finado empezó a apestar desde el minuto mismo del atentado, tras la primera puñalada de una carta apócrifa de renuncia que entregó a la asamblea legislativa uno —probablemente una— de sus miembros, portadora de una tan barata y tosca impostura que los diputados mismos exhibieron pudicia para aceptarla. Hasta el día de hoy no existe en los expedientes de la justicia hondureña una sola línea escrita sobre esa terrible inmoralidad, criminal y punible. No hay culpables, en el país no pasó nada, la intención para el crimen garantizó el perdón. Incoar es verbo político.
Peor aún, en obscena violación a reglamentos y disposiciones administrativas de la República, y contrariando procedimientos acordados para el manejo de la hacienda pública, partidas íntegras del erario fueron desviadas a propósitos no sólo no contemplados sino proscritos en la ley. Se ocupó fondos de pensión magisterial para adquirir diez mil bombas lacrimógenas a ser empleadas durante la represión; recursos de salud y telecomunicaciones para dotar a la chafarotada con cascos, carros antimotines y dispersoras de gases tóxicos de mostaza a las multitudes rebeldes; dineros sagrados (si hay) de la banca oficial para sufragar propagandistas (lobistas) en el exterior y alcahuetes en lo local, prestos a quemar incienso en las aras de aquella “libertad” dictatorial. Pero no hay delito, nadie generó indagación alguna, la dura y obsoleta máquina de justicia solo chirria si hay causas…
Más aún, los años han venido a mostrar los aborrecibles crímenes económicos en que incurrió el régimen durante los siete meses en que destruyó sin cesar todo lo construido en décadas previas y no solo en lo financiero y lo cultural sino en lo social: aumentó la pobreza, incentivó la inequidad, incrementó la deuda interna en múltiplos jamás antes conocidos, comprometiendo erogaciones por 60 mil millones de Lempiras que debemos pagar (y donde es obvia la colusión de otro culpable, la empresa privada); desacreditó al país en el exterior sumiéndolo en la caca de los peores adjetivos que jamás hubiéramos ganado; malversó, malgastó, dilapidó y robó activos destinados al bienestar popular y que igual son deuda externa, tales como los depósitos a favor por operaciones con Petrocaribe…
Pero no hay responsables, solo esperanzas. El insepulto muerto deberá renacer por su cuenta un día, ojalá pronto, para conseguir que la justicia bien cumplida cancele al odio que ya todos mamamos consuetudinariamente y asegure la paz.
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