sábado, 14 de enero de 2012
Minustah, la vieja enemiga de Haití
Otra América
Haití es uno de los países más seguros del Caribe, pero tiene la tercera misión más grande de Cascos Azules de la ONU después de Darfur y República Democrática de Congo. Algo no cuadra. Los soldados y policías de la ONU acumulan denuncias jamás investigadas y su presencia ha costado a la comunidad internacional algo más de 1.500 millones de dólares desde 2010.
Si usted lee las catastróficas crónicas de algunos diarios pensará que pisar Haití es casi una condena de muerte. Pandilleros, fantasmagóricos desarrapados en busca de comida o agua, violentos habitantes de la nada… Seguro que hay parte de esto, pero parece que esta descripción no es muy ajustada. En 2010 murieron de forma violenta en Haití 689 personas. Una tasa de homicidio de 6,9 por cada 100.000 habitantes. Muy lejos, pero que muy lejos, de la tasa de la vecina República Dominicana (28), de Puerto Rico (26,2) o del imperio brasileño (26,2), de la temida México (18) o de la brutal Venezuela (67). Sin embargo, ninguno de estos últimos países cuenta con una “fuerza de estabilización” que, según su mandato, está en Haití para “establecer un entorno seguro y estable en el que se pueda desarrollar un proceso político, fortalecer las instituciones del Gobierno de Haití, apoyar la constitución de un estado de derecho, y promover y proteger los derechos humanos”.
Para eso, la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah, por su acrónimo en francés, la lengua de la vieja metrópoli) cuenta con 12.270 efectivos, unos 2.000 más que la propia policía haitiana; con un presupuesto que dobla el del Gobierno Nacional de Haití (1.556.461.550 dólares desde enero de 2010). Para eso y para algo más.
Cólera azul
Si las balas de los ‘malos’ han matado a 689 personas en 2010 en Haití, la munición letal de la Vibrio Cholerae ha matado ya a casi 7.000 personas y ha dejado a unos 514.000 víctimas desde que en octubre de 2010 regresara el cólera al país devastado previamente por el terremoto. No llegó sola la cepa. Lo hizo, también, de la mano de la Minustah, tal y como apuntaba el informe científico encargado por la propia ONU a un panel de científicos independientes hecho público en mayo de 2011. A pesar de que el informe señala que la cepa, con toda probabilidad, fue llevada a Haití por miembros del contingente nepalí de la Minustah y propagada por las lamentables condiciones higiénicas de su campamento, hace tan sólo unas semanas el representante adjunto de la ONU en la Minustah, Nigel Fisher, volvía a negar cualquier responsabilidad de la misión en la propagación de la epidemia.
Por si la ONU pretende enterrar el escándalo, como ha hecho con otros, el Instituto para la Justicia y la Democracia en Haití y la Facultad de Derecho de Santa María (Brasil) ya han iniciado acciones legales contra la ONU por daños y perjucios.
En un reciente artículo en The Guardian, Mark Weisbrot, del Center for Economic and Policy Research (CEPR) se preguntaba: “¿Si una organización internacional hubiese traído una enfermedad letal a la ciudad de Nueva York que causara la muerte de más gente que los ataques del 11 de septiembre, cuales serían las consecuencias? ¿Podrían simplemente ignorarlo, sin que alguien los responsabilice? Obviamente, la respuesta es que 'no', y lo mismo sería cierto si hubiera ocurrido en la mayoría de los países del hemisferio. Pero hasta ahora, parece que no hay consecuencias si esto ocurre en Haití. (…) Por alguna razón, la 'comunidad internacional' piensa que se puede hacer cualquier cosa en Haití y con impunidad”.
Las masivas protestas de los haitianos contra la Minustah no han tenido, obviamente, la cobertura mediática que cualquier ladrillo puesto por la cooperación internacional o que cualquier visita de un actor famoso a la zona del desastre humanitario.
