martes, 8 de junio de 2010
¿Inexplicable?
Página/12
Por Juan Gelman
Circulan hipótesis varias sobre la razón del operativo militar israelí que causó la muerte de 9 a 16 pasajeros del buque de bandera turca Mavi Marmara, decenas de heridos, el secuestro de la flotilla que transportaba 10 toneladas de ayuda humanitaria para Gaza -bloqueada desde 2007 e invadida en 2008- y la detención de casi 700 personas, puestas en libertad después de sufrir vejámenes de todo tipo. Las explicaciones oficiales de Tel Aviv son inquilinas del ridículo: los agredidos son agresores y los agresores, agredidos; los llevados a Israel a la fuerza son inmigrantes ilegales, quienes socorren a palestinos hambreados son cómplices de Hamas primero, terroristas de Hamas después, etc. Es vieja, muy vieja, la técnica del victimario victimizado.
El primer ministro Netanhayu justificó el ataque porque hay que impedir que Hamas reciba armas “por aire, mar y tierra” -obviando el hecho de que las recibe por túneles convenientemente excavados- y afirmó que ninguna protesta lo llevará a levantar el sitio de Gaza. Es la cuestión de fondo: Tel Aviv no ha renunciado al sueño del Gran Israel y el cerco impuesto a Gaza perjudica, más que a Hamas, a sus habitantes, que ya sufrieron la Operación Plomo Fundido, que segó la vida de 1300 civiles palestinos. Esto, en buen castellano, se llama limpieza étnica y también su historia es vieja.
El ideólogo del sionismo revisionista, Zeev Jabotinsky, declaró hace 87 años que la única manera de imponer el Estado judío era aplastar a los árabes. No extraña que Ron Torossian, el organizador de la manifestación Estamos con Israel frente a la misión de Turquía ante la ONU, propinara esta opinión: “Creo que debemos matar a cien árabes o a mil árabes por cada judío que ellos matan” (//gravker.com, 1610). ¿Por qué no cien mil, un millón? ¿Acaso Ariel Sharon no fue responsable, en 1982, por interpósita milicia, de la matanza de casi 500 civiles palestinos inermes en los campos de refugiados de Sabra y Shatila? Si esto es ideología, habrá que cambiar la definición de la palabra ideología.
La dirigencia israelí parece guiada por otro concepto central de Jabotinsky: “Sostenemos que el sionismo es moral y justo. Y dado que es moral y justo, hay que hacer justicia aunque José o Simón o Iván o Ajmed no estén de acuerdo”, sostuvo en un ensayo que publicó la revista rusa Raavyet en noviembre de 1923. Carlo Strenger, profesor de la Universidad de Tel Aviv, llamó “mentalidad de bunker” a la imperante en el país: Israel “no escucha la crítica, sea interior o exterior. Esa incompetencia es reforzada por la soberbia: Israel está enamorado de la idea de que tiene razón y que todos los demás se equivocan; por lo tanto, es incapaz de admitir que la política que aplica a los palestinos ha sido desastrosa” (www.haaretz.com, 2610). Strenger cita al filósofo francés Bernard-Henri Lévy, un ferviente defensor de Israel, quien tildó de “autismo político” este pensamiento que atribuye a los dirigentes israelíes: “El mundo no nos entiende y nos condena si hacemos y nos condena si no hacemos, así que hacemos lo que queremos”. Jabotinsky redivivo.
EE.UU. siempre ha brindado el espacio internacional necesario para que esa voluntad se cumpla pese a todo. “La única democracia en la región”, según la Casa Blanca, no vacila en espiar al gobierno estadounidense en ese hacer lo que quiere. La reacción de Obama ante el ataque a la nave turca y el “baño de sangre” consiguiente fue débil. No lo condenó siquiera, sólo pidió una aclaración de los hechos y aceptó que Tel Aviv rechazara el establecimiento de una comisión investigadora internacional. El mandatario norteamericano se convierte así en cómplice de la no investigación que habrá. Fue el vicepresidente Joe Biden quien brindó una suerte de posición oficial sobre el tema: defendió el bloqueo de Gaza y manifestó que Israel “tenía el derecho a saber” qué carga llevaba el navío. Recuérdese que Netanyahu le dio una bofetada política a Biden cuando éste lo visitó en marzo pasado: el vice venía a alentar el proceso de paz palestino-israelí y el primer ministro anunció la construcción de 1600 edificios nuevos en territorio palestino ocupado. Se ve que Biden es un hombre perdonador. Es improbable que se produzcan cambios en la estrecha, muy íntima, relación EE.UU./Israel.
Cabe reconocer que, a diferencia de Tel Aviv, Washington no tiene problema en abandonar a sus ciudadanos en apuros. Alrededor de diez estadounidenses viajaban en el convoy de ayuda humanitaria a Gaza, entre ellos Joe Meadors, señalero de la fragata USS Liberty cuando la bombardearon aviones y lanchas lanzatorpedos de Israel en 1967; Ann Wright, coronela (R) del ejército de EE.UU.; Edward L. Peck, ex subdirector del grupo de tareas antiterrorista del gabinete de Reagan. Todos terroristas, naturalmente.
