sábado, 14 de septiembre de 2019

De crimen organizado a crimen uniformado



Por Héctor Flores

Hace unos años salir a la calle me daba pánico. El miedo a los narcotraficantes y a las maras nos habían robado los espacios públicos y no quedaba de otra que reducirse a la seguridad de la casa. Entonces entendí el significado de tener miedo al crimen organizado. Un tiempo después emergieron los militares y la policía, y su aparecer nos lo vendieron como esperanza. “Acabaremos con la inseguridad nos dijeron”. Aunque nos ofrecieron lo público que el crimen organizado nos había robado, nos exigieron confinarnos en nuestras casas, impusieron toques de queda en algunas zonas y cuando menos lo pensamos nos volvimos prisioneros en nombre de la seguridad nacional. Sin que pasara mucho tiempo nos dimos cuenta que estos policías y militares estarían coludidos con el mismo crimen organizado que juraron combatir. Y pasamos del miedo al crimen organizado al pánico del crimen uniformado.

En la actualidad el miedo a la policía y a los militares supera el miedo al crimen organizado. Muchas poblaciones aprendieron – con el tiempo – a convivir en entornos de violencia, que si bien no eran los mejores al menos todavía era posible. Pero cuando llegó la violencia oficial, es decir policías y militares – a esos territorios – y se vincularon a la criminalidad, el sufrimiento de las personas se duplicó pues, ya no solo es miedo a los efectos de la violencia sino a la impunidad sobre los actos de violencia.

Los militares y la policía han dejado de ser dignos y sus vinculaciones al crimen organizado y las violaciones a sus deberes constitucionales les ha generado un desprecio total en la población. Vemos con absoluta indignación como estos entes van con guantes blancos cuando se persigue a los verdaderos criminales, pero se manchan de sangre cuando se enfrentan al pueblo que exige el fin de la dictadura.

En las manifestaciones de los estudiantes, los policías y militares han demostrado su falta de escuela. Obedecen órdenes que atentan contra la vida cuando deben protegerla y actúan bajo la sombra de la ilegalidad cuando – se supone – son la garantía de lo legal. Son uniforme en vez de personas, llevan pistola en vez de cerebro y su bestialidad es tan extrema que siguen creyendo – como les enseñaban en los años de guerra fría – que su madre es el rifle.

La formación policiaca-militar es, a mi gusto, el peor gasto que tiene el Estado hondureño, incluso peor que la compra del arma misma. Los jóvenes que son adiestrados en estos centros son totalmente deshumanizados, arrancados de su origen y lo peor de todo convertidos en enemigos de su propia clase social. Estas escuelas son como las de aquella canción, escuelas de perros para que no muerdan el amo, pero el patrón hace muchos años que va mordiendo al obrero, es decir a su familia misma.

Creo entonces que no puede haber patria mientras haya ejército, que no puede haber ciudadanía mientras haya policías, que no puede haber libertad mientras se invierta en armas. Cuando hablamos de la refundación hondureña esas dos condiciones internas deben ser innegociables. Después, si ustedes quieren, podemos sumar otros temas como parte del combo entre los que se tiene que hablar de una verdadera laicidad del Estado, independencia de poderes y sobre todo la construcción de auténtica democracia. Pero mientras existan policías y militares ni la laicidad, ni la independencia de poderes, ni la democracia serán posible.

Desde ese confinamiento escribo ahora. Por que con el tiempo me he dado cuenta de que hoy, le tengo más miedo a un policía y a un militar que a la gente del crimen organizado, o ambos que – en estos tiempos – pueden llegar a ser lo mismo. Lo hago convencido de que no hubo nada de casualidad en ese emerger de las fuerzas militares y policiales con el pretexto de combatir la violencia, sino que, las maquiavélicas mentes que fraguaron la dictadura que habitamos lo tuvieron claro desde el inicio y los necesitaban a ellos en las calles para matarnos cuando decidiéramos salir a defender la patria.

Aún estamos a tiempo.

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