jueves, 14 de abril de 2011
Vida entre la basura
Por Haifa ZanganaEl relleno sanitario de Ciudad de Guatemala es un mundo hostil donde los “guajeros”, o recicladores, pelean por piezas de zinc, cartón o papel descartado que son recolectados en grandes sacos de desechos y vendidos a empresas recicladoras.
Cuando los grandes camiones amarillos de basura ingresan al botadero, los guajeros —por lo general los más jóvenes y ágiles— saltan a la tolva para ser los primeros en encontrar los tesoros escondidos que el vehículo contiene en su pútrida carga.
Desesperados por algunas monedas, los guajeros trabajan en condiciones precarias, con pedazos de metal, vidrio y una fetidez insoportable.
“En el basurero se miran cosas tremendas. Un día encontré a un niñito tierno en un bote de leche”, dijo Domingo González López, quien recibió 20 quetzales (US$2.6) diarios durante los siete años en que trabajó en el vertedero. “Sufrí mucho por el sol, los malos olores y las cortaduras de vidrio y agujas. Un día, cuando vino el camión me cayó encima una piedra y me abrió la cabeza”.
La vida entre la basura es una lucha desesperada por sobrevivir. Quienes pueden cargar menos —por lo general las mujeres y los ancianos— ganan entre 10 y 20 quetzales ($1.3 a $2.6) diarios, y los más fuertes y más ágiles pueden superar los 40 quetzales ($5) diarios.
González agregó que había trabajado allí “por pura necesidad”, debido a que no era calificado y no podía encontrar un empleo para mantener a su esposa y dos hijos pequeños.
Actualmente, trabaja como conserje y gana 1,000 quetzales ($130) quincenales, pero su esposa y uno de sus hijos todavía se ganan la vida como guajeros.
El área donde los guajeros buscan tesoros escondidos está a 2 km de la entrada principal del vertedero, y no hay baños.
Enormes buitres vuelan encima de la basura, que está tirada en una profunda quebrada, y de vez en cuando bucean en el montón de basura en descomposición.
La mayoría de guajeros viven en la extrema pobreza y carecen de agua potable en sus viviendas. Muchos se bañan en el agua sucia que corre a través del basural.
Vivir como guajero
La investigadora Alma de León Maldonado, de la Universidad de San Carlos (USAC), dedicó un año a entrevistar a miles de guajeros que trabajan en condiciones infrahumanas, pero que se niegan a cualquier intento de las autoridades de cerrar el lugar y construir una planta de tratamiento y reciclaje, porque temen perder su única fuente de ingresos.
Los guajeros se niegan a conversar con periodistas o investigadores. Cuando alguien se les acerca, la mayoría de guajeros tratan de esconder los cortes y manchas en sus brazos y manos, las señales más obvias de cómo su salud se ha deteriorado como resultado de las condiciones peligrosas e insalubres del vertedero.
De León tuvo que trabajar duro para ganarse su confianza. Una vez que logró ingresar a su mundo se sorprendió de encontrar que 93% de las personas entrevistadas le dijeran que les gustaba su trabajo.
“El día que cierren el basurero no sé qué va a ser de nosotros. Ahí nadie nos manda ni nos pide papeles, y uno tiene pisto [dinero] todos los días sin tener que esperar a que llegue la quincena”, explica González.
Algunas empresas han entregado botas, overoles y guantes a los guajeros para minimizar los problemas de salud que sufren como resultado de manejar desechos tóxicos, pero ellos se han negado a usarlos porque los hacen más torpes, y la velocidad y agilidad son absolutamente importantes para bucear en el mar de desechos buscando materiales reciclables. De León atribuye las actitudes de los guajeros a su baja autoestima.
“Es gente que cree que nació así y entre ellos hay muy poco liderazgo”, dice.
Su investigación reveló que un total de 1,185 guajeros trabajan en el basurero; 47% son hombres y 53% mujeres.
En el 2005, las autoridades locales prohibieron el ingreso de niños al vertedero y decretaron que sólo guajeros que hubieran pagado 80 quetzales por un carnet de identidad podían ingresar al lugar, luego que el gas de la basura en descomposición generó una serie de incendios que provocaron la muerte de decenas de ellos.
El número exacto de muertos nunca se estableció porque no había control sobre quienes ingresaban al basurero. Antes que se implementara la medida, un tercio de los guajeros eran niños.
Presencia de poblaciones marginadas
Aunque actualmente está prohibido que los niños ingresen al basurero, muchos lo hacen clandestinamente deslizándose por el barranco con sogas.
El 31% de todos los guajeros en este lugar son migrantes que provienen de los departamentos indígenas altiplánicos del Quiché y Huehuetenango, buscando escapar de la pobreza rural sólo para terminar atrapados en un infierno urbano.
Un 69% vive en barrios pobres de municipios vecinos a Ciudad de Guatemala, como Villa Canales, Villa Nueva, Amatitlán y Chinautla, y sólo 0.3% provienen de otros países centroamericanos, principalmente Honduras y Nicaragua.
Antes que las autoridades municipales restringieran el acceso al basurero, muchos guajeros vivían en chozas precarias dentro del lugar. Actualmente, la mayoría de ellos viven en barrios violentos. La mayoría de guajeros son analfabetos y tienen uno o dos familiares que trabajan en el basurero. Tal como De León explica, esto perpetúa un ciclo en el que los niños crecen sabiendo que no existe otra forma de vida que escarbar entre los desechos.
Por esta razón, Safe Passage, una organización fundada en 1999 por Hanley Denning, estudiante de Carolina del Norte, EEUU, que llegó a Guatemala a aprender castellano y cuya vida cambió cuando visitó los barrios pobres de Ciudad de Guatemala, quiere romper la cadena de pobreza al dar a los hijos de los guajeros educación y mejores oportunidades de vida.
Lo que empezó como un pequeño proyecto voluntario, poco a poco creció al lograr Denning numerosos auspiciadores, y luego que ella muriera en un trágico accidente de tránsito en el 2008 sus seguidores continúan su trabajo, y actualmente Safe Passage se encarga de más de 500 niños proporcionándoles educación preescolar y primaria, así como alfabetización de adultos para sus padres.
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