Por Juan Gelman
Circulan hipótesis varias sobre la razón del operativo militar israelí que causó la muerte de 9 a 16 pasajeros del buque de bandera turca Mavi Marmara, decenas de heridos, el secuestro de la flotilla que transportaba 10 toneladas de ayuda humanitaria para Gaza -bloqueada desde 2007 e invadida en 2008- y la detención de casi 700 personas, puestas en libertad después de sufrir vejámenes de todo tipo. Las explicaciones oficiales de Tel Aviv son inquilinas del ridículo: los agredidos son agresores y los agresores, agredidos; los llevados a Israel a la fuerza son inmigrantes ilegales, quienes socorren a palestinos hambreados son cómplices de Hamas primero, terroristas de Hamas después, etc. Es vieja, muy vieja, la técnica del victimario victimizado.
El primer ministro Netanhayu justificó el ataque porque hay que impedir que Hamas reciba armas “por aire, mar y tierra” -obviando el hecho de que las recibe por túneles convenientemente excavados- y afirmó que ninguna protesta lo llevará a levantar el sitio de Gaza. Es la cuestión de fondo: Tel Aviv no ha renunciado al sueño del Gran Israel y el cerco impuesto a Gaza perjudica, más que a Hamas, a sus habitantes, que ya sufrieron la Operación Plomo Fundido, que segó la vida de 1300 civiles palestinos. Esto, en buen castellano, se llama limpieza étnica y también su historia es vieja.
El ideólogo del sionismo revisionista, Zeev Jabotinsky, declaró hace 87 años que la única manera de imponer el Estado judío era aplastar a los árabes. No extraña que Ron Torossian, el organizador de la manifestación Estamos con Israel frente a la misión de Turquía ante la ONU, propinara esta opinión: “Creo que debemos matar a cien árabes o a mil árabes por cada judío que ellos matan” (//gravker.com, 1610). ¿Por qué no cien mil, un millón? ¿Acaso Ariel Sharon no fue responsable, en 1982, por interpósita milicia, de la matanza de casi 500 civiles palestinos inermes en los campos de refugiados de Sabra y Shatila? Si esto es ideología, habrá que cambiar la definición de la palabra ideología.
La dirigencia israelí parece guiada por otro concepto central de Jabotinsky: “Sostenemos que el sionismo es moral y justo. Y dado que es moral y justo, hay que hacer justicia aunque José o Simón o Iván o Ajmed no estén de acuerdo”, sostuvo en un ensayo que publicó la revista rusa Raavyet en noviembre de 1923. Carlo Strenger, profesor de la Universidad de Tel Aviv, llamó “mentalidad de bunker” a la imperante en el país: Israel “no escucha la crítica, sea interior o exterior. Esa incompetencia es reforzada por la soberbia: Israel está enamorado de la idea de que tiene razón y que todos los demás se equivocan; por lo tanto, es incapaz de admitir que la política que aplica a los palestinos ha sido desastrosa” (www.haaretz.com, 2610). Strenger cita al filósofo francés Bernard-Henri Lévy, un ferviente defensor de Israel, quien tildó de “autismo político” este pensamiento que atribuye a los dirigentes israelíes: “El mundo no nos entiende y nos condena si hacemos y nos condena si no hacemos, así que hacemos lo que queremos”. Jabotinsky redivivo.
EE.UU. siempre ha brindado el espacio internacional necesario para que esa voluntad se cumpla pese a todo. “La única democracia en la región”, según la Casa Blanca, no vacila en espiar al gobierno estadounidense en ese hacer lo que quiere. La reacción de Obama ante el ataque a la nave turca y el “baño de sangre” consiguiente fue débil. No lo condenó siquiera, sólo pidió una aclaración de los hechos y aceptó que Tel Aviv rechazara el establecimiento de una comisión investigadora internacional. El mandatario norteamericano se convierte así en cómplice de la no investigación que habrá. Fue el vicepresidente Joe Biden quien brindó una suerte de posición oficial sobre el tema: defendió el bloqueo de Gaza y manifestó que Israel “tenía el derecho a saber” qué carga llevaba el navío. Recuérdese que Netanyahu le dio una bofetada política a Biden cuando éste lo visitó en marzo pasado: el vice venía a alentar el proceso de paz palestino-israelí y el primer ministro anunció la construcción de 1600 edificios nuevos en territorio palestino ocupado. Se ve que Biden es un hombre perdonador. Es improbable que se produzcan cambios en la estrecha, muy íntima, relación EE.UU./Israel.
Cabe reconocer que, a diferencia de Tel Aviv, Washington no tiene problema en abandonar a sus ciudadanos en apuros. Alrededor de diez estadounidenses viajaban en el convoy de ayuda humanitaria a Gaza, entre ellos Joe Meadors, señalero de la fragata USS Liberty cuando la bombardearon aviones y lanchas lanzatorpedos de Israel en 1967; Ann Wright, coronela (R) del ejército de EE.UU.; Edward L. Peck, ex subdirector del grupo de tareas antiterrorista del gabinete de Reagan. Todos terroristas, naturalmente.
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