Por Raúl Zibechi
El 25 de marzo, en el local del sindicato de trabajadores del CASMU -AFCASMU- en Montevideo, la Coordinadora por el retiro de tropas de Haití realizó un debate sobre la situación actual en la hermana república de Haití y la presencia de tropas urugayas allí. La exposición central estuvo a cargo Raúl Zibechi, periodista del semanario Brecha. Damos a conocer aquí su intervención -que introduce nuevos temas en el debate- para ser difundida entre todos.
La intervención de la MINUSTAH en Haití, o sea la invasión militar de la isla, es un parteaguas en la historia reciente del continente. Lo habitual, desde hace cinco siglos, era la intervención de potencias del Norte, Europa primero, luego de los Estados Unidos, que acostumbraron invadir, colonizar y dominar los territorios de lo que hoy conocemos como América Latina. Se cuentan por decenas, tal vez cientos, las ocupaciones, agresiones y ataques que han sufrido los más diversos países de nuestro continente. Es la historia del colonialismo y del imperialismo.
Pero lo de Haití es algo diferente. Es cierto que participan países de varios continentes bajo la bandera de la ONU, pero eso no es lo fundamental.
Aquí lo decisivo, lo verdaderamente nuevo, es que se trata de una invasión comandada por Brasil (que como saben tiene el comando militar de las tropas) y es ejecutada por un conjunto de países entre ellos Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Peru y Guatemala.
La mayor parte de los soldados que están en Haití provienen de países cuyos gobiernos están administrados por fuerzas políticas que se dicen de izquierda o progresistas, y en algunos casos se proclaman como revolucionarios. En efecto, la mayor parte de los 8.700 militares pertenecen a países con esos gobiernos progresistas (4.435).
Eso merece alguna explicación:
Para Brasil la MINUSTAH es muy importante porque le permite colocarse como gran potencia y postularse como miembro permanente del Consejo de Seguridad ONU. Es la primera vez que encabeza una misión militar, y lo hace en un continente en el que busca convertirse en la potencia dominante.
Brasil definió un nuevo papel en el mundo bajo los dos gobiernos de Lula: articular un polo sudamericano que le permite jugar un papel de gran potencia en una región donde representa más o menos la mitad de la población y la mitad del PIB. ¿Porqué ese camino? Según los propios diseñadores de esta estrategia de integración, para evitar una crisis interna, ya que sostienen que si el país no se expande (exportando capitales, realizando grandes obras de infraestructura que benefician a sus empresas…) ingresaría en una fase de conflictos internos. Dicho de un modo más claro: la expansión hacia la región es el modo, ya probado en otros períodos históricos, que evita a las clases dominantes el doloroso camino de realizar reformas (como la reforma agraria) que eliminen algunas flagrantes desigualdades. Expandirse como potencia regional (¿imperial?) es el modo más ventajoso para esas clases de evitar conflictos internos.
Brasil está en un período de crecimiento y expansión. Las fuerzas armadas se están reforzando con un potente rearme que incluye la construcción de submarinos convencionales y nucleares, una flota de cazas de quinta generación, nuevas armas sofisticadas como misiles, además de carros de combate, navíos de superficie y aeronaves de transporte. Se está en proceso de creación de una más amplia industria militar brasileña con el objetivo de conseguir independencia tecnológica de las potencias del Norte para defender la Amazonia y los nuevos campos petrolíferos del litoral oceánico. A su vez, aparecen nuevas y más potentes multinacionales brasileñas, fruto de la fusión entre grandes empresas y la expansión de otras financiadas por el banco nacional de fomento (BANDES), el mayor banco de ese tipo del mundo, y con fuerte presencia de los sindicatos a través de los fondos de pensiones que ellos controlan. Petrobras, Embraer, Odebrecht, Itaú, Vale, Brasil Foods, y otras, son los nuevos nombres de la alianza entre el capital “brasileño”, el Estado gobernado por el PT y la dirigencia de algunos grandes sindicatos como el de los bancarios de Sao Paulo, en su ambicioso proyecto de expansión regional, continental y global.
La participación y dirección en la ocupación militar de Haití se inserta en ese gigantesco proyecto. El ex comandante de la MINUSTAH, general José Elito Siquiera, actual ministro del Gabinete de Seguridad del gobierno de Dilma Rousseff, dijo años atrás que en Haití están empleando las misas tácticas de control y gestión militar de las barriadas periféricas que ya pusieron en práctica en Rio de Janeiro (O Estado de Sao Paulo, 15 de diciembre de 2007). Esta afirmación muestra otra faceta de la intervención en Haitì. Digamos que es la cara oculta de la MINUSTAH.
Para el caso de Uruguay, ¿habrá algún interés similar?
Desgraciadamente los militares uruguayos no tienen siquiera el nivel de honestidad intelectual de los militares brasileños. Podrían decir que están allì para “ganar unos mangos”, y no estarían exagerando sino sincerando una situación que todos conocemos.
Pero Uruguay no tiene ni siquiera una hipótesis de conflicto como Brasil, país que se propone en serio defender la Amazonia y el petróleo de una posible invasión estadounidense. Por lo tanto, se acumulan las preguntas.
¿Será que un día nos despertaremos con una ocupación militar de barrios “peligrosos”, como sucedió en Chacarita, pero a manos de efectivos que ya tienen la “experiencia” de haber trabajado en barrios similares en Puerto Príncipe?
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