El pasado 12 de agosto en la Reflexión de Fidel titulada El gigante de las siete leguas (parte I) referida al contenido del libro de Andrés Manuel López Obrador (La mafia que se adueñó de México y el 2012) se citan unas ideas de este último sobre la política que me parece interesante analizar.
Dice López Obrador: «Es necesario cambiar la forma de hacer política. Este noble oficio se ha pervertido por completo. Hoy la política es sinónimo de engaño, arreglos copulares y corrupción. Los legisladores, líderes y funcionarios públicos están alejados de los sentimientos del pueblo; sigue prevaleciendo la idea de que la política es cosa de políticos y no asunto de todos.
«La transformación que necesita el país no solo debe tener como propósito alcanzar el crecimiento económico, la democracia y el bienestar. Implica también y sobre todo, cristalizar una nueva corriente de pensamiento sustentada en la cultura de nuestro pueblo, en su vocación de trabajo y en su inmensa bondad; añadiendo valores como el de la tolerancia, el respeto a la diversidad y la protección al medio ambiente».
En efecto, en muchos países para amplias masas de electores la política se ha convertido en sinónimo de algo sucio, de corrupción y ha degenerado hacia la politiquería. Ello se manifiesta también en la falta de credibilidad en el sistema, en una crisis de la institución partido político, en el abstencionismo cada vez mayor de los electores, en el surgimiento de agrupaciones alternativas que buscan canalizar la insatisfacción ciudadana y que, incluso, se desarrollan a veces al margen del propio régimen político y electoral, y la búsqueda de formas nuevas de democracia participativa a favor de los intereses populares.
Hoy, la mayor parte de los partidos tradicionales, antaño enfrentados por heterogéneas ideologías, está insertada en una trama de mezquinos intereses, en la lucha por el disfrute de los cargos públicos, la corrupción y el entreguismo a los intereses extranjeros y explotadores en general.
Como he venido planteando, en Cuba contamos con una cultura de hacer política que se gesta desde los tiempos forjadores de la nación cubana y alcanza un punto culminante con las enseñanzas prácticas de José Martí continuadas y desarrolladas por su discípulo fundamental, Fidel Castro, para alcanzar la independencia plena del país y forjar la unidad nacional.
Esa cultura de hacer política, regida por principios éticos, es el aporte más original de Martí a la historia de las ideas, y se resume en el principio de superar radicalmente el «divide y vencerás» de la tradición conservadora y reaccionaria y establecer el postulado de unir para vencer.
En Martí se conjugan la radicalidad de objetivos con la armonía para unir todas las voluntades posibles para alcanzarlos. Es decir, ser radicales y armoniosos. La historia de nuestro país permite comprobar que esta concepción acerca de cómo hacer política está en el nervio central de la evolución cubana durante dos siglos.
Unir para vencer es la clave de la política martiana que la generación del Centenario, bajo la dirección de Fidel, exaltó al plano más alto durante la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI. El importante caudal cultural que sintetizan Martí y Fidel en cuanto a las formas de hacer política constituye un patrimonio sustantivo y una de las características definitorias de la identidad nacional cubana.
Lo que hemos llamado cultura de hacer política constituye el fruto más puro y útil de la historia de las ideas cubanas. Ahí se halla un elemento principal de su originalidad. Obsérvese que no digo solo cultura política que, desde luego, constituye la fuente de la cual se nutrió esta inmensa sabiduría. Me refiero a las maneras prácticas de su materialización y de vencer los obstáculos que se levantan ante todo proyecto revolucionario.
El llamado de Fidel a detener la maquinaria de guerra que amenaza con desatar un conflicto de imprevisibles consecuencias para el género humano, convocando a la acción a todos los hombres y mujeres sin distinción de raza, credo o sector social al que pertenezcan, constituye un buen ejemplo de esa cultura de hacer política inspirada en el aserto martiano de «Patria es Humanidad».
En los tiempos difíciles que enfrentamos se impone, más que nunca antes, pasar a la acción y sumar a todos los hombres y mujeres interesados en salvar a nuestro planeta y a la humanidad de una catástrofe de consecuencias irreversibles.
Hacemos ese llamado en acto de lealtad a José Martí y a sus ideas e inspirados en aquella sentencia suya: «Hacer es la mejor manera de decir».
No nos sobra el tiempo para salvar a la familia humana.
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