Minustah, un viejo enemigo
La propia presencia de Minustah en Haití comienza mal. La misión de la ONU llega para “estabilizar” lo que Estados Unidos había desestabilizado primero, con la invasión de 2004 y la expulsión del presidente Aristide. Este ‘pequeño’ detalle, que parece olvidarse en el tiempo, hace que se interprete a la Misión como “una fuerza para el sostenimiento de la paz en un país donde no hay guerra ni genocidio”, según la define Camille Chalmers, director de la Plataforma Haitiana para un Desarrollo Alternativo (PAPDA). Chalmers ha manifestado a radio FM En Tránsito que la Misión de paz “no está ayudando al pueblo de Haití sino que está agudizando su crisis”.
Chalmers, economista y líder social clave en Haití, critica, además, la cobertura de los grandes medios de comunicación, que "hacen una construcción ideológica basada en estereotipos y en un desconocimiento total de la realidad haitiana. De ese modo se justifica la injerencia militar en el país". Y si revisamos las coberturas de este aniversario de los dos años del terremoto parece que es así: los violadores y las prostitutas haitianos, el gobierno ineficiente, el paisaje sin futuro... Y, casi siempre, los voceros occidentales de las organizaciones occidentales hablando por los haitianos, usurpando la voz al primer pueblo emancipado de las Américas. Como escribía Alizia Stürtze, lo que muestran los medios son "haitianos violentos, haitianos saqueadores, haitianos rodeados de basura y escombros, haitianos tirados en plena calle muriéndose de cólera, haitianos que se quieren cargar unas elecciones «democráticas»... (...) para animalizarlos, vincular sus acciones de protesta o su respuesta a la desgracia impuesta con los instintos incontrolados y la ferocidad más incivilizada, despojarlos de dignidad y orgullo".
Pocas informaciones dan cuenta de las manifestaciones permanentes contra la presencia de la Minustah en Haití (que según insinúa la ONU son manipuladas oor ex rebeldes), ni de la decisión unánime del Senado haitiano comunicada a las fuerzas extranjeras de que comiencen a retirar sus tropas de ocupación a partir del 15 de octubre de 2012. “Una segunda resolución del Senado –indica un cable de Pulsar- reclamó una reparación para las 6 mil 200 víctimas [en aquel momento] de cólera que provocó la Misión de estabilización a la que se acusa, además, de casos de corrupción, contaminación de ríos y de tener sexo con haitianas”.
También quiere que se vaya la Minustah un amplio número de intelectuales liderados por tres premios Nobel de la Paz. En octubre de 2011 enviaron una carta al secretario general de Naciones Unidas y a la OEA en la que exigían la inmediata retirada de las tropas de un país “que no es un amenaza para la paz mundial”. Firmaron la carta los premios Nobel Adolfo Pérez Esquivel, Mariead Corrigan y Betty Williams, dirigentes de las Madres de la Plaza de Mayo Línea Fundadora, el escritor uruguayo Eduardo Galeano, y los teólogos brasileños Leonardo Boff y Frei Betto, además de numerosos legisladores de varios países. Sin respuesta
Violadores y traficantes
Tampoco han tenido respuestas las numerosas denuncias de violencia sexual, tráfico de alimentos y corrupción que pesan sobre las fuerzas de la Minustah desde 2004. El mantra de la ONU es que sus autoridades tienen “tolerancia cero” ante “actos inapropiados”, pero lo cierto es que en la renovación del mandato de la Minustah hasta el próximo 12 de octubre de 2012 (y que reducirá la misión en 2.750 miembros) no hay una sola referencia a procesos de justicia contra los militares. Sí recomienda “seguir ejecutando proyectos de efecto rápido que contribuya a aumentar la confianza de la población de Haití en la Misión”. ¿Por qué desconfían los haitianos de la ONU?
El portavoz de la ONU en Haití, Farhar Haq, ante la ultima acusación contra soldados brasileños por haber golpeado y asesinado a 3 jovenes haitianos, dijo: "La misión está haciendo todo lo que puede para determinar los hechos tan pronto como sea posible” e insistió en que la Minustah "reitera su política de tolerancia cero con la mala conducta de su personal y examinará todas las acusaciones con la más absoluta seriedad". Pero, hasta el día de hoy, el único castigo que han recibido los soldados implicados en este tipo de actos ha sido la repatriación a sus hogares sin consecuencias jurídicas. Las y los haitianos parecen haber caído en la invisible categoría de homo sacer.
