jueves, 26 de septiembre de 2019

36 años de falta de verdad y justicia en la desaparición del Padre Lupe



Padre Guadalupe junto a un grupo de campesinos.

Dedicar su vida a organizar y exigir los derechos de las familias campesinas en Honduras, se convirtió en motivo para que el sacerdote jesuita Guadalupe Carney, fuera desaparecido junto a más de 20 hombres, el 16 de septiembre de 1983. De este condenable hecho se responsabiliza a las tropas militares hondureñas y estadounidenses, establecidas en el sector conocido como El Aguacate, en el departamento de Olancho.  

James Francis Carney, era su nombre de pila, pero, por amor al campesinado cambió su nombre a “Guadalupe”, renunciando además a la ciudadanía estadounidense y adoptando la hondureña. Sin embargo, su misión apegada al evangelio de Jesús, molestó a los sectores de poder económico-político, y lo llevó a que dictaduras militares y el gobierno de Suazo Córdova (1982-1986), le montaran una fuerte persecución y criminalización, hasta llevarlo al martirio.

La más fuerte acción represiva comenzó en noviembre de 1979, cuando miembros del Ejército nacional lo capturaron y posteriormente lo expulsaron del país, obligándolo a asilarse en Nicaragua. En aquella época Honduras, estaba gobernada por dictaduras militares, que en esa ocasión a cargo de una junta de comandantes encabezada por el general Policarpo Paz García. 

El sacerdote jesuita prosiguió su trabajo pastoral en Nicaragua, donde además se relacionó con un grupo de hondureños dirigidos por el doctor José María Reyes Mata, para luego conformar un ejército popular que ingreso en la clandestinidad a Honduras, para iniciar una insurrección popular.

El proceso exterminio se concretó el 16 de septiembre de 1983, cuando por órdenes del general Alvares Martínez, un escuadrón de militares desapareció en las montañas de Olancho, al Padre Lupe, junto al doctor José María Reyes Mata, Oswaldo Castro Ruiz, José Alfredo Duarte Rodríguez, Jorge Maldonado Padilla, José Armando Moncada Ferrufino, entre otros, integrantes del grupo revolucionario.

A 36 años de la desaparición del Padre Lupe, el caso sigue en total impunidad y la ubicación de sus restos y el de sus compañeros, se ha vuelto en un caso en impunidad. En la década de los 80s en Honduras, se registraron más de 180 personas desaparecidas, entre ellas estudiantes, profesores, sindicalistas, campesinos y líderes sociales, como resultado de la política represiva.

Todos los asesinatos y desapariciones estuvieron a cargo del Batallón 3-16, unidad militar hondureña, creada para reprimir cualquier intento de organización y búsqueda de justicia social por parte del pueblo empobrecido. Bajo la denominada “Doctrina de Seguridad Nacional”, se persiguió, secuestró, torturó, asesinó y se desapareció de manera secreta y sistematizada a personas luchadoras sociales. Todo lo hacían de manera impune. Pero a pesar del paso de los años, en la actualidad las familias de las víctimas, continúan llorando a aquellos que se fueron y nunca más pudieron ver. Y que al igual que el caso del Padre Lupe, tampoco saben ni siquiera donde están sus restos.

En Honduras, hay lugares que tienen plasmados sus nombres y sus fotografías que indican su fecha desaparición. Sin embargo, sobresalen las imágenes y recuerdos que viven en las memorias de sus familiares, amigos y población de un país que no olvida ni olvidará a sus desaparecidos. Es por eso que desde hace más de 30 años reclaman por verdad y sobre todo justicia para aquellos que cometieron horrendos crímenes y qué, en algunos casos, han muerto sin que la justicia terrenal los haya tocado. 

El próximo sábado 20 de septiembre, a través de una misa en las instalaciones de Radio Progreso, en El Progreso, Yoro, a partir de las 3:00 de la tarde, se celebrará una misa en conmemoración de los 36 años de desaparición del Padre Lupe. “Participarán organizaciones eclesiales, populares y campesinas desde donde se exigirá justicia, porque las institucionalidades hondureñas tienen una deuda pendiente sobre desapariciones, impunidad, verdad y justicia”, indicó Jerónimo Carranza, del Equipo de Reflexión Investigación y Comunicación, ERIC.

“La deuda que mantiene el Estado es ocultar a los actores materiales e intelectuales de estos crímenes que se constituyen en actos de lesa humanidad, y que el Estado de Honduras sabe que éstos hechos son imprescriptibles, que la ciudadanía puede reclamarlos en cualquier tiempo”, manifestó Berta Oliva del Comité de Familiares de Detenidos-Desaparecidos en Honduras (COFADEH).

En Honduras, entre 1979 a 1993 se ha registrado 184 casos de desaparición forzada, luego de la instalación de la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN), que, desde la política de gobierno estadounidense, buscaba acallar voces de liderazgos del movimiento social y popular, solidarios con los procesos de liberación en el Centro y Sur América.

De estos, sólo dos casos han sido juzgado y condenado el Estado hondureño ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte-IDH) en 1988, en los casos de Ángel Manfredo Velásquez (desaparecido en 1981) y Saúl Godínez Cruz (desaparecido en 1982).

Biografía


Padre Guadalupe Carne.
Guadalupe Carney nació en 1924, Chicago, Estados Unidos. Su nombre original es James Francis Carney, la familia trabajadora de clase media, y desde el principio se dio cuenta de la vida burguesa en la que vivía. Sirvió como soldado en Francia y Alemania durante la Segunda Guerra Mundial; y por extraño que parezca, él pensó que era preferible dejarse matar en lugar de matar a un soldado enemigo.

Además, su obstinada resistencia a la autoridad le metió en problemas en muchas ocasiones. En una ocasión pasó un tiempo en prisión porque se negó a dejar de hablar con los prisioneros alemanes. Tenía el sentimiento y la conciencia de que todas las personas deben ser tratadas con dignidad y respeto.

La fe era profundamente importante para él. Sin embargo, se sorprendió de lo poco que la religión parece importar a muchos cristianos, tanto en sus años de ejército y más tarde en la universidad. Él también estaba profundamente conmovido por la extrema pobreza de los musulmanes del norte de África que habían visto en Francia, y se preguntó indignado: “¿Por qué los seres humanos tienen que vivir en tales dificultades?”

Todas estas experiencias despertaron el deseo de tratar de cambiar la manera de vivir en el mundo. En 1948, ingresó en la Compañía de Jesús, para contestar la llamada, convirtiéndose más tarde, un misionero jesuita en Honduras.  Llegó a Honduras en 1962, ya como sacerdote jesuita, animada por el ideal del Concilio Vaticano II, el servicio radial para los pobres, y al vivir con las comunidades rurales y los pobres, y participar en sus luchas, se volvió como él mismo dijo en sus memorias, “un gringo burgués en un luchador revolucionario”.

El padre Lupe, vio cómo las compañías fruteras estadounidenses, habían tomado las mejores tierras y plantaciones. Ellos y algunos hondureños ricos controlan alrededor del 95% de la riqueza del país. Mientras que el resto de la población vivía en la pobreza extrema. Fue su lucha por la justicia social que lo llevó a ser desaparecido por militares el 17 de septiembre de 1983. Desaparecieron su cuerpo, pero no su legado, su lucha tiene más vigencia que nunca, en un país donde el 65% su población vive en pobreza y miseria. Más de 300 familias campesinas no tienen un pedazo de tierra para cultivar, dijo Carranza.

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