martes, 22 de junio de 2010
Breve explicación de por qué este blog se llama La isla desconocida
La Isla Desconocida
Por Enrique Ubieta Gómez
Un día terminal de 1998 –porque se acababa el año, porque terminaba una etapa de mi vida--, llegó a mis manos un cuento en letras grandes y empaque de libro. Llegó como aparecen las cosas destinadas, casi por equivocación, con los nombres cambiados.
Lo leí sin respirar: José Saramago narraba el cuento de la isla desconocida. Un barco que adoptaba el nombre de lo que debería buscar: La isla desconocida zarparía para descubrir una isla desconocida, para descubrirse. Un barco -un hombre-, que soñaba ser bosque y pradera, adonde vendrían los pájaros cantores o alcoba para hacer el amor. Porque buscar, es el único modo de fundar. El Pequeño Libro –al estilo de Saint Exupery-, hizo que me descubriera: yo vivía en una Isla que navegaba buscándose a sí misma. Pero no fue la única complicidad. Un anuncio de portada aseguraba que el dinero de la compra del cuento, se destinaría a los damnificados del huracán Mitch en Centroamérica. Y yo me preparaba en esos días para enrumbar mi barco hacia tierras centroamericanas, donde miles de médicos cubanos habían hecho renacer el internacionalismo (en los desilusionados años noventa). Por esas extrañas o naturales razones –nadie sabe qué es lo uno o lo otro-, el barco-Isla, Centroamérica, Saramago y yo coincidíamos en un evento que conmemoraba en Casa de las Américas el 40 aniversario del triunfo de la Revolución. Escribí un breve ensayo que recreaba a mi manera el cuento y lo leí, una tarde de enero de 1999, entre intelectuales cubanos y de otros países latinoamericanos, ante Saramago y Fidel, que llegó unos minutos antes de que me concedieran la palabra. Al novelista portugués no le disgustó que usara su historia, que imaginara a Cuba como ese barco buscador. Tomó el ejemplar descarriado que había llegado a mis manos y lo autografió –prueba que certificaba el destino del libro-, con hermosas y benévolas palabras: “Para Enrique Ubieta, que escribió la continuación de este cuento, hasta que los juntemos un día. Un abrazo”. Mi ensayo aparece en las memorias del encuentro que publicó Casa de las Américas, ha sido reproducido en publicaciones periódicas cubanas y es el texto que abre mi libro sobre Centroamérica: La utopía rearmada. Historias de un viaje al Nuevo Mundo (2002). Yo sé que hay diferentes maneras de juntar dos historias, sean o no continuación una de otra y de calidades distantes, y la más fácil –aunque parezca imposible-, es como libro. Lo difícil es que dos barcos se encuentren en alta mar y se descubran como mundos posibles y necesarios –Cuba y Saramago-, observándose, acostumbrándose a sus errores y virtudes, defendiéndose. Nadie puede bajarse de su propio barco, y todas las Islas desconocidas son una Isla. Saramago ya no está. Pero llegó lejos su embarcación.
Por Enrique Ubieta Gómez
Un día terminal de 1998 –porque se acababa el año, porque terminaba una etapa de mi vida--, llegó a mis manos un cuento en letras grandes y empaque de libro. Llegó como aparecen las cosas destinadas, casi por equivocación, con los nombres cambiados.
Lo leí sin respirar: José Saramago narraba el cuento de la isla desconocida. Un barco que adoptaba el nombre de lo que debería buscar: La isla desconocida zarparía para descubrir una isla desconocida, para descubrirse. Un barco -un hombre-, que soñaba ser bosque y pradera, adonde vendrían los pájaros cantores o alcoba para hacer el amor. Porque buscar, es el único modo de fundar. El Pequeño Libro –al estilo de Saint Exupery-, hizo que me descubriera: yo vivía en una Isla que navegaba buscándose a sí misma. Pero no fue la única complicidad. Un anuncio de portada aseguraba que el dinero de la compra del cuento, se destinaría a los damnificados del huracán Mitch en Centroamérica. Y yo me preparaba en esos días para enrumbar mi barco hacia tierras centroamericanas, donde miles de médicos cubanos habían hecho renacer el internacionalismo (en los desilusionados años noventa). Por esas extrañas o naturales razones –nadie sabe qué es lo uno o lo otro-, el barco-Isla, Centroamérica, Saramago y yo coincidíamos en un evento que conmemoraba en Casa de las Américas el 40 aniversario del triunfo de la Revolución. Escribí un breve ensayo que recreaba a mi manera el cuento y lo leí, una tarde de enero de 1999, entre intelectuales cubanos y de otros países latinoamericanos, ante Saramago y Fidel, que llegó unos minutos antes de que me concedieran la palabra. Al novelista portugués no le disgustó que usara su historia, que imaginara a Cuba como ese barco buscador. Tomó el ejemplar descarriado que había llegado a mis manos y lo autografió –prueba que certificaba el destino del libro-, con hermosas y benévolas palabras: “Para Enrique Ubieta, que escribió la continuación de este cuento, hasta que los juntemos un día. Un abrazo”. Mi ensayo aparece en las memorias del encuentro que publicó Casa de las Américas, ha sido reproducido en publicaciones periódicas cubanas y es el texto que abre mi libro sobre Centroamérica: La utopía rearmada. Historias de un viaje al Nuevo Mundo (2002). Yo sé que hay diferentes maneras de juntar dos historias, sean o no continuación una de otra y de calidades distantes, y la más fácil –aunque parezca imposible-, es como libro. Lo difícil es que dos barcos se encuentren en alta mar y se descubran como mundos posibles y necesarios –Cuba y Saramago-, observándose, acostumbrándose a sus errores y virtudes, defendiéndose. Nadie puede bajarse de su propio barco, y todas las Islas desconocidas son una Isla. Saramago ya no está. Pero llegó lejos su embarcación.
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