La “mala conducta” de los cascos azules va desde el trueque de alimentos a cambio de drogas, cigarrillos, alcohol o sexo hasta los graves escándalos por violación de menores de edad (soldados paquistaníes en 2005, 111 cascos azules de Sri Lanka implicados en 2007) a diverso tipo de abusos sexuales (cascos azules de Brasil o Uruguay) que, en el último caso denunciado, incluyó la grabación de los hechos.
En septiembre pasado, la organización Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos en Haití (RNDDH) hizo público un extenso informe en el que se relatan muchos de los casos conocidos de abusos de estas tropas, aunque se supone que el miedo y la pobre institucionalidad alimentan el subregistro.
La lentitud y la falta de transparencia practicada por la Minustah no llama la atención a otras áreas de la misma organización, como la Oficina del Alto Comisionado de los derechos Humanos de la ONU, que sí tiene tiempo para exigir en público a la Policía Nacional de Haití que investigue supuestos actos de abuso de fuerza cometidos por sus agentes y que habrían terminado con la muerte de 9 personas en varios eventos registrados por los agentes de la ONU.
No hay investigación conocida sobre los abusos denunciados o sobre la actuación de los cascos azules, por ejemplo, en Cité Soleil en 2005 y 2006 en acciones violentas que costaron la vida, al menos a 30 civiles. El terremoto oculto la perversa historia previa de la Minustah en Haití.
La doble moral de las misiones de la ONU ya se ha comprobado en otras latitudes, donde la mayoría de denuncias contra sus soldados tienen que ver con abusos sexuales, trata de blancas, uso excesivo de la fuerza o trueque de comida. No se conoce ninguna condena ejemplar –ni no ejemplar- en los casos develados en Liberia, República Democrática del Congo, Kosovo o Costa de Marfil.
Haití es uno de los países más seguros del Caribe, pero tiene la tercera misión más grande de Cascos Azules de la ONU después de Darfur y República Democrática de Congo. Algo no cuadra. Los soldados y policías de la ONU acumulan denuncias jamás investigadas y su presencia ha costado a la comunidad internacional algo más de 1.500 millones de dólares desde 2010.
Si usted lee las catastróficas crónicas de algunos diarios pensará que pisar Haití es casi una condena de muerte. Pandilleros, fantasmagóricos desarrapados en busca de comida o agua, violentos habitantes de la nada… Seguro que hay parte de esto, pero parece que esta descripción no es muy ajustada. En 2010 murieron de forma violenta en Haití 689 personas. Una tasa de homicidio de 6,9 por cada 100.000 habitantes. Muy lejos, pero que muy lejos, de la tasa de la vecina República Dominicana (28), de Puerto Rico (26,2) o del imperio brasileño (26,2), de la temida México (18) o de la brutal Venezuela (67). Sin embargo, ninguno de estos últimos países cuenta con una “fuerza de estabilización” que, según su mandato, está en Haití para “establecer un entorno seguro y estable en el que se pueda desarrollar un proceso político, fortalecer las instituciones del Gobierno de Haití, apoyar la constitución de un estado de derecho, y promover y proteger los derechos humanos”.
Para eso, la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah, por su acrónimo en francés, la lengua de la vieja metrópoli) cuenta con 12.270 efectivos, unos 2.000 más que la propia policía haitiana; con un presupuesto que dobla el del Gobierno Nacional de Haití (1.556.461.550 dólares desde enero de 2010). Para eso y para algo más.
