Por Gustavo Zelaya
Según la prensa tradicional y los analistas de la oligarquía en Honduras se ha generado una crisis del bipartidismo político que ha puesto al descubierto la fragilidad de las instituciones, que incluye al derecho, la religión, la familia y al mismo Estado. Y uno de las causas de ese debilitamiento lo encuentran en el nacimiento del brazo político de la Resistencia Popular, el Partido Libre y de otros grupos opuestos al golpe de Estado. Suponen que el partido liberal es el más afectado en esta situación, ya que desde su seno se ha nutrido buena parte de la nueva organización política. Es posible que así sea, pero no toman en cuenta que los golpes más fuertes desatados desde el 29 de junio de 2009 se han dirigido contra los miembros de la Resistencia y contra el pueblo en general, estos son los más afectados ya que sufren el impacto del desempleo, el hambre, las enfermedades, la represión y los actos criminales de parte de todos los grupos mafiosos que hay en el país. Aquí caben desde los voraces empresarios agrupados en el COHEP y en la FENAGH que planearon y financiaron la ruptura constitucional, hasta los jefes de la otra cara del crimen organizado y que actúan tanto desde las maras como desde la jerarquía de todo el sistema de seguridad y justicia del Estado.
Pues bien, si se entiende al bipartidismo como una forma de gobierno apoyado en la existencia de dos partidos políticos que expresan ideologías definidas, propias, diferentes, uno representando los intereses de los grupos económicos dominantes y otro portador de las ideas de los grupos populares y excluidos del disfrute de la riqueza social, y que con la alternancia en el poder pretende nivelar las diferencias, pues, en el caso nacional no se ha dado tal modelo político. Los partidos tradicionales han manifestado ideas políticas conservadoras, han sido de derecha o centro derecha, provienen de la misma raíz liberal y sostienen una misma bandera: la morada, una mezcla de rojo y azul. Y si han hecho cambios doctrinarios, como antes fue la izquierda liberal o ahora el humanismo cristiano, sólo han sido por cuestiones puramente coyunturales, de estilo, puras formas que no han incidido en el contenido patriarcal, oligárquico, conservador de los partidos tradicionales y del Estado. Los aparentes cambios doctrinarios no han sido más que modas pasajeras que fácilmente son suplantadas por otras expresiones del momento.
Dentro de esa tradición conservadora, llamada liberal y nacional, no ha existido debate ideológico ni conflictos teóricos de importancia que hayan determinado algún cambio profundo en la dirección del país. En lo fundamental se han esforzado por mantener la distribución de la gran propiedad en manos de unas cuantas familias, que concentran la riqueza material y el control de los cargos políticos en el gobierno y en los partidos tradicionales. Si acaso discrepan es en el momento de repartir privilegios, de distribuir contratos, en modos de gobernar, en el orden de llegada a los actos protocolarios y en el color de la corbata para la fiesta del embajador gringo, pero tiene coincidencia absoluta en la necesidad de mantener el poder político y económico a toda costa y para su beneficio. Y lo sostienen como sea: haciendo uso de golpes de estado, de matanzas organizadas, corrompiendo personas, controlando medios de comunicación, uniformando las ideas, entregando porciones del territorio nacional, saqueando el tesoro público y formando nuevos grupos políticos frente a las exigencias de los tiempos. En este juego el partido anticorrupción, el panti, al final no va ser más que un vanidoso desliz, una diversión que se le permite a sectores light de la derecha nacional.
Ya tenemos a la vista su nuevo proyecto, el más fuerte y bien estructurado, que no es más que la integración de un partido político, con una base compuesta por militares en retiro y con otras personas mentalmente militarizadas, abiertamente fascistas y que realmente pone sobre el tapete el verdadero bipartidismo: por un lado la derecha y sus diversos matices, colorados y azules seguidores del golpismo, con suficiente capacidad logística y de inteligencia, adiestrados en el uso del garrote y la tortura, y del otro, las diversas fuerzas democráticas opuestas al golpe de estado y que proponen refundar al país.
Esas son las expresiones actuales del bipartidismo, que no está en crisis sino que muestra con crudeza en qué consiste la división social y política de Honduras. Esa derecha agrupada en ese partido “patriótico” va a enarbolar la consigna del orden y el apego a la ley, van a clamar por la conservación de las instituciones, de la familia y los valores occidentales, según ellos, cristianos. Y van a desatar su maquinaria mediática para poner a sus oponentes como anárquicos y portadores del caos y de doctrinas exóticas, seguidores de demonios como Chávez y Ortega. Una especie de retorno a la doctrina de seguridad nacional que humilla al ciudadano y pone en altares la necesidad de mantener incólume el sistema democrático sin importar cuantos sean aplastados. De nuevo la razón de Estado sobre la dignidad y los derechos de las personas.
El sistema que defiende ese grupo reaccionario representado por los “patrióticos” se apoya en la explotación del trabajo humano, en la entrega de los recursos naturales, en asegurar la continuidad de sus negocios sean lícitos o no, en mantener zonas seguras en todo el país que permitan la narcoactividad y la impunidad en gran escala, en el disfrute de privilegios y en profundizar la miseria y el hambre de la gran mayoría del pueblo. Y contra esa situación deben levantarse todos los sectores organizados realmente democráticos y que, con sus diferencias, apuestan por la edificación de una Honduras más justa, digna, capaz de erigir formas de vida en donde se respete a la persona y no prevalezcan las imposiciones de los organismos financieros internacionales que tratan de sostener la inhumanidad del neoliberalismo.
18 de noviembre de 2011
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