viernes, 13 de enero de 2012
Congreso sin credibilidad
La Prensa
Por Aníbal Delgado Fiallos
Por lo que escucho por la radio y la televisión, leo en los periódicos o me transmiten mis amigos, logro determinar que el concepto que tengo del actual Congreso de la República es correcto: es una institución de baja credibilidad.
Jamás he pensado que nuestro Congreso debe ser una reunión de eruditos; en ninguna parte del mundo lo es, porque, como dicen los politólogos, es un corte transversal de la sociedad y esto debemos respetarlo; el Congreso es lo que nuestro pueblo es; allí hay buenazos, gente inteligente, profesionales destacados, políticos mañosos, ex vagos, patriotas convencidos y quién sabe qué otras cosas más.
Pero a pesar de esta lógica heterogeneidad sí debe existir un común denominador: la responsabilidad en el ejercicio del cargo cualquiera sea la otra diversidad prevaleciente como las tendencias partidarias o las opciones ideológicas.
Es esta responsabilidad, el consagrarse con seriedad a la función asignada por el Soberano lo que le confiere la credibilidad y esto trasciende naturalmente a quienes desempeñan funciones directivas.
El actual Congreso, por las razones que todo mundo conoce, tiene una amplia mayoría nacionalista, esto más una bancada liberal y udeísta vergonzosamente complacientes, le ha permitido a su presidente sacar adelante aprobaciones que en condiciones de un Congreso deliberante e independiente no hubieran tenido el perfil impopular de, por ejemplo, los contratos de los cien megas o de las ciudades modelo.
Hay circunstancias insólitas que atropellan la institucionalidad republicana y rondan el delito como aquella de reformar leyes en el momento de darles una redacción correcta en las comisiones de estilo; o cuando en el mismo proceso de formación de la ley el presidente del Congreso le avisa al presidente de la República, al margen del pleno, que le devuelva la ley enviada porque se ha dado cuenta que debe reformarse, pasando por alto los procedimientos que la Constitución señala. Y yendo de sorpresa en sorpresa, ahora los diputados nos salen con que no se dieron cuenta cuando levantaron la mano para aprobar el nuevo trancazo a los viajeros, porque era la hora del bochorno cuando el sueño cae dulcemente.
¿Puede tener credibilidad un Congreso así?
Por Aníbal Delgado Fiallos
Por lo que escucho por la radio y la televisión, leo en los periódicos o me transmiten mis amigos, logro determinar que el concepto que tengo del actual Congreso de la República es correcto: es una institución de baja credibilidad.
Jamás he pensado que nuestro Congreso debe ser una reunión de eruditos; en ninguna parte del mundo lo es, porque, como dicen los politólogos, es un corte transversal de la sociedad y esto debemos respetarlo; el Congreso es lo que nuestro pueblo es; allí hay buenazos, gente inteligente, profesionales destacados, políticos mañosos, ex vagos, patriotas convencidos y quién sabe qué otras cosas más.
Pero a pesar de esta lógica heterogeneidad sí debe existir un común denominador: la responsabilidad en el ejercicio del cargo cualquiera sea la otra diversidad prevaleciente como las tendencias partidarias o las opciones ideológicas.
Es esta responsabilidad, el consagrarse con seriedad a la función asignada por el Soberano lo que le confiere la credibilidad y esto trasciende naturalmente a quienes desempeñan funciones directivas.
El actual Congreso, por las razones que todo mundo conoce, tiene una amplia mayoría nacionalista, esto más una bancada liberal y udeísta vergonzosamente complacientes, le ha permitido a su presidente sacar adelante aprobaciones que en condiciones de un Congreso deliberante e independiente no hubieran tenido el perfil impopular de, por ejemplo, los contratos de los cien megas o de las ciudades modelo.
Hay circunstancias insólitas que atropellan la institucionalidad republicana y rondan el delito como aquella de reformar leyes en el momento de darles una redacción correcta en las comisiones de estilo; o cuando en el mismo proceso de formación de la ley el presidente del Congreso le avisa al presidente de la República, al margen del pleno, que le devuelva la ley enviada porque se ha dado cuenta que debe reformarse, pasando por alto los procedimientos que la Constitución señala. Y yendo de sorpresa en sorpresa, ahora los diputados nos salen con que no se dieron cuenta cuando levantaron la mano para aprobar el nuevo trancazo a los viajeros, porque era la hora del bochorno cuando el sueño cae dulcemente.
¿Puede tener credibilidad un Congreso así?
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