Cólera azul
Si las balas de los ‘malos’ han matado a 689 personas en 2010 en Haití, la munición letal de la Vibrio Cholerae ha matado ya a casi 7.000 personas y ha dejado a unos 514.000 víctimas desde que en octubre de 2010 regresara el cólera al país devastado previamente por el terremoto. No llegó sola la cepa. Lo hizo, también, de la mano de la Minustah, tal y como apuntaba el informe científico encargado por la propia ONU a un panel de científicos independientes hecho público en mayo de 2011. A pesar de que el informe señala que la cepa, con toda probabilidad, fue llevada a Haití por miembros del contingente nepalí de la Minustah y propagada por las lamentables condiciones higiénicas de su campamento, hace tan sólo unas semanas el representante adjunto de la ONU en la Minustah, Nigel Fisher, volvía a negar cualquier responsabilidad de la misión en la propagación de la epidemia.
Por si la ONU pretende enterrar el escándalo, como ha hecho con otros, el Instituto para la Justicia y la Democracia en Haití y la Facultad de Derecho de Santa María (Brasil) ya han iniciado acciones legales contra la ONU por daños y perjucios.
En un reciente artículo en The Guardian, Mark Weisbrot, del Center for Economic and Policy Research (CEPR) se preguntaba: “¿Si una organización internacional hubiese traído una enfermedad letal a la ciudad de Nueva York que causara la muerte de más gente que los ataques del 11 de septiembre, cuales serían las consecuencias? ¿Podrían simplemente ignorarlo, sin que alguien los responsabilice? Obviamente, la respuesta es que 'no', y lo mismo sería cierto si hubiera ocurrido en la mayoría de los países del hemisferio. Pero hasta ahora, parece que no hay consecuencias si esto ocurre en Haití. (…) Por alguna razón, la 'comunidad internacional' piensa que se puede hacer cualquier cosa en Haití y con impunidad”.
Las masivas protestas de los haitianos contra la Minustah no han tenido, obviamente, la cobertura mediática que cualquier ladrillo puesto por la cooperación internacional o que cualquier visita de un actor famoso a la zona del desastre humanitario.
Minustah, un viejo enemigo
La propia presencia de Minustah en Haití comienza mal. La misión de la ONU llega para “estabilizar” lo que Estados Unidos había desestabilizado primero, con la invasión de 2004 y la expulsión del presidente Aristide. Este ‘pequeño’ detalle, que parece olvidarse en el tiempo, hace que se interprete a la Misión como “una fuerza para el sostenimiento de la paz en un país donde no hay guerra ni genocidio”, según la define Camille Chalmers, director de la Plataforma Haitiana para un Desarrollo Alternativo (PAPDA). Chalmers ha manifestado a radio FM En Tránsito que la Misión de paz “no está ayudando al pueblo de Haití sino que está agudizando su crisis”.
Chalmers, economista y líder social clave en Haití, critica, además, la cobertura de los grandes medios de comunicación, que "hacen una construcción ideológica basada en estereotipos y en un desconocimiento total de la realidad haitiana. De ese modo se justifica la injerencia militar en el país". Y si revisamos las coberturas de este aniversario de los dos años del terremoto parece que es así: los violadores y las prostitutas haitianos, el gobierno ineficiente, el paisaje sin futuro... Y, casi siempre, los voceros occidentales de las organizaciones occidentales hablando por los haitianos, usurpando la voz al primer pueblo emancipado de las Américas. Como escribía Alizia Stürtze, lo que muestran los medios son "haitianos violentos, haitianos saqueadores, haitianos rodeados de basura y escombros, haitianos tirados en plena calle muriéndose de cólera, haitianos que se quieren cargar unas elecciones «democráticas»... (...) para animalizarlos, vincular sus acciones de protesta o su respuesta a la desgracia impuesta con los instintos incontrolados y la ferocidad más incivilizada, despojarlos de dignidad y orgullo".
Pocas informaciones dan cuenta de las manifestaciones permanentes contra la presencia de la Minustah en Haití (que según insinúa la ONU son manipuladas oor ex rebeldes), ni de la decisión unánime del Senado haitiano comunicada a las fuerzas extranjeras de que comiencen a retirar sus tropas de ocupación a partir del 15 de octubre de 2012. “Una segunda resolución del Senado –indica un cable de Pulsar- reclamó una reparación para las 6 mil 200 víctimas [en aquel momento] de cólera que provocó la Misión de estabilización a la que se acusa, además, de casos de corrupción, contaminación de ríos y de tener sexo con haitianas”.
