miércoles, 25 de septiembre de 2019
Criminales políticos
Rebelión
Por Jaime Richart *
La sociedad moderna en general razona en todos los espacios de las democracias occidentales de una manera certera y ponderada en relación a los límites de las ideologías trasladadas a la praxis política. De modo que cualquier sistema de doctrina o pensamiento político cabe en una democracia, con tal de que ese pensamiento o doctrina no haga apología de barbaridades o reclame su derecho a ser llevadas a la práctica mediante políticas específicas que chocan con los derechos universales del ser humano. Si la política es la guerra por medios pacíficos y la ideología extremista se ciñe al hemiciclo, al cuadrilátero o al círculo parlamentario, no debiéramos rasgarnos las vestiduras por las pronunciadas en la tribuna, se dice.
Pero en estos tiempos la mente de las sociedades y las de los gobernantes han cambiado mucho desde la Segunda Guerra Mundial y desde la guerra civil en España, como para desconfiar de esa sujeción a los límites parlamentarios. Vivimos tiempos en que parece que todo vale. Y hay un precedente. El de cómo Hitler y el nazismo devastadores llegaron al poder por vía democrática. La historia parece repetirse quizá por aquello de que cuando los pueblos ignoran la historia estàn condenados a repetirla. En este caso los pueblos no es el alemán ni cualquiera de los pueblos Aliados por separado. En este caso “el pueblo” son todos los que estuvieron en las respectivas contiendas. Es decir, la sociedad occidental al pleno. De modo que al igual que se produjo el ascenso al poder totalitario de Hitler y de los nazis por vías políticamente correctas, hoy día están progresivamente llegando a él auténticos criminales políticos o políticos criminales. Lo mismo que hay combatientes impecables y criminales de guerra, distinguiéndose ambos en que los primeros matan en el fragor del combate y los segundos matan también a sangre fría. En cualquier caso, los efectos finales no tardarán en dejarse ver, pues los indicios son elocuentes y los fines se dejan entrever cada día con más claridad como para que el mundo empiece ya a echarse a temblar. Tanto Trump como Bolsonaro, presidentes de los dos países más vastos de América están mostrando sin recato alguno su determinación de acabar si es preciso con la vida en el planeta, probablemente porque los dos están envenenados sencillamente por el tedio y sedientos de nuevas experiencias después de haberlas agotado todas en su vida privada. Los sucesos de la historia están plagados de miserias íntimas, de frustraciones y de depravaciones secretas personales que sólo decenios o siglos después son revelados por los rastreadores de la arqueología humana.
Y mientras ese momento apocalíptico llega; mientras los criminales políticos preparan un Argamedón al completo cuyo anticipo está en la mutación climática provocada, en veleidades como el afán de apoderarse de Groenlandia y en monstruosidades como favorecer la destrucción de la Amazonía, el mundo sigue girando en torno a los argumentos mercantilistas y de la geopolítica académica. Como si aquí y ahora, no estuviese pasando nada o lo que pasa fuese un pasaje dramático más de la historia contemporánea.
Estén alertas, si no lo están ya, los mandatarios de la civilizadísima Europa y de todo occidente, al peligro que representan esos megalómanos del mundo que se van apoderando poco a poco de todo el poder, como siempre han hecho los factores de las mayores atrocidades en la Humanidad. Dejen la moderación y la contención habitual de todo gobernante de bien, y prepárense para hacer frente a auténticos demonios de carne y hueso. Pues ya saben que es precisa una ética de recambio respecto a la que reina en tiempos de paz, si no se quiere caer de los primeros en tiempos de guerra...
* Jaime Richart, antropólogo y jurista
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