También quiere que se vaya la Minustah un amplio número de intelectuales liderados por tres premios Nobel de la Paz. En octubre de 2011 enviaron una carta al secretario general de Naciones Unidas y a la OEA en la que exigían la inmediata retirada de las tropas de un país “que no es un amenaza para la paz mundial”. Firmaron la carta los premios Nobel Adolfo Pérez Esquivel, Mariead Corrigan y Betty Williams, dirigentes de las Madres de la Plaza de Mayo Línea Fundadora, el escritor uruguayo Eduardo Galeano, y los teólogos brasileños Leonardo Boff y Frei Betto, además de numerosos legisladores de varios países. Sin respuesta
Violadores y traficantes
Tampoco han tenido respuestas las numerosas denuncias de violencia sexual, tráfico de alimentos y corrupción que pesan sobre las fuerzas de la Minustah desde 2004. El mantra de la ONU es que sus autoridades tienen “tolerancia cero” ante “actos inapropiados”, pero lo cierto es que en la renovación del mandato de la Minustah hasta el próximo 12 de octubre de 2012 (y que reducirá la misión en 2.750 miembros) no hay una sola referencia a procesos de justicia contra los militares. Sí recomienda “seguir ejecutando proyectos de efecto rápido que contribuya a aumentar la confianza de la población de Haití en la Misión”. ¿Por qué desconfían los haitianos de la ONU?
El portavoz de la ONU en Haití, Farhar Haq, ante la ultima acusación contra soldados brasileños por haber golpeado y asesinado a 3 jovenes haitianos, dijo: "La misión está haciendo todo lo que puede para determinar los hechos tan pronto como sea posible” e insistió en que la Minustah "reitera su política de tolerancia cero con la mala conducta de su personal y examinará todas las acusaciones con la más absoluta seriedad". Pero, hasta el día de hoy, el único castigo que han recibido los soldados implicados en este tipo de actos ha sido la repatriación a sus hogares sin consecuencias jurídicas. Las y los haitianos parecen haber caído en la invisible categoría de homo sacer.
La “mala conducta” de los cascos azules va desde el trueque de alimentos a cambio de drogas, cigarrillos, alcohol o sexo hasta los graves escándalos por violación de menores de edad (soldados paquistaníes en 2005, 111 cascos azules de Sri Lanka implicados en 2007) a diverso tipo de abusos sexuales (cascos azules de Brasil o Uruguay) que, en el último caso denunciado, incluyó la grabación de los hechos.
En septiembre pasado, la organización Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos en Haití (RNDDH) hizo público un extenso informe en el que se relatan muchos de los casos conocidos de abusos de estas tropas, aunque se supone que el miedo y la pobre institucionalidad alimentan el subregistro.
La lentitud y la falta de transparencia practicada por la Minustah no llama la atención a otras áreas de la misma organización, como la Oficina del Alto Comisionado de los derechos Humanos de la ONU, que sí tiene tiempo para exigir en público a la Policía Nacional de Haití que investigue supuestos actos de abuso de fuerza cometidos por sus agentes y que habrían terminado con la muerte de 9 personas en varios eventos registrados por los agentes de la ONU.
No hay investigación conocida sobre los abusos denunciados o sobre la actuación de los cascos azules, por ejemplo, en Cité Soleil en 2005 y 2006 en acciones violentas que costaron la vida, al menos a 30 civiles. El terremoto oculto la perversa historia previa de la Minustah en Haití.
La doble moral de las misiones de la ONU ya se ha comprobado en otras latitudes, donde la mayoría de denuncias contra sus soldados tienen que ver con abusos sexuales, trata de blancas, uso excesivo de la fuerza o trueque de comida. No se conoce ninguna condena ejemplar –ni no ejemplar- en los casos develados en Liberia, República Democrática del Congo, Kosovo o Costa de Marfil.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario